martes, 28 de agosto de 2018

EL COMPROMISO UNIVERSITARIO

EL COMPROMISO UNIVERSITARIO





AUTOR: JAIME GONZÁLEZ DOBLES


Me siento emocionado de que la Comisión de Carrera Académica de la Universidad Nacional me haya otorgado el honor de inaugurar este significativo seminario sobre Ética, Universidad y Sociedad del Futuro. Como indico en el documento de presentación de este evento, referirse a esta temática no significa señalar las cualidades del quehacer universitario, sino destacar su más profundo desafío existencial; ese desafío que nos compromete en las profundidades de nuestra condición humana.
Hace cierto tiempo, el entonces presidente de la Comisión de Carrera Académica,  Lic. Guillermo Miranda, me comunicó la decisión institucional de solicitarme una disertación sobre Ética y Universidad para un seminario de alto nivel sobre Ética Profesional. Con gusto acepté el desafiante ofrecimiento. Sin embargo, con la sencillez del que dice lo que piensa, le  sugerí un cambio de nombre para el seminario: le propuse el tema de Universidad, Ética y Desarrollo.
Sostuve que mi propuesta no cambiaba el sentido de la proposición inicial de la Comisión de Carrera Académica, sino que más bien la precisaba. Con este fin le recordé lo que había escrito en uno de mis libros publicados por la Universidad Nacional: " La ética profesional tiene dos aspectos, íntimamente interrelacionados. Por una parte, se presenta una ética del profesional, que consiste en establecer la corrección de la ejecución individual respecto a una profesión socialmente instituida. Por otra parte, existe una ética de la profesión que consiste en determinar las condiciones y las modalidades del desempeño social de la profesión misma, es decir, del conjunto de profesionales actuando con relación a la estructura y funcionamiento de la sociedad" ( Reflexiones Éticas, p.73).
En fidelidad a las profundas aspiraciones del programa de Revitalización del Pensamiento Universitario, me pareció importante, no sólo escudriñar la conducta particular de los universitarios, sino también y sobre todo analizar las características y retos que asume la orientación moral de la universidad, como institución, ante el compromiso que le presenta la sociedad en la que se encuentra inserta. Por tal razón, enfoco el problema de la ética del universitario dentro del contexto más estructural de una ética de la universidad; es decir, interpreto lo micro desde lo macro.
Me complace sobremanera que la Comisión Organizadora de este seminario, después de una larga y fructífera discusión académica sobre mi contrapropuesta, haya decidido concretar la temática en un seminario sobre Ética, Universidad y Sociedad del Futuro. En el mismo espíritu, me veo obligado a precisar mi ponencia y disertar específicamente sobre el Compromiso Universitario. He escogido este enfoque de la relaciones entre ética y universidad, ya que el término de compromiso señala no solamente la problemática moral del quehacer particular del universitario, sino también y sobre todo el papel ético que le corresponde, por su naturaleza propia, a la universidad como institución.
Ni la universidad, ni los universitarios podemos eludir el compromiso ante la sociedad y ante los seres humanos que dependen, directa o indirectamente, de nuestra acción. Como indicaba en el escrito señalado: " Estamos comprometidos y por ello debemos necesariamente comprometernos. La exigencia personal de responder de nuestros actos cubre necesariamente todos los aspectos de nuestra vida social, desde nuestras amistades y amoríos hasta nuestra participación en la vida económica y en la política nacional e internacional. El compromiso es el polo social de la responsabilidad. Esto implica reconocer nuestra necesaria solidaridad con los otros hombres" (p.84).
Este espíritu marcó el Tercer Congreso Universitario de la Universidad de Costa Rica y se consolidó con la mentalidad innovadora que inspiró la creación de la Universidad Nacional. Basta con leer el Estatuto Orgánico para encontrar bellas expresiones al respecto. Pero, más allá de la lírica de los enunciados, ¿estos principios de un quehacer universitario comprometido con el pueblo y los ideales humanistas es, en efecto, una situación real en nuestro quehacer universitario? Las dudas existen. De otra manera, no hubiese surgido la idea de este seminario.
Ningún universitario puede comprometerse realmente, si no se enfrenta seriamente la interrogante moral de fondo: ¿Qué tipo de universidad estamos haciendo? ¿Cómo me comprometo con los desafíos de nuestra universidad? Pero las respuestas que se ofrecen con frecuencia no aclaran casi nada, pues una cosa dicen los hechos y otras las palabras. Nuestro discurso universitario suele adornar con bellas frases los sutiles intentos de eludir las auténticas demandas del compromiso moral que señala su destino humano. De esta manera, publicitamos nuestros éxitos parciales y camuflamos nuestras deficiencias estructurales. Por eso, para enfrentar, sin autocomplacencias ingenuas, la problemática interna de esta importante temática se requiere analizar y evaluar, con claridad y honestidad, los asuntos de fondo sobre la naturaleza del quehacer universitario.
Para asumir este reto no hay nunca soluciones prefabricadas. Esta es una cuestión dinámica. Los rituales mentales de nuestra tradición académica, en lo moral, son sólo un peso muerto sin vida. No obstante, a pesar de sus limitaciones humanas, el quehacer universitario los ensalza porque le fabrican un cierto hábitat social, que le facilita recursos para seguir haciendo lo que venía haciendo. La universidad comete así muchos errores por la necesidad de buscar privilegios financieros o políticos. Por tal motivo, la interrogante sobre la moral universitaria nos exige la osadía de pensar sin mezquindad, ni cobardía, más allá de los ritos de su ceremonial académico.
Las condenas rituales de las deficiencias, humanas o institucionales, no pasan de ser palabras autojustificativas de discutible valor. En efecto, sólo tiñen de color moral pequeñas soluciones circunstanciales, sin trascendencia en la acción efectiva de los asuntos concretos. Por eso, nuestra realidad universitaria debe ir más allá de los rituales de nuestros enfoques documentales, de nuestras precisiones disciplinarias específicas y de los intereses creados de nuestra circunscripción profesional. El compromiso universitario demanda respuestas efectivas que se encarnen en nuestro quehacer diario, individual y colectivo.
Esta situación determina el problema ético del quehacer universitario. Sin embargo, la universidad tiene que asumir este reto en un estilo propio. Por tal razón, para manejar responsablemente el compromiso universitario, la ética debe ser, al mismo tiempo, una necesidad y un desafío filosófico de su quehacer, individual y colectivo. No hay que crear solo proyectos que adornen prejuiciadamente la formación académica con bellas palabras. En efecto, recibir o dar clases de filosofía humanista es parte de un ritual que no pone casi nunca los pies en el umbral filosófico de la auténtica universidad. La filosofía del quehacer universitario está muy lejos y muy cerca del Alma Mater. Además la filosofía no es algo ajeno a las ciencias, las artes o las letras. Es la sangre reflexiva que debe correr por las venas de todos sus miembros para darles una auténtica dimensión de profundo valor universal.
En efecto, los desafíos intelectuales más sólidos del pensamiento universitario de los científicos, los artistas y los tecnólogos son necesariamente filosóficos. No obstante, la academia universitaria deteriora esta dimensión estructural de su naturaleza por la miopía de los estereotipos que afecta su propia visión de las cosas. Indudablemente, siempre existen diversos estereotipos que los universitarios absorbemos de nuestro medio ambiente social. Estos marcan nuestra conducta individual. Quizás por esta razón Ortega y Gasset nos hablaba de la barbarie de los especialistas. Pero el problema de fondo no está ahí. El trauma no está determinado sólo por unos virus sociales que recibimos, sino por una deformación congénita de nuestra médula académica.
Los estereotipos más serios que gravitan en el ambiente universitario se gestan en su propio seno y tienen que ver con su propia naturaleza. En efecto, son tantos los mitos y prejuicios que existen sobre su carácter científico, sobre su función tecnológica, sobre su rigor académico y sobre su responsabilidad social, que el Alma Mater ya no parece pensar con un verdadero pensamiento universitario en sentido plenario. En efecto, cada cual considera que cumple con su deber si encierra sus meditaciones dentro de los escuálidos muros de ciertos laberintos sin proyecciones que se presentan como normas válidas en las tradiciones disciplinarias. De esta manera, se cree satisfacer la demanda originaria del pensamiento universitario con una simple aplicación ritual de algunos mecanismos relativamente codificados.
En estas condiciones, el pensamiento universitario pierde la dinámica dialogal y creativa de una reflexión que se hace y rehace continuamente. Se encierra en la repetición y el manejo insulso de pensamientos hechos en otros contextos y circunstancias. De esta manera, la universidad niega su propia esencia, ya que el manejo de instrumentos o el titileo de palabras vacías de reflexión profunda no puede ser la auténtica expresión de un centro de educación superior.
La verdadera universidad no es una torre de marfil, en la que el conocimiento, la filosofía, las ciencias, las artes y las técnicas valgan por sí mismos. Su auténtica naturaleza implica un quehacer comprometido vital, intelectual, emocional y moralmente con la realización de lo humano. Su meta esencial es así más dramática de lo que aparenta. Este reto tiene que vivirse día a día. No consiste solamente en la adecuada reiteración o repetición del conocimiento del pasado, sino en la creación permanente de una consistente visión del futuro, ligada a la promoción del desarrollo integral de la plena humanidad.
En estas condiciones, su vivencia académica tiene que ser una instancia de pensamiento, reflexión y producción al servicio de la vida humana. Pero sus profundas raíces sociales le exigen encarnar este desafío intelectual en la búsqueda concreta de soluciones integrales a los problemas humanos. De otra manera, convertimos la universidad en una mentira social, que asegura cándidamente tener soluciones para los problemas de una sociedad que funciona de manera muchas veces deshumanizada en un mundo supuestamente racional.
Sin embargo, ¿hemos asumido este compromiso con adecuada seriedad en nuestro quehacer cotidiano? El compromiso ético de la universidad consiste en vivir e interpretar su pleno significado en función de su respuesta a la problemática humana implicada. El adecuado manejo de la ciencia y la tecnología, de la filosofía, de las artes y las letras es así un aspecto fundamental del compromiso ético del quehacer universitario. No obstante, nuestra vivencia concreta de la vida universitaria camufla este compromiso bajo los ropajes de una pretendida “seriedad”, que esconde la falta de calidad detrás de un cúmulo de datos.
Para comprender este planteamiento es necesario entender la distinción básica entre la ética y la moral. Esta se aclara con las definiciones que señalaba en mi artículo sobre Compromiso político y exigencia ética, publicado de la revista guatemalteca Panorama Centroamericano (Nº 22-23, 1991). Ahí precisaba en la p.6 que “por moral entendemos el conjunto de conductas humanas establecidas en circunstancias y condiciones de obligatoriedad en función de un deber ser que liga intrínsecamente la conciencia humana". Apuntaba además que "por ética entendemos el análisis e intento de resolución de los problemas estructurales y coyunturales de la realidad moral, de sus justificaciones y condiciones de posibilidad, así como de sus exigencias concretas en términos de la obtención del mayor bien posible en la conducta de los seres humanos, en función de las determinaciones precisas del momento histórico y de su ubicación social" (p.6).
Estas consideraciones me llevan a definir la tesis básica de esta reflexión, a saber, que la dimensión ética es la que da sentido a las aspiraciones intelectuales, artísticas o tecnológicas de toda universidad. En efecto, lo moral define la naturaleza de cada ente humano. Por ello se manifiesta necesariamente en el quehacer universitario. Pero la moral no es una dimensión estructural de la academia, sino un prerrequisito humano necesario para asegurar su adecuado destino y desempeño.
El fenómeno moral presenta tres aspectos interrelacionados, que establecen sus características propias. Por un lado, tenemos una conducta humana ejercida bajo la idea de bien. A esto llamamos la moralidad o la moral (en singular), lo que presenta manifestaciones fundamentalmente personales. Por otra parte, existe un conjunto de normas que precisan los deberes y obligaciones de las personas en lo moral. A estos sustratos se los denomina como las morales (en plural) ya que recogen las particularidades de las diversas culturas e instituciones que las emiten. Así hablamos de una moral cristiana, de una moral budista, de una musulmana, etc. Finalmente, tenemos las justificaciones atribuidas a sus requisitos y exigencias. En este ámbito, las religiones han tenido un papel importante histórico. Pero su fundamentación tiene como prerrequisito la aceptación de una autoridad particular, la que sostiene la propia concepción religiosa. Por el contrario, existe una fundamentación particular centrada en la aceptación exclusiva de la autoridad de la razón. A esto es a lo que llamamos ética y constituye una expresión filosófica.
Dada la dimensión racional de su quehacer de corte más académico, la ética determina la esencia de la universidad. Esta no está en un pasado que concreta las condiciones particulares de cada institución. Por el contrario, se precisa en esa proyección existencial y comunitaria hacia el futuro, cuyos valores pretenden dar sentido a los logros de su realización específica y a las ambiciones de mejorar las metas alcanzadas. Como centro particular de desarrollo intelectual, la universidad engendra así en sus entrañas un desafiante compromiso ético. Este exige una reflexión seria y profunda sobre las condiciones, las posibilidades, los fundamentos y los requerimientos de la acción, personal y social, de sus miembros en lo individual y en lo colectivo.
No obstante, la denominación de ‘universidad’ en cuanto tal no es más que una ficción conceptual. La personalidad jurídica carece de sentido en lo moral. Lo único que realmente existe, en la realidad moral, es un conjunto de entes humanos que integran una comunidad que se define a sí misma y pretende presentarse ante los otros como universitaria. Por eso, la ética de la universidad se precisa al enfocar las responsabilidades personales y comunitaria de cada uno de sus miembros. En tanto que ser humano, cada universitario tiene un profundo compromiso moral, que se acrecienta por la situación de privilegio que le confieren sus estudios y funciones sociales. En este sentido, la moral del universitario le exige asumir como propio el desafío ético que le incumbe a la universidad.
En la respuesta a esta profunda problemática de la ética universitaria, considero de gran interés resucitar las discusiones sobre el término propuesto por el exrector de la Universidad Nacional, el padre Benjamín Núñez: la Universidad Necesaria. Para algunos, esta expresión pertenece al sarcófago de las momias académicas que se dejan para que los historiadores las reseñen como objetos del pasado. Pero esta actitud iconoclasta crearía una universidad sin sabiduría, ya que ésta consiste en recoger lo vivido y convertirlo en experiencia que nos permita mirar con sobriedad el futuro.
La ausencia de sabiduría se refleja en los muchos de los vicios que ensucian el Alma Mater. En el quehacer universitario actual, el uso de cualquier término con implicaciones sociales o tecnológicas se encuentra pervertido por el vicio politiquero que carcome sus entrañas. La misión moral de su compromiso con la sociedad demanda de la universidad un necesario compromiso político, que su quehacer ético debe orientar. Pero la respuesta de los universitarios no suele llegar a este respetable dintel del compromiso societario y se ensucia con el lodo del embarullado umbral de los pequeños intereses creados de los grupos que aspiran a imponer su poderío social y político.
Al pervertirse así el concepto de política, ya no se ve la Universidad Necesaria como un compromiso moral, sino como el reflejo de las limitaciones particulares de una de sus respuestas circunstanciales. En el mismo sentido, no se percibe el desarrollo como el acrecentamiento de una cosa del orden físico, intelectual y moral, sino que se lo limita a una determinada concepción del crecimiento impuesta por intereses extrauniversitarios y se lo defiende o desecha sin percibir su trasfondo más integral.
La Comisión Organizadora del seminario sobre Ética, Universidad y Sociedad del Futuro, con prudencia quizás un poco salomónica, decidió asumir un término semánticamente neutro como Sociedad del Futuro para enfrentar la realidad enfrentada. En su denotación, este concepto no dice nada sobre la calidad de dicho futuro; éste puede ser mejor o también peor. ¡ Todo es posible!. Sin embargo, como conozco la calidad humana de los integrantes de la Comisión, estoy seguro de que ellos cargaron de connotaciones positivas la ambigüedad del término usado. Sin embargo, aunque no lo quieran, reflejaron inconscientemente el problema de fondo del quehacer universitario. A mi parecer, se dejaron impresionar, en este caso, por la solidez de la dinámica de los prejuicios y de los estereotipos que imposibilitan el auténtico diálogo universitario sobre los problemas más de fondo.
Una de las dimensiones estructurales fundamentales de la ética de la universidad es la búsqueda de la verdad. La referencia a la universalidad muestra las condiciones y define la dinámica de su dialéctica interna: la verdad es una, pero las vías de acercamiento a la misma son múltiples. El acceso a la verdad es un asunto transdisciplinario de largo alcance al que no se llega, sin embargo, si no se transita con cuidado por los encierros circunstanciales de los procedimientos particulares de las disciplinas. Pero en este diálogo profundo no hay especialistas, sino seres humanos con limitaciones que se enriquecen en el contacto con los aportes de los otros.
La dinámica universitaria suele presentar sus rituales procesales específicos como si fuesen respuestas concretas a la problemática humana. Pero, al definir sus conceptos, sus métodos y sus aplicaciones particulares, por las necesidades internas de su propia construcción intelectual, cada ciencia o enfoque intelectual excluyen problemas que necesariamente conviven en lo real. Su acción no sobrepasa así la solución de problemas pragmáticos definidos, en forma abstracta, por sus propios supuestos metodológicos. Por eso, la responsabilidad moral del universitario sobrepasa los límites del aula o del laboratorio. Este es su desafío ético.
Con el fin de concluir estas consideraciones generales sobre la conducta del universitario, voy a explicitar lo señalado en mi libro Reflexiones Éticas sobre el quehacer profesional: "La profesión nos impone una serie de exigencias básicas a nivel moral. La competencia o domino del saber hacer que se necesita para ejercitarla es una de las condiciones fundamentales del ejercicio profesional adecuado. La responsabilidad en el ejercicio de las funciones es el complemento indispensable del saber. A ello debemos añadir la fidelidad a los compromisos sociales que genera toda acción profesional, y a nuestra vocación personal" (p. 98).
La demanda moral de ser competente es más complicada de lo que aparenta. Aclarar sus auténticas dimensiones es un problema central de la ética. A primera vista, el universitario cree que su competencia se restringe a mostrar un título y el dominio de una área especializada del conocimiento. Sin embargo, la competencia realmente universitaria ubica el sentido de lo propio (la especialidad, la cátedra, la función) dentro de una visión integral de las realidades sustanciales de la vivencia humana y académica. Por eso, el quehacer universitario conlleva el desafío de enfrentar los asuntos fundamentales implicados en la problemática histórica y en las circunstancias particulares de su comunidad humana. Sólo así se concreta el sentido del propio quehacer.
El mundo extrauniversitario insiste actualmente en la eficiencia. La competencia nos exige también ser eficientes. Desgraciadamente, el enfoque dominante se suele sustentar en una visión deformada del desarrollo humano. La ética universitaria debe así corregir creativamente sus errores. Este cuestionamiento debe superar sutiles evasiones ante las responsabilidades sociales. La vivencia ética implica el riesgo existencial de justificar los hechos y procedimientos en función de escalas de valores cuidadosamente establecidas. Esto demanda una reflexión comprometida, actualizada, viviente y riesgosa, que asume la osadía de enfrentar los problemas de fondo en cada uno de sus proyectos y acciones.
La competencia y la responsabilidad universitarias dependen de un profundo diálogo académico. Pero nuestra universidad suele vivir un diálogo de sordos donde cada cual se complace en oírse, sin penetrar en el fundamento y aporte de los otros. En efecto, sin un diálogo profundo sobre la problemática epistemológica y moral de las ciencias, las tecnologías, las artes vivientes, las letras y la filosofía, la academia se deteriora y se autoengaña al carecer de un pensamiento que realmente piense en profundidad. El auténtico diálogo universitario garantiza la reflexión concreta sobre las realidades precisas que debe abordar la academia. La demanda ética es así facilitadora del diálogo profundo como un sustento para que las disquisiciones universitarias no carezcan de lazos constructivo con la sociedad del futuro.
El sentido de la responsabilidad es también complicado. El sustento moral es el alma y corazón de toda investigación, docencia y actuación universitarias plenamente consolidadas. Pero su cuestionamiento ético no consiste en una aplicación ritual de normas morales, sino en una reflexión profundamente imaginativa. El quehacer ético debe aprender a caminar sin arrastrarse en función de intereses inmediatistas, por miedo al riesgo, por ineptitud o dejadez. El fin de la ética es precisar las circunstancias y los factores que generan las orientaciones, las limitaciones y las posibilidades de la problemática actual; así como de asumir el riesgo de presentar alternativas suficientemente fundadas.
Detrás de las discusiones y argumentos sobre la orientación del quehacer universitario emerge, implícito o explícito, el necesario cuestionamiento sobre el tipo de ciencia y tecnología que se debe crear. Debemos cuestionarnos si lo que estamos haciendo es lo más adecuado a la resolución de los problemas específicos del país. Es necesario evaluar si los objetivos, los fundamentos y justificaciones ofrecidos de nuestras acciones y omisiones son los mejores. La universidad tiene la obligación de reflexionar sobre las razones profundas que justifican sus metas en función de la perfección o plena realización humana, en lo individual y colectivo. Esto significa ser responsables.
La búsqueda del conocimiento superior y la responsabilidad social sostienen la auténtica vocación universitaria. Este desafío compromete personalmente a cada uno de los universitarios, aunque las soluciones precisas dependan de la interacción creativa, del diálogo y del intercambio entre toda la comunidad universitaria. La ética se plantea el desarrollo integral de nuestra personalidad y la búsqueda del desarrollo integral de la vida comunitaria. Ambos aspectos se interrelacionan y se implican mutuamente. La esencia misma de la universidad es instrumento cultural de una búsqueda seria y responsable de la universalidad del conocimiento al servicio de la realización humana. Esto exige una mentalidad abierta a la globalidad de la problemática de la sociedad actual ante las exigencis humanas su mejor futuro.
Hablar de ética y sociedad del futuro nos cuestiona ante el tribunal de la responsabilidad. Una universidad comprometida con el desarrollo de la sociedad del futuro tiene que resolver creativamente los problemas más fundamentales. La dimensión ética de los esfuerzos permanentes por alcanzar altos niveles de producción científica y tecnológica tiene siempre su fundamento racional o su justificación pragmática en función de la mejor respuesta moral ante la sociedad del futuro. Pero, ¿hemos logrado al menos enfocar adecuadamente esta problemática? Con frecuencia los universitarios no evaluamos nuestro compromiso con respecto a nuestra vida comunal. Restringimos nuestro análisis social a hablar y analizar lo que los otros hacen. Por comodidad o por intereses creados, se asume así una actitud de pasiva irresponsabilidad, pensando que esos asuntos sustanciales de la sociedad del futuro son responsabilidad de otros.
La ética tiene que centrarse en un cuestionamiento sobre el tipo de ser humano que debe formar la universidad. Por otra parte, tiene que reflexionar sobre el contorno social del quehacer universitario y su relación con el medio ambiente. Al concebir el desafío de la universidad de cara al futuro, no se tiene que confundir las modas con los criterios de importancia y significación. No se puede efectuar responsablemente elaboraciones tecnológicas sin analizar las consecuencias morales de sus usos y la incidencia de sus aplicaciones.
La temática de la ética y del desarrollo de la sociedad del futuro nos plantea este desafío reflexivo, ya que su enunciado es problemático. El desarrollo de la sociedad del futuro se fundamenta en la plena actualización de las potencialidades de una realidad humana específica. Su problemática fundamental consiste en la necesidad consustancial de un enfoque concreto, que no ponga entre paréntesis factores esenciales de su globalidad.
La creación de la sociedad del futuro se encuentra así con el papel fundamental de la educación que debe ofrecer la universidad. Esta se refiere a la acción de promover las potencialidades propias de los seres humanos, de su convivencia y de su producción, de acuerdo a valores centrales que precisen la autenticidad y fidelidad de sus actuaciones propias. Así, como centro de la educación superior, a la universidad le corresponde pensar en la realización humana, tanto individual como social, tanto natural como psicológica, tanto material como espiritual. Solamente, esta integración profunda le puede dar sentido a su pretendida superioridad.
La universidad debe pensar con seriedad el desafío de su aporte a la sociedad del futuro. Esta necesidad está profundamente ligada a un serio cuestionamiento ético. Pero, ni el bien, ni el desarrollo, ni el porvenir son una realidad, sino unas posibilidades valoradas positivamente. Por tal razón, la ética universitaria está ligada al mundo del trabajo que permite engendra un mundo humanizado, ya que los logros en el futuro no son propiamente algo de lo que se habla, sino algo que se construye con osadía, imaginación y responsabilidad. La ética es el cuestionamiento sobre el fundamento de sus razones justificativas.
Sobre estos fundamentos se podría hablar de los problemas más concretos como el incumplimiento de tareas, la búsqueda injustificada de recursos económicos adicionales, el irrespeto del tiempo, etc. Pero esos y muchos asuntos más serán parte de una importante reflexión de toda su comnidad. Por eso, mejor comienzo por practicar una demanda de la ética del universitario: aprender a oír con cuidado lo que puedan aportar los otros.

Estas palabras fueron el discurso inaugural del autor,
el 22 de Agosto de 1994,
en el Seminario de
ÉTICA, UNIVERSIDAD Y SOCIEDAD DEL FUTURO
que la Comisión de Carrera Académica
de la Universidad Nacional hizo en su honor .
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