EL DRAMA DE LOS TÍTULOS
UNIVERSITARIOS
Autor: Jaime González Dobles
El primer título realmente
académico era el permiso otorgado para ejercer adecuadamente la enseñanza o el
ejercicio disciplinario. Según los ambientes, este reconocimiento adquirió dos
nombres diferentes, aunque en su momento histórico eran equivalentes.
En los países europeos de corte sobre todo más latino se lo denominó en latín como licenciatura. Este nombre denotaba el permiso (la ‘licencia’) para ejercer la disciplina correspondiente, tanto académica (filosofía o teología) como profesional (medicina o derecho).
Por otra parte, en los países básicamente anglosajones, se usó la denominación de maestría para señalar la capacidad de ejercer la enseñanza o el manejo de la disciplina correspondiente.
‘Master’ era un término inglés derivado de ‘magister’ (maestro en latín) y, sobre todo, de su aplicación en los talleres de la época a la persona de mayor rango artesanal: el ‘maestro’ era el que realmente conocía el respectivo oficio.
Pero, en ambos casos, el título histórico solo refería a la simple licentia docendi (el permiso universitario de enseñar). No obstante, con el desarrollo industrial, la generalización de una enseñanza más formal se volvió una necesidad social fundamental.
Esto propició la proliferación de universidades en todo el mundo. Este proceso fue el que terminó por establecer una diferencia entre ambas nominaciones como efecto de la diferencia entre las respectivas universidades en los últimos cien años.
En los países periféricos al núcleo de las universidades históricas (llamados en ese momento ‘en vías de desarrollo’) se comenzó a ofrecer títulos con el nombre clásico de ‘licenciatura’. Pero estos ofrecían con frecuencia una formación deficiente.
Por razones académicas, las universidades más clásicas tomaron entonces dichos títulos como equivalente a un simple bachillerato o candidatura e impusieron a los estudiantes ajenos la exigencia de obtener de nuevo en su sede el auténtico ‘permiso para enseñar’.
Cuando en 1958 ingresé a la Universidad de Lovaina, la mayoría de los estudiantes en filosofía éramos extranjeros. De esta manera, me di cuenta que varios compañeros norteamericanos ya tenían una maestría obtenida en su país y cursaban conmigo de nuevo los estudios de licenciatura. Cuando les pregunté la razón por la que estaban estudiando de nuevo ese grado, me llamó la atención su respuesta: “Nos dijeron que aquí no confían en la calidad de los títulos externos. De esta manera, los únicos estudiantes que pueden pasar directamente a los estudios de doctorado de Lovaina son los que tengan una licentia docendi de una universidad de prestigio, por lo menos con varios siglos de experiencia, como Oxford, la Sorbona o Harvard, se llame como se llame: licenciatura o maestría”.
Dado el flujo particular de estudiantes entre los diversos países durante el siglo pasado, esta dinámica terminó por convertir a la llamada maestría en la ‘licentia docendi’ de mayor respeto. Este cambio fue el efecto normal de la predominancia política y económica de ciertos países de lengua inglesa que recibían mayor número de estudiantes ajenos, sobre todo a partir de la segunda guerra mundial.
De esta manera, al diferenciarse nominal y prácticamente de su gemela histórica, la maestría se constituyó en los últimos años en un título diferente ya que este otro nombre del histórico “permiso para enseñar” parecía certificar mejor su calidad formativa. Se aplicó así con éxito el teorema sociológico de William I. Thomas: ‘If men define situations as real, they are real in their consequences’. Es decir, al asumir a la maestría como algo superior a la licenciatura, se volvió superior en sus consecuencias.
El nivel siguiente consistía en el Doctorado. Este era el reconocimiento de que se tenía las bases suficientes para ser un pleno docente universitario (un ‘docto’).
Dicho título autorizaba así para ejercer como un auténtico profesor universitario en los niveles superiores.
No obstante, lo que ha pasado en los últimos tiempos con la licenciatura, está pasando actualmente también con este otro título. Cada vez más hay ciertas universidades periféricas que ofrecen también unos supuestos ‘doctorados’ que comienzan a ser devaluados por algunas universidades de más peso.
Esta situación va suscitando entonces la necesidad sociológica de establecer quizás una nueva denominación diferente para reconocer el nivel más alto de la formación universitaria más seria de la actualidad, como parecen ser en algunos lugares la presencia un tanto extraña del PHD (el que históricamente refiere al simple doctorado) o de algunas otras expresiones como ciertos ‘doctorados de estado’ que demandan mayores requisitos formales, etc. Pronto, con el tiempo, alguno nuevo diploma formal se va a convertir en un título superior al también deformado título histórico del ‘doctorado’.
Este extraño fenómeno tiene una fuerte presencia sociológica. Por influjo de las necesidades operativas del nuevo ambiente productivo mundial, la mayoría de las universidades actuales pasó de los países dominantes a los países colonizados, de unas clases dominantes a unas clases dominadas progresivamente alfabetizadas, etc.
En los países europeos de corte sobre todo más latino se lo denominó en latín como licenciatura. Este nombre denotaba el permiso (la ‘licencia’) para ejercer la disciplina correspondiente, tanto académica (filosofía o teología) como profesional (medicina o derecho).
Por otra parte, en los países básicamente anglosajones, se usó la denominación de maestría para señalar la capacidad de ejercer la enseñanza o el manejo de la disciplina correspondiente.
‘Master’ era un término inglés derivado de ‘magister’ (maestro en latín) y, sobre todo, de su aplicación en los talleres de la época a la persona de mayor rango artesanal: el ‘maestro’ era el que realmente conocía el respectivo oficio.
Pero, en ambos casos, el título histórico solo refería a la simple licentia docendi (el permiso universitario de enseñar). No obstante, con el desarrollo industrial, la generalización de una enseñanza más formal se volvió una necesidad social fundamental.
Esto propició la proliferación de universidades en todo el mundo. Este proceso fue el que terminó por establecer una diferencia entre ambas nominaciones como efecto de la diferencia entre las respectivas universidades en los últimos cien años.
En los países periféricos al núcleo de las universidades históricas (llamados en ese momento ‘en vías de desarrollo’) se comenzó a ofrecer títulos con el nombre clásico de ‘licenciatura’. Pero estos ofrecían con frecuencia una formación deficiente.
Por razones académicas, las universidades más clásicas tomaron entonces dichos títulos como equivalente a un simple bachillerato o candidatura e impusieron a los estudiantes ajenos la exigencia de obtener de nuevo en su sede el auténtico ‘permiso para enseñar’.
Cuando en 1958 ingresé a la Universidad de Lovaina, la mayoría de los estudiantes en filosofía éramos extranjeros. De esta manera, me di cuenta que varios compañeros norteamericanos ya tenían una maestría obtenida en su país y cursaban conmigo de nuevo los estudios de licenciatura. Cuando les pregunté la razón por la que estaban estudiando de nuevo ese grado, me llamó la atención su respuesta: “Nos dijeron que aquí no confían en la calidad de los títulos externos. De esta manera, los únicos estudiantes que pueden pasar directamente a los estudios de doctorado de Lovaina son los que tengan una licentia docendi de una universidad de prestigio, por lo menos con varios siglos de experiencia, como Oxford, la Sorbona o Harvard, se llame como se llame: licenciatura o maestría”.
Dado el flujo particular de estudiantes entre los diversos países durante el siglo pasado, esta dinámica terminó por convertir a la llamada maestría en la ‘licentia docendi’ de mayor respeto. Este cambio fue el efecto normal de la predominancia política y económica de ciertos países de lengua inglesa que recibían mayor número de estudiantes ajenos, sobre todo a partir de la segunda guerra mundial.
De esta manera, al diferenciarse nominal y prácticamente de su gemela histórica, la maestría se constituyó en los últimos años en un título diferente ya que este otro nombre del histórico “permiso para enseñar” parecía certificar mejor su calidad formativa. Se aplicó así con éxito el teorema sociológico de William I. Thomas: ‘If men define situations as real, they are real in their consequences’. Es decir, al asumir a la maestría como algo superior a la licenciatura, se volvió superior en sus consecuencias.
El nivel siguiente consistía en el Doctorado. Este era el reconocimiento de que se tenía las bases suficientes para ser un pleno docente universitario (un ‘docto’).
Dicho título autorizaba así para ejercer como un auténtico profesor universitario en los niveles superiores.
No obstante, lo que ha pasado en los últimos tiempos con la licenciatura, está pasando actualmente también con este otro título. Cada vez más hay ciertas universidades periféricas que ofrecen también unos supuestos ‘doctorados’ que comienzan a ser devaluados por algunas universidades de más peso.
Esta situación va suscitando entonces la necesidad sociológica de establecer quizás una nueva denominación diferente para reconocer el nivel más alto de la formación universitaria más seria de la actualidad, como parecen ser en algunos lugares la presencia un tanto extraña del PHD (el que históricamente refiere al simple doctorado) o de algunas otras expresiones como ciertos ‘doctorados de estado’ que demandan mayores requisitos formales, etc. Pronto, con el tiempo, alguno nuevo diploma formal se va a convertir en un título superior al también deformado título histórico del ‘doctorado’.
Este extraño fenómeno tiene una fuerte presencia sociológica. Por influjo de las necesidades operativas del nuevo ambiente productivo mundial, la mayoría de las universidades actuales pasó de los países dominantes a los países colonizados, de unas clases dominantes a unas clases dominadas progresivamente alfabetizadas, etc.
Y
ESTO HA CREADO LA DEGENERACIÓN DE LOS TÍTULOS HISTÓRICOS.
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