UNIVERSIDAD Y DESARROLLO
Por mi experiencia como
funcionario de una gran cantidad de instancias universitarias, me siento bastante
cercano a lo que se reconoce debería ser un auténtico universitario ‘en sentido
pleno’: alguien que trata de participar de la mejor manera en la gran dimensión
de su constitución originaria como una comunidad abierta a la globalidad de su
visión humana.
Pero la ubicación de muchos
profesores es un poco limitada al respecto como efecto secundario de su
respectiva especialidad. De hecho, casi todos los profesores de las universidades
suelen ser docentes de un asunto preciso en una escuela específica. Esto
dificulta el espíritu histórico de las primeras universidades cuya misión
esencial era enseñar a pensar de manera sensata desde una formación bastante integral.
Por el contrario, por mi
formación en filosofía y ciencias humanas y por mis vivencias particulares, he
tenido la suerte de haber sido, por un lado, estudiante de varias universidades
en varios países y de haber sido, por el otro, profesor, escritor, investigador
e integrante en algunas de las instancias académicas de las universidades estatales
de Costa Rica (unas vicerrectorías, varias facultades y diversas escuelas). Esta
experiencia me facilitó el poder ser docente en un número significativo de
carreras, diversas y variadas. Por otro lado, me permitió además un diálogo
abierto con una parte amplia de la comunidad universitaria. Esto me ha enseñado
bastante sobre el tema enfrentado.
SEMINARIO EN MI HONOR
Por eso, cuando la Comisión
de Carrera Académica de la Universidad Nacional me hizo el honor de convocar para
1994 un significativo seminario sobre Ética, Universidad y Sociedad del
Futuro como un reconocimiento a mis labores en la formación sobre todo
ética de los estudiantes de diversas carreras en dos de las universidades
estatales más importantes (la UCR y la UNA), me atreví a aceptar la posibilidad
de ofrecer unas reflexiones sobre el tema del desafio y compromiso
universitarios. Sin ser un real especialista en la materia (¿quién lo puede
ser?), escribí dos trabajos al respecto: unas reflexiones previas sobre El Desafío universitario y un discurso
inaugural sobre El Compromiso
universitario.
La meta de la Comisión de
Carrera Académica era establecer un seminario con una amplia participación que
lograra los objetivos fundamentales de precisar cuáles eran los desafíos
morales que el mundo actual presentaba al quehacer universitario. Con esta intención
se deseaba reflexionar sobre la responsabilidad moral de la Universidad al emplazar
su conducta desde el enlace, individual y colectivo, con el desarrollo nacional
y evaluar los mecanismos usados para promover el compromiso moral de sus
funcionarios y graduandos.
Se esperaba confeccionar así
un seminario con una exposición del homenajeado y de ciertos expositores
seleccionados. Se partió además de varias ponencias presentadas por los
diversos participantes sobre sus temas centrales. Estos versaban sobre el compromiso
de los universitarios con la ética y la práctica científica ante las estrategias
para un desarrollo social, cultural e intelectual sostenible.
Me sentí así muy emocionado
de que la Comisión de Carrera Académica de la Universidad Nacional, uno de los
centros de docencia más importantes de Centroamérica, me hubiera otorgado el
honor de representar este significativo seminario.
En consulta con la Rectoría,
la Comisión Organizadora resolvió integrar este evento dentro de las
actividades de la celebración de los Veinte Años de la Universidad Nacional. En
el documento de promoción del evento se decía:
Además de ser una necesidad en la renovación y consolidación del
pensamiento universitario, este evento se plantea como un homenaje a un
académico brillante, que durante su paso por las aulas universitarias contribuyó,
de manera decidida, a cultivar la dimensión humanística del trabajo académico y
profesional. Al seminario se le puso el nombre de JAIME GONZALEZ DOBLES ya que,
además de ser una de las personas de mayor experiencia en la ética social y
profesional de nuestro país, este catedrático universitario ha sido un maestro
de la Universidad Nacional que ha estado desde sus inicios ejerciendo un papel
de promotor e inspirador de nuevas iniciativas. Esto lo llevó a ser el primer
decano del CIDEA y el director fundador del Ciclo Básico de la Facultad de
Filosofía y Letras y del Departamento de Filosofía, Unidad Académica que el 19
de agosto de 1982 intituló con su nombre el Centro de Información y
Documentación en Filosofía (CEDIF).
En este seminario, la Comisión de Carrera Académica desea abrir las
puertas a la contribución de todos los académicos del quehacer universitario
nacional. Por tal motivo, la participación en los eventos como la presentación
de ponencias está abierta a todas las personas que ejerzan o hayan ejercido
funciones académicas en cualquier recinto universitario.
Cuando en 1992 el entonces
presidente de la Comisión de Carrera Académica de la UNA, el Dr. Guillermo
Miranda, me comunicó su decisión de solicitarme una disertación sobre Ética y Universidad en un seminario
institucional de alto nivel sobre Ética Profesional, con gusto acepté el
desafiante ofrecimiento. Sin embargo, le sugerí un cambio de nombre para dicho
seminario. Con ese fin, le propuse ampliar el tema del seminario al abordar una
temática más general que planteé como hablar de Universidad, Ética y Desarrollo.
Sostuve que mi propuesta no
cambiaba el sentido de la proposición inicial de la Comisión de Carrera
Académica, sino que más bien la enriquecía al precisar el alcance de su temática.
Mi finalidad era abordar, al mismo tiempo, la ética de los profesionales y la
ética de las profesiones como una misión integral de las universidades. Con
este fin recordé lo que había escrito en mi libro Reflexiones Éticas,
publicado por la Universidad Nacional. En la página 73 decía que "la ética
profesional tiene dos aspectos, íntimamente interrelacionados. Por una parte,
se presenta una ética del profesional,
que consiste en establecer la corrección de la ejecución individual respecto a
una profesión socialmente instituida. Por otra parte, existe una ética de la profesión que consiste en
determinar las condiciones y las modalidades del desempeño social de la
profesión misma, es decir, del conjunto de profesionales actuando con relación
a la estructura y funcionamiento de la sociedad".
En fidelidad a las profundas
aspiraciones del momento, me pareció importante no sólo escudriñar la conducta
particular de los universitarios sino, también y sobre todo, analizar las
características y retos que asumía la orientación moral de la universidad, como
institución global, ante el compromiso que le presentaba la sociedad en la que
se encontraba inserta. Por tal razón, propuse enfocar el problema de la ética
del universitario dentro del contexto más estructural e integral de una ética
de la universidad en su sociedad; es decir, interpretar lo micro desde lo
macro.
Me complajo sobremanera que, después
de una larga y fructífera discusión académica suscitada por mi respuesta, los
miembros de la Comisión Organizadora hubieran decidido concretar la temática del
seminario sobre el importante tema de Ética,
Universidad y Sociedad del Futuro.
Al reflexionar sobre las
características del evento, la Comisión de Carrera Académica consideró oportuno
dedicarme este nuevo Seminario “como un reconocimiento a sus valiosos aportes
en el campo de la ética, de la filosofía y la administración universitarias,
entre otros, y a su ejemplar desempeño como catedrático universitario,
promoviendo e inspirando nuevas iniciativas… Es un homenaje, agregaba, a un
académico que ha contribuido, de manera decidida, a cultivar la dimensión
humanista del trabajo académico y profesional.”
Como agradecimiento por ese
homenaje, decidí orientar mi documento promocional sobre el Desafío Universitario y mi ponencia inagural
del evento sobre el Compromiso
Universitario. Como indicaba en el folleto de presentación de ese evento,
referirse a esta temática no solo significaba señalar las cualidades del
quehacer universitario, sino destacar su más profundo desafío existencial: ese
que nos compromete en las profundidades de nuestra condición humana.
En ese espíritu de
colaboración, me ví obligado a precisar mi pensamiento personal en unas
reflexiones iniciales. En septiembre de l992, comencé a escribir unas notas
sobre El desafío universitario.
Este apareció publicado en diciembre de 1993 en un folleto impreso por
la Comisión de Carrera Académica para presentar el evento. Ese trabajo venía
acompañado del texto adicional de una persona que había trabajado antes como
director de dicha Comisión, el Dr. Álvaro Vega. [1]
Como complemento del trabajo
del Dr. Álvaro Vega Sánchez, se incluyó además la presentación de un documento
que hizo el entonces presidente de la Comisión de Carrera Académica, el Dr. Adolfo
Ruiz C. En él convocaba a la realización del seminario sobre Ética, Universidad
y Sociedad del Futuro, cuyo propósito era contribuir al quehacer universitario
en las actuales circunstancias sociales desde las inquietudes del Programa de Revitalización del Pensamiento Universitario.
El cometido de dicha reflexión académica era “analizar los fundamentos éticos
de la práctica universitaria en relación con las distintas dimensiones de la
vida social contemporánea, con el fin de visualizar y evaluar posibilidades de
acción inmediata y de derroteros futuros”.
Su propuesta consideraba la
necesidad esencial de renovar y consolidar la presencia permanente de un
pensamiento universitario, serio y responsable, comprometido con el presente y
futuro de la sociedad costarricense, latinoamericana y mundial. Esperaba contar
así con los puntos de vista sobre la problemática planteada por parte de
distinguidos académicos y académicas del país y del extranjero. Suponía que el aporte
y la contribución de los académicos y profesionales del sector público y
privado pondrían de relieve la dimensión humana solidaria que debería sustentar
tanto el quehacer académico y científico-tecnológico, como la gestación y la
práctica económico-sociales.
Preocupada e interesada por el debate sobre
la revitalización del pensamiento universitario, la Comisión esperaba establecer
con ese Seminario unos sólidos fundamentos éticos para la actividad científica
en función de los modelos y estrategias de conducción económico-social. Los
objetivos de dicha propuesta trataban de precisar los desafíos morales que
presentaba la compleja sociedad actual, principalmente la latinoamericana y
costarricense, al discernir la problemática moral que plantea el quehacer
universitario privado y estatal. Con este fin se esperaba reflexionar sobre la
responsabilidad moral de la práctica científica, evaluar el compromiso de la
universidad con las tareas nacionales de mejoramiento humano y ambiental, planteando
nuevas alternativas para promover y fortalecer el compromiso moral de los universitarios
con la sociedad al contribuir a la visualización de un futuro deseable para la
humanidad.
Los principales ejes
temáticos del Seminario eran el compromiso universitario (en todos los ámbitos
y sectores) desde una ética y práctica científica y tecnológica que propiciaran
estrategias de desenvolvimiento cultural y de conducción económico-social con
el fin de facilitar los derechos humanos y la mejor convivencia política.
Desde una entrevista
realizada conmigo el 16 de enero de 1993 en la que recordaba algunos de mis
escritos, como Prolegómenos para una
Ética profesional y Reflexiones
Éticas, el Dr. Adolfo Ruiz. puntualizó la conducta del profesional cómo la
misión social de las profesiones tiene la finalidad moral de buscar, en cualquier
actividad profesional y académica, el desarrollo integral de lo humano en la
convivencia y producción sociales.
Para percibir, sin
autocomplacencias ingenuas, la problemática interna de esta importante temática
se requería analizar y evaluar, con claridad y honestidad, asuntos de fondo
sobre la naturaleza del quehacer universitario: ¿Qué tipo de Universidad estamos
haciendo? ¿Cuáles son sus aportes y metas alcanzables? ¿Cuáles, sus verdaderos
problemas? ¿Cuáles, las dificultades realmente superables? ¿Qué medidas hemos
tomado para corregir errores? ¿Qué grado de responsabilidad nos corresponde en
sus aciertos y desaciertos?, etc.
EL DESAFÍO UNIVERSITARIO
Con este fin, en el documento
de presentación de evento, decidí referirme a la temática del Desafío
universitario. Esto significaba señalar no solo las cualidades del quehacer
ritual del universitario, sino destacar su más profundo reto existencial: ese desafío
que nos compromete en las profundidades de nuestra condición humana, como
individuos y como comunidad.
Para evitar la mentira social,
la verdadera universidad no debe ser una torre de marfil, donde el
conocimiento, científico o filosófico, las artes y las técnicas en abstracto
valgan por sí mismos. Debe encarnar el reto intelectual de una búsqueda concreta
de soluciones integrales a los problemas implicados.
Como instancia privilegiada
de la educación superior, la universidad debería ser una instancia de
recogimiento, de pensamiento, de reflexión y de producción al servicio de la
vida realmente humana, que le diera una orientación integral en su ejercicio
académico. Es decir, debería ofrecer una interpretación de su pleno significado
en función de una adecuada respuesta a la problemática humana.
Pero la resolución integral
de esta problemática escapa al mundo cerrado de las disciplinas particulares y
se ubica cada vez más en la esencia misma de la universidad, como instrumento
cultural de una búsqueda seria y responsable de la universalidad del
conocimiento al servicio de la realización global ante la problemática humana,
más allá de nuestros pequeños trucos conceptuales y procesales.
La dimensión ética de una
universidad comprometida con el desarrollo de la sociedad del futuro tenía que
mirar hacia el porvenir para resolver los problemas creativamente, sin engendrar
círculos viciosos por la circunscripción abstracta de cada una de sus
disciplinas.
Por eso, el problema esencial
de la universidad no era sólo científico o tecnológico sino, también y con
frecuencia, propiamente filosófico con características particulares en lo ético
y en lo epistemológico.
La temática de la ética y del
desarrollo de la sociedad del futuro nos planteaba este desafío reflexivo. Sus
exigencias no eran así un cuento que se narra, ni un juego estúpido de
conceptos complicados. Eran más bien el fruto de una reflexión actualizada,
viviente, comprometida y por consiguiente riesgosa. De hecho, más allá de su
deformación ritual, la auténtica filosofía es una justificación racional
de los hechos y procedimientos en función de escalas de valores asumidos
personal y socialmente como fundamentales.
Como centro de la educación
superior, nos correspondía así pensar en la realización humana en su globalidad
tanto individual como social, tanto natural como psicológica, tanto material
como espiritual, ya que el desarrollo de la sociedad del futuro se fundamenta
en la plena actualización de las potencialidades de cada realidad específica.
Desde esta perspectiva, la
creación de la sociedad del futuro se encontraba con el papel fundamental de la
educación cuya meta es desarrollar las potencialidades propias de los seres
humanos, de su convivencia y de su producción, de acuerdo a valores centrales
que precisen la autenticidad y fidelidad de sus actuaciones propias.
La ética universitaria está así
ligada al mundo del trabajo que permite engendra un mundo humanizado, ya que
los logros en el futuro no son propiamente algo de lo que se habla, sino algo
que se construye con osadía, imaginación y responsabilidad.
Concluí el texto sobre El Desafío Humano con este planteamiento
crítico: ‘El mundo externo a la universidad insiste actualmente en la
eficiencia. Desgraciadamente, este concepto se suele sustentar en una visión
muy parcial y deformada del desarrollo humano. Pero, ¿qué respuestas podemos
ofrecer a esta propuesta que respeten lo positivo de la demanda de eficiencia y
corrija creativamente sus errores?’.
EL COMPROMISO UNIVERSITARIO
En el trabajo de inauguracion
del evento, intitulado El Compromiso universitario,
sostuve que ni las universidades, ni los universitarios pueden eludir el
compromiso ante la sociedad y ante los seres humanos que dependen, directa o
indirectamente, de su acción. Pero, en estas reflexiones, asumía la palabra ‘compromiso’
desde el término francés de ‘engagement’. Este refiere a una actitud individual
que liga, que enlaza, que amarra a una persona con un asunto. En este sentido,
no es un enlace externo que exige un cumplimiento, sino una posición personal
que exige internamente responder ante una realidad.
Como indicaba en la página 84
de Reflexiones Éticas, "estamos
comprometidos y por ello debemos necesariamente comprometernos. La exigencia
personal de responder de nuestros actos cubre necesariamente todos los aspectos
de nuestra vida social, desde nuestras amistades y amoríos hasta nuestra
participación en la vida económica y en la política nacional e internacional.
El compromiso es el polo social de la responsabilidad. Esto implica reconocer
nuestra necesaria solidaridad con los otros hombres".
Este espíritu marcó, a
principios de los años setentas, el Tercer
Congreso Universitario de la Universidad de Costa Rica (del que fui un fiel
asistente) y se consolidó con la mentalidad innovadora que inspiró la creación
de la Universidad Nacional. Basta con leer su Estatuto Orgánico para encontrar bellas expresiones al respecto.
Pero, más allá de la lírica de los enunciados, estos principios de un quehacer
universitario comprometido con el pueblo y con los ideales humanistas deben ser
una situación real en nuestra vida universitaria y,sobre todo, de un seminario
sobre ética, universidad y sociedad
del futuro.
En mi ponencia justificaba el
tema desde una ética de las profesiones al decir que “el término de compromiso
señala no solamente la problemática moral del quehacer particular del universitario,
sino también y sobre todo el papel ético que le corresponde, por su naturaleza
propia, a la universidad como institución.”
Por eso, para ir más allá de
los rituales de nuestros enfoques documentales, de nuestras precisiones
disciplinarias específicas y de los intereses creados de nuestra
circunscripción profesional, el auténtico compromiso universitario demanda
respuestas efectivas que se encarnen en nuestro quehacer diario, individual y
colectivo. Esta es su demanda ética fundamental.
Pero este reto ético es una
cuestión dinámica que no puede tener el peso muerto de unas soluciones
prefabricadas con los simples rituales mentales de la tradición académica. Esta
suele fabricar un cierto hábitat social que facilita fácilmente seguir haciendo
lo que venía haciendo, sin comprometerse con los cambios necesarios. Su trampa
moral es fatal: presenta lo que se hace como si fuera lo mejor.
Por tal motivo, sostenía que la
interrogante sobre la necesaria moral universitaria exigía la osadía de pensar
sin mezquindad, ni cobardía, más allá de los ritos, de las soluciones
circunstanciales y de las palabras autojustificativas de discutible valor del
ceremonial académico.
Pero los desafíos
intelectuales más sólidos del pensamiento universitario de los científicos, los
artistas y los tecnólogos son asuntos necesariamente filosóficos. No obstante,
la academia universitaria suele deteriorar fácilmente la dimensión estructural
de su naturaleza filosófica por la miopía de los estereotipos que afecta su propia visión de las cosas.
Por tal razón, para manejar
responsablemente el compromiso universitario, la ética debe ser, al mismo
tiempo, una necesidad y un desafío filosófico de su quehacer, individual y
colectivo, ya que siempre existen diversos estereotipos que absorbemos de
nuestro medio ambiente social.
Pero, para esto, no se debe
satisfacer la demanda originaria del pensamiento universitario con una simple
aplicación ritual de algunos mecanismos relativamente codificados que encierran
las meditaciones sobre el cumplimiento del deber dentro de los escuálidos muros
de ciertos laberintos sin proyecciones, que se presentan como normas válidas en
las tradiciones disciplinarias.
El compromiso ético del deber
universitario consiste, más bien, en vivir e interpretar su pleno significado
en función de su respuesta a la problemática humana implicada gracias a un
adecuado manejo de la ciencia y la tecnología, de la filosofía, de las artes y
las letras, que no camufle el compromiso de las vivencias concretas de la vida
universitaria bajo los ropajes de una pretendida “seriedad” que esconde la
falta de calidad detrás de un simple cúmulo de datos.
De esta manera, por ética universitario se entiende el
análisis e intento de resolución de los problemas estructurales y coyunturales
de la realidad moral, de sus justificaciones y condiciones de posibilidad, así
como de sus exigencias concretas en términos de la obtención del mayor bien
posible en la conducta de los seres humanos, en función de las determinaciones
precisas del momento histórico y de su ubicación social.
Como centro particular del
desarrollo intelectual, la universidad tiene que engendrar en sus entrañas un
desafiante compromiso ético. Este exige una reflexión seria y profunda
sobre las condiciones, las posibilidades, los fundamentos y los requerimientos
de la acción, personal y social, de sus miembros en lo individual y en lo
colectivo. Tiene así la obligación de reflexionar sobre las razones profundas
que justifican sus metas en función de la perfección o plena realización
humana, en lo individual y colectivo.
Esto implica la necesidad de
una conducta responsable. De hecho, el desafío de la auténtica vocación
universitaria conlleva la búsqueda de un conocimiento superior con una
responsabilidad social que comprometa personalmente a cada cual, aunque las
soluciones precisas dependan sobre todo de la interacción creativa, del diálogo
y del intercambio entre toda la comunidad universitaria.
La ética universitaria se
plantea así en el desarrollo integral de nuestra personalidad y la búsqueda del
desarrollo integral de la vida comunitaria. Ambos aspectos se interrelacionan y
se implican mutuamente. Esto exige una mentalidad abierta a la globalidad de la
problemática de la sociedad actual ante las exigencis humanas de su mejor futuro.
Por eso, hablar de ética y sociedad del futuro nos cuestiona ante el tribunal
de la responsabilidad.
La esencia misma de la
universidad es así el instrumento cultural de una búsqueda seria y responsable
de la universalidad del conocimiento al servicio de la realización humana. De
hecho, una universidad comprometida con el desarrollo de la sociedad del futuro
tiene que resolver creativamente los problemas más fundamentales.
La dimensión ética de los
esfuerzos permanentes por alcanzar altos niveles de producción científica y
tecnológica tiene siempre su fundamento racional o su justificación pragmática
en función de la mejor respuesta moral ante la sociedad del futuro.
Pero, ¿hemos logrado al menos
enfocar adecuadamente esta problemática? Con frecuencia los universitarios no
evaluamos nuestro compromiso con respecto a nuestra vida comunal. Restringimos
nuestro análisis social a hablar y analizar lo que los otros hacen. Por
comodidad o por intereses creados, se asume así una actitud de pasiva irresponsabilidad,
pensando que los asuntos sustanciales de la sociedad del futuro son
responsabilidad de otros.
La ética es entonces el
cuestionamiento sobre el fundamento de sus razones justificativas del
comportamiento universitario. Este debe pensar con seriedad el desafío de su
aporte a la sociedad del futuro. Pero, ni el bien, ni el desarrollo, ni el
porvenir son una realidad, sino unas posibilidades valoradas positivamente desde
un serio cuestionamiento ético. Por tal razón, los logros en el futuro no son propiamente
algo de lo que se habla ritualmente, sino algo que se debe construir con
osadía, con imaginación y con responsabilidad.
De esta manera, concluía este
trabajo sobre el Compromiso Universitario
al insistir sobre la necesidad de una universidad comprometida con el
desarrollo de la sociedad del futuro que resuelva creativamente los problemas
más fundamentales como una exigencia ética que nos cuestione ante el tribunal
de la responsabilidad.
EL DESARROLLO INTEGRAL
Los dos escritos presentados
hablaban, por una parte, de la demanda que pesaba sobre los universitarios: su desafío profundo. Por otra parte,
enfocaban la necesidad de una necesaria respuesta gracias a su compromiso inevitable. No obstante,
me faltó precisar el tercer elemento implicado: el desarrollo integral como el contenido de dicha demanda. En este
apartado voy a ofrecer unas pocas ideas al respecto.
Por cierta tendencia del
momento, la Comisión prefirió hablar de la ‘sociedad del Futuro’ en lugar de enfocar la meta ética
por alcanzar: su desarrollo (el cual
significa mejorar lo ya hecho). De hecho, una ‘sociedad por hacer’ podría ser un enunciado neutro ya que
teóricamente podría ser algo mejor o algo
peor que lo existente.
No
obstante, en el enunciado del seminario se pensaba que la citada sociedad
implicaba la necesidad de una respuesta positiva gracias a una interpretación asumida
grupalmente como una demanda ética. El elemento central de dicha propuesta era así
lo que yo enunciaba con una palabra filosófica quizás más comprometida: la
exigencia de un mejor Desarrollo humano.
En
el fondo, se estaba hablando de lo mismo. No obstante, en este comentario voy a
enfocar el tema del desarrollo desde una perspectiva quizá más integral. De
hecho, pocas veces se hace el trabajo ético de fundamentar y explicitar las
razones implícitas en una interpretación sobre la conducta humana. En este caso:
¿Qué es un adecuado desarrollo
integral? y ¿por qué debe ser la meta
real de la acción de una universidad como tal y de cada cual en la institución?
Por
eso, creo importante reflexionar al respecto. Pero el problema de fondo no está en unas simples palabras,
sino en unas adecuadas concepciones y actitudes que enfrenten los problemas
existentes en el enunciado de las
exigencias de un mejor desarrollo humano: ¿cómo hacer una mejor vida
humana desde una sociedad adecuada? y
¿cómo propiciar dicho desarrollo desde las vivencias universitarias?
Para comprender los problemas
prácticos del léxico usado, basta con una anécdota personal. En 1970 unos
sindicalistas centroamericanos me tildaron en Guatemala de ‘vil retrógrado’
porque en una conferencia sobre ética que impartí usé la palabra ‘progreso’, ya
que ésta era usada por las derechas de sus países para hacer cambios
superficiales que solo las favoreciera a ellas.
No entendieron entonces que
yo planteaba, desde la mentalidad académica, que la necesaria ‘revolución’ que
ellos sostenían no debía ser vista desde el cumplimiento de un simple ritual
marxista de moda que ellos asumían de la calle, sino como el desafío de mejorar
real y profundamente la sociedad existente desde un enfoque ético. No captaron ni
el trasfondo conceptual, ni el contenido expreso del término usado en dicho
caso. A saber, el ‘desarrollo’ como un avance que procura un perfeccionamiento,
o al menos, un mejoramiento de las personas, de las comunidades, de las
sociedades. Pero el error fue mío: en un evento político yo estaba usando
términos académicos.
En todo caso, para entender
el sentido real del mentado ‘desarrollo humano’ hay que aclarar muchas cosas.
El primer asunto es que toda persona y, por consiguiente todo asunto humano,
tiene siempre varias dimensiones interrelacionadas:
-Implica un ser material que se desarrolla como una
acción en un aquí y un ahora. Pero no hay acción sin cambios. Y estos pueden
ser positivos o negativos.
- Refleja un ser viviente que establece siempre un
juego dialéctico entre vida y muerte. Esto lo obliga a velar por diversas necesidades
de funcionalidad y subsistencia. Pero unas tareas o unas finalidades determinadas
no aseguran per se el éxito necesario. Hay que evaluar así sus diversos
alcances.
- Denota además la existencia
de un ser psíquico que necesita
comunicarse con su entorno, humano y natural. Pero esta unión tiene diversas
dimensiones ligadas con la manera de ser propia. Estas van de la acción física
a la acción espiritual pasando por las exigencia de la convicencia personal, vital
y social. Es decir, la comunicación psíquica entre los humanos es el complejo resultado
de un proceso continuo, variado e incierto, con muy diversas expresiones y consecuencias.
Por eso, las condiciones del respectivo proceso pueden tener diferentes tipos
de efectos: positivos y negativos.
- Implica finalmente la
presencia de un ser espiritual que busca
superar el simple estar de cada momento. Es decir, se expresa como un ser que
vive el tiempo desde un enlace entre la memoria, los aportes o problemas del
pasado y la apertura hacia un futuro desconocido e incierto, que es vivido y valorado
desde esperanzas y creencias. El ser espiritual maneja así las diversas posibilidades
desde ciertas aspiraciones, ciertas escalas de valores y el deseo sentido de la
interrelación con un posible más allá. Pero esto es siempre un riesgo
existencial que permite ir creando la propia identidad y destino. La dimensión
espiritual determina así en lo individual las características de la propia
personalidad y en lo social la cultura, las creencias y las actitudes que
moldean la respectiva vida comunitaria.
En estas condiciones, cada
ente humano es un individuo en acción que aprende a buscar su propia humanidad,
en forma dramática, desde la convivencia
con lo otro ante las diversas modalidades del entorno físico y vital y con los
otros en diversas relaciones y comunidades. Sin embargo, la visión del mundo
implicada y los resultados del respectivo proceso no son algo necesariamente
coherente. Poseen siempre un valor discutible con sus pro y sus contra.
De esta manera, la exigencia
central de cada persona y de cada comunidad es inventarse a sí misma desde las condiciones que maneja. Cada cual
puede crear así su propio modo de ser particular. Pero esta creatividad no es
un hecho simple, es un proceso continuo y complejo con variaciones históricas y
problemas personales con diversos alcances.
En todo caso, uno de los asuntos
más dramáticos es saber con qué se cuenta
en cada situación: en lo externo y en lo interno. Y el asunto derivado es cómo
usar los recursos disponibles. Para ello, cada cual debe aprender a analizar e
interpretar con cuidado los alcances y limitaciones de su vida, de su
comunidad, de su sociedad y de todos los elementos implicados. En esta tarea los
análisis de las universidades han jugado un rol esencial.
Para tener una buena
interpretación de este problema es menester recurrir a un viejo pensamiento de
Aristóteles: la teoría del acto y la
potencia. Según este enfoque, el modo de ser de cada individuo tiene, en
todo momento, algo específico que determina las posibilidades innatas de su
propio modo de ser.
De esta manera, las llamadas potencias son unas posibilidades
estructuralmente fundadas en el ser mismo de las cosas, que pueden y esperan
llegar a ser en actos concretos de cada cual. De manera precisa, si estas potencias
expanden sus posibilidades en cada nueva situación o acción, se dice que se desarrollan y si se contraen, se
dañan o se menoscaban se dice que se
deterioran o se frustran.
En estas condiciones, el desarrollo no es proceso rígido: es solo una
posible expansión o crecimiento de las potencialidades de cada cual, de cada
asunto. Pero el alcance de este proceso tampoco es algo fijo: puede aumentarse
o deteriorarse en cada instante.
Por tal motivo, la situación
de cada persona es el efecto concreto de sus propias y variables decisiones
ante las potencialidades existentes en las diversas circunstancias pasadas,
presentes y futuras de su acción. Las consecuencias morales de esta evolución
están en lo individual en saber hasta dónde los resultados obtenidos son efecto
directo de las propias decisiones: no
es lo mismo morir de cáncer que fallecer por una imprudencia individual.
Además, cada potencialidad
implica la posibilidad de una acción que puede tener un desenlace o una
evolución más o menos fatal o más o menos esporádica; es decir, algo con
resultados más o menos forzosos o aleatorios. Por ejemplo, ‘la muerte’ es un
efecto fatal en todo ser viviente, pero ‘morir joven’ es algo mucho más
aleatorio. Por eso, ‘arriesgar la vida’ es un problema moral: ¿qué motivos
justifican asumir dicho riesgo?
De esta manera, un infante es
básicamente un ser en potencia mientras un anciano es más bien el resultado del
manejo en el pasado de algunas de sus potencialidades. En síntesis, el primero
es sobre todo una expectativa, una promesa (es algo que espera ser), mientras
el segundo es un resultado, una historia (es algo que refleja lo que ha
sido con sus ventajas y desventajas). Por eso, los grandes méritos de los infantes
están en sus posibilidades mientras los de los ancianos están sobre todo en el
efecto de sus acciones pasadas.
El drama humano es así el
problema de un complejo equilibrio entre expectativas
y resultados. Esto afecta a cada individuo, a cada expresión, a cada
organización, a cada comunidad, etc. De hecho, cada cual crea los resultados de
sus propias decisiones mientras padece también los efectos de las acciones
ajenas que lo afectan.
En este sentido, el problema
real de cada cual es el asunto ligado a un adecuado equilibrio, entre lo posible y lo imposible, entre lo propio y lo
ajeno. Pero cada acción humana se desenvuelve en diversos niveles con
características particulares. Esta situación establece los distintos ambientes
y modalidades de toda acción humana.
- Existe un nivel individual. Este comprende la calidad
de la vida específica de cada ente humano, cuyo mundo personal tiene que ver
sobre todo con los efectos de las acciones directas de cada individuo sobre sí
mismo: cada cual se hace a sí mismo por lo que hace. Desde este punto de vista
se establecen las exigencias de una ética personal sobre la orientación, las posibilidades
y las consecuencia de cada acción en particular. Esta situación compleja define
las dimensiones y los problemas del desarrollo de cada existencia personal. Pero
las acciones individuales sobre los otros o sobre lo otro moldean de alguna
manera el valor o las deficiencias de la propia personalidad.
- Existe además un nivel interpersonal. Lo propio de sus
relaciones es que la comunicación implicada es siempre una relación directa
entre diversas personas, en la que las acciones encarnan intenciones, mensajes, expresiones
y sentimientos compartidos. Su condición tipica está en la vida familar, en
las relaciones de amigos, en ciertas relaciones laborales o en la interrelación
más o menos permanente, más o menos circunstancial, entre las personas. El elemento
fundamental de este nivel está en la posibilidad central del enlace existencial. Pero esto no debe
ser interpretado como un simple manejo del diálogo
como un lenguaje verbal. De hecho, los humanos se comunican con todo el
cuerpo: una caricia, un gesto, una expresión, una ubicación, etc. son tan
importantes como un juicio o una palabra. En todo caso, los efectos positivos o
negativos de esta modalidad son directos para cada una de las personas
involucradas. No obstante, sus alcances son variados. Se podría dar también el
caso de que algunas personas ajenas a un proceso interpersonal padezcan de
alguna manera ciertas consecuencias indirectas de dichos actos. Es además
interesante constatar cómo el desarrollo de los medios técnicos ha cambiado
históricamente el mundo de las comunicaciones interpersonales. Las cartas, los telégrafos, los teléfonos, las
computadoras, los celulares, etc. son medios que han mejorado la cantidad y
prontitud de las mismas, pero no necesariamente su calidad. Esta compleja situación
define las dimensiones y los problemas del desarrollo de cada relación interpersonal.
- Existe además un nivel grupal. En este caso, hay una
organización con metas más o menos claras y una integración humana más o menos
estructurada en la que pueden predominar algunas relaciones interpersonales,
más o menos directas o indirectas. No obstante, según sean las dimensiones del
grupo, gracias a los medios de comunicación implicados, se establecen sobre
todo unas relaciones con un aspecto más comunitario o societario que determina la
identidad particular de cada grupo. Pero, por la respectiva pertenencia, existe
también un serio compromiso individual
con las modalidades y metas de los grupos a los que se pertenece, ya que cada cual
es responsable en mayor o menor grado por lo que se haga. Esta situación compleja
refleja así los problemas morales de la afiliación, de la adhesión, de la
adherencia, de la incorporación, de la inscripción, etc. ya que estas
modalidades definen a su vez las dimensiones y los problemas éticos de cada
cual ante la conducta grupal ya que esta moldea el adecuado desarrollo de las
personas afectadas. Por eso, aunque los
efectos positivos o negativos son más directos para el grupo y algo indirectos
para sus miembros, ciertos actos grupales pueden tener también efectos o
consecuencias para algunos de los entes humanos implicados o relacionados.
- Existe además un nivel comunitario constituido por la
presencia de una población mucho mayor que la población de un simple grupo. Por
eso, la comunicación interpersonal entre sus miembros suele ser algo bastante
parcial y circunstancial. No obstante, dentro de cada comunidad hay una vida psíquica
y espiritual compartida por una diversidad de personas y grupos con una
mentalidad parecida aunque cada uno tenga unas tareas y unos propósitos relativamente
diferentes en lo social. Por tal motivo, el nivel comunitario establece un modo
propio de compartir la vida por la aceptación y respeto de ciertos valores, de
ciertas ideas, de ciertos temas, de ciertas actitudes en común a pesar de las
divergencias particulares entre sus miembros. De este modo, el punto de vista comunitario
se expresa como una cultura, con su
propia identidad; es decir, como un modo de ver la vida más o menos compartido
por sus miembros. La vida particular de cada comunidad sirve entonces de
fundamento a las diversas orientaciones morales, a los diversos sentimientos
comunales, a ciertos signos y símbolos usados y compartidos, que se espera que
reinen entre las personas, entre los grupos y organizaciones implicadas. Estos
elementos alimentan los enlaces más globales que moldean lo propio de la
respectiva vida comunal. Por eso, a diferencia de la situación más grupal, los
enlaces comunitarios tienen siempre profundos efectos positivos o negativos,
directos o indirectos, sobre las personas y grupos involucrados en las acciones
y situaciones de cada comunidad aunque, su unión carezca parcialmente de unas
metas organizativas rígidas y específicas. Esta compleja situación define las
dimensiones y los problemas de todo desarrollo comunal.
- Existe además un nivel societario. Este denota un grupo
mucho más grande y complejo fundado en una meta común y organizado de diversas
maneras para lograr sus objetivos. Cada una de las tareas generales de la
humanidad propicia el tipo de sociedad correspondiente. De este modo, se van organizando
sociedades políticas como los Estados, sociedades económicas como las empresas
o los comercios, sociedades educativas como las universidades, sociedades
comunicativas como los periódicos, etc. De esta manera, cada nivel social tiene
una maquinaria operativa con mecanismos y procedimientos técnicos y políticos
más o menos establecidos. No obstante, dentro del nivel societario hay
individuos, grupos, comunidades y a veces otras sociedades más pequeñas, que
mantienen su propia identidad. Por tal motivo, las exigencias morales de una
sociedad no están solo en lograr sus objetivos específicos, sino en velar por
las consecuencias que sus accciones tienen en los otros niveles implicados: las
personas, los grupos, las comunidades, etc. Esta situación define las
dimensiones y los problemas del complejo desarrollo societario.
- Existe finalmente un nivel ambiental. Este refiere a las
dimensiones materiales y vitales que interactúan con las acciones humanas. En
este ámbito, las decisiones humanas tiene una responsabilidad en las
consecuencias que provoquen sus acciones en los ámbitos implicados. Pero lo
malo o lo bueno no está solo en el respeto a los fenómenos naturales; está en lo
que hagamos con ellos ya que esto afecta además las relaciones y las
condiciones de la vida humana. Por ejemplo, la urbanística y los sistemas
productivos han afectado la orografía, la atmósfera, el ambiente vital, la
ecología, etc. Por eso, las relaciones con el ambiente tienen profundas
consecuencias éticas que definen las dimensiones y los problemas de todo
desarrollo ambiental.
De esta manera, el desarrollo
particular de cada potencialidad tiene siempre dos ámbitos interrrelacionados
en cada momento: por un lado, están las posibilidades
y potencialidades de cada individuo, de cada comunidad, de cada asunto y,
por el otro, las condiciones y las oportunidades que les brinda su
respectivo entorno humano, vital y material.
En esta situación, el
desarrollo humano tiene siempre dos caras contrapuestas en cada realidad y, por
consiguiente, en cada universidad. Por un lado está el desarrollo de cada persona (en
este caso, de cada universitario) como el crecimiento particular de las potencialidades
propias e internas de cada cual. En este desarrollo, se presentan además
diversas situaciones según sean las tareas concretas de cada universitario:
estudiante, docente, investigador, directivo, etc. Cada una de estas modalidades
implica siempre algunas variaciones en su propia ética porque el puesto que se
desempeñe puede aumentar o disminuir ciertas oportunidades.
Por otro lado, están el manejo
y el alcance del desarrollo de la realidad
universitaria como una comunidad e instancia integral. Esta tiene su propia ética particular con ciertas variaciones
internas según sea el tipo de organización implicada. De hecho, aunque incida y
dependa de la conducta propia de cada universitario, la realidad universitaria
comprende siempre unas posibilidades particulares que suscitan ciertas
relaciones y organizaciones que funcionan como un entorno en cierta medida externo y diferente al mundo propio de
cada cual. A saber, se establece como un factor o un asunto preciso con
elementos diferentes de la conducta de cada persona u organismo implicado. Por
tal motivo, cada sociedad, cada comunidad y cada organismo de la realidad
universitaria tienen sus propias características particulares que conllevan
ciertos requerimientos éticos en cada una de sus expresiones sociales,
organizativas o comunitarias.
El adecuado crecimiento de
las potencialidades internas de cada cual es un asunto que se manifiesta básicamente
como el fundamento del proceso educativo que
funciona como el eje central del quehacer universitario. Educar significa,
etimológicamente, conducir a partir de algo (e, desde; ducere, conducir).
Es decir, es el proceso del posible desarrollo o deterioro de las
potencialidades de cada persona, gracias a un juego de acciones que se supone
que deben implicar su crecimiento. En estas condiciones, el quehacer
universitario es la etapa final del un proceso más complejo e integral que debe
ser evaluado y mejorado.
Por tal razón, la educación
siempre tiene formalmente un término a
quo más o menos preciso (un punto de partida constituido por las
potencialidades de cada educando). Este es un asunto que exige un profundo
respeto: las posibilidades son siempre un asunto personal de cada educando. Como
señalaba Pablo Freire, este no es un simple depósito en el que el educador
coloca su saber: es un ente que debe asumir el conocimiento como parte de su propia
vida.
Por otra parte, también posee
un término ad quem (un punto de llegada determinado por las metas profundas que
se deben alcanzar gracias a cada proceso educativo). A este respecto, el educador
debe ser un facilitador y un motivador que suscita de forma
respetuosa el interés en los mejores conocimientos y valores en el respectivo
educando. En esto se funda el sustento básico del papel primordial de la adecuada
tarea educativa de las universidades.
Como se señaló, todo proceso educativo
tiene dos dimensiones interrrelacionadas. Por un lado, está el papel particular
de cada educador o educando como un asunto de su moral y personalidad individual.
Por el otro, están las tareas propias de las instancias educativas como un importante
asunto que inside en las características del modo de vida y de conducta de las
respectivas personas, grupos, comunidades y sociedades implicadas en cada
convivencia humana, incluída la vida académica.
La meta básica del proceso
universitario está así en capacitar al educador y al educando para lograr su
humanización gracias a su participación
responsable en el quehacer educativo. Su realidad implica la conviviencia
con un esfuerzo formativo que tiene su ambiente físico, su entorno vital, su ámbito
social y su dimensión cultural, con una complicada organización y acción
operativa, substancialmente compleja, cuya meta es un elemento central del término ad quem que inside y afecta las condiciones de cada miembro y de cada
uno de los educandos de la comunidad universitaria. Por eso, en esta fase, el
papel de cada cual es fundamental.
De esta manera, en el proceso
educativo siempre está presente, por un lado, una idea o una imagen del ser humano que se debe
formar: lo que se espera alcanzar. Y por el otro: la necesaria presencia del
manejo de los mecanismos y de los entornos que pueden facilitar o
dificultar su respectiva realización humana. Su desarrollo profundo se debate desde
el conocimiento de lo propio en un enlace respetuoso con el pensamiento ajeno y
se concreta en el dominio operativo, en el uso adecuado y en la orientación
pertinente de los recursos.
Toda educación refleja así una
filosofía de la vida y actúa en
función de ella. Por eso, todas las universidades tienen implicaciones filosóficas,
psicológicas, culturales, sociales, políticas y tecnológicas. De esta manera, las
labores de una seria reflexión sobre el progreso necesario de las universidades
deben, en las circunstancias actuales, tomar el pulso a la realidad implicada,
pesando sus posibles logros y sus eventuales fallas. Deben enfrentar los hechos
con los ideales asumidos.
Pero la mentalidad
correspondiente ha sido en muchos aspectos bastante miope. No suele sopesar todos los efectos reales desde las cuatro
dimensiones humanas antes señaladas. Se suele pensar básicamente desde una
lógica operativa limitada a unas técnicas materiales que solo abordar
parcialmente algunos pocos dramas materiales o vitales, pero se descuida muchas
de las exigencias más profundas, como las psíquicas, las sociales, las comunitarias
y espirituales de una realidad más integral.
Para muchos la filosofía es
una “hablada de paja” que no precisa medidas concretas. Pero lo ‘concreto’ no
es lo que vemos u oímos; es todo lo que inteviene en la realidad aunque no lo veamos. Sin embargo, la gente no
se da cuenta que las soluciones propuestas por los individuos supuestamente más
capaces son más los problemas que generan que las soluciones que engendran en
la existencia humana: basta con ver cómo las ciencias y las tecnologías
modernas favorecieron muchos de los dramas del cambio climático y de la vida
caótica e insalubre que vivimos (el aire contaminado, las aguas sucias, etc.).
De hecho, para pensar en eso, se tendría que filosofar (no hablar de una
supuesta ‘filosofía’ formal y repetitiva).
Por tal motivo, la formación
ofrecida por las universidades es en parte complice de ciertos desbarajustes ya
que la plena emancipación del ente humano propiciada por su acción solo es un
ideal parcialmente realizado. En el mejor de los casos, muchas de las búsquedas
académicas sobre los supuestos problemas del mundo actual no suelen sobrepasar
la simple condena ofrecida en unos enunciados
formales. Pero como se dice: “obras son amores y no vanas palabras”. En el
mejor de los casos, las universidades predican lo que habría que hacer pero no
preparan las condiciones adecuadas para hacerlo ya que la formación impartida
no logra enfocar de manera concreta y precisa las soluciones concretas gracias
a unos mecanismos necesariamente orientados a solventar las deficiencias operativas
y los desbarajustes técnicos enunciados.
Ciertamente, en el manejo
técnico de lo material, ha habido un progreso inmenso propiciado por las
universidades. Pero la respectiva convivencia social es deformada en términos
concretos por los esquemas y tecnologías de un sistema establecido que no
propicia el respeto a las necesidades humanas de la mayoría. Se resuelven
problemas operativos con mecanismos fundados en intereses creados, pero no en
la defensa de la dignidad y del verdadero desarrollo humano.
En todo cado, gracias en
parte al trabajo de las universidades, los últimos tiempos han suscitado un deseo de superación. En la conciencia de
casi todos los universitarios existe así cada vez más un imperativo de
crecimiento y de liberación de lo humano. Su necesidad ya no es solo el grito
de algunos pensadores aislados, sino un profundo clamor popular. Pero, cuando
nace un deseo, sobre todo si es legítimo, y este no es satisfecho, corremos el
riesgo de una frustración, cuyas
consecuencias pueden ser terribles.
Por tal motivo, la situación
actual es una situación de urgencia.
Las fuerzas espirituales de la humanidad están cada vez más despiertas y hay
que darles plenitud. Pero, en su intención de encontrarse consigo mismos, algunos
humanos reniegan de unos supuestos mitos sociales y religiosos, como el
adolescente reniega de sus padres con el fin de afirmar mejor su personalidad.
Sin embargo, el drama de la situación actual está sobre todo en el vacío de unas
demandas espirituales y psicológicas que no han logrado penetrar en la vida social
y comunitaria.
Lo sensato no es entonces
desechar los fundamentos espirituales de las mejores tradiciones culturales,
sino sustituir cuidadosamente muchas de las interpretaciones que se han creado
para sostener unas situaciones injustas. Para esto, la vida universitaria es siempre
una escogencia entre alternativas que insiden en la vida de los otros. No es
una cosa ya hecha, sino algo que se hace por su propia acción. Pero, para
hacerse, necesita usar los valores. Estos le permiten apreciar sus
posibilidades y tomar sus decisiones en función de sus valoraciones.
Las exigencias de la ética de
la universidad definen el horizonte dentro del cual se delimitan las
obligaciones concretas de cada universitario. Para hallarse plenamente, los
entes humanos deben reconocer la comunidad fraterna que los une en la
consecución de la meta común del proceso de humanización, a través del respeto
mutuo y de una expansión de las libertades individuales en el quehacer
colectivo asumido con un profundo espíritu
de solidaridad. Solamente en el reconocimiento de la hermandad puede
fundarse una sociedad y una educación plenamente humanas.
El problema del bien común no
es un problema de moral individual, sino un caso fundamental de la ética
social. Las maneras de alcanzar lo escogido es un problema pragmático de
técnicas y adecuaciones de acciones. Frecuentemente nos enfrentamos ante
diversas alternativas posibles que dependen de la acción probable de los otros
factores intervinientes. Ante estas alternativas, debemos con frecuencia
escoger a priori una como la más probable a fin de establecer una línea de
acción coherente y unitaria. Tal actitud implica necesariamente un riesgo y
depende finalmente de una habilidad que sobrepasa los esquemas rígidos del
conocimiento teórico. Por esto, el necesario análisis estratégico, aunque se
apoya en los aportes de las ciencias, sobrepasa efectivamente los linderos del
quehacer científico.
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