domingo, 26 de marzo de 2017

ÉTICA ECOLÓGICA

Y

MEDIO AMBIENTE


 JAIME GONZÁLEZ DOBLES


Este trabajo enuncia la orientación teórica y metodológica que asumí como pauta del análisis y de la interpretación que realicé en una ponencia presentada en el Coloquio sobre Humanismo y Medio Ambiente, celebrado en la cátedra Rigoberta Menchú del Departamento de Filosofía, de la Escuela de Ciencias Ambientales y del Centro de Estudios Generales de la Universidad Nacional, efectuada en la ciudad de Heredia, Costa Rica, los días 24, 25 y 26 de noviembre de 1993.

Ese Coloquio enfrentaba el debate fundamental entre el avance acelerado de la crisis ambiental que se estaba agudizando en los últimos años del siglo pasado y el despertar progresivo de una cierta conciencia ecológica que ha comenzado a tener algunos esbozos en este siglo. La meta central era discutir y reflexionar seriamente sobre un tema tan importante con la esperanza de favorecer la respuesta lo más humana posible ante los problemas del mundo actual.  

El enfoque que presenté sobre Ética y Medio Ambiente suponía un planteamiento que para muchas personas apegadas al peso ritual de los simples datos podría parecer algo poco preciso y quizás falto de objetividad. Sin embargo, ante la alta tasa de la deforestación, el deterioro del medio ambiente y los desvaríos políticos del mundo humano, el Coloquio partía del supuesto que toda crisis trae consigo los gérmenes de su propia solución. No obstante, esta no es una respuesta inmediata. Es un largo camino que requiere siempre una reflexión profunda y una elaboración minuciosa.

Para encontrar las mejores respuestas y las alternativas más adecuadas desde un humanismo ecológico era necesario revisar con cuidado los fundamentos filosóficos implicados. En este espíritu, mi ponencia destacaba la necesaria relación dialéctica entre la ética como fundamento central de la interacción humana y el medio ambiente como el sistema de la interrelación y de la convivencia de la naturaleza consigo misma. [1]

Esta propuesta suscitaba la necesidad de asumir un enfoque crítico ante ciertos prejuicios metódicos adquiridos y la actitud a veces ingenua de ciertos interlocutores que suelen suponer que determinadas disciplinas o planteamientos académicos gozan realmente de una supuesta constitución objetiva casi innata y que las otras reflexiones son prácticamente inútiles. Pero la constatación histórica de la candidez epistemológica de muchos de estos pensadores tienen que llevarnos a superar, de la mejor manera posible, los defectos de toda captación simplista.

El eje central del planteamiento de la ponencia era que para comprender la realidad humana era menester manejar siempre un pensamiento dialéctico que no vea los datos como simples datos, sino como unos indicios de una comprensión más integral. Presentaba así algunas ideas centrales de lo que luego desarrollé en mi libro más fundamental, Memoria y Sentido, cuya primera parte sobre las Dimensiones ónticas aparece en estos días en la Editorial electrónica Logon.

La objetividad no es, en realidad, una característica intrínseca de ningún pensamiento humano, sino un simple ideal que sirve de orientación para enfrentar los problemas específicos de cada elaboración particular. Por este motivo, con el fin de favorecer el mejor intercambio posible entre las diversas concepciones, el análisis académico de cualquier asunto requiere enunciar o aclarar previa y sensatamente las características fundamentales del enfoque asumido, con el fin de precisar sus alcances y limitaciones. [2]

La escogencia, en el caso de la ponencia, de una opción dialéctica no sólo reflejaba las más profundas convicciones del autor, sino que trataba de ofrecer una modalidad apta para interpretar la intención más profunda del Coloquio y comprender así el sentido implícito de sus posibles enunciados.

En efecto, si hubiera asumido en mi ponencia personal, una simple yuxtaposición formal, al estilo tradicional, entre un enfoque antropológico y un planteamiento ecológico, este enlace hubiera logrado quizás reflejar una conjunción conceptual entre dos áreas del saber sin alcanzar un intercambio realmente dinámico entre sus términos: cada uno de los cuales deber ser leído desde la otra perspectiva.

Pero la contraposición adoptada en el enunciado mismo del Coloquio entre Humanismo y Medio Ambiente señalaba necesariamente una mutua implicación y una profunda interrelación entre dichos polos significativos. Según las presunciones de mi enfoque personal, el planteamiento central del Coloquio suponía una relación que demandaba la necesidad de un manejo dialéctico más profundo entre ambos aspectos. Por eso, había que enlazar seriamente ambos términos.

Como señalé en mi apreciado libro sobre El proceso Investigativo de l986, el término ‘dialéctica’ tiene el mismo origen etimológico que la palabra ‘diálogo’. Esta cercanía lingüística permite entender mejor la problemática más profunda de las orientaciones manejadas. En efecto, un diálogo es siempre un proceso de intercambio entre diversos individuos cuyo resultado final se concreta y se define por la interacción de los diversos personajes y temas participantes. Pero todo diálogo implica la compleja presencia y el enlace del enfrentamiento y de la apertura, del aporte y de la recepción, de la acción y de la pasión entre los individuos implicados.
Toda dialéctica, por su parte, supone siempre un pensamiento muy dinámico en el que se dan relaciones mutuas de implicación y oposición. Según mi interpretación, las dialécticas que llamo como más ‘posicionales’ dan por sentada la sólida existencia de dos polos interactuantes, opuestos y permanentes, que determinan que los procesos implicados funcionen en sus relaciones como un equilibrio tensional, en una especie de metabolismo permanente entre las exigencias y demandas contrapuestas de ambos polos.
Por el contrario, las dialécticas de uso más frecuente entre los académicos, las más ‘progresivas’, definen la realidad y el pensamiento como un proceso en el que los diversos polos opuestos van surgiendo y desarrollándose progresivamente desde el flujo histórico o temático como efecto de las contradicciones actuantes en cada momento o situación específica. De esta manera, los conflictos enfrentados se resuelven en unas nuevas etapas que generan sus propias contradicciones internas. Por eso, lo único permanente es algo más formal: es la estructura teórica, no las situaciones reales.
De esta manera, las dialécticas posicionales definen y suponen la existencia de polos estructurales y permanentes mientras las dialécticas progresivas establecen una dinámica marcada por contraposiciones más circunstanciales que nacen y mueren en cada momento o situación, aunque tengan cierta similitud estructural.
Mi posición personal en la ponencia se fundaba en la aceptación de la necesaria existencia en toda la realidad analizada de ciertas dicotomías, estructurales u ónticas, que aparecen implícitas en el flujo dialéctico de sus diversas manifestaciones como polos en una relación permanente cuyos datos adquieren un papel variable desde una contraposición substancial. Estas dicotomías determinan el sustrato óntico y estructural de cada realidad.
En el flujo fenoménico de sus diversas manifestaciones, los polos de cada sustrato se implican y se oponen siempre necesariamente. Pero el acceso a los verdaderos fundamentos ónticos y estructurales es un asunto profundamente filosófico sobre el cual no quise profundizar en el momento de la ponencia. En ella me limité a enunciar solo algunas indicaciones que permitieran detectar su presencia a través de sus efectos o reflejos en los asuntos tratados o constatados por las ciencias o enfoques manejados.
El tema de las relaciones ónticas de la realidad es el eje central de la primera parte del mi libro Memoria y Sentido, editada electrónicamente por Logon. Este libro parte de la contraposición en el Ser y el Estar. El primero es solo una simple construcción mental mientras que el segundo es la constatación fenoménica fundamental de los modos de ser de la realidad. En efecto, gracias a la memoria, las expresiones del estar reflejan diversos modos de ser, de aparecer y de actuar más o menos permanentes, entrelazados entre sí.
La primera modalidad del modo de ser refleja las dimensiones ónticas de cada realidad mientras los modos de aparecer y de actuar solo establecen ciertas dimensiones más estructurales de cada asunto. Pero, en ambos casos, se da siempre una relación dialéctica como un conflicto de posiciones o polos contrapuestos que establece la compleja dinámica de la realidad.
Desde esta perspectiva se suscita una contraposición compleja entre objetos y sujetos que establece el fundamento del conocimiento y de la ética humana. Desde la separación impuesta por la abstracción mental, la relación entre ambos aspectos se afirma como diferencia, separación y aislamiento de los unos con respecto a los otros: ‘cada cosa es lo que es’. Pero, desde las dimensiones más concretas de la existencia, su realidad es más bien el encuentro, la relación y la unión: ‘cada cosa es un enlace de lo uno con el otro’.
Desde una perspectiva más integral, los objetos no son -como lo suele plantear la conciencia ingenua de los que absolutizan los datos- unas realidades externas ajenas al rico mundo de la subjetividad vivida por los que generan su constante significado existencial. Los objetos son solo uno de los aspectos fundamentales de una realidad más consciente e integral, dominada por su memoria en búsqueda de su sentido.
Como dimensión existencial fundada en el manejo no tanto de los hechos sino sobre todo de las posibilidades, el pensamiento y la realidad ecológica vivida por los humanos se expresan siempre desde una compleja lógica dialéctica en la que se combinan y se enlazan diversos elementos contrapuestos como los sujetos y sus objetos, los individuos y el medio ambiente, el cuerpo y la mente, las estructuras operativas y las expresiones, las percepciones y las emociones, la memoria estructural y la memoria individual, etc. [3]
Por eso, toda dialéctica ecológica debe superar los cánones rígidos de un lenguaje limitado al reino ritual de la simple razón conceptual y de su análisis factual. Supone más bien una dinámica de acción con un conflicto permanente entre polos contrapuestos y complementarios. De esta manera, su resultado final es siempre el fruto complejo de una interrelación compleja. Su sentido más profundo se mueve siempre entre el ser y el estar, entre la ubicación y la posibilidad, entre la constatación y la creación, entre el haber y el tener de todo lo implicado.
De esta manera, el análisis dialéctico enunciado trataba de descubrir siempre la dinámica interna de cada asunto. De hecho, para comprender el sentido más plenario de los asuntos implicados en el enfoque ecológico, había que definir los pasos investigativos o conductuales necesarios para señalar el flujo más complejo de los procedimientos, instrumentos y recursos, conceptuales o procesales, requeridos para ofrecer las razones más adecuadas y operativas de las diversas relaciones funcionales o causales, de los hechos y procesos individuales o sociales implicados en la convivencia con el entorno, desde sus enlaces y contraposiciones.
Pero, una interpretación dialéctica no es una solución automática de ningún problema científico o filosófico, sino una pauta metodológica que señala un tipo de camino particular del conocimiento humano, cuyo destino no es describir, sino comprender la realidad.
Etimológicamente, ‘comprender’ es tomar en conjunto. Por eso, la comprensión dialéctica es una orientación explicativa, metodológica y existencial, que precisa los entes, los procesos y las acciones, intelectuales y conductuales, desde una perspectiva dinámica donde juega un papel fundamental la exigencia de mantener la integración de todos los elementos respetando sus divergencias. Es una explicación integral donde toda globalidad se muestra y se dilucida por razones ligadas a las oposiciones y a los enlaces estructurales y procesales implicados.
En este juego, la comprensión dialéctica supone que todos los entes y todos los procesos contienen elementos determinantes y determinados a la vez por otros elementos en juego, como causas o efectos, como enlaces o ausencias, como complementos u oposiciones, dentro de la mutua relación. Así, la problemática esencial de su interpretación estriba en el análisis dinámico, en la precisión balanceada y en la comprensión profunda de las diversas relaciones implicadas en la realidad manejada.
De esta manera, la comprensión dialéctica no enfrenta el significado ritual de unos simples datos, sino el sentido más profundo de unas realidades complejas. Por eso, la explicación dialéctica de la convivencia ecológica no solo describe las diversas manifestaciones de ciertos hechos o procesos formales, o distingue ritual y crudamente sus fases, sucesivas o concomitantes, como unos simples datos sobre la realidad. Más bien, pone al descubierto sus enlaces internos, sus conexiones e interrelaciones con otros hechos y procesos, para determinar las condiciones y posibilidades necesarias y suficientes de su existencia más concreta.
En su esencia, la dinámica dialéctica no es solo el fruto de un debate formal o una cualidad intrínseca al simple modo de estudio de una realidad determinada (ligado al intercambio de las significaciones formales sobre los entes implicados en cada situación). Es sobre todo un elemento interno de la dinámica del mismo asunto de estudio cuyo aspecto más problemático no está quizás en la simple naturaleza particular de lo propio y del entorno correspondiente, sino en las relaciones profundas entre las diversos aspectos y elementos implicados. Es una visión integral.
Como base de la realización y del análisis de cada asunto, existe entonces la exigencia de encontrar un equilibrio inestable y dialéctico entre los polos contrapuestos e ineludibles de su existencia, en el que pesan siempre las características particulares de todas las situaciones y vivencias relacionadas. Estas oposiciones pueden estar a dos niveles.
Por una parte, tenemos unas oposiciones fundadas en el modo de ser mismo de las cosas implicadas como condiciones permanentes del constante fluir de todos sus acontecimientos. Al referir así a los enlaces, a los conflictos o a las contradicciones permanentes que tiene el sustrato natural de diversos entes, físicos o vivientes, dicha perspectiva se concreta en lo ecológico como una dialéctica óntica que refiere a la comprensión de la realidad viviente como una dialéctica permanente entre vida y muerte y a la comprensión de los entes humanos como una dialéctica permanente entre conducta y sentido.
Por otra parte, tenemos ciertas oposiciones que nacen, crecen y se resuelven desde el modo de actuar específico de ciertos individuos o grupos en circunstancias y entornos determinados. Al referir a las manifestaciones, a los conflictos o a las condiciones circunstanciales del quehacer propio de unos entes o asuntos particulares, dicha perspectiva se establece como una dialéctica más existencial, en la que el recuento histórico es fundamental. Por ejemplo, el estudio de la dinámica del desbalance ecológico suscitado por el desarrollo tecnológico actual.
Ambas dimensiones se enlazan. Por eso, la realización específica de cada asunto ecológico es bastante compleja. En efecto, la acción y la situación de cada ente se define desde una convivencia marcada por una dinámica integrada por la conducta compartida con los otros entes con los que se interrelaciona. Desde el punto de vista humano, el problema ecológico es así algo a la vez sustancial, histórico, cultural y personal. De hecho, las condiciones y las manifestaciones básicas de su dialéctica comprenden la realidad particular de cada ente humano como un objeto en constante acción ante una situación relacional con el entorno como lo otro.
Por tal motivo, el manejo mental del flujo complejo de las diversas manifestaciones de los distintos asuntos e individuos vitales se precisa desde la necesidad de manejar una comprensión integral de la dialéctica global de la compleja existencia enfrentada en toda relación ecológica. Sus aportes y problemas se suscitan siempre desde una realidad parcialmente hecha ante la dinámica de algo que trata constantemente de hacer algo nuevo. Esto establece la función dialéctica del tiempo enfrentado.
De este modo, el conflicto permanente entre vida y muerte, la necesaria ubicación de cada cual ante lo otro, la condición sexuada, la diferencia y el complemento existencial de los distintos entes vivientes en lo biológico y en lo afectivo, etc. se basan en una estructura dialéctica en constante movimiento. De igual manera, ante el contrapolo dialéctico de lo vital, el ambiente cultural y social de los humanos genera siempre la fluidez de una dialéctica permanente entre lo impositivo y lo creativo, entre lo innovador y lo reiterativo. Esto suscita el complejo enlace y manejo dinámico de las posibilidades, de las creencias, de los valores y de las conductas humanas, en la coexistencia con el resto del mundo vital. Es decir, establecen el profundo fondo moral de todo problema ecológico.
Desde esta perspectiva, podemos señalar que toda realidad relativa al asunto de Humanismo y Medio Ambiente implica una necesaria estructura dialéctica que se manifiesta en una contraposición e implicación permanentes entre la exterioridad e la interioridad, entre la objetividad y la subjetividad, entre el determinismo y la creación. Ciertamente, en las dialécticas ónticas e históricas dentro de las cuales se ubica el problema estudiado se efectúan, de forma variada y permanente, ciertos conflictos y dependencias, ciertas relaciones y oposiciones, ciertos implicaciones y contrastes.
No obstante, su adecuada comprensión requiere siempre una lectura fundamental desde los fundamentos ónticos implicados. Por tal motivo, el pensamiento correspondiente comporta e implica una constitución dialéctica sustancial entre la afirmación y la negación, entre abstracción y concreción donde lo humano y lo vital se requieren y se condicionan también permanentemente. Pero, el grave error del respectivo pensamiento consiste en suponer las contraposiciones históricas como si fuesen supuestas dimensiones estructurales de la realidad vivida, sin evaluar seriamente el papel fundamental de la participación de la conducta humana en el desenlace de las relaciones con el entorno.
Desde el enfoque dialéctico adoptado, era conveniente empezar por suscitar un necesario cuestionamiento sobre los fundamentos mismos del Coloquio. Este suponía como fuente de su debate interno el desarrollo de cierta conciencia social sobre el problema ecológico suscitado por el mundo actual. Por esto, su adecuada comprensión suscitaba y requería un análisis dialéctico de la conducta moral implicada.
Originariamente la dialéctica es un elemento dinámico y un factor central de la existencia humana, en cuya dinámica la pura contraposición conceptual o factual entre Humanismo y Medio Ambiente es solo un aspecto relativo. Por ello, aunque dicha problemática puede aclararse relativa y concretamente desde una interpretación que analice la convergencia y contraposición dinámica entre el quehacer humano y la naturaleza ambiente, el sentido más profundo de su eje interpretativo puede desvirtuar su significado si se absolutizan algunos datos parciales sin englobar la totalidad de la realidad implicada.
Es decir, se requiere comprender plenamente el asunto de fondo. En efecto, el sustento real de una adecuada dialéctica de lo ecológico implica un fenómeno de totalización dinámica de toda la realidad global implicada. Esto determina el movimiento histórico según el cual los entes humanos se hacen y deshacen históricamente en una relación también dialéctica con la naturaleza, que los afecta permanentemente.
Las contraposiciones enunciadas en los apartados del Coloquio entre un Humanismo Antropocéntrico y un Humanismo Ecológico, entre Utopía y Naturaleza, etc., presentaban un tipo de dicotomías que podían fácilmente condicionar un acercamiento a las posibilidades desde un enfoque más dialéctico en la comprensión de su relación profunda y en una superación de la multiplicidad de sus procedimientos.
En realidad, el problema ecológico actual comporta una dialéctica intrínseca de la realidad implicada y un problema conceptual que debe ser también manejado dialécticamente por el conocimiento humano. Pero la misma dinámica interna del pensamiento humano suele suscitar que ciertas concepciones puedan ser parcialmente perjudicadas por ciertas reacciones, con frecuencia más emotivas que racionales, contra ciertos polos que han adquirido una importancia histórica excesiva. Esto puede engendrar una búsqueda bastante exagerada de una compensación que puede desvirtuar la necesaria exigencia de la complementariedad requerida.
La diferenciación formal en los énfasis del pensamiento humano se suele convertir con frecuencia en los debates académicos en una especie de contraposición radical y apologética de ciertas tesis que aparecen como si tuviesen un enfrentamiento total con el polo contrapuesto. De esta manera, se suelen establecer fácilmente ciertos sistemas de comprensión bastante cerrados que eluden la verdadera problemática de la interrelación dialéctica entre los asuntos implicados: por ejemplo, en la ecología, entre la naturaleza y los entes humanos.
Toda problemática supone el trasfondo de sistemas establecidos que determinan las condiciones conceptuales y mentales de su comprensión. Esto suele desatar históricamente ciertos polos contrapuestos. Alguno de ellos absorbe la atención de unos pensadores que suelen determinar los ejes prioritarios de su interpretación desde ellos. De esta manera, se establecen sistemas cerrados que destruyen la verdadera comprensión de los asuntos. Por ejemplo, la expresión ‘versus’ utilizada en el enunciado del temario del Coloquio para establecer una contraposición entre algunos de sus términos podría desembocar, como decía Georges Gurvitch, en una inflación artificial que conduzca al fetichismo de las antinomias.
La comprensión humana de cualquier asunto, incluido el ambiental, depende sobre todo de la dialéctica real de su existencia. Por eso, la creación y consolidación de sistemas cerrados es la negación misma de la auténtica interpretación dialéctica de todo lo implicado. De hecho, la polarización exagerada de las concepciones suele engendrar con frecuencia una actitud básicamente apologética que termina por desvirtuar una adecuada comprensión de la dinámica más profunda del flujo real de las contradicciones internas de la contraposición enfocada.
De esta manera, los planteamientos apologéticos tienen la tentación de tratar de revestirse de ciertas cualidades valorativas como la ‘concreción’ o la ‘objetividad’, cuando su realidad efectiva supone siempre un simple condicionamiento abstracto ante un necesario sustrato objetivo y subjetivo más preciso. Por tales razones, se establecen ciertos juegos de fuerzas mentales aparentemente contrapuestas que terminan, a pesar de todo, implicándose mutuamente.
Creo que un ejemplo histórico de resonancia actual podría aclarar esta alusión: el enfrentamiento apologético entre socialismo y capitalismo determinó una ‘guerra fría’ entre bloques o sistemas, políticos y sociales, que camuflaban la real dinámica de su dialéctica interna según la cual, a pesar de su cinismo descarado, el crudo capitalismo se había socializado parcialmente, mientras que el aluvión socialista no pudo eliminar ciertas demandas capitalistas a pesar del ‘fascismo de izquierda’ instaurado detrás de sus ‘cortinas de hierro’. Si no ¿quién se explica ciertos fenómenos históricos como el papel histórico de la ‘perestroika’ o que haya sido los Estados Unidos, el foco central del capitalismo, quien exigiera a Costa Rica la aprobación de ciertas normas operativas que resultaron positivas para los sindicatos? De hecho, en su dialéctica concreta, la conducta efectiva de la dinámica mundial ha sido el resultado de la influencia particular de ambos polos, interna y externamente. [4]
Un tipo similar de actitud apologética se manifiesta actualmente en el análisis más corriente de los problemas ambientales. Los llamados planteamientos ecologistas constituyen la fuerza renovadora en el proceso histórico ante las demandas y necesidades del ambiente. Pero, al igual que los socialistas de antaño, estos sostienen con sus demandas la bandera motivadora de los ideales mientras las fuerzas conservadoras sostienen como siempre los diversos intereses creados de lo ya establecido.
La actitud apologética es bastante frecuente entre algunos ecologistas que expresan el deseo de convertir mentalmente, sobre todo en lo relativo a las relaciones particulares con los animales salvajes en vías de extinción o con los bosques vírgenes, la existencia y la producción humanas en una especie de ‘orquidea o planta epífita’ (para decirlo en forma figurativa) que si bien se adhiere a la naturaleza viviente circundante, viva de los alimentos que les aporte el aire de sus ensoñaciones, sin comprender quizás las formas de parasitismo que sostienen los propios planteamientos económicos, políticos y sociales por los cuales subsisten.
Esta actitud apologética suele repetir a su manera las suposiciones cándidas de aquellos socialistas que eludían la existencia de los conflictos internos en su propia convivencia social al suponer cándidamente que los entes humanos somos por naturaleza una especie de ángeles que podríamos alcanzar una convivencia ideal con los otros y con el entorno.
Pero la actitud más sensata ante los conflictos históricos no se defiende con apologías, sino con una captación sincera del flujo dialéctico de la situación implicada, fundada en una búsqueda auténtica de un realismo sensato. En términos concretos, este exige asumir las dicotomías existentes como polos interpretativos en una contraposición dinámica e innovadora. Sin embargo, esto determina siempre constantes fluctuaciones en el desenvolvimiento de la realidad que deben ser constatadas en términos precisos e interpretadas desde una adecuada captación de su flujo dialéctico.
En todo caso, es necesario reconocer que los sistemas son mentalmente necesario: forman parte de la naturaleza humana. Pero, en la realidad, son casi siempre estos los que engendran los problemas y son los problemas los que renuevan los sistemas. Por eso, como señalaba Georges Gurvitch, “el método dialéctico es un llamamiento a la perpetua destrucción de los ‘sistemas’ a favor siempre renovada de los problemas”. [5]
Por tales razones, resulta interesante la posibilidad de una respuesta al interesante problema de Humanismo y Medio Ambiente a través del concepto sugerido de un supuesto desarrollo sostenible como la búsqueda de un equilibrio sensato entre las demandas de ambos polos: la naturaleza y la humanidad. No desconozco, ciertamente, la existencia de un pensamiento que absolutiza las denominaciones y que puede llevar a reacciones emocionales absurdas contra los términos específicos seleccionados en este planteamiento. Sin embargo, considero que lo fundamental en este caso son las significaciones y no las palabras enunciadas: ‘que a un cerdo se lo llame puerco o chancho no cambia su naturaleza’.
De hecho, más allá de ciertas manipulaciones políticas o económicas a que se suele prestar, el concepto sensato de ‘desarrollo sustentable’ puede servir de eje orientador en el drama existencial de los entes humanos ante la convivencia con su respectivo entorno. En efecto, al impulsar la reflexión seria sobre las interrelaciones entre la ética, la productividad humana y el medio ambiente, la idea de ‘desarrollo sostenible’ puede implicar la búsqueda más o menos sensata de un adecuado equilibrio entre las demandas contrapuestas de los polos implicados. Cada uno demanda lo propio.
La idea de desarrollo refiere al supuesto desenvolvimiento efectivo de las potencialidades de los entes particulares implicados y la idea de sustentable indica la búsqueda de una adecuada relación de los humanos con su entorno. El concepto formal de un ‘desarrollo sostenible’, o como se lo prefiera expresar, demanda la búsqueda de un equilibrio inestable, y siempre cuestionable, en el necesario conflicto entre los entes humanos y el medio ambiente, entre la moral y la producción humana, entre las dimensiones espirituales y las condiciones materiales de la naturaleza. No es una receta, es una propuesta; no es una solución, es un camino.
Por eso, el análisis requerido debe empezar por resemantizar el término de desarrollo sostenible, o cualquier otra denominación que por razones tácticas se seleccione, con el fin de superar las visiones limitadas, y por consiguiente deformadas, del concepto tradicional de ‘desarrollo’, donde ha pesado una manera particular de contemplar la producción y el destino humanos.
Este cuestionamiento tiene un efecto fundamental en el enfoque del asunto relativo a las relaciones entre Ética y Medio Ambiente, ya que toda la conducta moral implica una cosmovisión particular y toda visión del mundo genera su propia ética como una justificación de su conducta. Por este motivo, para entender las relaciones entre la moral humana y el medio ambiente, es necesario enfocar el problema central entre las concepciones del ser de lo humano y del mundo que se mantienen en el trasfondo del concepto del desarrollo instaurado y del concepto del desarrollo buscado como alternativa en el mundo actual y en las conductas derivadas.
En este sentido, podemos constatar que el crecimiento tecnológico del mundo actual ha partido desde una concepción energética del medio ambiente sustentada en la influencia fundamental de la física y de la química como un paradigma mental con una interpretación del mundo occidental desde ciertos esquemas funcionales, ligados sobre todo a sus posibles, frecuentes y crudas implicaciones en el mercado. Por ello, su planteamiento moral ha supuesto una concepción ética parcialmente tergiversada por las fuerzas dominantes del intercambio humano moderno en los ámbitos productivos, políticos y económicos. Este enfoque no sólo ha desquiciado la compresión de la interrelación humana con la naturaleza, sino que han afectado también las condiciones de ciertas potencialidades humanas.
Al encerrar sus planteamientos y sus posibilidades dentro de las simples modalidades de acción previstas por la concepción tendenciosa del universo como un objeto de posesión, su cosmovisión particular no ha sabido integrar el universo personal y social como la auténtica dimensión de una convivencia existencial con el entorno y con los otros. De otra manera, no se podría entender las serias contradicciones de las declaraciones formales de los derechos humanos y ambientales frente a la crudeza de la muerte, de la deforestación, de la desnutrición, de la miseria y de todos los problemas injustos que padece gran parte de la población humana y viviente.
En tal sentido, la promoción de alternativas ajenas a los supuestos básicos del sistema dominante es considerada en la práctica como un asunto sin mayor importancia (porque no se rigen en los términos de sus crudas pautas sociales y financieras). Pero este problema no es realmente un asunto mental. Es un fenómeno político: está ligado a la manera cómo se pretende manejar el mundo. Por eso, sus polémicas y sus enfrentamientos no se fundan en razones, sino en el juego del poder. Pero este es algo dialécticamente ambiguo: se debate entre la creación y la destrucción, entre la afirmación y la alienación, entre el manejo y la pérdida de recursos, entre la obsesión y la sensatez, etc. Dicho fríamente, se juega entre lo humano y lo inhumano mientras la ética trata de alcanzar lo realmente humano. [6]
Académicamente se puede constatar que, por efecto de la visión del mundo dominante entre los humanos durante los últimos tiempos, el uso del poder y su orientación mental en la convivencia con la naturaleza se ha fundado principalmente en una captación particular según la cual la naturaleza se percibe como un conjunto de potencialidades, físicas y biológicas, que el hombre puede programar en función de sus necesidades políticas y mercantiles, menospreciando la lógica interna de su acción y de su subsistencia. [7]
El poder utiliza ciertos planteamientos mentales para justificar sus intereses. Por eso, sus discursos son un juego dialéctico entre los dos polos dialécticos: la verdad y la mentira. De esta manera, como pensador me toca traer el debate del Coloquio al mundo académico en el que es necesario captar la parte de verdad y la parte de mentira que tienen todos los planteamientos políticos implicados para tratar de lograr un enfoque lo más integral posible que pueda servir de orientación a las personas de acción más sensatas.
De hecho, el mundo moderno ha desarrollado una concepción moral que, al priorizar el éxito, no destaca adecuadamente el auténtico desarrollo de ciertas potencialidades humanas y naturales. Para decirlo con las palabras de Erich Fromm, un autor humanista que siempre pedía leer a mis estudiantes de ética, el mundo actual ha implantado ciertas orientaciones morales de corte explotador y acumulativo, con rasgos complementarios de una actitud moral de corte mercantil. Para Fromm, esta es “la orientación del carácter que está arraigada en el experimentarse a uno mismo como una mercancía y al propio valor como un valor de cambio. En nuestro tiempo, la orientación mercantil se ha desarrollado rápida y juntamente con el desarrollo de un nuevo mercado, el ‘mercado de la personalidad’ que es un fenómeno de las últimas décadas". [8] Basta con ver lo que pasa en los deportes, los espectáculos y las artes.
El fundamento ético del planteamiento de Fromm buscaba el verdadero desarrollo de las potencialidades humanas más profundas como la creatividad, el amor, etc. En  contraposición con el sentido más pragmático, más posesivo, más resultadista y más mercantil de la visión humanista con fundamentos más físico-químicos, que ve la realidad como un juego de fuerzas, esta orientación más vivencial, más creativa y más participativa de una visión del humanismo más integral debe ver la realidad como un juego profundo de vivencias, entre las cuales está la relación ecológica.
De esta manera, el cuestionamiento del concepto de desarrollo está detrás de la relación moral con el medio ambiente. Es parte integral del eje fundamental de un planteamiento más pleno, basado en la exigencia formal de la búsqueda de la auténtica perfección humana como la expresión medular de bien moral. Etimológicamente, ‘perfecto’ significa lo totalmente realizado, mientras desarrollo solo señala el camino propicio para alcanzar dicha meta.
Por ello, la realidad moral supone que toda acción implica siempre una relación dialéctica entre las posibilidades propias y ajenas (la de los otros y las de la naturaleza), asumidas desde la conducta de cada cual. Sin embargo, la concepción popular identifica espontáneamente la ética con la moral, ya que los términos tienen similitudes y sus objetos específicos se entrecruzan. Pero, a pesar de sus similitudes etimológicas, el uso histórico ha ofrecido matices significativos relativamente diferenciados a dichos conceptos.
En efecto, la moral gravita alrededor de la conducta consciente de los seres humanos en función de una idea de bien asumida como obligante. De esta manera, se entiende por moral el conjunto de conductas humanas establecidas en circunstancias y condiciones de obligatoriedad, en función de un deber ser que presenta características específicas de obligatoriedad de conciencia. Al respecto, es clásica la interpretación de Kant sobre el deber moral como un imperativo categórico.
Por otro lado, la ética en sentido estricto gira sobre todo alrededor de la plena evaluación y justificación de diversos enunciados relativos a las normas, los valores y las justificaciones que tratan de orientar, de evaluar y de fundamentar las conductas morales. Por eso, la ética es la parte del pensar filosófico que comprende el análisis sustancial de los problemas estructurales y coyunturales de toda la realidad moral ligados con la determinación más profunda, teórica y pragmática, de sus justificaciones y condiciones de posibilidad, así como de sus exigencias concretas en términos de la obtención del mayor bien posible en la conducta humana en función de las determinaciones precisas del momento histórico. Por esto, el papel de la ética es sustancialmente crítico. Su análisis se centra en cuestionar el fundamento de la obligatoriedad moral: ¿qué es lo que realmente debemos hacer?
En todo caso, los entes humanos llegan a ser lo que son gracias a una acción consciente y responsable en la que crean el sentido más profundo de su existencia por una decisión voluntaria y racional de fidelidad a un ideal de vida. Por esto, la problemática moral implica un aspecto esencialmente personal, más vivencial, que se refiere a la fidelidad o infidelidad personal con respecto a unas normas o mandatos en función de un ideal interiorizado de conducta, mientras al encargarse de fundamentar, justificar y evaluar las normas y conductas morales en función de valores, razones o circunstancias apropiadas, la ética comporta una dimensión fundamentalmente racional y reflexiva, con implicaciones profundas.
Dada la trascendencia que tiene la formación y las consecuencias de nuestros criterios morales, es fundamental señalar explícitamente el papel que juegan las diversas cosmovisiones, de origen cultural y aun ideológico, en las diversas concepciones éticas. Aunque, sus pensadores tratan de interpretar fríamente la conducta y los problemas morales como la manifestación más genuina de la persona humana, en sentido pleno sus planteamientos terminan por sostener las reflexiones morales desde la manera como se ha aprendido a ver el mundo cotidiano y académico. Pero esta visión está siempre deformada por los intereses creados. Por eso, todos los pensadores tienen necesariamente la influencia de su respectivo mundo cultural. Esto hace que la ética sea siempre un mundo abierto en busca de una meta cuestionable.
Por ejemplo, al sostener las determinaciones precisas de la supuesta naturaleza objetiva, la mayoría del mundo académico suele reflejar una visión bastante discutible. Esta se suele fundar en una dicotomía excesiva entre la supuesta objetividad y la subjetividad, entre la interioridad y la exterioridad, entre la libertad y el determinismo, cuando en la realidad concreta lo que se presenta es siempre un flujo permanente entre unos polos permanentes, de manera que estos se complementan y contraponen continuamente tanto en los humanos como en la naturaleza y en sus relaciones mutuas.
La ética es una disciplina mental que se ocupa de analizar y de justificar los valores y sus escalas respectivas en razón de su adecuación con la realidad de las potencialidades constatadas en el mundo humano, tal como se logran destacar desde la experiencia humana tenida. Sin embargo, al formular una concepción ética en un coloquio académico es necesario recordar que en esto no se plantea un debate estricto entre la realidad completa del medio ambiente y del mundo humano, sino una simple confrontación entre unos conocimientos siempre parciales que se tienen en cada momento histórico tanto sobre el medio ambiente como sobre la realidad humana. Por esto, las propuestas nunca son respuestas absolutas. Son siempre insinuaciones más o menos fundamentadas.
El problema esencial de la problemática relativa a la ética y al medio ambiente debe enfocarse desde un análisis dialéctico de las relaciones más profundas entre las realidades conocidas y los ideales humanos sustentados. Pero, en función de las consideraciones enunciadas en mi planteamiento, resulta excesivo contraponer el mundo personal y el mundo natural, ya que los humanos somos parte de la naturaleza objetiva y ésta implica la interioridad propia con sus demandas y requerimientos específicos.
Como parte de los requisitos de mi graduación en filosofía, tuve que leer a Maurice Blondel. En La Pensée, un libro de 1934, este autor planteaba algo que topaba con los prejuicios establecidos por mi formación académica. Él analizaba, según sus propios términos, el pensamiento cósmico, el pensamiento orgánico y organizador, el pensamiento psíquico y, finalmente, la aparición de la conciencia como pensamiento pensante. Blondel distinguía así el pensamiento pensado del pensamiento pensante atribuido por él a los humanos. [9]
El peso de la escolástica en mis primeros años de formación había desarrollado en mi mente una dicotomía entre la persona y la naturaleza, entre el pensamiento y la materialidad. Por tal motivo, me llamó profundamente la atención la afirmación de un pensamiento cósmico, planteada por un filósofo ciego que había aprendido a mirar sin la luz de sus ojos.
Por eso, para mí, el dilema entre lo pensante y lo pensado ha llegado a ser la manifestación de un pensamiento más integral cuya situación denota la posibilidad de una energia existencial en la que el espacio y el tiempo son las condiciones de sus posibilidades dentro o fuera, desde o hacia, por o para las entidades implicadas. De esta manera, para conocer la condición fundamental de la realidad ecológica y resolver sus problemas más fundamentales con sabiduría, es necesario aclarar que cada realidad específica del medio ambiente suscita siempre un tipo de pensamiento con variaciones temporales y espaciales en todo lo implicado. De esta manera, la relación de los humanos con el ambiente es un profundo encuentro.
Pero, en esta dinámica, no hay nunca acción sin cambios, ni hay cambios sin pensamiento, ni pensamiento sin una relación implícita entre lo pensado y lo pensante. De hecho, en sus dimensiones más concretas, la dinámica del cambio enlaza y confronta el pensamiento implícito en las relaciones existenciales de unos entes con los otros. En efecto, toda acción expresa siempre una memoria, objetiva y subjetiva, que implica los aportes históricos de todo el pensamiento encarnado en cada asunto. Por eso, el real problema de cada realidad no es tanto un asunto causal como un proyecto teleológico ligado a los ideales que se pretende encarnar.
En este proceso, el pensamiento universal tiene dos pautas centrales de interpretación: el cosmos y el caos. El primero suscita el conocimiento de lo reiterado en el pasado. Es el fruto de una memoria que maneja los hechos como recuerdos de cosas reiteradas. El segundo establece el reino de lo imprevisto que se enfrenta, creativamente o destructivamente, con lo ya establecido. Es el mundo de una imaginación que maneja los asuntos como posibilidades con consecuencias no siempre previsibles. [10]
El conflicto entre el cosmos y el caos es quizás el mejor fundamento de la comprensión integral del problema ecológico. En efecto, al expresar los elementos constitutivos de la acción particular de lo uno ante lo otro, ambos factores permiten detectar el sentido de toda acción en la experiencia y en la memoria de las diversas manifestaciones de las relaciones entre la conducta humana y el medio ambiente. No obstante, con frecuencia, el medio ambiente suscita casi siempre una presencia cósmica que se establece como algo amenazado ante los embates de la acción más caótica de los humanos. De aquí el problema ético.
En efecto, la evolución de los acontecimientos vividos y analizados desde las realaciones entre los humanos y el medio ambiente refleja un conjunto complejo de regularidades e irregularidades que pueden ser interpretadas coherentemente desde el papel de estos importantes parámetros. Pero ambos polos no constituyen una situación rígida e inmutable. Sus normas específicas son solo unas pautas formales que facilitan comprender mejor las características de cada asunto en particular al permitir una adecuada interpretación de la existencia concreta de todas las cosas enfrentadas.
Desde cierto punto de vista, la compleja dinámica del cambio y de la estancia suele crear en la memoria del universo unas relaciones, regulares y regularizadoras, que generan unas pautas interpretativas con unas normas más o menos rígidas en las que los asuntos se supone que se siguen repitiendo de la misma manera. El mundo significativo del cosmos expresa así la creación de todo lo previsto o previsible en cada situación concreta.
No obstante, los diversos aspectos del cosmos y del caos tienen su propia función en la generación y en la variable interpretación de cada situación concreta. Aunque se sostengan en el tiempo y se expresen como memoria, los supuestos efectos del cosmos no son tan rituales como aparentan. Muchas veces sus resultados se generan desde la presencia circunstancial de algunas relaciones establecidas entre ciertas acciones e individualidades como base del estar en el correspondiente espacio y tiempo de cada asunto. Pero esto puede tener ciertas consecuencias caóticas en otras situaciones.
Dicho figurativamente, el cosmos es una simple expresión de la repetición del pensamiento pensado de lo ya pasado que permite establecer cada vez más el ritual de lo viejo: lo que parece no cambiar. Pero su mundo concreto es un profundo desafío para la inteligencia humana ya que lo más importante no es solo lo que permanece, sino también lo que cambia como efecto del caos provocado desde el mismo cosmos y esto tiene las acciones más diversas. Por ejemplo, un cambio en las lluvias puede provocar inundaciones con serios efectos caóticos en los sistemas bióticos existentes como la creación histórica de las ciudades y carreteras ha provocado consecuencias que afectan dichos sistemas implicados de una manera también caótica. No obstante, el debate teórico está en que las primeras acciones pueden ser interpretadas como fenómenos naturales mientras las segundas dependen de la voluntad humana. Por eso, tienen siempre consecuencias éticas.
En todo caso, el caos no es una realidad ajena al cosmos: actúa desde él y ante él. En efecto, dada la imposibilidad de un cambio radical, todo cambio necesita un punto de apoyo: algo cósmico que permanezca como su cimiento. De hecho, al generar cambios específicos en un espacio determinado, todas las manifestaciones caóticas dependen del sólido aporte de la presencia espacial y temporal de otros entes con características concretas.
No obstante, a pesar de sus limitaciones, el caos resulta ser un elemento fundamental del universo. Su mundo es fuente de todo lo nuevo: es la creación de todo lo imprevisto o imprevisible del mundo histórico. De hecho, al renovar constantemente lo anterior, el caos es el origen creativo de todo posible cambio en lo propio o en lo ajeno. De esta manera, el sentido de sus efectos es siempre discutible. 
En todo caso, la lógica del diálogo existencial entre el cosmos y el caos rige las vivencias concretas de cada modo de ser específico y sobre todo de los entes más caóticos del planeta Tierra: los humanos. La profunda situación dialéctica que los humanos vivimos entre lo general (regido por el cosmos) y lo particular (influenciado por el caos) permite explicar que cada individuo y grupo humano pueda actuar a su manera dentro de determinadas condiciones y ofrezca ciertas características propias en sus acciones, que deber ser evaluadas moralmente.
De esta manera, el núcleo particular de la acción moral de cada individuo es el fruto del encuentro dialéctico de los reflejos de la regularidad cósmica vivida con el aporte del azar en lo propio y en lo ajeno. Por tal motivo, el aporte de cada cual no se funda solo en las normas más regulares de las supuestas acciones del universo implicado. Se basa también y sobre todo en las situaciones azarosas de cada centro de acción en momentos y situaciones especificadas desde unos determinados antecedentes ante unas circunstancias variables. Por tal motivo, la supuesta normativa universal no es algo totalmente rígido ya que está necesariamente cargada del peso particular de la acción caótica en cada historia.
Por esto, el problema moral es cómo regentar el caos humano con el fin de suscitar las mejores consecuencias y evitar posibles desastres en lo propio y en lo ajeno. En esta dinámica, la dialéctica entre el cosmos y el caos sostiene el desempeño integral del mundo humano y del mundo externo. Le da la esencia particular a la acción propia de cada una de sus expresiones. Determina la necesidad de un enfoque ético de su estilo de vida.
Cada estilo de vida no es así una situación rígida, sino una expresión particular que puede contraponerse creativamente a otras posibles formas de ser en el resto del universo. Por ejemplo, la aparición del estilo de vida de las plantas, de los animales y de los entes humanos en el planeta Tierra instauró y consolidó una cierta estructura con un conjunto de innovaciones y de pautas regulares de una conducta específica dotada de algunos efectos más o menos ambiguos e imprevisibles.
Con el fin de aclarar este asunto voy a extraer unas pocas ideas del enfoque planteado al respecto en Memoria y Sentido. Según este, la realidad constada por los humanos tiene siempre un juego dialéctico desde al menos cuatro dimensiones fundamentales con sus propias pautas de acción: la material, la vital, la psíquica y la personal.
La materia es el fundamento óntico de las posibles manifestaciones de todo el universo. Es así el principio básico del modo de ser específico de las características y de la organización particular de cada individualidad y de cada acción. Denota el cimiento propio de su potencial, de su dinámica, de sus modalidades, de sus estratos, de sus enlaces, de sus actuaciones, de sus expresiones, etc.
Estructuralmente, la materia presenta siempre un flujo energético que puede actuar ante sí mismo y ante lo otro. De esta manera, se caracteriza por tener una ubicación en el espacio y el tiempo con una pauta precisa de acción en función del enlace con otros individuos particulares desde un entorno también particular. Por eso, presenta siempre tres condiciones ónticas básicas: el flujo energético, la individuación y la interdependencia.
La vida tiene siempre una estructura corpórea específica, acorde con los diversos elementos de su realidad individualizada. Esta adquiere una mayor estructuración y una organización más complicada en la que se afirma su identidad desde un estilo de vida con cierta funcionalidad, desde cierto aprovisionamiento energético, ligada con una necesaria posibilidad de reproducción. Esto genera la propia identidad de lo vital desde una orientación más teleológica que causal en la que la vida misma es el referente substancial. [11]
Según una imagen corriente, se podría decir que las condiciones de lo material son algo similar a una situación unidimensional que determina la ubicación energética de cada ente o acción. Por el contrario, lo vital expresaría una situación bidimensional que fortalece la identidad y el funcionamiento de una realidad individual mientras la vivencia psíquica denotaría una realidad tridimensional que favorece la convivencia intencional con lo propio y con lo ajeno.
La realidad psíquica define su propia identidad al actuar ante lo otro desde el manejo de ciertos enlaces y significados particulares. De esta manera, sus vivencias tienen, en lo interno y en lo externo, la riqueza de una compleja relación existencial del propio cuerpo hacia el entorno. Esta facilita una capacidad de movimiento que trata de manejar el entorno como su ámbito de acción específico: como su propio territorio.  
En estas condiciones, la identidad, la individuación y la funcionalidad vitales adquieren una orientación existencial más compleja en lo psíquico. Sus vivencias se fundamentan como una búsqueda y un manejo particular del entorno desde la incidencia en lo propio. De esta manera, su convivencia con lo otro es más rica y particular: depende de su grado de conocimiento, de su intencionalidad y de sus emociones. Además, al crearse el movimiento como la condición fundamental para manifestar su originalidad, se suscita así el estilo de vida específico de lo psíquico
El significado originario de la palabra ‘espíritu’ era el aliento, la respiración, el aire, el viento, la exhalación. De esta manera, se usó la palabra espiritualidad, en forma figurativa, para designar algo que fluía de maneras muy diversas en la realidad sin poder ser claramente determinado en un lugar específico. Como expresa la imagen, su ámbito no es tanto el reino de unas metas o logros concretos en lo cotidiano, sino la demanda de su plena realización como una obligación existencial más plenaria. Su misión es establecer un camino hacia la trascendencia que fomente la originalidad individual desde un cúmulo de potencialidades que demandan hacer lo necesario para poder ser todo lo que se puede ser.
Esto nos lleva a una extraña conclusión.
Por una parte, estas dimensiones son condiciones ónticas de toda la realidad. Por eso, sus pautas se conectan en las diversas expresiones del universo. De esta manera, los humanos estamos íntimamente enlazados con todo el ámbito material, vital y psíquico de nuestro entorno. Por eso, cualquier error que cometamos terminan teniendo consecuencias en la propia vida humana.
Por otra parte, no hay que confundir las dimensiones enunciadas con los entes constados en la experiencia concreta. De hecho, como en lo físico ninguna cosa es realmente unidimensional, en lo existencial no podemos identificar las dimensiones ónticas con los modos de ser específicos. De hecho, como una línea real tiene su grosor, toda expresión material tiene cierta funcionalidad individual. De igual manera, como una hoja de papel tiene la tercera dimensión de su grosor, las plantas tienen también un cierto acercamiento a la intencionalidad psíquica: buscan sus nutrientes, atraen a sus polinizadores, etc. De la misma manera, la intencionalidad psíquica adquiere su mejor expresión gracias a una cierta apertura a algo más trascendente, como se manifiesta en cierta conducta animal.
Además, en la situación dialéctica planteada, cada modo de ser, de aparecer o de actuar implica siempre la necesaria presencia de su necesaria contraparte. Por eso, las dimensiones existenciales suscitan cuatro expresiones fundamentales en la estructura vivencial del contacto particular con lo externo, con lo ajeno, desde cada modo de vida: la circunstancia, el contorno, el entorno y el mundo. Estas expresiones enlazan dialécticamente la acción individual con su respectivo contacto.
Lo que está alrededor de una entidad material y actúa con ella en ese ámbito es su circunstancia: como lo señala la palabra, lo que ‘está alrededor’ e interactúa con ella.
Lo que está alrededor de una entidad vital y actúa con ella en ese ámbito es su contorno. En sentido pleno, este es el lugar en el que cada viviente está con una relativa necesidad existencial: aquello de lo cual se forma parte vital y estructuralmente (la planta en la tierra, el pez en el agua, etc.). En la dinámica de las relaciones entre vida y muerte, la respectiva estancia ante el contorno determina el papel relativo de la alteridad en la afirmación de la propia identidad vital.
Lo que está alrededor de una entidad psíquica y interactúa con ella en ese ámbito es su entorno. Por eso, al demandar un enlace con lo otro, la convivencia psíquica facilita su propia capacidad de movimiento. Cada ente psíquico trata de manejar al entorno como su ámbito de acción específico: como su propio territorio. En estas condiciones, va expresamente hacia ciertos elementos y los hace en cierta manera suyos desde sus requerimientos interiores. Dicho figurativamente, los maneja (‘mete sus manos en ellos’), los utiliza (‘les da uso particular en función de su dinámica’), los posee (‘los enfoca como parte de su dominio’) ante el complejo desafío de sus necesidades vivenciales más profundas.
Lo que está alrededor de una entidad personal y actúa con ella en ese ámbito es propiamente su mundo. Pero este es básicamente una ficción lingüística que está siempre ligada con determinadas presencias y ausencias que le dan sus características particulares al sentido de todo lo vivido personalmente. Por eso, su contenido sobrepasa los hechos y se concreta en las visiones de mundo, en las creencias, en los sentimientos, en las actitudes de cada individuo, en pautas comunitarias, etc. Además, aunque ‘mundo significa etimológicamente algo limpio y ordenado, su real contenido se vuelve con frecuencia algo bastante inmundo: algo cargado de una serie de absurdos existenciales que generan las deficiencias y los males de la vida cotidiana. De hecho, el problema ecológico es parte del mundo humano.
En todo caso, lo psíquico y lo personal son expresiones vitales y todo proceso vital tiene una situación compleja. Sus procesos propician lo propio a través de diversos estilos de vida más o menos dependientes, más o menos independientes. De hecho, cada uno tiene su propio modo de ser y cada uno depende de las características y de las posibilidades del enlace con las otras expresiones vitales.
En principio podemos reconocer tres diversas manifestaciones de todo fenómeno vital con un juego dialéctico evidente: el ambiente, las especies y las individualidades. En su juego, las distintas manifestaciones de estos tres niveles enlazan sus propios estilos de vida. Esto instaura la situación específica de la vida como una gran totalidad. De hecho, cada ambiente establece las condiciones naturales de sus especies y estas aseguran su estabilidad vital gracias a las acciones particulares de sus especímenes.
Cada ambiente tiene sus propias posibilidades y particularidades. Su modo de ser se vuelve algo realmente propio al funcionar como el fundamento concreto no solo de los individuos, sino también y sobre todo del equilibrio entre las respectivas especies: al sostener las posibilidades concretas de su existencia, de su subsistencia y de su desarrollo. Cada ambiente tiene así circunstancias compartidas por diversas especies vitales en un contorno preciso con un destino propio en el que la conducta de cada especie y de sus expresiones es parte de su dinámica integral. No obstante, podemos establecer dos manifestaciones diferentes del entorno vital.
Por un lado está el ambiente llamado natural constituido por un conjunto de aspectos no directamente bióticos como la geografía, la orografía, los vientos, las temperaturas, la presencia del agua, el geotropismo, etc. Sus características y sus relaciones definen las posibilidades de éxito o de fracaso en la historia de los respectivos tipos de vida.
Por otro lado, el ambiente propiamente ecológico está constituido por el conjunto de los aspectos directamente vitales que habitan en el respectivo ambiente natural: la flora y la fauna implicadas. Su juego se concreta por las diversas relaciones y expresiones particulares en un ambiente determinado. De esta manera, se establece un equilibrio particular por factores como la simbiosis, los polinizadores, los depredadores, la cadena trófica, etc.
Las pautas generales de la compleja dinámica vital del ambiente en sentido general presentan las manifestaciones centrales de una lógica ecológica. En su dinámica concreta, esta expresa una relación integral que tratar de establece un equilibrio particular entre las diversas situaciones materiales y la vivencia complementaria de las especies implicadas en el ámbito relativamente amplio y determinado sus contornos específicos.
Las especies constituyen la segunda manifestación del fenómeno vital. Estas establecen los principios operativos de la genética particular que rige la existencia, la conducta y las características de sus individualidades.  
Las vivencias individualizadas son la manifestación del fenómeno vital en el que se juega en forma dramática la dialéctica entre vida y muerte. Las tareas ligadas con dicha instancia enfrentan siempre la fatalidad del deceso. Su dinámica se concreta como la necesidad intrínseca y la búsqueda precisa de la respectiva permanencia de cada individuo por la convivencia en un contorno definido, desde su gestación hasta la muerte. En este ámbito, la vida de cada cual es fugaz: al final el individuo siempre muere.
Ante este desafío, la dinámica vital busca asegurar la subsistencia no solo como una respuesta particular ante las circunstancias de cada individuo, sino también y sobre todo como una finalidad substancial en las propias especies. Por eso, para mantener su identidad histórica, cada especie debe buscar las condiciones y los elementos necesarios en sus individuos y en sus contornos, con el fin de facilitar una reproducción que supere la muerte individual de los diversos especímenes gracias al mantenimiento de la especie.
En este juego, la genética puede establecer ciertas pautas destinadas a conservar el aporte de las manifestaciones relativamente originales en la conducta de las diversas especies e individuos que luchan adecuadamente contra el desgaste que afectan a sus miembros y los peligros que amenazan sus elementos. A este fenómeno se le llama figurativamente la ‘lucha por la vida’.
En estas condiciones, la acción particular de cada ente viviente supone una relación dialéctica entre la rigidez de la naturaleza cósmica de la especie y las sorpresas de la dinámica caótica de cada vida individual. Pero ante este drama existencial, las ciencias factuales pueden tener ciertas limitaciones al analizar la realidad viviente. Sus concepciones suelen ser unas construcciones que tienden a limitar metódicamente sus alcances al ámbito restringido de sus prejuicios teóricos estructuralmente fatídicos. Por eso, sus explicaciones y previsiones se orientan sistemáticamente hacia la eliminación formal del rico mundo de la casualidad, del azar o de lo fortuito en sus análisis. Por eso, sus resultados son bastante limitados al analizar las posibilidades humanas.
La memoria cósmica determina siempre las bases fundamentales de las principales potencialidades concretas de cada especie y de cada individuo. Este complejo enlace determina el conjunto de las posibilidades y de las limitaciones específicas de cada estilo de vida; el cual debe partir necesariamente de unas condiciones establecidas ya que está siempre determinado en muchos aspectos por sus antecedentes y sus circunstancias específicas.
Lo normal de la acción cósmica es siempre el reino de lo previsible, de todo lo repetible, aunque el verdadero aporte de cada asunto verdaderamente propio sea lo imprevisible, lo irrepetible. Por eso, las ciencias nunca pueden predecir realmente las novedades naturales, históricas o personales ya que estas transforman lo que venía sucediendo: de otra manera no serían novedades.
Por eso, al confundir la realidad con las pautas de la simple apariencia fenoménica, la sobrevaloración de las normas rituales se suele convertir muchas veces en un engaño mental y existencial. De hecho, al recordar solo lo reiterado en lo sucedido anteriormente, se suele despreciar lo propio de los asuntos fortuitos acontecidos en cada situación: aquellos que le dan la identidad a los entes del universo, incluidos los humanos.
La relación dialéctica del caos con lo establecido es bastante compleja. Al reflejar ciertos aportes particulares en su evolución más profunda, el caos puede superar la presencia histórica de la regularidad establecida. Pero la dinámica del cosmos puede también asimilar, facilitar y sostener en su interior ciertas innovaciones históricas surgidas desde ciertas expresiones caóticas cuando estas logran producir un cierto grado de reiteración, como ha pasado con el modo de vida humano. En efecto, la relativa reiteración de ciertos fenómenos puede generar nuevas pautas cósmicas con cierto grado de probabilidad en las que ciertas regularidades caóticas se convierten en expresiones de determinados momentos históricos.
Desde estos supuestos, la ecología implica el esfuerzo por tratar de esclarecer el pensamiento interno de una naturaleza biótica que se desenvuelve con una lógica y una dinámica propias. La respuesta ecológica es el fruto de un pensamiento preciso, neto y permanente centrado en establecer lazos coherentes entre las diversas expresiones vitales del planeta Tierra. Por el contrario, el actual problema ambiental denota un serio conflicto entre la lógica de la naturaleza y la dinámica del pensamiento humano. De hecho, el elemento más conflictivo del mundo biótico actual está en las condiciones y en los efectos de la conducta humana.
En los inicios de la humanidad, su participación respondía a las pautas normales de una relación natural con su medio ambiente: solo éramos una especie animal con un cerebro un poco más complejo. Pero, con su evolución histórica, el ejercicio de un pensamiento ligado a la búsqueda de alimentación, de abrigo, de protección y a la lucha contra la muerte ha ido aumentando y complicando las posibilidades de la vida de la población humana: ha creado un mundo desbalanceado.
Esto ha determinado el desarrollo de un cierto pensamiento pensante que se ha establecido muchas veces como un pensamiento pensado: ‘hay que vivir la vida como es’. Pero al desarrollar una visión de mundo que trata de convertir lo ajeno en un simple medio para lo propio, este pensamiento ha ido modificando las relaciones con el medio ambiente, irrespetando con frecuencia lo propio de la naturaleza circundante. De esta manera, las consecuencias del estilo de vida sostenido han tenido también ciertas consecuencias nocivas para toda la realidad biótica circundante. Esto ha generado el problema ambiental.
Pero la dinámica existencial es mucho más dúctil y compleja de lo que aparenta. Con frecuencia, trata de cargar de sentido las alternativas vividas o imaginadas con el aporte variable de todo lo posible o realizable dentro de las circunstancias específicas de cada cual. Este supuesto es el que ha llevado a ciertos humanos a tratar de superar los efectos nocivos de la acción humana sobre el medio ambiente. Pero, al no ver las supuestas ventajas que los humanos suelen obtener del sistema de vida establecido, el paso del tiempo puede demostrar las consecuencias de su candidez: las denuncias no pasan de las palabras.
La dialéctica de la realidad integral nos muestra que el mundo humano está en un eterno presente que se desenvuelve dialécticamente entre el peso de su pasado y el llamado del futuro. De esta manera el medio ambiente se sostiene fundamentalmente sobre los cimientos de un pasado cuidadosamente establecido que maneja una dinámica pensante muy particular: cada especie busca la manera más lógica de subsistir. Por el contrario, las dimensiones de la conciencia humana han estructurado su dinámica esencial desde una apertura creativa hacia el futuro soñado gracias a orientación particular de las posibilidades humanas ligada a una alteración de la dinámica natural del medio ambiente. De ahí su conflicto.
Por eso, al recordar que la naturaleza no es una cosa que se utilizar, sino una realidad con la que se convive, los planteamientos más adecuados sobre el medio ambiente concuerdan con algunos enfoques que cuestionan los fundamentos históricos del mundo actual. En esta situación, su cuestionamiento es muchas veces radical. Sus planteamientos éticos abren las puertas a la búsqueda de una convivencia más integral no sólo con la naturaleza, sino también con los otros entes humanos.
Desde esta perspectiva, el pensamiento ecológico ha tratado de establecer un diálogo profundo con el pensamiento cósmico con el fin de propiciar un estilo de vida integrado entre sus diversas expresiones. En efecto, el drama básico de la vida personal y social consiste en su contradicción interna, ya que su porvenir se gesta siempre en un esfuerzo conflictivo entre las demandas del pensamiento pensado de un pasado parcialmente percibido como beneficioso (que determina sus concepciones tecnológicas y científicas, sus cosmovisiones y planteamientos políticos y sociales, sus intenciones y ciertos ideales) y los llamados de un futuro (parcialmente intuido o previsto a partir de las constataciones de los errores del pasado) donde las innovaciones rompen creativamente con lo acontecido desde sus mismas determinaciones.
Desde esta concepción, el asunto medular del problema ambiental tiene su fundamento en la existencia humana, donde la crisis existencial no estriba en el uso ritual de la razón como en el manejo creativo de la imaginación. En efecto, la razón es solo un mecanismo ordenador de lo establecido: un procedimiento basado en el pasado. Por el contrario, la imaginación es la apertura dinámica hacia el mundo de los posibles, es decir, hacia un futuro que tratamos de hacer.
Lo pasado tiene el rigor de lo medible, de lo determinado, de lo invariable. Por ello, las disciplinas científicas pueden efectuar con soltura su predominio en el ámbito particular del conflicto, ya que su análisis se fundamenta en el manejo de conceptos específicos bajo estrictos cánones lógicos donde la ciencia tiene su hogar. Pero las mismas predicciones científicas no son más que el esfuerzo de imponer al futuro el peso del pasado.
Por el contrario, el futuro es el reino de lo imprevisible, de lo creativo, de lo innovador, donde la imaginación sobrepasa con su intuición los marcos rígidos de la razón. Por eso, su mundo no es el refugio de la ciencia, sino una obra del arte que especifica su producción desde una innovación creativa fundada en valores. Por eso, se puede decir también que la ética es el dramático esfuerzo de buscar una orientación sensata en el arte de vivir.
Pero, la imaginación sin un complemento racional se vuelta loca fantasía. Tal es la dialéctica que determina el papel básico de cierta disciplina racional en el arte, en la ética, en la política y en todas aquellas actividades que tratan de imponer pautas de orientación a la imaginación creativa.
En este sentido, podemos establecer que el conocimiento de la ecología es fundamentalmente una tarea científica, mientras que el fundamento del ambientalismo es un panorama ambiguo que genera actitudes apologéticas donde se entremezclan enfoques científicos con prospecciones más futuristas, donde se combinan la ética y la política, mientras se pretende presentar los limitados conocimientos ecológicos o ambientales como si fuesen el fundamento objetivo de planteamientos que mantiene siempre, y esconde con frecuencia, opciones valorativas que lo sobrepasan. Pero la experiencia del pasado puede establecer ciertas opciones metódicas y valorativas que sean asumidas como procesos de conducción, es decir, como normas y valores que se concretan existencialmente en pautas de comportamiento.
Por estas razones, como realidad plenamente humana, la ética es sobre todo un asunto imaginativo, donde las experiencias del pasado condicionan el concepto específico de perfección racionalmente asumido al establecer escalas de valoraciones de las posibilidades manejadas mientras su interpretación concreta se determina en el esfuerzo por comprender creativamente el significado profundo de las posibilidades futuras del quehacer humano. En realidad, la moral mira necesariamente hacia el futuro; sólo el moralismo atiende el pasado.
Por eso, el drama moral del medio ambiente consiste en la ambigüedad esencial de su tarea, ya que todo enunciado moral es abstracto y, por consiguiente, carece de determinaciones precisas que concreten la globalidad de las diversas consecuencias que pueden tener las acciones correspondientes. En este sentido, aunque sus exigencias puedan ser existencialmente válidas, sus implicaciones concretas son casi siempre discutibles, ya que dependen de la relatividad del conocimiento humano.
En efecto, la conciencia moral nos demanda orientar la conducta en función de la búsqueda del bien. En eso no hay dudas. Pero, resulta dramático establecer el sentido concreto de esta demanda. Por tal razón, toda decisión moral es, al mismo tiempo, una exigencia y un riesgo que asumimos.
Por eso, el moralismo se convierte fácilmente es una sutil escapatoria moral, al asumir una moral sin verdaderas dimensiones éticas, desde una imposición con rasgos de dominación política. El moralismo opta por una moral con soluciones estereotipadas que se aplican mecánicamente y evade maliciosamente la reflexión seria sobre sus fundamentos y razones, sobre sus condiciones y alternativas, sobre alcances y limitaciones.
Al pretender reorientar la conducta humana, las demandas ambientalistas poseen una dimensión ética fundamental. Sin embargo, su riqueza no puede convertirse sin pervertirse en un tipo de moralismo ligado a condenar los errores del pasado que se pretenden superar sin adentrarse en el drama de la búsqueda de orientaciones específicas de la acción en coherencia con los nuevos valores y concepciones sostenidas con sentido de realidad y prudencia humana.
Como señalaba el pensador personalista Ignacio Lepp “la naturaleza humana, ya hemos visto, debe buscarse menos en el pasado que en el porvenir. En consecuencia, la tarea de la moral será menos la conservación del pasado que la promoción del porvenir. En este sentido, toda moral auténtica es necesariamente revolucionaria, con la condición de que la palabra revolución sea entendida dialécticamente, recalcando no el desquiciamiento y la destrucción de lo que es, sino la creación de lo que debe ser. Desde el momento que una moral se vuelve conservadora, es decir, estática, deja de ser natural". [12]
Esta insinuación de Lepp nos pone ante una de las condiciones y limitaciones del progreso histórico de la humanidad. Toda superación, todo cambio, para decirlo como él, toda revolución moral o social, se gesta como una reacción contra defectos percibidos en lo existente. Pero, el contenido real de los ideales se intuye vagamente aunque se lo absolutiza como medida de motivación y orientación existenciales, mientras se tiene una conciencia más clara de los defectos constatados. Por esto se desarrollan conductas y actitudes apologéticas que terminan por falsear el necesario sentido crítico de las propias actuaciones.
En el fondo, el tema de Etica y Medio Ambiente implica un profundo drama moral, dentro del que se inscribe el asunto del esfuerzo natural por eludir la posibilidad del fracaso que lleva inscrita toda decisión humana.
Por eso, me parece conveniente cerrar este trabajo con una rica observación de uno de los pensadores personalistas más claros y sensatos, Jean Lacroix: “El problema del fracaso no es un asunto de unos pocos, intelectuales, artistas o políticos, sino que forma parte de la experiencia cotidiana de todos los hombres. El ser humano experimenta imperiosamente la tendencia a realizar su propio destino yendo al encuentro de una perfección (no siempre necesariamente moral) que él mismo no conoce, pero que está convencido de que reconocerá si llega a encontrarla, porque la lleva inscrita en sí mismo en forma de una aspiración a la que no puede sustraerse sin autodestruirse. El nivel de aspiración no existe sólo con relación a una u otra intención o meta particular, a uno u otro objetivo particular y definido, sino asimismo, y sobre todo, con relación a la existencia total y plena del "yo" y a su realización integral”. [13]
Las consecuencias ambientales más precisas de este tema van a ser presentadas en forma más completa en la segunda parte de Memoria y Sentido, que aparecerá en la Editorial electrónica Logon con el subtítulo de Mundo humano. De hecho, este trata de justificar todas sus creaciones sin evaluar claramente las consecuencias de sus acciones en lo ajeno. Pero de esta manera, la conducta humana se vuelve miope y no ve las cosas desde una perspectiva que la ayude a constatar que en el universo hay una interrelación profunda entre todas las cosas. Por eso, los errores que cometamos con el medio ambiente terminarán por afectar al mismo mundo humano. Pero la solución de este problema no es científica, ni filosófica. Es política en lo social y personal en lo individual. 



[1] Esta ponecia fue publicada en el Nº 49 de la Revista Praxis y ha sido reproducida en Guatemala en diversos libros colectivos del Dr. Olmedo España.
[2] Este tema conflictivo sobre las limitaciones de la objetividad ha sido uno de los temas de muchos de mis escritos.
[3] Recuérdese el dicho tradicional: “todo hecho es una posibilidad”.
[4] Como lo suelo decir figurativamente. El banco y el negro no existen, porque todo se da en tonos del gris.
[5] GURVITCH Georges, Dialéctica y Sociología, Madrid, Alianza Editorial, 2º ed, 1971, p. 249.
[6] Pero este mundo político no es lo propio del debate académico.
[7] Es interesante constatar que en el siglo XXI se ha comenzado a prestar cierta atención a los problemas del medio ambiente en función de criterios financieros, ya que estos dificultan y pueden dañar los procedimientos mercantiles intaurados. La similitud con los campos de concentración es significativa: a los reos se les daba de comer para que siguieran produciendo sin respetar sus derechos inalienables.
[8] FROMM Erich, Etica y Psicoanálisis, México, F.de C.E., 3ª ed., 1960, p.77.
[9] Sin embargo, con el correr de los años, las otras expresiones del pensamiento me parece más pensantes de lo que el mismo Blondel suponía y las manifestaciones del pensamiento humano me parecen menos pensantes de lo que parecen.
[10] En contra de los prejuicios establecidos, es necesario resaltar que el caos es la causa tanto de las riqueza de los cambios históricos, como de los posibles problemas de sus innovaciones.
[11] De esta manera, la finalidad es algo propio de la vida mientras la causalidad es un reflejo particular de sus elementos y referentes materiales.
[12] LEPP Ignace, La Nueva Moral, México Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1964, p.65.
[13] LACROIX Jean, El Fracaso, Barcelona, Nova Terra, 1967, p.30.