martes, 30 de junio de 2020

DEMOCRACIA CRISTIANA Y REVOLUCIÓN POPULAR | PARTE 3 | EL SOCIALCRIST1ANISMO TRADICIONAL Y LA LUCHA DE CLASES



III. EL SOCIALCRIST1ANISMO TRADICIONAL Y LA LUCHA DE CLASES





En este capítulo vamos a estudiar la posición tradicional del socialcristianismo con respecto a la lucha de clases. Como la Democracia Cristiana es una de las manifestaciones del socialcristianismo, la incluiremos en términos generales dentro del análisis.

En el presente capitulo, trataremos de distinguir los diversos niveles o dimensiones de la política enunciados en el primer capítulo. Sin embargo, es necesario recordar que toda distinción de este estilo es una especie de corte anatómico que no capta todos los matices de la realidad. Más aún, estas distinciones pueden parecer a algunos como subterfugios de filósofo. Sin embargo, la división establecida anteriormente tiene una importancia básica para explicar la posibilidad de una redefinición ideológica sin pérdida de identidad propia.

Indudablemente, en la realidad las distinciones no son tan netas como lo presentan los análisis conceptuales, porque los aspectos analizados se recubren y se entremezclan parcialmente. Tomemos un ejemplo de esas distinciones que finalmente implican un recubrimiento parcial en la vida práctica. Veamos la diferencia entre el científico y el técnico. Por definición, el científico es aquel que se preocupa por conoce la realidad, sin una intención directa de transformarla, mientras que el técnico es aquel que se ocupa de transformar la realidad. Ahora bien, no hay técnica sin conocimiento y la técnica actual depende de las ciencias actuales, como tampoco hay ciencia sin la presencia de elementos técnicos. Sin embargo, esta distinción es de gran utilidad para comprender el comportamiento humano. El médico, por ejemplo, es fundamentalmente un técnico, pues su preocupación fundamental no es conocer la enfermedad, sino curar al enfermo.

Algo similar sucede con la diferencia entre doctrina e ideología; ambas se implican mutuamente. Por ello sería absurdo ponerse a hacer un trabajo de filigrana y separar, frase por frase, en cada dicho o escrito lo que es doctrinario de lo que es ideológico. Sin embargo, la distinción es útil, pues la ideología como toma de posición ante las alternativas históricas y la doctrina como interpretación global de la sociedad humana implican aspectos diferentes de la política.

Entre la doctrina y la ideología hay un lazo de unión básico. Como toda realidad humana, la doctrina es histórica en el sentido de que surge en un momento histórico determinado como respuesta a problemas específicos; pero su enfoque no es temporal, en el sentido de que no interpreta forzosamente una época determinada, sino que se puede extender en su interpretación más allá de las determinaciones históricas de la época que la vio nacer. La adaptación histórica de una doctrina la llamamos ideología. El presente análisis es pues más ideológico que doctrinario, pues lo que vamos a estudiar es la manera como el socialcristianismo entiende el mundo contemporáneo.

La visión del ente humano y de la sociedad que puede darnos el cristianismo se presenta para múltiples interpretaciones históricas. El cristianismo, como doctrina, nos da una concepción del ente humano, unos valores a alcanzar. Pero estos han de ser encarnados en un momento histórico. Esto supone una interpretación de la realidad, un análisis de la misma.

La ideología, como toma de posición global ante las posibilidades históricas, implica una captación de la realidad. Según las diversas captaciones, así se definen las diversas posiciones ideológicas. Es evidente que en estas captaciones juegan un papel importante entre otros factores las relaciones de producción. No creo que podamos hablar de una ideología socialcristiana única, sino de diversas posiciones ideológicas.

Sin embargo, como la interpretación tradicional, cuyas características vamos a analizar, ha sido la más influyente, muchos de los socialcristianos prefieren no llamarse tales porque le temen a la confusión que podría presentarse. Algunos se llaman cristianos socialistas o cristianos marxistas. Otros dicen que siguen la Teología de la Liberación.

La aceptación de la lucha de clases como uno de los factores que definen la realidad actual es uno de los factores fundamentales en la distinción que podemos establecer entre lo que podemos llamar el socialcristianismo tradicional y el socialcristianismo moderno y, en algunos casos, revolucionario.

1. El rechazo de la lucha de clases como un hecho


El pensamiento socialcristiano tradicional no acepta la lucha de ciases como un hecho incontestable de la realidad actual. Esto no significa que niegue la existencia de conflictos sociales. Lo que no reconoce es la dimensión social global del conflicto y por ello tiende a interpretar los conflictos particulares como casos patológicos determinados por el egoísmo o la mala voluntad de los individuos.

Los factores que explican esta miopía del socialcristianismo son muchos. Vamos a enunciar algunos de los que nos parecen más característicos. En primer lugar, tenemos a la base del socialcristianismo una visión estática de la sociedad. En segundo lugar, tenemos una visión moralista que tiende a eliminar el problema minimizándolo. Finalmente tenemos un oportunismo tradicional de los grupos religiosos que tienden a congraciarse con los poderosos para alcanzar favores.

1.1. Visión Estática de la Sociedad


El origen de la visión tergiversada de la lucha de clases entre los socialcristianos tiene lugar en una visión tradicional del cristianismo que desemboca en una interpretación estática, jerarquizada y fija de la realidad social.

Cristo decía que su reino no era de este mundo y afirmaba que había que dar al César lo que era del César. San Pablo pedía á los cristianos que aceptaran con resignación su situación de esclavos. La predicación cristiana era enfocada más hacia las responsabilidades individuales que hacia los necesarios cambios de la sociedad para hacer posible una vida cristiana. Esto llevó a la historia de los mártires, bellos ejemplos del heroísmo individual. Pero favoreció que se fortaleciera la tesis de los dos reinos, tan grata a San Agustín. Esta manera de interpretar el cristianismo desemboca en una resignación social que será criticada severamente, no sólo por Marx al hablar de la alienación religiosa, sino siglos antes por Maquiavelo.

Este escribía lo siguiente: “La religión pagana sólo deificaba a entes humanos llenos de gloria mundana, como los generales de los ejércitos y los jefes de las repúblicas, y la nuestra ha santificado más a los entes humanos humildes y contemplativo; que los de enérgica vitalidad. Además, coloca el supremo bien en la humildad, en la abnegación, en el desprendimiento, en el desprecio da las cosas humanas, mientras la pagana lo ponía en la grandeza del ánimo, en la robustez del cuerpo y en cuanto podía contribuir a hacer los entes humanos fortísimos. La fortaleza del alma que nuestra religión exige es para sufrir pacientemente los infortunios, no para acometer grandes acciones". [1]

Esta mística de la resignación, unida a una filosofía esencialista como la tomista, lleva a la Iglesia a una visión muy poco crítica de la realidad social. El cristianismo crea así una predisposición para ver la lucha de clases como un factor que se puede resolver apelando a la buena voluntad.

Para mirar la lucha de clases como un hecho social es necesario aceptar una sociología conflictual, es decir, hay que entender la sociedad como constituida por clases sociales en conflicto. Pero esto molesta a la visión tradicional del cristianismo. Si analizamos el rechazo que se suele encontrar en los grupos cristianos a la lucha de clases, podemos encontrar una interpretación ideológica basada en el supuesto de la armonía natural entre las clases. Se considera que las clases no tienen intereses divergentes y opuestos radicalmente, sino simplemente intereses contrapuestos que se pueden armonizar con un poco de habilidad. Se considera que no se llega a dicha armonía por el egoísmo humano y entonces el problema se convierte en un problema moral de la gente que no entiende la necesidad de su contribución a la armonía social y no en un problema real de lucha de clases.

En el socialcristianismo tradicional hay realmente la esperanza de resolver la situación del conflicto entre las clases por un acomodo y de ahí surge el espíritu reformista. Se cree que para llegar a una solución satisfactoria no es necesario llegar al enfrentamiento decidido. Además se suele concebir la división en clases no como un desorden, sino que se ubica éste únicamente en el desequilibrio entre las clases. Hay frecuentemente un fatalismo apoyado en aquellas palabras de Cristo que dice que los pobres siempre los tendremos entre nosotros. Las reformas se orientan en el sentido de que las clases altas no estén tan altas y las clases bajas no estén tan bajas. Más aún, para no ofender a los poderosos se suele decir que no hay que quitar nada a los ricos sino dar a los pobres.

Esta interpretación de la sociedad ha encontrado un punto de apoyo sociológico en el funcionalismo. La sociología funcionalista utiliza un esquema de sociedad estático. Cada elemento social juega una función dentro de la sociedad. Para algunos la lucha de clases no es más que un elemento disfuncional del sistema, una especie de enfermedad social. De esta manera se minimiza el conflicto y se usa la lucha de clases como un elemento ideológico de defensa del sistema acusando a los otros de instigar. No se ve la lucha de clases como el efecto del desorden del sistema, sino, por el contrario, se la interpreta como la causa de los desórdenes sociales. Por ello, la lucha de clases se convierte en un monstruo creado por los comunistas, que crean el odio entre las personas. Pero esto lleva a la solución absurda de pretender eliminar a quienes no hacen más que utilizar lo que ya existe. Se pretende encontrar medidas de buen entendimiento entre patronos y obreros, entre ricos y pobres. Es decir se cae en un reformismo inútil.

Al no haber un planteamiento ideológico en favor de las clases oprimidas, el socialcristianismo se ha convertido frecuentemente en el refugio de cierta gente de la clase alta que se acerca a él con una mentalidad de paternalismo social. Es decir, se recurre a un bien conocido truco: buscar la propia justificación sintiéndose bueno al hacer la caridad con pequeños sacrificios. Esta tentación no escapa a algunos miembros de la Democracia Cristiana.

A la mayoría de los cristianos se les plantea tarde o temprano un grave dilema que consiste en constatar una contradicción entre lo que lo que plantea la doctrina cuidadosamente ideologizada y lo que les plantea la realidad social. La doctrina tal como ha sido interpretada históricamente parece eludir y condenar la lucha de clases y la realidad social parece pedir la lucha de clases como una exigencia de la solidaridad cristiana con los oprimidos. Este dilema lleva finalmente a una de las dos soluciones posibles: o bien se asume decididamente el problema de la lucha de clases y se trata de repensar el cristianismo o bien se acepta la visión tradicional y se busca algún subterfugio para acallar la propia conciencia. En cualquiera de los dos casos se crea un conflicto de fidelidades, pues para muchos es imposible eludir el compromiso social y al mismo tiempo es difícil romper con una tradición religiosa inveterada. Mientras no se resuelva ese dilema de una teología que parece ignorar y condenar la lucha de clases y una realidad que parece exigir dicha lucha, no se podrá resolver adecuadamente el dilema.

El subterfugio que encontramos frecuentemente entre los cristianos consiste en deformar la realidad al ignorar las condiciones objetivas de la misma. A pesar de ser una evidencia de la realidad social, se niega la lucha de clases. Se supone que se puede ayudar a los oprimidos, sin ponerse en contra de los opresores. Se olvida aquello que dice el evangelio en el sentido de que es más fácil que un camello pase por el hueco de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos, en lo que esto refleja un problema objetivo de intereses de clases que impiden la armonía que se predica.

1.2. Un moralismo pusilánime


A nivel doctrinario, el socialcristianismo se preocupa por la persona humana como ser libre, responsable y digno. Se define un tipo de relación entre las personas basado en el principio cristiano del amor. En esta concepción no cabe la lucha de clases. Los demócratas cristianos han creado sobre esta base el ideal de una sociedad comunitaria que será, se supone, una sociedad en la que las personas podrán encontrar las condiciones sociales para su plena realización. Toda la doctrina cristiana pide la superación de la lucha de clases. Hay que eliminarla porque no concuerda con el ideal de persona y de sociedad que propicia el ideal cristiano.

Para explicar la lucha de clases, el cristianismo ha solido recurrir al concepto de pecado. El ente humano fue hecho por Dios libre y responsable, pero como ser libre puede hacer el bien o el mal y frecuentemente hace el mal. Al actuar mal el ente humano crea la injusticia que provoca la lucha de clases. Pero esta interpretación desemboca en una visión individualista del conflicto social al cual se le buscan soluciones al nivel de la moral individual.

Más aún, como la doctrina pide un ideal de sociedad en que no existe la lucha de clases, los socialcristianos se hacen la creencia de que ésta no existe, porque no debería existir. Por ello, se minimiza el estudio de los conflictos sociales y se recurre a prédicas morales para sanear los conflictos que aparecen, a pesar de todos los esfuerzos hechos por disimularlos. Indudablemente, se comete el mismo error que hacen aquellos que creen en la sociedad de los santos y que suponen que no existen los pecadores, porque todos deberíamos ser santos. Al descuidar la distinción entre el ideal y la realidad, el socialcristianismo termina desconociendo las clases sociales como elemento importante de la realidad social.

El socialcristianismo recurre a una solución tergiversada al tomar una posición moralista que se limita a predicar el deber, ignorando que la cuestión no es un asunto de actitud moral, sino un problema estructural de intereses de clase. Tanto en la Doctrina Social de la Iglesia, como en las declaraciones de los Partidos Demócrata Cristianos y en las afirmaciones de sus dirigentes, encontramos el recurso a frases que constituyen un llamado al deber de los ricos de ayudar a los pobres.

En lo que el socialcristianismo se equivoca es en no tomar en cuenta las realidades sociales. Es absurdo socialmente esperar una solución basada en el heroísmo de una clase que renuncie a sus privilegios. Sociológicamente la norma del comportamiento de una clase se determina por los intereses objetivos de esa clase. Para romper con la pendiente natural de la clase de origen, sobre todo en la clase alta, es necesario un dominio moral de sí mismo, una maestría y una actitud que sólo un heroísmo poco corriente alcanza. Es un absurdo esperar del común de la gente una conducta heroica.

Cándidamente los socialcristianos piden a los países ricos que ayuden a los pobres. El planteamiento de R. Niebuhr, teólogo y profesor de moral de origen luterano es sumamente elocuente. Este escribía hacia los años treinta lo siguiente: “Aquellos maestros de moral que no ven la diferencia que existe entre el problema de la caridad dentro de los límites de un sistema social aceptado y el problema de la justicia entre grupos económicos, poseedores de poderes desiguales dentro de la sociedad industrial moderna, simplemente no han percibido las diferencias que son más evidentes entre la moral de los grupos y la de los individuos”. [2]

La visión moralista que prevalece en los medios religiosos no solamente interfiere con la concepción general de lo que es la lucha de clases, sino que determina la adopción o el rechazo de los medios de lucha política y económica. Pero Niebuhr señalaba: “Los hombres no dejarán de ser deshonestos simplemente porque se pongan en evidencia sus deshonestidades, o porque hayan descubierto que se engañan a sí mismos. Dondequiera que los hombres cuenten con un poder desigual dentro de la sociedad, lucharán por conservarlo. Echarán mano de cualquier medio que sea más conveniente para ese fin, y buscarán de justificarlo con los argumentos más plausibles que se les ocurra”. [3]


1.3. El oportunismo santificado


Para Niebuhr, “el idealista religioso, al enfrentarse con estos empecinados obstáculos a la realización de sus ideales, se siente tentado de dejar que el mundo de las relaciones políticas y económicas tome el curso que le impone su impulso natural, o de presumir que sus principios están influyendo en la vida política más profundamente que lo que en realidad influyen. Siente la tentación, en otras palabras, de rendirse al derrotismo o al sentimentalismo”. [4]

El derrotismo implica la definición de un ideal moral en términos tan desubicados históricamente que las relaciones políticas y económicas quedan fuera ele dicho ideal. Las instituciones vigentes son aceptadas aunque se advierta el conflicto existente entre éstas y los ideales religiosos. Se interpreta la ley del amor en términos más religiosos que sociales. “Hasta el día de hoy, Iglesias y comunidades religiosas se enorgullecen de su habilidad para trascender las desigualdades sociales y económicas dentro del ámbito de su organización: pero no quieren decir con eso que habrán de volverse violentamente contra las injusticias sociales en una sociedad mayor que saben que está en conflicto con su ideal religioso y moral”. [5]

El catolicismo y el protestantismo ortodoxo caen fácilmente en la actitud derrotista. Pero esta actitud derrotista termina finalmente en una conducta oportunista. “La esclavitud, la injusticia, la desigualdad en la riqueza, la guerra; todo esto fue aceptado como algo así ordenado por la “ley natural” que Dios había ideado para regir el estado pecaminoso del hombre”. [6]

Durante la Edad Media, la Iglesia se hacía cómplice de los reyes ambiciosos de oro y poder, y bautizaba las cruzadas. Durante la conquista de América Latina, los clérigos bendecían la explotación de los indios y la rapiña de los conquistadores. Buscaban prestigio y poder, acumulando oro y plata en los templos. La actitud de la jerarquía eclesiástica en América Latina ha sido en términos generales acomodaticia. Uno de los pensadores católicos belgas más conocidos, Jacques Leclercq, nos decía alrededor de 1960 con toda sencillez, una vez que le pedimos su opinión sobre el catolicismo y el marxismo en América Latina: “Miren, veamos las cosas con claridad; la Iglesia es lo más contradictorio que ustedes se pueden imaginar. Si revisamos la Doctrina Social de la Iglesia, encontramos más y más severas condenatorias contra el marxismo que contra el capitalismo, pues ambos son igualmente ateos y el segundo es más anticristiano en sus valores humanos. Pero como los capitalistas le regalan templos y los comunistas se los cierran, la Iglesia anda de la mano con el sistema capitalista. El día que los marxistas le regalen también templos, se vuelve comunista”. Este juicio se me quedó muy grabado, porque no esperaba esa opinión de un sacerdote viejo que en el fondo acusábamos de estar muy influenciado por el pensamiento liberal, aunque tratara de reaccionar contra el mismo. Pero Leclercq era un hombre profundamente humano que trataba de ver las cosas con un sentido de lo que era ser verdaderamente cristiano, más allá de las deformaciones históricas del cristianismo.

Por su actitud complaciente, la Iglesia se ha convertido en la gran cortesana del sistema capitalista. Sabe hacer críticas inofensivas y callar cuando le reprochan que se le ha ido la mano; recibe favores constantemente y paga con su complicidad. Cuando sus fieles dicen cosas sin miedo, la jerarquía los acusa de traición. Sin embargo, esto no quita que existan cristianos valientes y honestos. Pero son los pocos.

Tomemos a título de ejemplo el caso costarricense. La Iglesia Católica en Costa Rica tiene exoneración de impuestos en muchas cosas. Más aún, hay templos y actividades religiosas que se financian con partidas específicas de la Asamblea Legislativa. ¿Qué libertad de criticar al gobierno le queda a una Iglesia así amarrada? Además, en los pueblos los gamonales son los “benefactores" de la Iglesia; frecuentemente sus nombres aparecen en lápidas de mármol en las paredes de los templos. Es más fácil que el rico prostituya a la Iglesia, de que ésta lo cristianice a él. Las prédicas de los domingos no hablan de los pecados de injusticia social, sino de los pecados sin trascendencia social y política, los pecados de la carne. Cada vez que un sacerdote logra organizar a la comunidad en términos efectivos que puedan llevar a una verdadera transformación de las actitudes jerarquizadas existentes, el arzobispo quita al sacerdote y lo manda a otro lugar, donde sea inofensivo. Cuando la comunidad le reclamó al arzobispo tal medida, éste responde diciendo que unos cuantos comunistas andan movilizando con malas armas las masas contra la autoridad monárquica instituida por Dios. La Iglesia se convierte así en el sostén ideológico del sistema.

Es difícil que una doctrina social nacida en este ambiente religioso pervertido tenga una actitud y una visión neta. La actitud revolucionaria en los medios cristianos, ha ido naciendo, poco a poco, ganando sus posiciones, paso a paso, sobre el trasfondo de una tradición conservadora. Que la Iglesia llegara a plantearse problemas sociales fue una batalla que llevó largo tiempo. El que hayan surgido en América Latina grupos religiosos que se comprometan con el pueblo en sus reivindicaciones sociales ha sido también una larga batalla. Por esto la revolución socialcristiana tiene que empezar por luchar contra un socialcristianismo tradicional que no pasa de ser una débil y timorata búsqueda de reformas del sistema capitalista.

2. El rechazo de la lucha de clases como método de acción


La visión tradicional del socialcristianismo está, pues, profundamente influenciada por una iglesia que no ha querido afrontar la toma de posición ante los regímenes políticos, sino en función de una búsqueda de pequeños intereses de la jerarquía y de su misión de predicación y funcionamiento litúrgico. Los intereses creados de la Iglesia, se han unido a los intereses de una burguesía que se autojustifica a sí misma mediante el recurso a los valores religiosos, para mantener el sistema cuidando con “caridad cristiana” que los explotados no sean explotados tan abiertamente.

Esta “caridad cristiana” lleva a un moralismo pusilánime y a una miopía efectiva. Además de la miopía intelectual que conduce a los cristianos a ignorar los hechos reales de la lucha de clases, existe una miopía efectiva que despierta en los cristianos un sentimiento de horror ante las condiciones reales de la lucha de clases. Esta es percibida como algo monstruoso.

En los ambientes cristianos ha habido frecuentemente un sentimiento de rechazo y de desagrado ante cualquier planteamiento o acción que evidencia los conflictos sociales. Generalmente, suele causar más horror en una comunidad cristiana el que alguien hable de la necesidad de luchar contra los intereses de los ricos o del imperialismo que las faltas de un sacerdote que no cumple con sus votos de castidad o de pobreza. El monje con enredos de faldas es mirado con conmiseración y perdonado en el fondo, porque la carne es débil; pero el que osa hablar de lucha de clases es considerado como un hereje y frecuentemente echado del templo, acusado de ser un marxista ateo. Nunca se percibe que la lucha de clases puede surgir en él como una exigencia de fidelidad a su cristianismo. Los cristianos olvidan fácilmente que Cristo sólo echó del templo a los mercaderes y que para ello usó la violencia. Pero cuando algún cristiano usa el mismo látigo para golpear a los mercaderes actuales que pervierten la comunidad cristiana, ponen una cara de indignación, hipócrita o ingenua.

Esta miopía afectiva, hace que nos escandalicemos de que se hable de los problemas cuya realidad ya no nos escandaliza. Ante los problemas sociales solemos ponernos en una actitud pesimista y aceptar con resignación los pecados sociales atribuyéndole a la Providencia su fatal presencia. Por ello, la lucha de clases es percibida como un desorden y no como la consecuencia del sistema social imperante. Tomar posición en favor de los explotados es visto como una complicidad con el desorden social. El sentimiento religioso es manipulado así cuidadosamente por una Iglesia que se beneficia de su concubinato escandaloso con una burguesía explotadora.

Una razón corriente en los medios cristianos para rechazar la lucha de clases es la suposición de que ésta propicia y engendra el odio. Se afirma que el cristianismo predica el amor y la lucha de clases el odio; como ambos son incompatibles, se divide el mundo en términos de un maniqueísmo elemental: Los que luchan son los malos, los que no hacen nada (nada, fuera de ser cómplices de la explotación de muchos entes humanos por unos pocos) son los buenos. El cristianismo tradicional no logra captar que tal vez la verdad sea la inversa situación: el odio es la consecuencia de la situación establecida y el amor nos pide cambiarla para eliminar el odio. Emmanuel Mounier solía usar, para referirse al mundo burgués, la expresión de el desorden establecido, con el fin de poner de relieve que este falso orden no es más que un desorden fruto del egoísmo y del odio.

Por otro lado, hay en esta interpretación del rechazo de la lucha de clases, una identificación entre ésta y la violencia. Se afirma de nuevo que el cristianismo no es violento y que por consiguiente, no puede aceptar la lucha de clases. No se percibe que la lucha de clases no engendra la violencia sino que la padece como una imposición del sistema. La violencia revolucionaria es una contraviolencia, cuya intensidad está determinada por la violencia institucionalizada del sistema. Si se acepta esta visión de la contraviolencia, se puede encontrar en la moral cristiana toda una serie de justificaciones para la lucha de clases, pues el cristianismo defiende la autodefensa, la que en el fondo no es más que una contraviolencia.

Cada vez que se habla de lucha de clases, los cristianos suelen pensar en el marxismo. De esta manera se procede a una tergiversación conceptual, pues se interpreta en términos de ateísmo, contrapuesto al espiritualismo cristiano, lo que no es más que un análisis sociológico. Pero la ciencia no tiene realmente apellidos absolutos, ni mucho menos adscripciones forzosas por apellidos. La ciencia usa procedimientos particulares y obtiene resultados. La elección de los procedimientos científicos responde ciertamente a posiciones ideológicas, pero los resultados no se validan por estas opciones sino por la corrección formal de los procedimientos. La utilización de la ciencia sí es un problema ideológico.

La ciencia social iniciada por Marx usa el procedimiento dialéctico conflictual. Un cristiano puede usar también dicho procedimiento, sin aceptar necesariamente la visión del mundo del ente humano marxista. Ciertamente, al usar la ciencia de origen marxista, es porque por razones ideológicas, considera que la sociedad debe ser entendida como una realidad conflictual.

El error de algunos cristianos es que no saben distinguir la filosofía de la ciencia marxista y al rechazar la primera, rechazan también la segunda. Otros, por el contrario, al aceptar la ciencia marxista, terminan por aceptar indiscriminadamente toda la praxis marxista. Pero, realmente, si el cristianismo cristianizó el Imperio Romano con todo lo que tenía de pagano, bien puede cristianizar al marxismo, con todo lo que tiene de ateo, porqué en el fondo del marxismo hay una gran cantidad de valores humanos.

3. El reformismo socialcristiano


El socialcristianismo ha tomado usualmente una actitud y una conducta reformista. Entiendo por reformismo aquella conducta que no altera el sistema socialmente imperante, aunque puede modificarlo en muchos de sus aspectos. Los movimientos revolucionarios pueden buscar reformas en la sociedad, pero su dinámica es muy diferente. Según Melotti, podemos distinguir reformas reformistas y reformas revolucionarias. “Es reformista la reforma que subordina sus objetivos a los criterios de racionalidad y a las posibilidades de un determinado sistema social, descartando sistemáticamente todas aquellas reivindicaciones que, aun teniendo sus raíces en el contexto social, son incompatibles con la conservación del sistema. Es revolucionaria aquella reforma que concurre, en cambio, a socavar el sistema atacando su lógica y sus fundamentos”. [7]

Pero el socialcristianismo tradicional no suele atacar realmente la lógica, ni los fundamentos del sistema capitalista. La Democracia Cristiana, como parte del social-cristianismo, ha tenido de hecho una actitud de tipo reformista. La mayoría de sus planteamientos político minimizan el conflicto de clases o analizan las clases sociales en conflicto como causa de los desórdenes sociales. Sus análisis no llegan a buscar cuáles son las causas de ese conflicto. A nivel ideológico hay una visión finalmente estática de la realidad social en sus estructuras y un supuesto básico que es la tesis de la armonía posible entre las clases. No pretende que haya que eliminar las clases, sino la disparidad entre ellas. De ahí su reformismo. A nivel de la acción política sus actuaciones pertenecen al típico procedimiento reformista. Para resolver el problema entre obreros y patronos, recurre simplemente a levantar los salarios. Pero no se plantea realmente una acción que tienda a eliminar la división social en patronos y obreros. Tanto la Democracia Cristiana, como las restantes manifestaciones del socialcristianismo tradicional, no han sabido analizar correctamente la sociedad para ver cuáles son las posibilidades históricas de cambiarla.

Los socialcristianos latinoamericanos hablamos de hacer una revolución comunitaria. Pero, ¿la queremos realmente de hecho? Responder a esta pregunta es el gran desafío que tenemos. ¿No estamos acaso creando una mitología para autoconfundirnos? Pero con nuestras declaraciones verbales ¿a quién confundimos, a quién engañamos? ¿A nosotros mismos o a los otros? Pues mientras no ubiquemos socialmente, es decir, históricamente nuestra lucha por alcanzar realmente ese ideal, nuestra concepción de la revolución es mitológica.

En la realidad política, existe una interdependencia mutua entre las posiciones ideológicas y, las actuaciones y los análisis políticos. Las posiciones ideológicas favorecen un cierto tipo de actitudes y enfoques de lo social. Las actuaciones políticas parten e influyen mutuamente a las posiciones e interpretaciones históricas.

Lo que une a los movimientos y partidos de inspiración socialcristiana no es una identidad ideológica, sino una identidad doctrinaria. Sin embargo, la mayoría de los grupos y personajes que se autodenominan socialcristianos, toman una posición ideológica reformista. Aunque existen grupos y movimientos socialcristianos de inspiración revolucionaria, la dominante es conservadora. Por esto podemos hablar de una dominante que caracteriza al socialcristianismo tradicional (contrapuesto al socialcristianismo revolucionario incipiente).

Tomemos por ejemplo, los partidos demócratas cristianos. En un análisis de su conducta política, podemos ver que existen partidos que establecen regularmente coaliciones con los partidos de derecha, mientras unos pocos buscan la colaboración con los grupos y partidos marxistas. Algo similar sucede a nivel de la elaboración ideológica, la Doctrina Social de la Iglesia Católica y la mayoría de los pensadores socialcristianos toman una posición más o menos reformista, mientras unos pocos se plantean realmente las exigencias cristianas de una revolución. Esta ambigüedad determina una de las crisis más profundas del socialcristianismo. Al no tener la presión de una posición ideológica que los fuerce a asumir decididamente el conflicto social, los análisis sociales del socialcristianismo eluden las exigencias de una sociología conflictual. Igualmente, a nivel de la acción política, los socialcristianos evitan el enfrentamiento entre las clases, para centrar esfuerzos en medidas reformistas que tiendan a camuflar los problemas estructurales.

En los ambientes socialcristianos hay una floreciente construcción intelectual. Las consideraciones teóricas expuestas son presentadas como posiciones ideológicas. Pero frecuentemente no sobrepasan el nivel de lo doctrinario, atemporal y desubicado. La ideología no es una reflexión filosófica, sino una toma de posición ante las alternativas históricas. Por ello, es necesario descubrir, detrás de las declaraciones del socialcristianismo, cuál es su verdadera posición histórica para evidenciar su real ideología. Las posiciones tomadas en los hechos reales de la política, muestran que la mayoría de los que se autodefinen como socialcristianos no pasa de tomar una posición neoliberal reformista. Por eso, los socialcristianos que nos declaramos revolucionarios tenemos que empezar por establecer la revolución interna dentro del socialcristianismo y transformar nuestra actuación política. Tendremos que demostrar que no estamos repitiendo las alternativas adoptadas por otros grupos ya existentes y que traemos un mensaje revolucionario auténtico y original.

4. Análisis crítico del pensamiento socialcristiano tradicional


El siglo XIX marca un viraje importante en la historia del mundo político. El desarrollo tecnológico creó la posibilidad objetiva de satisfacer las necesidades vitales de la humanidad, en forma adecuada. Pero la organización capitalista del desarrollo industrial engendró la imposibilidad, social y económica, de satisfacer efectivamente esas necesidades Esta contradicción histórica del sistema capitalista es lo que se ha llamado la cuestión social y la exigencia de superación de las injusticias surgidas del desarrollo industrial se ha solido llamar la justicia social.

Cuatro grandes líneas de pensamiento político, podemos encontrar en el siglo XX, con sus ramificaciones y desviaciones propias: el liberalismo, el marxismo, el fascismo y el socialcristianismo. Las cuatro concepciones de la vida social han tenido una importancia variable en nuestro siglo. Sin embargo, desde el punto de vista de su vigencia actual y del tema que nos atañe, de su resonancia sobre los problemas sociales y de sus perspectivas, podemos reducir las grandes líneas de interpretación de la realidad social a tres: el liberalismo, el marxismo y el socialcristianismo.

En cierta medida, el pensamiento liberal es el centro del debate actual, pues dicho pensamiento refleja la estructura del sistema capitalista y tanto el marxismo como el socialcristianismo pretenden ser posiciones críticas ante los desórdenes engendrados por el sistema capitalista. El enfrentamiento entre el liberalismo y el marxismo es evidente y se pone de relieve en la división mundial de las potencias. El socialcristianismo pretende tener una posición y una respuesta originales y ser una alternativa ante el marxismo, el fascismo o el capitalismo. El problema que plantea es si realmente rompe con el pensamiento liberal que está a la base del capitalismo, pues los movimientos y los partidos de afiliación socialcristiana se han desenvuelto dentro del sistema capitalista y no han afectado realmente su estructura. Por otro lado, si el socialcristianismo lograra superar el sistema capitalista mediante un cambio revolucionario, nos queda otra pregunta, a saber, si dicha respuesta tendría una originalidad propia o por el contrario sería un tipo de respuesta similar a la marxista. En este trabajo me ocupo básicamente del primer problema: estudiar si el socialcristianismo tiene las condiciones reales para romper con el sistema capitalista.

El pensamiento socialcristiano es la respuesta que los cristianos han dado, desde su posición cristiana, a los problemas socio-políticos actuales. En grandes líneas, podemos dividirlo en cuatro tipos básicos los pensadores socialcristianos: el clero, los políticos, los sindicalistas y los filósofos.

La interpretación del clero constituye lo que ha denominado como la Doctrina Social de la Iglesia. Dicha interpretación se expresa en la Iglesia Católica por medio de documentos oficiales, entre los cuales sobresalen por su importancia y su relevancia, las cartas oficiales de los Papas, conocidas como cartas encíclicas. Sin embargo, la doctrina social de la Iglesia cubre las diversas manifestaciones oficiales de la jerarquía eclesiástica, dependiendo su importancia e influencia de la autoridad respectiva del organismo que emita el documento Los llamados Documentos de Medellín tienen un peso importante, determinado por la importancia del CELAM, organismo continental que reúne a los obispos del área. La opinión personal de los sacerdotes, obispos o religiosos no constituye propiamente dicha la ortodoxia de la doctrina social de la Iglesia. Helder Cámara, el padre Camilo Torres o el padre Lebret, a pesar de ser parte integrante del clero, no han escrito a título oficial, sino a título personal sus escritos de interpretación de la realidad actual.

Desde el siglo pasado se han constituido partidos políticos que pretenden basarse en una interpretación cristiana de la realidad política. Podemos establecer tres posibles etapas en la historia de los partidos de inspiración cristiana. La primera etapa la constituye la organización de partidos cuya misión fundamental fue la defensa de los derechos sociales al ejercicio del culto religioso. Eran partidos que reaccionaban contra la intolerancia de los liberales “caza-curas” y de los marxistas ateos. En Costa Rica podemos encontrar un cierto ejemplo de esta mentalidad en el partido Católico de finales del siglo pasado. La segunda etapa la constituyeron los partidos de principio de siglo, que trataban de responder políticamente a los problemas de los obreros. En Europa estos partidos solían llamarse partidos populares. La participación de los sacerdotes se dejó sentir en esos partidos, pues los mismos se constituyeron frecuentemente a partir de grupos de acción católica. En Costa Rica, el partido Reformista del Padre Volio correspondió a esa etapa. “Volio ve la necesidad de realizar grandes transformaciones en la Iglesia de Costa Rica para que no quede rezagada en la marcha de los tiempos. Las grandes transformaciones sociales en la América Latina deben estar a cargo de un clero inteligente y bien preparado. La nueva misión del sacerdote será la de llevar a la realidad las doctrinas de la caridad, la bondad, la justicia social. Es el sacerdote el que debe abrir la mente a los campesinos, a los políticos, a los sociólogos, para que tomen conciencia de los problemas que abaten al mundo contemporáneo. Pero Volio ve también que dentro de la estructura tradicionalista de nuestra Iglesia será difícil llevar a cabo esa tarea”. [8]

Formado en la escuela del pensamiento socialcristiano belga, el diputado Jorge Volio, fundó el 25 de enero de 1923 el Partido Reformista, después de que la Confederación General de Trabajadores proclamara su candidatura presidencial para el período 1924-1928. La influencia del Partido Reformista fue limitada. Por ello, la figura más sobresaliente del socialcristianismo costarricense fue el presidente Rafael Ángel Calderón Guardia, médico formado en el socialcristianismo en Bélgica. “Como hijo de médico sentí a la hora muy temprana de mi vida, el dolor y la miseria que nos rodea. Mi padre supo inspirarme el sentimiento apostólico de su profesión. De estudiante sabía que al consagrarme a ella, no me era dable esperar ni la fortuna ni el renombre: no ignoraba cuan ardua y escasa en lauros es la carrera de quien tiene que luchar contra la muerte en un país cuya población carece frecuentemente de lo indispensable para subsistir. Desde que partí para Europa, a estudiar en Bélgica, centro de civilización y emporio de cultura, no podía apartar de mi mente la idea de que el dolor y la miseria de mi pueblo necesitaban un remedio no extraído del odio de clases, ni de la violencia pues ésta es producto de un estado de injusticia que llega a engendrar mil injusticias y no logra jamás instaurar la paz entre las distintas clases sociales sino de una armonía que surja como fruto de un esfuerzo de perfeccionamiento de nuestras instituciones democráticas, esto es, de un movimiento de colaboración en el que todos los costarricenses como miembros de una misma familia pongan su contingente de buena voluntad y generoso desinterés”. [9]

El gobierno del Dr. Calderón Guardia significó un avance social, sobre todo por la elaboración de un Código de Trabajo y la creación del Seguro Social. La tercera etapa la constituyen los partidos demócrata cristianos que se han desarrollado y consolidado en Europa y en el resto del mundo después de la Segunda Guerra Mundial. En América Latina, la mayoría de los partidos Demócrata Cristianos han nacido alrededor de 1960: Argentina (1955), Bolivia (1956), Colombia (1959), Costa Rica (1962), Ecuador (1952), Guatemala (1957), Nicaragua (1960), Panamá (1960), Paraguay (1960), Perú (1950).

El pensamiento socialcristiano ha sido uno de los defensores del sindicalismo. Bajo la inspiración de los ideales cristianos de defensa de los derechos de los obreros a sindicalizarse se han formado importantes confederaciones obreras. Por una parte, existen organizaciones de corte apostólico entre las que sobresale por su importancia la J.O.C. Por otra parte, existen los sindicatos de inspiración cristiana. Los sindicatos a nivel mundial pueden ser divididos en tres grandes grupos que corresponden a las tres ideologías que analizamos: los sindicatos llamados democráticos dependientes de la mentalidad neoliberal del sindicalismo norteamericano, los sindicatos marxistas y los sindicatos de inspiración socialcristiana. En América Latina, dichos sindicatos estaban reunidos alrededor de la Confederación Latinoamericana de Sindicatos Cristianos (CLASC), que actualmente se denomina la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT).

Tanto el clero, los partidos, como los sindicatos tienen sus declaraciones oficiales, sus interpretaciones de la realidad y sus proyecciones para el futuro. Pero entre los miembros del clero, de los sindicatos y de los partidos hay muchos autores que escriben a título personal. Todo este grupo de pensadores, más un conjunto amplio de pensadores independientes de las organizaciones enunciadas, constituyen lo que podemos llamar los filósofos o pensadores socialcristianos. Hablo básicamente de una filosofía socialcristiana porque los nombres más prestigiados los tienen famosos filósofos y teólogos, aunque dentro de este grupo se ubican también científicos sociales, políticos, pensadores y literatos. Esta es la categoría más rica, pues tanto la Doctrina de la Iglesia, como las Declaraciones de los Partidos y de los Sindicatos se nutren de los pensamientos de los pensadores que los anteceden en sus planteamientos sociales. En América Latina, los partidos Demócrata Cristianos han tenido una influencia enorme de pensadores como Maritain, Mounier, Jaime Castillo, Rafael Caldera, etc.

Entre los pensadores socialcristianos hay diferencias marcadas. El pensamiento neoliberal de un Jacques Maritain contrarresta con las tesis revolucionarias de las primeras obras de Mounier. La Doctrina Social de la Iglesia, con sus tesis reformistas y frecuentemente parciales, difiere de los planteamientos más radicales de la Teología de la liberación. Sin embargo, todos concuerdan en algunas tesis básicas, aunque según las posiciones ideológicas las interpreten de maneras diferentes. En las observaciones siguientes tomaremos estas tesis en su interpretación tradicional.

Al analizar las afirmaciones de los pensadores socialcristianos, constatamos una coincidencia marcada sobre ciertos temas. En primer lugar, aparece un concepto de la persona humana como un ser digno y responsable, sujeto de derechos y deberes. En segundo lugar, el pensamiento socialcristiano destaca el valor de la democracia, participativa y pluralista, finalmente el pensamiento socialcristiano se presenta como el defensor de la justicia social.

4.1. La dignidad de la persona humana


Los pensadores socialcristianos insisten en la tesis de que el cristianismo nos ha aportado un concepto de persona rico en matices. Por ello, una línea de pensamiento de origen cristiano se autodenomina personalismo. Los socialcristianos sostienen que el ente humano es un ser multifacético, moral, social, material y espiritual. Por ello, hablan de que el desarrollo humano debe ser integral. En este sentido se enfrentan a la línea tradicional del pensamiento capitalista que concibe el desarrollo social como la consecuencia del simple desarrollo económico.

Los pensadores socialcristianos insisten en la necesidad de sostener la dignidad de la persona humana en la vida social y política. Esto los lleva a sostener, por un lado, el principio de la participación popular, el régimen democrático, los derechos individuales y políticos. Por otro lado, los socialcristianos insisten en el hecho de que la dignidad de la persona humana significa la creación de condiciones sociales que permitan una vida digna, es decir, un salario mínimo, seguridad social, etc.

La manera como se ha entendido la defensa de la dignidad humana dentro del socialcristianismo favorece una concepción política reformista. Se piensa en la persona individual y en sus necesidades vitales y se establecen las reformas sociales que le permitan alcanzar el mínimo vital. En la defensa de los derechos individuales, el socialcristianismo se acerca política e ideológicamente al pensamiento liberal, lo que le dificulta tomar una posición crítica neta.

El pensamiento socialcristiano tradicional no suele establecer juicios históricos estructurales sobre la sociedad para enfocar la defensa de la dignidad de la persona humana, sino que parte del individuo y, al analizar sus carencias, se plantea una demanda de cambios sociales. Desde la miseria individual generalizada, el socialcristianismo se plantea exigencias morales y, a veces, políticas tendientes a subsanar los defectos de la sociedad capitalista. Pero dichas exigencias buscan soluciones que no cuestionen la estructura social misma. Por ello, las tesis políticas del socialcristianismo tradicional no difieren, en el fondo, de los planteamientos de un neoliberalismo que comprende la necesidad de solucionar los defectos más evidentes del sistema, sin proceder a un cambio radical que afecte sus estructuras básicas.

La insistencia en la dignidad de la persona humana, como la afirmación cristiana del primado del amor, es una afirmación válida en sí misma. Pero en lo que el socialcristianismo peca, no es en el principio, sino en su aplicación histórica. Los atentados contra la dignidad de la persona no son casos fortuitos, sino consecuencias mismas del sistema capitalista. Por ello, únicamente se alcanza el ideal, cambiando el sistema global.

Pero en el cambio de sistema, la violencia de los poderosos engendra la necesaria lucha enérgica y frecuentemente violenta. Recurrir a falsos moralismos y acusar a los revolucionarios de crear lo que ya estaba creado y de utilizar lo que los fuerzan a usar aquellos que impiden que se cumplan los ideales de respeto real y no sólo formal de la dignidad humana, es una actitud miope o malintencionada. Como muchos de los socialcristianos, por tradición religiosa tienden a ser “honestos”, me inclino a creer que esta conducta es debida más a 1a miopía que a la mala intención, aunque no dejo de reconocer que algunos manejan maliciosamente estos recursos religiosos para alcanza sus fines políticos y económicos. No es la primera vez tampoco, que la acción revolucionaria fuerza a muchos a quitarse la careta. Frecuentemente, los ricos cristianos propician acciones de “ayuda al pueblo”, mientras este pueblo no cuestione su poder y se vuelven agresivamente contra dicho pueblo cuando se atreve a reclamar en lugar de recibir agradecido su falsa generosidad.

4.2. La defensa de la democracia


Los socialcristianos, particularmente los demócratas cristianos, se declaran defensores de la democracia. Frecuentemente su gran enemigo no es el sistema capitalista con sus injusticias, sino el dictador que impide el libre juego democrático. La lucha contra la dictadura los lleva a posiciones cercanas al pensamiento liberal, pues se identifica frecuentemente la democracia con el sistema político de occidente.

La gran trampa de la defensa de la democracia es que, por defender ciertos mecanismos formales del régimen democrático occidental, se termina por no atacar todo el sistema que los utiliza. Por otro lado, el temor a la dictadura que se impone arbitrariamente, lleva a los socialcristianos a sostener una amplitud de espíritu que no les favorece el enfrentamiento directo contra el sistema. Se sostiene un ideal de democracia pluralista, en la que se debe dar cabida a todas las tesis en igualdad de oportunidades. Este ideal desemboca fácilmente en la defensa de mecanismos formales y en un temor a la lucha radical, lo que termina por favorecer la estabilidad del sistema.

El análisis de los Partidos Demócratas Cristianos es esclarecedor a este respecto. En Europa, la Democracia Cristiana se fortificó en los países dominados por el fascismo, Italia y Alemania. Esto los lleva a defender los derechos políticos y sociales de los individuos. El gran enemigo era el dictador, el Fiihrer. El identificar la personalidad autoritaria de Stalin con la de Hitler, los llevó a un antimarxismo, basado en la defensa de la democracia. Por ello, desembocó en una posición política neoliberal que permitió que los partidos sean dominados por gente de mentalidad conservadora y por intereses capitalistas. Algunas anécdotas son realmente ridículas. Por ejemplo, en una campaña pasada en Italia, el Partido le pidió a su candidato a un puesto de representación que era dueño de la Fiat, que se abstuviera de comprar un futbolista en dos millones de liras porque esto podía afectar su imagen política. El hecho no necesita comentarios: habla por sí solo.

La identificación de la democracia con un cierto formalismo histórico hace que los socialcristianos pierdan la perspectiva histórica y que no comprendan la primacía de la democracia real. Más aún, por ausencia de un planteamiento claro, los partidos terminan cayendo en una actitud oportunista, más o menos consciente. Los partidos toman una serie de determinaciones políticas, no en función de un ideal político, sino en términos de las ventajas partidarias que se obtengan. El partido así se convierte en la meta y no en el medio de la acción política. Frecuentemente me he preguntado sobre la solidaridad internacional de los movimientos socialcristianos y particularmente entre los partidos demócratas cristianos y realmente no suelo encontrar una mística política sino un cálculo de oportunidades partidaristas.

4.3. En búsqueda de la justicia


En función de la dignidad de la persona humana, los pensadores socialcristianos toman una posición crítica ante las injusticias del régimen capitalista. Algunos pensadores llegan a considerar el régimen capitalista como esencialmente nocivo y propician su eliminación total y su sustitución por otro régimen más humano, que suelen llamar una sociedad comunitaria o una sociedad personalista y comunitaria. Otros pensadores exigen únicamente que el régimen actual se someta a una serie de exigencias éticas y que corrija sus defectos más marcados. En esta perspectiva se encuentra el socialcristianismo tradicional, incluyendo dentro de éste toda la doctrina social de la Iglesia.

Esta disparidad entre los pensadores socialcristianos proviene de la característica esencial del pensamiento socialcristiano, que parte de los aspectos religiosos para llegar a los sociales. Por su inspiración cristiana el pensamiento socialcristiano es esencialmente moralista: define valores a alcanzar y plantea exigencias de conducta. Sin embargo, todo juicio moral adecuado requiere dos puntos de apoyo. Por una parte, se requiere tener un principio general desde el cual apreciar la realidad. Por otra parte, se requiere tener una visión adecuada de la realidad para determinar sus posibilidades y sus características, a fin de poder establecer una línea de conducta correcta. Los socialcristianos tienen un apoyo sólido en el primer aspecto, pero flaquean enormemente en el segundo aspecto.

Por falta de un análisis correcto de la realidad, los socialcristianos, al estudiar los problemas sociales, se remiten a los efectos y no a las causas. Reconocen la existencia de disparidades entre los grupos humanos y se plantean la exigencia de su superación. Pero al no enfrentar las causas reales, terminan con una perspectiva reformista. Las medidas típicas del socialcristianismo no enfrentan las causas de injusticia, sino que tratan de remediar sus efectos. El Seguro Social, las organizaciones sociales, las cooperativas, y aún la reforma agraria, sólo corrigen en parte los defectos del sistema porque no lo afectan en sus raíces. Por ello, la defensa del principio de la justicia social, no significa automáticamente una posición revolucionaria. Por el contrario, suele designar frecuentemente una posición reformista.

En el socialcristianismo, la lucha por la justicia no va más allá de una búsqueda de eliminar las consecuencias del desequilibrio social centrando los actos en los problemas concretos, es decir, en los efectos. Por ello, los planteamientos políticos se basan en una intención de corregir las injusticias. Los partidos demócrata cristianos se suelen dedicar a sostenerse sobre una plataforma de reformas inmediatas que corresponden a reivindicaciones subjetivas de ciertos grupos económicamente débiles. Pero unos partidos repartidores de mejoras terminan cayendo en el círculo vicioso de justificarse a sí mismos por las mejoras dispensadas y buscan el poder político para mantenerse en el poder político, como lo hacen todos los partidos conservadores. Al no definirse en la línea de una estrategia coherente, los partidos van perdiendo su razón de ser.

El débil planteamiento de lucha por la justicia se debe a un mal planteamiento de la lucha de clases. Al no comprender los intereses objetivos que están en pugna, se pretende solucionar los problemas sin atacar realmente las causas.

En resumen, podemos sintetizar nuestro análisis en algunas afirmaciones.

A nivel doctrinario, el socialcristianismo plantea un ideal de ente humano incompatible con la lucha de clases. Pero esta exigencia doctrinaria, en lugar de llevar al socialcristianismo tradicional a luchar por superar el sistema social que engendra dicho conflicto, desemboca en una miopía que desconoce la lucha de clases y sus determinantes reales a nivel social. Esta falsa solución engendra un serio dilema para los cristianos que sienten un compromiso con los explotados, pues no encuentran coherencia entre lo que se afirma a nivel doctrinario y lo que les manifiesta la realidad como exigencia concreta.

A nivel ideológico, el socialcristianismo parte de una concepción estática de la sociedad. Se cae así en el subterfugio de suponer que se puede ayudar a los oprimidos sin ponerse en contra de los opresores. Se recurre a llamados morales, ignorando la acción efectiva de los intereses de clase. Se termina condenando la lucha de clases, como hecho, al creer que las clases no tienen intereses contrapuestos sino divergentes; y se le condena como método al afirmar que la lucha de clases se basa en el odio, en la violencia y en el desorden. En esta tergiversación juega un papel preponderante la jerarquía eclesiástica que se asimila a la visión de la clase dominante por intereses de poder.

A nivel del análisis político, se confunden los ideales con las realidades y se descuida el estudio de las clases, para poner el énfasis en otros aspectos menos conflictuales. Se considera la lucha de clases como causa y no como efecto del conflicto social. Este análisis así disminuido favorece el refugio en concepciones míticas en las que se sueña con una sociedad nueva, para cuya realización no se toman las medidas históricas necesarias. Se ataca como herejes a quienes utilizan una sociología conflictual de origen marxista, mientras se convive en concubinato escandaloso con la sociología del sistema, el funcionalismo.

A nivel de la acción política, se cae en un reformismo de fuerte influencia neoliberal. Se sostiene la tesis de la justicia, sin querer afrontar las luchas reales que ésta exige a nivel del enfrentamiento de clases. Se centra la acción en luchas contra la dictadura y contra los defectos más evidentes del sistema. Por ello, el planteamiento de una sociedad comunitaria se convierte en mítico y finalmente en un subterfugio apto para favorecer el oportunismo político. No hay una estrategia coherente y sólida con respecto al manejo del conflicto social, pues subsiste una miopía afectiva que rechaza a los batalladores que afrontan realmente el conflicto, a quienes se acusa de ser marxistas, ateos y traidores al socialcristianismo.

Estoy seguro que el escribir este libro, con toda honestidad y en defensa de la auténtica posición revolucionaria de los cristianos, me va a valer la misma crítica de parte del socialcristianismo tradicional. Pero a ellos no les hablo, porque sé que no hay diálogo posible cuando se parte de tesis cerradas y fijas; sino que hablo de ellos, para que comprendan su papel los cristianos que militan dentro de la Democracia Cristiana, conscientes de su compromiso con los explotados y dispuestos a dar la doble batalla, internamente contra quienes han tergiversado el potencial revolucionario del socialcristianismo y externamente, contra el sistema capitalista opresor e inhumano.


[1] MAQUIAVELO Nicolás, Obras Completas, Libro II, Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, Cap. 2, Buenos Aires, El Ateneo, 1957, p. 216.
[2] NIEBUHR Reinhold, El hombre moral en la sociedad inmoral, ,Siglo XX, 1966, p. 18.
[3] NIEBUHR Reinhold, El hombre moral en la sociedad inmoral, Siglo XX, 1966, p. 48.
[4] NIEBUHR Reinhold, El hombre moral en la sociedad inmoral, Siglo XX, 1966, p. 82.
[5] NIEBUHR Reinhold, El hombre moral en la sociedad inmoral, Siglo XX, 1966, p. 83-84.
[6] NIEBUHR Reinhold, El hombre moral en la sociedad inmoral, Siglo XX, 1966, p.82.
[7] MELOTTl Umberto, Revolución v Sociedad, México, Fondo de Cultura económica, 1971, p. 19.
[8] VOl.lO Marina. Jorge Volio y Partido Reformista. Ed. Cosía Rica, San José, 1972. p 28-29 .
[9] CALDERÓN GUARDIA, Rafael Ángel, El gobernante y el hombre frente al Problema Social Costarricense .