PARTE 1 DEL LIBRO DEMOCRACIA CRISTIANA Y REVOLUCIÓN POPULAR
I. DIMENSIONES DE LA POLÍTICA
La palabra política suele usarse en múltiples sentidos. Hablamos de la política de Platón, de la política de un sindicato y de la política de los Estados Unidos. Un personaje como Marx es tan importante en la política actual como lo ha sido Hitler, aunque el primero nunca condujo pueblos, ni engendró guerras mundiales. Esto es posible porque la política es una realidad multifacética. Desde un núcleo de significación unitario la política se expande en múltiples direcciones. En el presente capitulo trataremos de esclarecer algunas de las dimensiones fundamentales de lo político
1. La política como realidad humana
Muchos pensadores han insistido en la condición naturalmente social del ente humano: el hombre es un animal político, decía Aristóteles. Pero, en igualdad de derecho, podemos sostener la posición inversa: la política es esencialmente humana. Es posible afirmar esto, no solamente porque la política es obra de entes humanos, sino porque en ella se manifiesta la acción humana en una de sus formas más completas.
La política es esencialmente praxis. Su misión primigenia es la conducción de la sociedad hacia sus fines propios utilizando los medios adecuados. Sin embargo, como realidad humana la política se mueve en la triple dimensión de toda acción humana: lo teorético, lo pragmático y lo axiológico.
A veces el quehacer político se enreda tanto en el calor de las actuaciones concretas, con sus cargas emotivas y sus impulsos casi instintivos, que la referencia al orden del pensamiento teórico parece una ilusión trasnochada de filósofos. Otras veces, los pensadores políticos hablan de una sociedad tan ideal que parecen moverse en el reino casi mítico de las utopías, de los grandes sueños y de los idea les inalcanzables.
Sin embargo, entre el polo teorético y el polo pragmático de la política ha habido, y continúa habiendo, una influencia mutua. Los soñadores políticos se adelantan a los hechos y abren con sus ideas nuevos derroteros a la acción, los entes humanos de acción sorprenden, por su parte, a los teóricos creándoles constantemente nuevos problemas a resolver. En toda acción política hay un pensamiento actuante, como en toda reflexión política hay necesariamente una referencia, directa o indirecta, a la acción concreta.
La política no se desenvuelve exclusivamente en el mundo de los hechos, pensados o vividos; se apoya y tiende normalmente hacia el mundo de las aspiraciones, de los valores y de las esperanzas. La dimensión axiológica invade la política por todas partes. La escogencia del tema de estudio es fruto de una elección valorativa. Las metas hacia las cuales tiende la acción son también las expresiones concretas de las escogencias de los entes humanos.
La dimensión axiológica de la política nos hace tomar en cuenta la importancia que tiene en toda acción humana el tiempo. El conocimiento se ocupa fundamentalmente del pasado. Los valores nos orientan hacia el futuro. La acción se desenvuelve siempre en el presente. Pero de todos los aspectos del tiempo, el porvenir es la dimensión más propiamente humana.
La temporalidad es una de las características fundamentales de la humanidad. El ser humano se vive en el tiempo. Vivimos en el presente, pero éste es siempre más que un puro presente. Se apoya en un pasado y se proyecta hacia un futuro. La política como realidad humana se desenvuelve necesariamente en el tiempo. La triple dimensión de lo temporal juega un papel esencial en lo político.
Toda acción política se realiza en un aquí y en un ahora. Esta ubicación espacio-temporal determina lo que podríamos llamar las determinaciones o las condiciones particulares de cada coyuntura política. La situación, dentro de la cual se desenvuelve el quehacer político, varía indudablemente, según éste se desarrolle en un apartado lugar del campo o en un gran centro urbano, en una región subdesarrollada o en un país desarrollado, en una democracia asentada o bajo un régimen dictatorial.
La comprensión de la política exige una visión del pasado. Uno de los padres de la moderna ciencia política, Maquiavelo, recomendaba a los entes humanos de acción que aprendieran de las experiencias de los grandes entes humanos de la antigüedad. Nosotros sabemos actualmente la importancia que tiene conocer las tradiciones de la gente con quienes interactuamos políticamente. En nuestra vida personal los hechos pasados actúan en nuestro presente bajo la forma de hábitos, de recuerdos, de experiencias vividas. En la vida política, igualmente, están presentes los pensamientos, las tradiciones, las vivencias y los hechos que nos lega nuestro pasado social. Toda acción política se engarza en una historia.
Ciertamente toda acción política se realiza en una particular coyuntura y su eficiencia depende de la clara comprensión y de la correcta utilización de las posibilidades de dicha coyuntura. Sin embargo, por la escogencia de dichas posibilidades, toda acción política implica necesariamente una apertura hacia el futuro; abre caminos, cierra unas puertas y facilita las otras. Toda acción política concreta maneja siempre un juego, más o menos amplio, de alternativas cuya escogencia determina en parte las condiciones y las posibilidades con las que contaremos en nuestro porvenir.
Dicha elección dependerá, al fin y al cabo, de los valores en que creamos y de los intereses que deseemos preservar. I os ideales políticos son la presencia en nuestra acción de un futuro que anhelamos y que buscamos. El porvenir se manifiesta bajo la forma de aspiraciones, deseos e ideales. Al orientar nuestra acción hacia metas que deseamos alcanzar y que dependen de nuestro esfuerzo, la realización humana se ejerce bajo el reino de los valores y la soberana imposición de los deberes. Por esto, la política cubre tanto el mundo de los hechos como el mundo de los valores.
Aunque las acciones políticas concretas tienen un significado inmediato en el plano de la realidad actual implican, sin embargo, una trascendencia cuyo significado se percibe únicamente en relación a una visión de conjunto que sobrepasa las condiciones de cualquier coyuntura específica. Como en el teatro; los actores que desempeñan el papel principal toman su pleno sentido al ser referidos al trasfondo histórico del desarrollo global de la pieza y al trasfondo circunstancial de cada uno de los decorados físicos, así las acciones políticas se insertan en una trama y se ubican en un panorama político determinado. El conocimiento e interpretación del pasado nos permite establecer las experiencias que esclarecen el presente, la proyección hacia el futuro determina el papel fundamental que juegan en los debates políticos, las ideologías y las exigencias morales.
La política oscila pues entre el polo concreto de las acciones inmediatas, y sus necesidades pragmáticas, y las visiones comprensivas y totalizadoras del ente humano y de la sociedad. La acción política va desde la descripción y la utilización fría de los hechos hasta las valoraciones y las proyecciones futuristas. La política forma así una especie de figura complicada y multidimensional, cuya plena comprensión exige una exploración cuidadosa de cada una de sus dimensiones y un esfuerzo, creador y personal de síntesis comprensiva y explicativa. ,
En principio podemos concebir dos modos fundamentales de relación del ente humano con las cosas y con los otros entes humanos. Por una parte, tenemos la presencia de las cosas ante los entes humanos en un movimiento que podemos definir como una asimilación del exterior por parte del ente humano. Según esta asimilación afecte a nuestra sensibilidad o a nuestra inteligencia, hablamos de emoción o de comprensión. El conocimiento es la manifestación más importante de esta asimilación y la razón la organizadora más certera de los conocimientos. Por esto es comprensible que sea corriente definir al ente humano como un ser racional. Por otro lado, tenemos el elemento inverso, la presencia del ente humano ante las cosas en un movimiento que podemos definir como una proyección del ser humano sobre las cosas. En cuanto al movimiento parte del ente humano hablamos de intención. Cuándo la intención aborta, cuando no alcanza los resultados deseados, es porque se fracasa en obtener lo proyectado: transformar la naturaleza según lo ideado.
El primer movimiento está a la base de la ciencia y de la filosofía, de todo aquello que los griegos llamarían teoría, es decir contemplación. El segundo movimiento, por el contrario, está a la base de la técnica, de toda acción transformadora de la naturaleza y de la sociedad, es decir de lo pragmático.
Ambos polos se implican mutuamente. El conocimiento teórico depende de los progresos alcanzados en la producción de instrumentos capaces de favorecer o posibilitar el conocimiento deseado. El estudio de los astros sería mucho más imperfecto sin la presencia de instrumentos como los telescopios que han sido creados por el ente humano con la intención de modificar las condiciones naturales de la visión. Por su parte, el hacer productivo, lo práctico, depende de los avances de la teoría. Se ha vuelto famosa la afirmación de Bacon según la cual para transformar la naturaleza es necesario empezar por obedecerla, es decir, conocerla. Las técnicas actuales dependen de los avances científicos. La aviación por ejemplo, sería casi imposible sin amplios conocimientos sobre física y química. Ambos polos pues se implican mutuamente, aunque tengan características propias muy particulares.
La distinción entre estos dos planos es importante en política. En las universidades encontramos frecuentemente escuelas de ciencias políticas. Su misión es esencialmente teórica. Por ellos, los políticos prácticos cometen un error al creer que si obtienen un título en las mismas van a asegurarse un liderazgo. Por otro lado, muchos dirigentes políticos no comprenden las teorías políticas. Sienten la política y la viven en sus aspectos pragmáticos. Sin embargo, el ente humano más pleno en la política llena, en mayor o menor grado, las exigencias de ambos planos.
La política tiene que ver tanto con los hechos como con los valores. Desde el ente humano de la calle hasta el científico social desde el simple ciudadano hasta el alto dirigente político, todos evaluamos constantemente las realidades políticas y proyectamos nuestras aspiraciones, sean como anhelos, sean como exigencias.
Decíamos anteriormente que el ente humano es un ser que se vive tendido hacia un futuro, y que la política, como realidad humana, participa de esta dimensión proyectiva del ser humano. Pero la única posibilidad de tender hacia un futuro humanamente, es decir libremente, es escogiendo nuestro porvenir según las alternativas reales que juzguemos más valiosas, El ente humano no solamente emite juicios de hechos, enuncia frecuentemente juicios de valor y se exige a sí mismo, y a los entes humanos en general una conducta en función de las valoraciones emitidas.
Veamos rápidamente las características de un juicio de hecho y de un juicio de valor. En todo juicio se establece un enlazamiento entre dos términos, sea este positivo o negativo, En un inicio de hecho enlazamos un individuo, cosa o realidad, con una idea o enlazamos dos ideas entre sí. Decir que Pedro es ente humano o que los entes humanos son mortales, es establecer un juicio de hecho. Pero cuando digo que Pedro es muy ente humano, aunque utilice la misma palabra que en los juicios anteriores, el término ente humano significa en este caso no una idea, sino un valor. Por esto es posible enunciar la siguiente paradoja sin contradicciones reales: no todos los hombres son muy hombres. La palabra hombre significa dos cosas diferentes: en el primer caso, designa la idea de hombre o el conjunto de seres humanos: en el segundo caso, significa el valor de humanidad a realizar por los entes humanos. En un juicio de valor establecemos un lazo de una realidad o una idea con un valor. Por esto, la comprensión de la diferencia entre juicios de hecho y juicios de valor nos lleva a establecer la diferencia entre ideas y valores.
Las ideas y los valores poseen un núcleo significativo. Cuando hablamos de regímenes políticos o de justicia, de árboles o de astronautas, entendemos algo concreto por cada uno de estos términos. Este núcleo significativo es lo que conservamos cuando por razones estilísticas cambiamos las palabras en nuestro discurso, aunque queremos conservar la misma idea. Algo similar sucede con una traducción: se mantienen las ideas y se cambia el lenguaje. El buen traductor es aquel que trasmite el pensamiento del autor lo más fielmente posible. La similitud, aunque no la identidad, del núcleo significativo es lo que permite que frecuentemente pasemos en nuestro lenguaje corriente de una idea a un valor, utilizando un mismo vocablo para ello. Si decimos lo siguiente: “La democracia es el gobierno del pueblo, por esto, compañeros, hay que defender la democracia con todas nuestras fuerzas”, la palabra democracia designa en el primer caso una idea y en el segundo caso un valor, que conservan no solamente un mismo vocablo para expresarse, sino una similitud de contenido significativo.
Las ideas como los valores tienen un ámbito de aplicación. Los antiguos decían que cada idea tiene una extensión, es decir, un conjunto de individuos o cosas a los que es aplicable con corrección. La idea de hombre, por ejemplo, es aplicable a ciertos individuos y no es aplicable a otras realidades. Lo que no cae bajo la extensión de una idea de hombre es lo no humano. Un valor igualmente tiene su ámbito de aplicación. El valor de la moralidad no puede correctamente ser aplicado a la conducta de los animales. Un terremoto, por más destructor que sea, no puede ser llamado inmoral porque es amoral es decir, porque está fuera del ámbito de aplicación del valor de la moralidad.
Donde difieren las ideas y los valores es en la manera en que cubren su ámbito de aplicación. Las ideas se aplican en forma unívoca. Al hacer un juicio de hecho, reconocemos una correspondencia positiva o negativa entre el sujeto y el predicado. A veces emitimos juicios que parecen establecer una graduación, pero tal ruptura de la univocidad es frecuentemente aparente. Cuando decimos que nuestro perro es tan inteligente que es casi humano, en el fondo estamos reconociendo una semejanza que no afecta el sentido claro del concepto de ente humano. Los Valores, por el contrario, se aplican a su ámbito según un principio de selección. El contenido significativo del valor no sirve para clasificar las cosas o las personas, sino que cubre un conjunto de realidades que se supone deben adecuarse a ese contenido. Pero el valor supone la posibilidad de que las realidades, a las cuales es aplicable, no realicen dicha suposición.
Los valores implican la correspondencia positiva tanto como la negativa y entre estos dos polos una graduación de lo que podríamos llamar el más o menos, es decir, la adecuación parcial. Si tomamos por ejemplo los valores estéticos, podemos constatar que ciertas cosas son bellas, otras no lo son, y muchas lo son en mayor o menor grado. En el caso de las ideas, cuando reconocemos que algo no cae dentro del ámbito de aplicación de una idea, establecemos una exclusión que de ninguna manera implica una apreciación peyorativa. En el caso de los valores, por el contrario, cuando consideramos que algo no corresponde positivamente con el contenido del valor procedemos a condenar lo que juzgamos, pues suponemos que podría corresponder afirmativamente al valor y, más aún, que debe corresponder positivamente. Por esto, podemos establecer en principio la distinción entre idea y valor, en función de esta exigencia de correspondencia con el contenido inteligible. Detrás de las palabras hay que encontrar esta diferencia, pues una misma palabra es frecuentemente utilizada en ambos sentidos.
Para entender el vocabulario político es menester tener muy en cuenta los contenidos valorativos de las palabras empleadas. Por ejemplo, cuando escuchamos el siguiente juicio: “Pedro es un gran comunista”, es necesario constatar que, detrás de una afirmación aparentemente de hecho, se esconde un juicio de valor. Más aún, el contenido de este juicio de valor difiere según los contextos. Para los grupos antimarxistas esa afirmación es una condenatoria. En otros grupos o individuos la misma afirmación puede esconder una alabanza. La mayoría de las palabras políticas son, al mismo tiempo, ideas y valores, y solemos jugar astutamente con el paso de un nivel al otro.
Los valores se presentan siempre en forma de díadas, es decir, en grupos de dos valores contrapuestos, el uno positivo y el otro negativo. Hablar de la justicia como valor implica necesariamente tener presente implícitamente la injusticia. La moralidad supone la inmoralidad como posibilidad. A veces carecemos de vocablos específicos para referirnos al valor positivo o al valor negativo, pero siempre que se hace referencia a un valor o a un disvalor el polo contrapuesto está presente como significado supuesto. Al hablar de honradez quizás no encontremos una palabra para referirnos a la falta de honradez, como al hablar de la mentira muchos de nosotros tal vez no encontremos un término para expresar la veracidad, pero siempre tendremos presente el disvalor que niega la honradez o el valor negado por la mentira.
Los valores son fundamentales en la vida del ente humano, sobre todo los valores que tienen que ver con la acción, los valores morales y los valores políticos. El ente humano no es una máquina computadora que registra datos y acumula conocimiento. El ente humano conoce porque el conocimiento es necesario para la vida. El ente humano es un ser de acción que hace su vida. Los filósofos insisten en la idea de que el ser humano no es una cosa ya hecha, sino un ser que se hace por su propia acción. Pero, para hacerse, el ente humano necesita de los valores.
La vida es finalmente escogencia de alternativas. Los valores nos permiten apreciar nuestras posibilidades y tomar nuestras decisiones en función de nuestras valoraciones. ¿Por qué vamos a ocuparnos políticamente de defender la democracia si ésta no vale para nosotros? Si el conocimiento nos abre, desde el presente, el pasado, los valores nos abren el futuro. Los hechos nos refieren a la necesidad de lo realizado, los valores nos orientan ante las posibilidades. Por ello, todos aquello que tienen presente en política un futuro mejor, lo hacen en función de valores que adoptan como guías de sus apreciaciones y de sus deseos.
Los tres polos que hemos enunciado implican tres dimensiones diferentes de nuestra relación con la realidad. En la perspectiva teorética, la realidad se presenta como un todo que pide ser comprendido por la inteligencia humana. Nuestra acción teórica es esencialmente asimilativa, contemplativa. En la perspectiva axiológica, la realidad es vivida como el objeto de nuestras elecciones. Nuestra acción es fundamentalmente discriminadora, selectiva. El polo pragmático, por el contrario, tiene por misión organizar las acciones humanas según el esquema de los medios, adecuados para alcanzar los fines que nos hemos propuesto.
El polo pragmático es finalmente dependiente, aunque tenga sus características propias. Lo pragmático funciona según un esquema hipotético en el cual la hipótesis le es dada desde afuera. Nuestras opciones y elecciones son el terreno en el cual fructifican las acciones pragmáticas. El polo pragmático depende fundamentalmente del axiológico. Cuando queremos alcanzar algún objetivo por medio de nuestras acciones concretas, lo pragmático nos dice cómo hacerlo, pero no puede decirnos qué es lo que debemos buscar. El polo pragmático es esencialmente instrumental.
Toda acción social supone un agente o actor que efectúa la tarea concreta. Implica además un ambiente o circunstancia en que se actúa. En dicha situación hay factores sobre los cuales el agente tiene capacidad de acción efectiva y hay otros sobre los cuales éste no tiene real influencia. Los últimos factores constituyen las condiciones objetivas de toda acción social. Desconocer dichas condiciones es pecar de falta de realismo político. Los factores de la circunstancia sobre los cuales tenemos capacidad de acción real los podemos manejar según el esquema de fines y medios. Nuestras opciones valorativas nos definen los fines, nuestras opciones pragmáticas nos organizan los medios. Si definimos fines inaccesibles pecamos de un idealismo desubicado. Si organizamos mal nuestros medios fallamos por falta de habilidad política. Por esto la búsqueda de objetivos políticos hay que evaluarla en términos de las coyunturas políticas y sopesarla según las posibilidades reales de su ejecución. La característica de una buena pragmática política es ese sentido de la realidad siempre presente, sirviendo de marco a una astucia en el ordenamiento de los medios para alcanzar los fines propuestos.
Lo pragmático funciona según el principio de causalidad, pero su planteamiento es inverso al planteamiento teórico: va de los efectos a las causas. Parte de la suposición de ciertos efectos deseados y se preocupa de producir las causas capaces de realizarlos. Desde este punto de vista, lo pragmático depende también de lo teorético en cuanto éste le trasmite el conocimiento de los enlaces causales entre los fenómenos. Pero lo pragmático supone una habilidad propia. Hay una diferencia entre saber y saber hacer. Lo pragmático exige el manejo de las líneas causales orientadas hacia una meta prefijada. Pero como el conocimiento de las implicaciones causales en el orden humano es sumamente imperfecto, el ente humano de acción se basa frecuentemente en la intuición. Su habilidad es diferente de la del teórico. Este analiza a posteriori lo que pasó y establece las explicaciones del caso. El ente humano de acción calcula de antemano lo que va a suceder y define sus acciones en función de los resultados que espera obtener.
El polo pragmático está contrapuesto al teorético, pero implica como éste un pensamiento actuante. La intención del teórico es captar el mundo. La intención del pragmático es transformarlo según sus deseos o aspiraciones. Por esto, el polo pragmático depende del axiológico. Este fundamenta la escogencia de la meta o de las metas a alcanzar.
El acceso a la meta no es siempre inmediato. Frecuentemente planeamos acciones a largo alcance cuya realización exige un largo camino a través de etapas intermedias. Cada una de estas etapas puede ser vista como un medio para alcanzar un fin. Igualmente puede ser vista como un fin a alcanzar para lo cual hay que organizar los medios. Esta organización de medios y fines es pragmática, porque cada una de estas metas intermedias es finalmente medios para alcanzar la meta final. Toda esta organización, desde el punto de vista de lo pragmático, se rige por el principio de la eficiencia, es decir, por la exigencia de la obtención certera y precisa de resultados al menor costo posible. La eficiencia implica necesariamente un principio de economía, es decir, la exigencia racional de minimizar los esfuerzos y de maximar los resultados.
2. Dimensiones de la acción política
La característica fundamental del polo teorético es la asimilación. Podemos comparar la función teorizadora con la alimentación corporal. Ambas se caracterizan por ser esencialmente un proceso de captación de elementos que, debidamente procesados, vienen a enriquecer al ser que los capta. Como no hay alimentación sin digestión, tampoco hay conocimiento sin un proceso de adaptación intelectual. Aunque en el polo teorético domina una dimensión de receptividad, no podemos hablar de pasividad. La teoría es acción, pero es una acción de un orden diferente que la acción transformadora del mundo, propia del polo pragmático. Continuando en el uso de nuestra metáfora, podríamos decir que la acción de la teoría es fundamentalmente digestiva.
La teoría es pues la etapa superior del proceso del conocimiento. Al conocer asimilamos los datos de la experiencia. La teoría política nos permite adueñarnos en cierta manera de la realidad social. Como la digestión adapta los alimentos a las necesidades del cuerpo, así el esfuerzo intelectual adapta los conocimientos a las exigencias del espíritu.
La característica del espíritu es la dimensión de totalidad. El cuerpo nos circunscribe siempre a una situación dada, el espíritu, por el contrario, las trasciende todas. El espíritu es presencia totalizadora. Por esto, su gran obsesión es el absoluto.
En su presencia ante las cosas, el espíritu se esfuerza por comprenderlas. La palabra comprensión es sumamente significativa: tomar en conjunto. Para comprender cualquier cosa es necesario salir de ella y enlazarla con otras cosas. Esta función integradora es propia de la teoría. Integrar, entrelazar, comprender, en fin, no es simplemente poner las cosas unas al lado de las otras; es unir distinguiendo, reconocer las particularidades propias y los lazos significativos con las otras cosas. La comprensión es finalmente un esfuerzo de síntesis en el que se conservan tanto las necesidades del todo como las particularidades de las partes.
Podemos distinguir tres niveles en el esfuerzo cognoscitivo del espíritu humano: el vulgar, el científico y el filosófico. Por sus características propias, el conocimiento vulgar no puede ser definido en sentido estricto, como teoría. La teoría implica una intención totalizadora que no aparece en la dispersión anárquica del conocimiento vulgar. Por eso en el análisis de lo teorético, tomaremos únicamente en cuanta lo científico y lo filosófico como dimensiones específicas.
Sin embargo, el conocimiento vulgar tiene un papel importante en la política. La realidad política forma parte de las preocupaciones de todos los entes humanos, sean estos científicos de lo social o simples ciudadanos. La mayoría de las cosas las conocemos en política por medio del llamado conocimiento vulgar. Cuando es visto desde la ciencia o desde la filosofía, este puede ser considerado como el conocimiento precientífico o prefilosófico que antecede a las construcciones intelectuales de la ciencia o de la filosofía. Dicho conocimiento es una manera asistemática y vivencial de hacerse presente ante las cosas. Sigue el vaivén de las experiencias vitales de cada individuo o grupo social; por tal razón, este conocimiento del hombre de la calle es llamado con frecuencia conocimiento empírico.
Ciertamente, todos nos topamos de esta manera con la realidad de la política. Sabemos, en la forma anárquica e impresionista del conocimiento espontáneo, lo que es política y democracia, gobierno y elecciones. El conocimiento vulgar es así fundamental sobre todo en las ciencias humanas, pues frecuentemente se convierte en la materia que la ciencia o la filosofía deben transformar en un producto elaborado, en un auténtico conocimiento teórico.
La distinción entre el conocimiento vulgar y el conocimiento científico o filosófico se basa en la diferencia entre la actitud anárquica del primero y el esfuerzo sistemático de la ciencia y la filosofía. Estas dos son teoría, es decir, integración compresiva de conocimientos según esquemas de explicación coherentes. En principio es clara la distinción entre la filosofía y la ciencia.
En la práctica el asunto no es tan sencillo cuando nos referimos a asuntos humanos. La diferencia entre física y filosofía de la naturaleza es actualmente bastante neta, pero la diferencia entre sociología o psicología y filosofía social o psicología filosófica es un poco más oscura.
En las siguientes consideraciones trataremos de precisar las características propias de cada uno de los dos tipos de conocimiento. Pondremos particular interés en distinguir la teoría científica y la filosofía, pues fácilmente se pueden prestar a confusiones.
La ciencia pertenece al esfuerzo teórico que pretende comprender las cosas. No debemos confundir el esfuerzo científico con las aplicaciones y utilizaciones prácticas de sus resultados. Las diversas ciencias particulares difieren según los objetos que analizan y en función del tipo de análisis efectuado. La realidad estudiada constituye el objeto de la ciencia. En nuestro caso particular este objeto es la realidad política. Frecuentemente uno de los primeros esfuerzos de cada ciencia es circunscribir el objeto de estudio. ¿Qué entendemos por política? Tal pregunta no es tan fácil de responder. Es menester establecer la distinción entre política, como ciencia, y sociología, por ejemplo.
Los problemas de definición del objeto de estudio suelen venir del hecho de que un mismo objeto es analizado por diversas ciencias desde puntos de vista diferentes. Por esto, el objeto propio de una ciencia no puede ser definido sino tomando en cuenta el enfoque o la perspectiva propia desde la cual una ciencia emprende el análisis de su objeto. La ciencia frecuentemente parte de la concepción popular de su objeto y comienza a precisar, poco a poco, las características del enfoque que asume en su estudio. Generalmente los científicos parten de ciertos conceptos privilegiados y de las exigencias de la metodología adoptada. De aquí surgen los dos modos fundamentales del pensamiento integrador o totalizador en ciencia, el método y el marco de referencias teóricas o teorías científicas.
Partamos en primer lugar del método. Etimológicamente, método significa camino. Es decir, es la vía de acceso al conocimiento valedero. La metodología científica parte de un a priori, la veracidad de la experiencia. El criterio final de certidumbre es la comprobación empírica. Para la ciencia los hechos hablan. Las exigencias del método están ligadas a la fidelidad a la experiencia. Negativamente, lo importante es no traicionar la experiencia. Positivamente, lo fundamental es tener la certeza de que se han comprobado los hechos sin deformaciones subjetivas.
Es indudable que las exigencias metodológicas difieren según el objeto de estudio. A este respecto podemos establecer una distinción bastante marcada entre las ciencias de la naturaleza no humana y las ciencias del ente humano.
Las ciencias del ente humano deben tener en cuenta los efectos de la libertad humana en la realización de las tareas sociales e individuales. Por tal razón, el instrumento matemático, que se utiliza en ciencias humanas, no suele establecer situaciones rígidas sino tendencias significativas. Las estadísticas se convierten así en el instrumento fundamental de las ciencias sociales. En el caso concreto de cada individuo particular tenemos una probabilidad, mayor o menor, de que su acción corresponda a ciertos patrones previamente establecidos por el análisis estadístico. Una de las exigencias básicas del método científico consiste en controlar las incidencias probables y casi inevitables de los factores subjetivos que afectan la objetividad del conocimiento. Por ejemplo, las preguntas de muchos cuestionarios suelen inducir las respuestas creando así un elemento deformante.
La metodología científica se basa en la exigencia de coherencia y de integración totalizadora de la teoría. Pero, por su naturaleza propia, el método es la vía de acceso a la organización intelectual de los conocimientos. Por ello, solamente mediante un marco de referencias teóricas se alcanza la verdadera estructuración significativa que caracteriza la ciencia.
Las ciencias parten de los hechos de la experiencia, pero se constituyen como tales al establecer un sistema teórico que organice los hechos en esquemas explicativos globales y harmónicos. Dentro de las múltiples funciones de la ciencia, podemos especificar dos como fundamentales.
Por un lado la ciencia se esfuerza por captar los hechos con nitidez y con seguridad. De aquí parte el intento científico por describir los hechos, organizarlos mediante clasificaciones, comparaciones y diferencias. Cada ciencia se crea un vocabulario propio que le permita ubicar con precisión su objeto de estudio. En esta captación de la experiencia juegan un papel básico la observación y la experimentación.
Pero la intención del esfuerzo científico no se limita a captar la experiencia, trata de entenderla. Comprender significa tomar en conjunto. La explicación científica comprende los hechos desde una perspectiva general en la cual cada hecho toma un sentido en relación al conjunto. Esto determina la necesidad de marcos teóricos de referencia. Como en la experimentación el científico se plantea, previamente a la experiencia, una hipótesis a verificar, en la ciencia los marcos teóricos juegan un papel similar pero esta vez al nivel de la comprensión general.
Los hechos observables son infinitos. El científico tiene necesariamente que establecer una selección. Dicha selección podría establecerse al azar o podría realizarse en función de una suposición mediante la cual le asignamos un peso significativo diferente a los diversos tipos de fenómenos. Esta segunda solución es la más lógica y la ciencia realmente la ha adoptado como línea de acción.
En las ciencias sociales no encontramos un marco de referencias teóricas generalizado. Se presentan diferentes orientaciones teóricas, frecuentemente antagónicas. Los diversos representantes de las diferentes orientaciones teóricas tienden, por una tendencia humana muy natural a tomar su marco de referencias teóricas como la expresión más neta de la cienticidad. El error fundamental de las posiciones dogmáticas proviene de una incomprensión del papel y de las limitaciones de los marcos de referencias teóricas de la ciencia. Frecuentemente los marcos de interpretación teórica funcionan adecuadamente en cierto tipo de fenómenos y su aplicación es discutible en otros. Las escogencias entre los diferentes marcos teóricos es un asunto que supera la ciencia misma pues depende de escogencias valorativas no comprobables científicamente.
En el estudio de los problemas políticos podemos recurrir a la ciencia para obtener un conocimiento lo más objetivo posible de la realidad. Sin embargo, el mismo análisis científico depende en parte de las posiciones filosóficas que se asuman. Por esto, la ciencia política y la filosofía política se complementan.
Desde la antigüedad se ha distinguido el conocimiento sensible del conocimiento intelectual. La mayoría de los pensadores participan de la tesis según la cual no hay conocimiento intelectual si antes no ha habido un conocimiento sensible: todo conocimiento entra por los sentidos, decían los escolásticos. Tanto la filosofía como la ciencia parten de los hechos observados. Sin embargo hay una mayor dependencia de la ciencia con respecto a la experiencia que de la filosofía con respecto a la misma. Las ciencias tratan de explicar y sistematizar los hechos desde la experiencia.
El criterio de validez o de verdad en las ciencias es la comprobación empírica. Toda la metodología científica, como los marcos referenciales, por más teóricos que sean, se circunscriben a la experiencia comprobable. La filosofía, por el contrario, supone el hecho comprobado y su esfuerzo se centra fundamentalmente en encontrar, a base de reflexión intelectual las razones que justifiquen lógicamente ese hecho. La filosofía es esencialmente metafísica, es decir, sobrepasa los datos inmediatos de la experiencia y tiende hacia un más allá.
El esfuerzo filosófico consiste en captar y organizar las razones que justifican los hechos. Aún partiendo de un hecho hipotético, la filosofía no perdería su rigor y su metodología, por falta de comprobación del hecho en cuestión. Por esto, la filosofía no ha tenido que esperar el avance histórico de la observación sistemática de los hechos que realiza la ciencia, para llegar a su perfeccionamiento en pensadores como Platón o Aristóteles.
La filosofía es una recuperación reflexiva de los hechos. La experiencia espontánea del conocimiento vulgar ha sido con frecuencia la base desde la cual los filósofos han emprendido sus reflexiones; Sin embargo, como se quiere explicar y justificar la auténtica realidad, los filósofos han sentido la necesidad de conocer mejor los hechos y han recurrido a la sistematización de las ciencias como a un apoyo natural de su esfuerzo reflexivo. A veces, ante la carencia de ciencias empíricas, los filósofos se han convertido en los precursores y frecuentemente iniciadores de las ciencias. La sociología, la psicología, la política y otras ciencias, le deben, por ejemplo a Aristóteles, muchos de sus conceptos y encuentran en él uno de sus precursores más importantes.
Desde el punto de vista de la filosofía, el conocimiento vulgar como el científico es un conocimiento prefilosófico que ésta debe asumir como base de sus reflexiones. Desde el punto de vista de la ciencia, por el contrario, tanto el conocimiento vulgar como el conocimiento filosófico son un conocimiento precientífico que la ciencia utiliza como objeto de sus análisis.
El nivel explicativo de la filosofía es diferente al de la ciencia. Podemos constatar esto con un ejemplo. Tomemos el caso de la muerte. El científico, si es médico, puede explicar desde la experiencia por qué nos morimos y, si es psicólogo, podría explicar cómo reaccionamos ante la experiencia de la muerte. Pero cuando el filósofo, partiendo del hecho de que nos morimos, se pregunta si la muerte es un sinsentido que proyecta su absurdo en toda nuestra existencia o si, por el contrario, se plantea la superación de la muerte en un más allá, lanza una pregunta para la cual la experiencia no tiene respuestas. El problema de la inmortalidad del alma es quizás demostrable teóricamente a base de razones, pero es indemostrable experimentalmente con base en comprobaciones empíricas.
El polo teorético juega un papel importante en lo político: todos nos preguntamos frecuentemente sobre lo que está pasando en la vida política. Las primeras páginas de los diarios están pletóricas de informaciones políticas y los editoriales de la prensa se ocupan básicamente de tema que directa o indirectamente afecta la política. Nuestra inquietud política no se reduce simplemente a la necesidad de estar informados. Tratamos de comprender. Por esto recurrimos a aquellos intérpretes de la política que puedan ayudarnos en este esfuerzo comprensivo. Esta es la razón por la cual un filósofo como Marx o Rousseau es tan importante en la política como un líder de masas.
Al nivel del conocimiento, cada una de las dimensiones juega un papel. El conocimiento vulgar es nuestro primer acercamiento con lo político. La política forma parte de nuestra existencia concreta. Nos topamos con ella a cada instante y espontáneamente tratamos de conocerla. A este efecto leemos periódicos, mantenemos conversaciones en la casa y en las cantinas, asistimos a los mítines, etc. Frecuentemente nuestro conocimiento se ve profundamente afectado por nuestras opciones previas. Leemos lo que nos interesa y asistimos a las reuniones que creemos apriorísticamente que van a satisfacer nuestras inquietudes.
La ignorancia política total es gravísima. Por ello el conocimiento vulgar juega un papel fundamental. Pero dicho conocimiento es sumamente imperfecto. Por lo tanto es menester completarlo con un conocimiento científico. Los partidos políticos recurren frecuentemente a investigadores que analicen los hechos políticos con objetividad y les informen cuál es la verdadera realidad con la que se enfrentan.
Indudablemente, cada grupo político tiene ciertas opciones ideológicas bien definidas que se trasmiten como condiciones de análisis al mismo científico. La descripción de ciertos hechos puede escapar en gran medida a estas influencias, pero la explicación causal de los mismos se encuentra afectada por la visión global del universo que reflejan las diversas posiciones ideológicas.
Cuando dichas visiones del universo se sistematizan, aparecen las filosofías políticas. Cada una de ellas trata en el fondo de darle una estructura racional a las posiciones existenciales previas. Cuando los filósofos tratan de justificar intereses creados, caemos en el caso de los pensadores vendidos que inventan pretextos. Pero la mayoría de los filósofos, los mejores por cierto, no tratan de justificar ningún interés. Simplemente pretenden hacerse comprensible su propia existencia individual y social. Pero como la filosofía es una recuperación de la existencia concreta, es por ello siempre relativa. Depende de posiciones existenciales previas que la condicionan. Cada filósofo es hijo de su época y de una visión del mundo espontánea propia. Y toda ciencia depende finalmente de presupuestos filosóficos. Por ello todo conocimiento está determinado por las posiciones existenciales.
Los valores nos permiten evaluar los hechos o las posibilidades. Pero el valor lleva intrínsicamente una exigencia de realización. Dicha exigencia se proyecta en la acción como deber. Por esto, los valores nos refieren más al deber ser que al ser. Todo valor sirve de fundamento a una serie de normas o de obligaciones. Bajo la forma obligación, el valor se convierte en un orientador de la conducta. Es decir, los valores están a la base de las exigencias morales.
La ética tiene una doble relación con la política. Como exigencias de una conducta correcta, la ética puede ser vista desde un punto de vista individual y desde un punto de vista social. Por una parte tenemos la ética del político. El soborno o la responsabilidad del gobernante, el nepotismo o la arbitrariedad en la aplicación de las leyes, son problemas individuales cuya ejecución depende de la responsabilidad de cada uno de nosotros cuando nos encontramos en las circunstancias propias a cada una de estas situaciones. Por otra parte, tenemos una ética de la política. La misión de esta ética es marcar los derroteros que debe seguir la política global El problema del bien común no es un problema de moral individual sino un caso fundamental de la ética social. Las exigencias de la ética de la política definen el horizonte dentro del cual se delimitan las obligaciones concretas del individuo.
Frecuentemente tendemos a ignorar la primacía de la ética de la política y reducimos las exigencias éticas a las obligaciones individuales. Sin embargo, la definición de las metas que la sociedad debe alcanzar es un problema esencialmente ético. Las maneras de alcanzar lo escogido es un problema pragmático de técnicas y adecuación de acciones. Al reducir la ética a sus aspectos individuales descuidamos la exigencia fundamental de alcanzar las mejores metas y nos reducimos a ver exclusivamente el problema de la corrección de los medios.
La influencia del polo axiológico en la política es fundamental. Las dos alternativas fundamentales que podemos encontrar en el debate político desde el punto de vista valorativo, se reducen a una posición conservadora, por una parte, y a una posición renovadora, por la otra. La posición conservadora, parte de los valores aceptados, y se convierte en un sistema defensor de los mismos. Frecuentemente se suele confundir los valores con las instituciones y medios en que se los encarna. Por ello se suele defender las instituciones en nombre de los valores. Por su parte, la posición renovadora, trata de abrirle campo a nuevos valores. La promoción de dichos valores puede efectuarse teóricamente sosteniendo los valores en abstracto. A estas discusiones abstractas se las llama a veces discusiones ideológicas. La realización de los valores se puede llevar también al plano de las acciones concretas y de las instituciones políticas. A este nivel se discute las consecuencias y los valores que encarna cada una de ellas. A dichas discusiones se las suele llamar discusiones políticas. En el fondo ambas discusiones son políticas. La diferencia es el grado de concreción con que se plantean. Cuando la posición renovadora pretende transformar la sociedad global se la llama posición revolucionaria.
Las tres dimensiones de la acción humana que hemos estudiado se entremezclan. Cada ente humano realiza su humanidad dándole un peso diferente en su vida a cada una de dichas dimensiones. Sin embargo, todo ser humano toma necesariamente una posición existencial ante la realidad que influencia tanto el conjunto como a cada una de dichas dimensiones.
La posición existencial del ente humano ante la realidad constituye la base de las creencias. Algunos autores, entre ellos Ortega y Gasset, hablan de una distinción entre ideas y creencias. Las ideas las poseemos, son fruto de nuestra acción. Las creencias nos envuelven y están a la base de nuestras acciones. Como los peces nadan en el agua, nosotros nadamos en un mundo de creencias que nos alimentan existencial mente y nos dan vida.
El conocimiento racional nos presenta las cosas mediante un proceso de distanciamiento. Nos convertimos en observadores, diferentes de lo observado. El pensamiento mítico, por el contrario, nos hace presentes ante la realidad en una forma más integral, participativa y directa. Las creencias existenciales están en cierta medida más cerca del pensamiento mítico que del pensamiento racional. Aunque de hecho están a la base de ambas formas de pensamiento, las creencias son participativas e integrantes, como lo es el pensamiento mítico.
El pensamiento mítico juega un papel fundamental en la política. Para sostener una serie de creencias sobre la sociedad, los movimientos políticos recurren al sostenimiento de ciertos mitos que sostengan una mística en la acción. Los grandes movimientos ideológicos del siglo XX podríamos catalogarlos como movimientos cuasi religiosos que se basan en una fe social. En este caso cae igualmente el marxismo y el fascismo. La ideología se encubre astutamente detrás de toda una mitología social y trata de hacerse consciente de sí misma por medio de la filosofía social.
El conjunto de creencias, que sostienen la acción de un ente humano, puede ser visto tanto desde un punto de vista individual como desde un punto de vista social. Cuando hablamos de las creencias individuales de un individuo con respecto a la existencia, nos referimos a lo que se ha llamado la cosmovisión o concepción del mundo de dicha persona. Algunos consideran dicha cosmovisión como una filosofía de la existencia, ingenua, espontánea y primitiva. Sin embargo, dicho conjunto de creencias es frecuentemente no temático, casi inconsciente. Toda filosofía se establece como un esfuerzo de explicitación de algunos aspectos de la cosmovisión individual del filósofo. Pero, también es cierto que toda filosofía se realiza desde una cosmovisión. Cada filósofo da necesariamente una serie de hechos por supuestos. Lo que un filósofo considera como evidente, es frecuentemente la manifestación implícita de su cosmovisión. Por esto son siempre sus críticos quienes descubren, desde una cosmovisión diferente, los supuestos inconfesados de los otros filósofos, las implicaciones necesarias y no discutidas del sistema analizado.
Las cosmovisiones individuales pueden hallarse más o menos socializadas. La socialización de las creencias y su proyección sobre el ente humano y su sociedad, es lo que constituye las ideologías. Como las cosmovisiones, las ideologías significan posiciones existenciales más que construcciones mentales. En cuanto tales, las ideologías no se definen únicamente por una de las dimensiones esenciales del actuar humano, sino que las cubren a todas, relacionándolas entre sí. Existencialmente, las ideologías y las cosmovisiones sirven de sustento, de apoyo o fundamento, al actuar humano global en todas sus dimensiones.
Las ideologías están a la base de la comprensión de la realidad. La teoría no germina en el vacío. Se apoya en una serie de creencias que, frecuentemente no se hacen explícitas, pero que no dejan por ello de ser determinantes. El problema de la influencia de las ideologías y de las creencias en la construcción de la ciencia ha sido un debate importante en el siglo XX. Las ciencias sociales, pretendiendo alcanzar su madurez como ciencias experimentales, han pretendido en sus inicios negar toda influencia externa en sus quehaceres. Pero las críticas posteriores no solamente han demostrado lo insostenible de tales tesis, sino que han tratado de encontrar las razones ideológicas de dicha negación.
Sobre un trasfondo ideológico, se crean las explicitaciones doctrinarias. Las doctrinas, sociales o políticas, se apoyan en posiciones ideológicas y las reflejan de hecho, aunque su explicitación no cubre sus supuestos. Las doctrinas son organizaciones conceptuales de la realidad. Utilizan el método discursivo, relacionan ideas y enuncian justificaciones racionales.
Las ideologías no solamente están a la base de la acción teórica del ente humano, sino que cubren fundamentalmente la actuación valorativa. En los debates actuales sobre la influencia de elementos ideológicos en las ciencias sociales se habla con frecuencia de la incidencia de los valores en la actividad científica. Esto pone de manifiesto la conciencia que se tiene de la dimensión valorante de las ideologías. Los valores son orientadores de nuestra existencia y como las ideologías forman parte de nuestras posiciones existenciales, es comprensible que el lazo entre los valores y las posiciones ideológicas sea captado como amplio y esencial.
Nuestras posiciones existenciales sostienen nuestras valoraciones y la enunciación de nuestros deberes. Las ideologías nos sirven de guías en la determinación de las exigencias que debemos imponernos como pautas de nuestra conducta.
Ciertamente las ideologías tienen que ver más con la determinación de nuestras metas de acción que con el proceso pragmático de utilización de medios para alcanzar tales metas. Sin embargo, las ideologías influencian decididamente el concepto de lo correcto y lo incorrecto con respecto a las medidas asumidas. Además en el plano de lo pragmático la influencia de las ideologías se deja sentir en lo que suele llamarse las actitudes.
Hasta ahora hemos hablado de lo que podríamos llamar el aspecto global fundante de la ideología. En este sentido, la ideología constituye la cimentación sobre la cual se elevan las diversas dimensiones del actuar humano, la teoría, la valorativa y la dimensión pragmática. Pero la ideología puede ser analizada en un sentido derivado. En este sentido se entiende por ideología la toma de posición ante los problemas concretos de la acción que se plantean al ente humano en su acción social.
Las posiciones ideológicas, en sentido derivado, recurren a las construcciones doctrinarias para justificar sus opciones reales. Las doctrinas enuncian principios generales de interpretación de la sociedad que pueden ser aplicados en los casos concretos de las determinaciones ideológicas.
La relación entre la ideología y la doctrina es recíproca. La doctrina orienta racionalmente las escogencias prácticas, pero dichas escogencias fuerzan a la teoría a recuperar los imprevistos de las acciones concretas. Por esto muchas elaboraciones doctrinarias son hechas como justificaciones a posteriori de decisiones tomadas anteriormente en forma casi intuitiva.
El estudio de los hechos políticos nos lleva a la pregunta susceptible de múltiples cuestionamientos complementarios: ¿Qué se da efectivamente en los hechos? El análisis del fenómeno del poder nos pone ante una de las cuestiones fundamentales de todo proceso de comprensión de la realidad: el problema de la objetividad.
El problema de la objetividad es básico en los asuntos políticos. Existe en todo ente humano una tendencia a percibir las cosas según sus propias creencias y a deformar así la visión de la realidad. Esta percepción deformante es clásica en política. Pero una acción política fundamentada en una concepción deficiente de la realidad entraña necesariamente errores prácticos.
El análisis científico tiende a responder preguntas explicativas: ¿Por qué se da tal fenómeno? ¿Cuáles son sus causas? La mera descripción de los hechos es insuficiente. Ante un cuadro estadístico sobre participación electoral por ejemplo, nos preocupamos por entenderlo. Nos preguntamos por su significado y por sus causas. ¿Qué significa realmente un índice X de participación electoral? ¿Qué punto de referencia debemos tomar para evaluar la positividad o la negatividad de tal índice? Pero la comprensión de la realidad es en cierta manera insuficiente, por más perfecta que sea, porque los entes humanos buscamos transformar la realidad. Sin embargo, dicha transformación es imposible si se desconocen las causas. Atacar los efectos sin alcanzar las causas es una respuesta cándida e ineficiente.
Para acceder a las causas reales de los fenómenos tenemos que integrar los fenómenos en una visión de conjunto en la que los hechos se interrelacionen mediante esquemas de explicación causal sea ésta lineal o circular. Pero como el conjunto de hechos plenamente comprobados es una ínfima parte de los hechos reales, toda sistematización explicativa es en cierto sentido apriorística Más que una visión de la realidad, la teoría científica es una sistematización prematura que corresponde a las exigencias comprensivas de nuestra mente Por esto lo que llamamos el hecho político es el efecto de nuestra opción explicativa. El basamento real es parcial. Todo concepto científico es fruto de una abstracción que privilegia apriorísticamente un aspecto de la realidad
La exigencia de objetividad nos enfrenta ante el problema del método ¿Cómo alcanzar un conocimiento real y sólido de los hechos que deseamos conocer? Las dificultades que encontramos pueden ser de diversa índole. Por una parte, los prejuicios sociales, ideológicos o culturales, tienden a forzar nuestro pensamiento a que demuestre, bajo apariencias de ciencia, nuestras creencias previas. Por otra parte, todo análisis circunscribe a priori el objeto de estudio en función de conocimientos previos siempre parciales Además, el mismo método de análisis impone un modo de procedimiento en el que pueden quedar aparte aspectos sumamente significativos desde otro punto de vista, pero que son eliminados por la necesidad misma de coherencia del método.
Todo estudio de la realidad, y fundamentalmente de la realidad política, refleja una situación mixta en la que se conjugan en un todo indisoluble, la fidelidad a la realidad objetiva v la influencia efectiva de la subjetividad del investigador, sea éste un individuo o un grupo. A lo más que podemos aspirar es a establecer una visión de los hechos con fundamento en la realidad.
3. Categorías del análisis político
Para ubicarnos adecuadamente dentro del problema de la revolución, es necesario que establezcamos un marco de referencia mínimo, que nos permita comprender las afirmaciones que hagamos. Hemos dicho que la Democracia Cristiana es un movimiento político que tiene una posición neta a nivel doctrinario, pero que es incongruente al nivel de la acción por carecer de una toma de posición clara y adecuada con respecto al conflicto social. Cada uno de estos términos debe ser aclarado y esa es la meta de este capítulo.
Todo objeto de estudio puede ser analizado desde múltiples puntos de vida. Es necesario escoger siempre una perspectiva de análisis para poder definir un tema. Los aspectos de la política que vamos a estudiar están determinados por el interés concreto de nuestro trabajo, las relaciones entre la Democracia Cristiana y la revolución A tal efecto, hemos seleccionado cuatro dimensiones del quehacer político que nos parece que pueden darnos alguna luz sobre el tema que tenemos entre manos, a saber, la doctrina, el análisis político, la ideología y la acción política.
3.1. La Doctrina
Entendemos por doctrina política la visión general que se tiene de la sociedad, del ente humano y de su quehacer político. Frecuentemente se habla también de filosofía política o de concepción política.
Toda acción política supone una doctrina política, porque el quehacer político es cosa de entes humanos. El ser humano actúa teniendo una visión de aquello en que se compromete. Lo que Karl Jaspers decía de la filosofía podemos aplicarlo mutatis mutandis, a la doctrina política: “Como la filosofía es indispensable al hombre, está en todo tiempo ahí, públicamente, en los refranes tradicionales, en apotegmas filosóficos corrientes, en convicciones dominantes, como por ejemplo en el lenguaje de los espíritus ilustrados, de las ideas y creencias políticas, pero ante todo, desde el comienzo de la historia, en los mitos. No hay manera de escapar a la filosofía. La cuestión es tan sólo si será consciente o no, si será buena o mala, confusa o clara. Quien rechaza la filosofía, profesa también una filosofía, pero sin ser consciente de ella”. [1]
El ente humano no puede escapar a la doctrina política porque forma parte fundamental de esa filosofía a la que se refería Jaspers. Pero ésta puede ser consciente o inconsciente. Generalmente, las doctrinas políticas que sirven de apoyo a un régimen establecido, por la fuerza de la costumbre, pierden su grado consciente, mientras no se las adverse, porque la gente tiende a darlas por naturales. Por el contrario, las doctrinas que sostienen cualquier acción política de enfrentamiento con un sistema establecido, tienden a alcanzar un grado creciente de conciencia en proporción directa al grado en que se enfrentan con el sistema.
Cuando la doctrina política se convierte en un todo más o menos coherente de afirmaciones razonadas, hablamos de filosofía política. Cuando la elaboración es menos conceptual y sistemática, nos referimos a ella con el término de concepción política. Pero aquí finalmente la diferencia es de grado, pues no hay filosofía que sea plenamente racional ni concepción que no sea bastante racional para poder influenciar a un grupo de entes humanos. Cuando se habla de doctrina política se tiene en cuenta el hecho de que las creencias políticas cubiertas por la misma son compartidas por muchos entes humanos. Nosotros la tomamos en ese sentido: la doctrina política es esencialmente un fenómeno social.
La doctrina política constituye el telón de fondo de la acción política. Esta imagen, tomada del teatro, puede servirnos para aclaramos la función de la doctrina. En el teatro la acción principal la juegan los actores, pero, sin embargo, el telón de fondo crea la ambientación que le da sentido a la larga a lo que dicen y hacen los actores. En la política también la acción se desarrolla en las actuaciones concretas de los individuos y de los grupos, pero la doctrina política les da una dimensión de amplitud a ese actuar. La ambientación es fundamental en el teatro: igual que en política. Tomemos por ejemplo aquellas palabras de La Vida es Sueño cuando Segismundo se lamenta en su prisión de su suerte. Si ubicamos ese mismo “Ay mísero de mí, Ay infelice” en un ambiente de lujo de un palacio, las mismas palabras adquieren un sentido burlesco, jocoso o desconcertante, que contrarresta con el sentido original del verso.
En la Democracia Cristiana podemos encontrar una explicitación doctrinaria bastante rica. Los partidos y los organismos internacionales manifiestan una visión del ente humano suficientemente neta y aclaran su visión del ente humano y de la sociedad. La misma elaboración conceptual sobre la sociedad comunitaria refleja un profundo esfuerzo de producción doctrinaria. Los demócratas cristianos tienen bastante claros los valores fundamentales que inspiran su acción política a nivel doctrinario. En la literatura demócrata cristiana hay una serie de consideraciones sobre la persona humana, la solidaridad social, la primacía del bien común. El problema de la Democracia Cristiana y lo que en cierta manera ha creado una cierta crisis es que estas afirmaciones doctrinarias pretende presentarlas como si fueran posiciones ideológicas. Pero para entender esta distinción y sus consecuencias prácticas es necesario que expliquemos las características de la doctrina y las características diferentes de la ideología.
La doctrina es metapolítica porque es ahistórica. Su esencia son los principios generales y las concepciones que trascienden el tiempo. Si tomamos uno de los caballos de batalla típicos de los Partidos Demócrata Cristianos, la dignidad de la persona humana, no tenemos más remedio que constatar que esa afirmación es ahistórica.
Cualquier afirmación doctrinaria está más allá de la dinámica política concreta, aunque se refiera a la misma en cierto sentido. Por ejemplo, el principio de la dignidad de la persona humana es tan válido actualmente como lo era en la época de Cristo o de Atila. Para aterrizar ese principio es necesario contar con un análisis adecuado de la realidad que nos permita determinar cuáles son sus exigencias en un aquí y en un ahora. Pero lo que llamamos frecuentemente la ideología demócrata cristiana no es más que un planteamiento doctrinario atemporal. En la acción concreta los Partidos Demócratas cristianos suelen interpretar estos principios en la forma más poco coherente y subjetiva. Cada cual actúa según su buena impresión; para decirlo con una vieja expresión, actuamos “a ojo de buen cubero”. Indudablemente, pretender basar la política real sólo en planteamientos doctrinarios es apoyarse en uno solo de los baluartes de la acción política.
3.2. El Análisis Político
Es indudable que toda posición doctrinaria tiene un origen histórico, pero su proyección política es supratemporal pues abarca siempre mucho más que un presente histórico. Por el contrario, el análisis político, la ideología y la acción política siempre tienen una ubicación histórica precisa, es decir, se refieren a un lapso de tiempo determinado con sus características propias.
Todo análisis político es un análisis de un momento histórico, ubicado tanto temporal como geográficamente. Por ejemplo, para hacer un verdadero análisis político de la lucha de clases tengo que seleccionar una época determinada y un lugar específico a fin de determinar las características, las causas y las consecuencias del enfrentamiento de esas clases concretas. Cuando el marxismo afirma que la lucha de clases ha existido siempre, dicha afirmación es muy cuestionable desde el punto de vista científico. Esta aserción puede ser un principio doctrinario que implica una manera de ver la realidad, pero el marxismo pretende presentarla como algo más que una declaración filosófica. Por ello, esta afirmación podemos tomarla como el enunciado de una hipótesis general que sirva de guía a los análisis concretos. En este sentido, su verdad depende del éxito tenido en las investigaciones concretas. Es decir, su verdad la recibe desde fuera y está sujeta a todos los cuestionamientos propios del emplazamiento epistemológico de cualquier investigación científica. Por último, esta aserción puede pretender ser el fruto de una investigación ya cumplida. En este sentido, está sujeta al cuestionamiento de su amplitud: en ciencia, cada vez que se hace una afirmación general de tipo inductivo es necesario afrontar cuidadosamente el análisis de la importancia de los factores no tomados en cuenta y de la verificación de que se cubrió adecuadamente la globalidad del objeto estudiado.
Para mí, esta afirmación marxista tiene fuertes indicios de credibilidad, pero permanece todavía en el género de las afirmaciones científicas en vía de estudio, siempre cuestionable y modificable. Donde el marxismo ha dado pruebas de una investigación más seria (menos influida por posiciones doctrinarias) es en el estudio concreto de nuestra sociedad capitalista. Pero aquí el tema es más concreto, se ubica en un tiempo determinado y en un ambiente geográfico preciso. Cada época, cada momento histórico nos plantea un problema específico que requiere investigaciones específicas. No es lo mismo el análisis de la lucha de clases en la época de Nerón, de Carlos V o de la segunda mitad del siglo XX.
La ubicación histórica del análisis político tiene también sus dimensiones. Un análisis específico puede cubrir desde toda una época histórica que presente características determinadas (como por ejemplo, el Renacimiento o la Edad Media) hasta acciones muy concretas (como por ejemplo, la visita de un presidente a un lugar, un golpe de Estado o el asesinato de un presidente). Pero, para que el análisis pueda realizarse hay que seleccionar siempre el campo de investigación a partir de la constatación primaria de ciertas características o hechos específicos que permitan establecer una selección precisa de las cosas a observar y a explicar.
El análisis político trata de darnos la descripción y la explicación de los hechos políticos. Esta descripción y explicación son fenómenos históricos. Indudablemente el análisis político no se refiere siempre al presente histórico. Estudiar el recorrido político de Napoleón es hacer un estudio político. A los que participamos en la acción política nos interesa principalmente el análisis de la actualidad política. Sin embargo, frecuentemente la mejor manera de acercarse al presente es conociendo las experiencias del pasado. Por ejemplo en un análisis electoral es fundamental conocer la manera como se ha comportado un electorado para poder tomar las providencias del caso.
El análisis político puede realizarse según diversos grados de amplitud. Su objeto de estudio puede ser un aspecto particular de la vida política, como, por ejemplo, la reacción positiva o negativa que despierta en un electorado la utilización de un determinado slogan. Pero, su objeto de estudio puede también ser la globalidad del ambiente social dentro del cual se desenvuelve la acción política. Aquí nos interesa básicamente el análisis de la sociedad en general lo que hemos llamado una sociología de la política que incluya como uno de sus elementos fundamentales el conflicto social o más sucintamente, una sociología del conflicto. No se trata, pues, de estudiar casos aislados de conflictos sociales, sino el conflicto como una dimensión social total.
El análisis de la sociedad como un todo es fundamental para entender la acción política. Ciertamente, las acciones políticas siempre son particulares, concretas; pero su dimensión histórica la adquieren de la manera como son vistas en su globalidad. Una de las riquezas básicas de los movimientos políticos de inspiración marxista es que el marxismo es eminentemente una metodología para el estudio de los hechos sociales que parte de una sociología integral. A la Democracia Cristiana le falta una sociología que concuerde con sus ideales y que le sirva de punto de referencia a todos sus militantes.
Para el político, el análisis tiene una función práctica. El análisis político tiene que estar al servicio de la acción política. Hacer análisis solamente por el gusto de conocer la verdad es un lujo que el político no puede darse. ¿Qué sentido puede tener para un movimiento político actual ponerse a examinar la manera como funcionaban las relaciones sociales entre amos y esclavos en el Imperio Romano? Para poder responder a esta pregunta tenemos que responder previamente otra pregunta conexa: ¿Qué proyección tiene ese hecho en su acción política? Para el político, el análisis debe responder a las necesidades de su actuar político.
Todo movimiento político necesita tener una visión correcta de la sociedad en que se desenvuelve. De la certeza de ese conocimiento depende en mucho el éxito de su acción. Es indudable que todos tenemos un conocimiento de la actualidad. Pero nuestro conocimiento es frecuentemente inseguro e incorrecto en muchos aspectos. Por ello es necesario que un movimiento político utilice recursos más sólidos, es decir, recurra al conocimiento científico. Dicho conocimiento es fundamental en cuanto se refiere a la visión general de la sociedad porque de ella depende la orientación que se le de a los problemas concretos. No vamos a exponer aquí la importancia y las características de las ciencias sociales. Bástenos simplemente con hacer notar que toda política necesita un conocimiento lo mejor posible de la realidad y que la ciencia social se lo puede dar con mayor grado de certeza que cualquier otro recurso.
El análisis político nunca es totalmente objetivo, porque parte de opciones ideológicas y metodológicas determinadas que condicionan sus enfoques y sus resultados. Decíamos que el análisis político nos da una descripción y una explicación de los hechos. Pero todo lo que sucede en la experiencia es un hecho; hay que seleccionar aquellos aspectos de la realidad que vamos a observar y fundamentalmente, aquellos aspectos que consideramos que tienen una significación, porque los hechos serían de otra manera tantos que nunca podríamos llegar a una conclusión. Cada opción ideológica o metodológica privilegia ciertos hechos.
Decíamos que el marxismo nos puede dar bastante luz en el estudio de las clases sociales. Esto se explica porque el marxismo considera la lucha de clases como uno de los hechos sociales de mayor importancia teórica y práctica. El marxismo, como cualquier análisis científico, parte de posiciones ideológicas y doctrinarias. Deja de lado una cantidad enorme de hechos que considera secundarios y privilegia a otros. Como materialismo histórico el marxismo privilegia en su análisis los factores económicos y los conflictos sociales en cuanto son interpretados por el mismo como manifestaciones de las relaciones de producción. Por el contrario, la Democracia Cristiana tradicional por razones doctrinarias e ideológicas, le ha dado importancia al problema de la autoridad política al nivel del gobierno. Esta posición no favorece el estudio directo y abierto de las clases sociales y de los conflictos entre ellas. Cada análisis político estudia y aclara ciertos problemas. Por ello, uno de los asuntos más importantes en el estudio de lo político es constatar cuáles son los hechos que se dejan fuera y que sin embargo son considerados por otros como importantes.
La correcta explicación de los hechos es una condición necesaria para obtener una acción política adecuada. Al explicar un hecho, el analista político hace un razonamiento de este estilo: para que se de el fenómeno A es necesario que previamente se haya dado el fenómeno B (a veces en lugar del fenómeno B podría darse una serie de factores, B, C, D, etc. de los que habría que evaluar el peso relativo de cada uno de ellos). Generalmente el analista parte de un fenómeno dado y trata de analizar sus causas. El político usa un esquema similar, pero inverso. Define un efecto a alcanzar y trata de crear las causas. De nuevo aquí es necesario establecer los análisis causales hasta llegar a causas que podamos modificar para alcanzar resultados previamente planeados.
Pretender cambiar los efectos sin remontarse a las causas resulta una solución absurda por ineficaz. Por ejemplo, algunas personas a veces emprenden campañas para erradicar la parasitosis infantil. Recorren los pueblos y dan medicamentos a los niños. Pero, al no corregir el sistema de aguas la curación es temporal porque no afecta la causa principal que es, por ejemplo, el sistema de cañería. Si atacamos el efecto y no la causa del mismo, las consecuencias vuelven a aparecer.
Un planteamiento de este estilo se hizo Freud al enfrentar las enfermedades mentales. Al tratar de curar .la histeria mediante la hipnosis, las consecuencias patológicas aparecían en forma diferente porque no se había atacado su causa. Por eso ideó Freud el psicoanálisis para llegar - esperaba él- a las causas de los problemas y curar el mal en sus raíces. Lo que pasa en psicología con los conflictos personales, pasa en la política con los conflictos sociales. Para poder sanear la sociedad es necesario atacar las causas verdaderas y no sólo los efectos. Y el análisis político juega un papel fundamental en esta tarea. Para eliminar la lucha de clases es necesario conocer sus causas y atacarlas adecuadamente. El analista político nos da el conocimiento de las causas. La acción política nos permite atacarlas. Cualquier solución que pretenda eliminar únicamente los efectos será a la larga ineficaz, porque el problema sigue presente como un cáncer.
Lo que hemos dicho sobre el analista político y el político nos marca la diferencia que hay entre el análisis político, cuya misión es conocer la realidad, y la acción política, cuya misión es modificar la realidad. Sin embargo están plenamente implicados, porque de la riqueza del análisis depende finalmente parte de la riqueza de la acción.
3.3. La Ideología
En el presente estudio tomo la palabra ideología en el sentido en que suele usarse entre los demócratas cristianos. En el contexto marxista, la ideología suele entenderse en el sentido que le damos aquí a la mitología política. Por ello, algunos marxistas afirman categóricamente que sólo hay ideología capitalista, pero no marxista. Creo que los marxistas, demasiado influenciados por la crítica que Marx hacía a la ideología capitalista, han perdido a veces, la dimensión del problema.
Entiendo por ideología la toma de posición ante las alternativas históricas. En cierta manera, dicha toma de posición es previa a cualquier acción política porque le marca el rumbo. Sin embargo, dicha posición no toma un carácter de realidad, sino en la medida en que es fuente de acción efectiva. La ideología, en el sentido en que la entendemos aquí no es necesariamente un enunciado formal y estructurado, aunque puede serlo. Cuando la ideología toma conciencia de sí misma y se expresa formalmente solemos hablar de elaboración ideológica.
Uno de los aportes más interesantes de la sociología marxista consiste en analizar cómo las ideologías reflejan la estructura socioeconómica, dentro de la cual indudablemente juega un papel fundamental la situación de clase. Pero aquí de nuevo es necesario tener suficiente sentido crítico para no caer en un determinismo unilateral y rígido.
En la manera de entender la vida social es necesario establecer una distinción entre lo que hemos llamado ideología, la toma de posición efectiva ante las alternativas históricas reales y la mitología política.
Entiendo por mitología política la toma de posición ante problemas inexistentes, desubicados temporalmente o la evasión en la fantasía que ignora las fuerzas reales que actúan en la realidad. Nuestra concepción del comunitarismo se vuelve frecuentemente mitológica, por ausencia de una verdadera toma de posición histórica sobre la manera de alcanzar dicho ideal. Al no haber una toma de posición en un aquí y un ahora, los planteamientos se vuelven utópicos, en el sentido propio de la palabra utopía: fuera de lugar. La mitología es siempre una falsa ideología, pues es una manera de esconder la verdadera ideología. El comunitarismo es en muchos casos una respuesta más sentimental que sociológica a las injusticias de la realidad que, al no ubicarse históricamente en el análisis de los condicionamientos y soluciones posibles dentro de una sociedad concreta, se convierte en un refugio alienante. Es alienante porque finalmente es un proceso de evasión de la realidad.
La utilización de procedimientos alienantes es de uso frecuente en nuestra América Latina. Las dictaduras, por ejemplo, suelen fortalecer el deporte como un medio de evasión. El deporte se convierte en un elemento sustitutivo de la impotencia política. Se crea en nuestro medio, el deporte de los espectadores. Unos pocos juegan, los demás contemplan. En su actitud pasiva, los espectadores se sienten fuertes cuando su equipo vence -por lo que los equipos perdedores no tienen público- y se sienten deprimidos cuando pierden. El hecho de que Brasil perdiera su supremacía futbolística en el último campeonato mundial va a significar un problema para los militares, pues se debilita la fantasía que creaba el triunfo. Algo similar sucede en los partidos políticos y en los movimientos. La utilización de elementos de evasión es un recurso frecuente. Toda una mitología revolucionaria puede surtir efecto creando la sensación de que se ha roto la brecha existente entre la realidad y el ideal que se sostiene.
Al afirmar esto, no significa que esté en contra de los enunciados revolucionarios. Muy por el contrario, de ordinario hay que hablar de la revolución para crear la conciencia revolucionaria. Pero las declaraciones revolucionarias tienen que convertirse en una toma de posición efectiva de opción ante las condiciones históricas reales y no en una especie de nebulosa mitológica que nos saque del momento histórico.
La ideología implica una toma de posición ante los problemas históricos, ante las alternativas históricas. No implica una respuesta a los pequeños problemas de la política diaria, sino la puesta en perspectiva histórica de las mismas. La ideología supone una toma de conciencia de las características de una época determinada, de las fuerzas en juego y de las posibilidades históricas. Por eso está a la base del análisis político: le da la pauta para escoger los puntos de estudios y el enfoque dentro del cual verlos. Responde también a los intereses objetivos de los grupos que se la plantean. Los marxistas interpretan estos intereses objetivos como intereses de clase. Sin embargo, en esto hay que tener una visión dialéctica más amplia. Aunque la situación de clases suele determinar la escogencia ideológica de los individuos, cada hombre se encuentra en la libertad- a veces, la opción es heroica- de escoger su alineación política. La afirmación marxista es cierta en su nivel sociológico; es absurdo suponer que la burguesía, como clase social tome una posición política proletaria, aunque haya individuos de origen burgués que adversen su clase de origen.
Como toma de posición histórica, la ideología se refiere a una doctrina. Frecuentemente lo que sucede es que la opción histórica que se toma determina el tipo de doctrina que se asuma. Pero siempre queda un cierto juego dialéctico entre las dos. La doctrina condiciona en cierta manera las posiciones ideológicas, éstas a su vez condicionan los planteamientos doctrinarios. Las doctrinas terminan, sin embargo, siendo la racionalización o la constitución en filosofía de las posiciones ideológicas, porque una tesis filosófica no tiene acogida social si no están. Dadas las condiciones objetivas que permitan su aceptación
3.4. La Acción Política
La acción política nos ubica siempre en el presente, pero por su misma naturaleza nos lleva más allá de dicho presente. Toda acción humana se inserta en una historia. Es hija de un pasado y madre de un futuro. El pasado pesa sobre la acción con el peso de su inmutabilidad (nadie puede cambiar lo que fue) mientras que el futuro es el reino de la posibilidad. Todo ente humano y toda acción política mira siempre hacía el porvenir.
La acción política tiene toda una lógica y sus niveles diversos. En su lógica la acción política es muy similar al juego del ajedrez. Como en este juego-ciencia, en la política nunca actuamos solos. Siempre hay un adversario, cuyos movimientos tenemos que tomar en cuenta. Como en el ajedrez, el éxito depende del planeamiento a largo alcance, salvo caso de error del adversario. Como en el ajedrez, tenemos una meta que orienta nuestra acción. Indudablemente las metas pueden ser más variadas en política que en ajedrez donde sólo me quedan dos alternativas: ganar o empatar.
En grandes líneas podemos distinguir tres dimensiones en la acción política: la estrategia, la táctica y los actos. La estrategia designa la definición de objetivos a largo plazo. Como tal implica el recubrimiento de una serie de actos variados. La estrategia por ello tiene una dimensión de generalidad: marca las grandes líneas del actuar. En este sentido, las estrategias significan las concreciones en la acción de las posiciones ideológicas. La definición de las estrategias implica no solamente un conocimiento de las propias posibilidades, sino una visión correcta de las posibilidades de los adversarios. Hablamos de tácticas cuando nos referimos a acciones más circunstanciales pero que implican un cierto lapso de tiempo, en el cual se juegan diversas actividades o actos políticos. La táctica tiene por misión valorizar los recursos de un momento histórico y tiene realmente sentido si viene en apoyo de las opciones estratégicas. El oportunista es un ente humano de tácticas basadas en términos de un objetivo muy simple y egoísta: mantener la propia cuota de poder y aumentarla lo más posible.
Los actos políticos designan las acciones realizadas en un aquí y un ahora. Para juzgar la política, es necesario poner énfasis básicamente en las estrategias, pues éstas dan la luz para entender el uso de las tácticas y el sentido de los actos políticos. Sin embargo, en la acción concreta es difícil hacer las evaluaciones porque frecuentemente los personajes y los grupos políticos esconden su juego, es decir, no ponen de manifiesto sus objetivos reales. Sin embargo, con el tiempo las líneas van tomando nitidez y las cosas se ven en su propio alcance y dimensiones.
Para alcanzar una meta a largo plazo, es decir, un resultado mediato, tenemos que prever una orquestación de medios, sucesivos o concomitantes, tenemos que evaluar nuestra capacidad de acción a lo largo de todo el camino para determinar cuáles son los factores que seremos capaces de manejar. Frecuentemente tenemos que prever las acciones de los otros y la incidencia que puedan tener en los resultados esperados. De esta manera, la previsión pragmática nos lleva a establecer estrategias. La estrategia determina una organización de acciones, establece una línea general de acción prevista que permitirá una manera más expedita de obtener los resultados deseados.
El análisis estratégico implica la necesidad de establecer un inventario de recursos y una previsión de la evolución probable de los factores que se supone que intervendrán en el proceso total. El análisis de nuestros recursos nos permitirá establecer nuestra capacidad real de acción y el inventario de los recursos de las fuerzas que enfrentamos nos permitirá evaluar las dificultades que tendremos que vencer. El balance entre nuestra capacidad de acción y las dificultades a vencer nos permite determinar las probabilidades de éxito, o mejor dicho, el óptimo real al que se puede aspirar.
Frecuentemente nos enfrentamos ante diversas alternativas posibles que dependen de la acción probable de los otros factores intervinientes. Ante estas alternativas, debemos con frecuencia escoger a priori una como la más probable a fin de establecer una línea de acción coherente y unitaria. Tal actitud implica necesariamente un riesgo y depende finalmente de una habilidad que sobrepasa los esquemas rígidos del conocimiento teórico. Por esto, el análisis estratégico, aunque se apoya en los aportes de la ciencia, sobrepasa efectivamente los linderos de la ciencia.
Desde el punto de vista de la acción concreta, cada uno de los objetivos estratégicos se convierte en una meta de acción que determina una cadena de medios. Las tácticas responden a acciones, de alcance más circunscrito, cuya misión es sostener y facilitar las líneas estratégicas. Como la estrategia adecuada se basa en el conocimiento de la evolución histórica, la utilización adecuada de las tácticas se apoya en el correcto análisis de las circunstancias concretas. En ambos casos, en la estrategia como en la táctica, existe una previsión de las acciones en función de metas a alcanzar en las que no se encuentra ningún proceso mecánico de producción. Tanto la una como la otra suponen afrontar los riesgos de la imprevisión de las acciones libres de los otros entes humanos y se fundan finalmente en una cierta habilidad psicológica y en una intuición.
Cuando el polo pragmático maneja la organización de medios según esquemas de funcionamiento mecánico, hablamos de técnicas. Estas se fundan en la interpretación causal rígida. Por tal razón, el término técnica es aplicable con todo rigor a las ciencias naturales en cuanto éstas son utilizadas como medios de organizar la acción para alcanzar objetivos prefijados. En el caso de los asuntos humanos también hablamos de técnicas en cuanto nos enfrentamos a procesos más o menos mecánicos, que no son afectados por las decisiones libres de los entes humanos. Existe un cierto determinismo sociológico y psicológico y su utilización para conseguir resultados deseados es asunto técnico.
La creación artística pertenece también al orden de lo pragmático. Pero ésta no maneja el mecanismo rígido de lo determinado, sino la invención de formas nuevas, es decir, el manejo de lo indeterminado. En toda acción política hay algo de artístico y algo de técnico.
La manera personal como cada individuo organiza sus medios para alcanzar sus objetivos, en cuanto esta implica una cierta creatividad personal determina lo que podríamos llamar los diversos estilos. Así como cada artista organiza sus técnicas para crear un cierto tipo de mensaje artístico, su estilo personal así también los personajes políticos definen una manera de organizar su acción política estableciendo de tal manera sus estilos característicos. La vida de los grandes entes humanos políticos tiene siempre el atractivo de la respuesta única, creativa y personal ante las diversas circunstancias históricas.
El ente humano de acción, el pragmático, difiere del teórico en que el primero debe enfrentar las necesidades de la vida concreta mediante decisiones impostergables y de suyo riesgosas. Las indecisiones y las postergaciones se pagan muy caras en la acción. Ciertamente en algunas circunstancias la mejor respuesta es la espera, pero en la mayoría de las cosas esperar es perder recursos. Por esto, el ente humano de acción es un ser de decisiones oportunas y certeras, lo que implica cualidades diferentes de las cualidades propias del ente humano teórico.
Lo que hemos hecho en este capítulo es simplemente sentar algunas distinciones que podrán sernos de utilidad en los análisis que siguen. Hemos definido cuatro aspectos, que nos parece están presentes en cualquier hecho político de importancia.
Describimos la doctrina como el conjunto dé concepciones generales sobre la sociedad y el actuar político que orienta a nivel de valores y creencias básicas todo el actuar político. Por su propia dimensión general la doctrina es ahistórica y por consiguiente, metapolítica.
En segundo lugar, nos referimos al análisis político, que consiste en el estudio de los hechos políticos, mediante procesos de descripción y explicación de los mismos. El análisis es siempre histórico y dependen finalmente de opciones metodológicas e ideológicas.
En tercer lugar, definimos la ideología como la toma de posición ante las alternativas históricas. Diferenciamos las posiciones ideológicas de las posiciones mitológicas, que dijimos que consistían en crear evasiones de la realidad política que debería justificarse. La ideología es siempre social pues supone una manera compartida de enfrentar la vida social en base a intereses objetivos y valores aceptados.
Finalmente, nos referimos a la acción política. En ella distinguimos tres niveles, la estrategia (planeamiento a largo alcance), la táctica (la utilización de los recursos a corto alcance) y los actos (acciones circunscritas a un aquí y a un ahora).
Es indudable que para nuestro tema no nos interesan tanto los hechos políticos en sí como las estrategias, las posiciones ideológicas y los análisis de la realidad. Ahí es donde se juega el problema estudiado.
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