EL COMPROMISO UNIVERSITARIO
AUTOR: JAIME GONZÁLEZ DOBLES
Me siento emocionado
de que la Comisión de Carrera Académica de la Universidad Nacional me haya
otorgado el honor de inaugurar este significativo seminario sobre Ética,
Universidad y Sociedad del Futuro. Como indico en el documento de presentación
de este evento, referirse a esta temática no significa señalar las cualidades
del quehacer universitario, sino destacar su más profundo desafío existencial;
ese desafío que nos compromete en las profundidades de nuestra condición
humana.
Hace cierto tiempo, el
entonces presidente de la Comisión de Carrera Académica, Lic. Guillermo Miranda, me comunicó la
decisión institucional de solicitarme una disertación sobre Ética y Universidad
para un seminario de alto nivel sobre Ética Profesional. Con gusto acepté el
desafiante ofrecimiento. Sin embargo, con la sencillez del que dice lo que
piensa, le sugerí un cambio de nombre
para el seminario: le propuse el tema de Universidad, Ética y Desarrollo.
Sostuve que mi
propuesta no cambiaba el sentido de la proposición inicial de la Comisión de
Carrera Académica, sino que más bien la precisaba. Con este fin le recordé lo
que había escrito en uno de mis libros publicados por la Universidad Nacional:
" La ética profesional tiene dos aspectos, íntimamente interrelacionados.
Por una parte, se presenta una ética del profesional, que consiste en
establecer la corrección de la ejecución individual respecto a una profesión
socialmente instituida. Por otra parte, existe una ética de la profesión que
consiste en determinar las condiciones y las modalidades del desempeño social
de la profesión misma, es decir, del conjunto de profesionales actuando con
relación a la estructura y funcionamiento de la sociedad" ( Reflexiones Éticas,
p.73).
En fidelidad a las
profundas aspiraciones del programa de Revitalización del Pensamiento
Universitario, me pareció importante, no sólo escudriñar la conducta particular
de los universitarios, sino también y sobre todo analizar las características y
retos que asume la orientación moral de la universidad, como institución, ante
el compromiso que le presenta la sociedad en la que se encuentra inserta. Por
tal razón, enfoco el problema de la ética del universitario dentro del contexto
más estructural de una ética de la universidad; es decir, interpreto lo micro
desde lo macro.
Me complace
sobremanera que la Comisión Organizadora de este seminario, después de una
larga y fructífera discusión académica sobre mi contrapropuesta, haya decidido
concretar la temática en un seminario sobre Ética, Universidad y Sociedad del
Futuro. En el mismo espíritu, me veo obligado a precisar mi ponencia y disertar
específicamente sobre el Compromiso Universitario. He escogido este enfoque de
la relaciones entre ética y universidad, ya que el término de compromiso señala
no solamente la problemática moral del quehacer particular del universitario,
sino también y sobre todo el papel ético que le corresponde, por su naturaleza
propia, a la universidad como institución.
Ni la universidad, ni
los universitarios podemos eludir el compromiso ante la sociedad y ante los
seres humanos que dependen, directa o indirectamente, de nuestra acción. Como
indicaba en el escrito señalado: " Estamos comprometidos y por ello
debemos necesariamente comprometernos. La exigencia personal de responder de
nuestros actos cubre necesariamente todos los aspectos de nuestra vida social,
desde nuestras amistades y amoríos hasta nuestra participación en la vida
económica y en la política nacional e internacional. El compromiso es el polo
social de la responsabilidad. Esto implica reconocer nuestra necesaria
solidaridad con los otros hombres" (p.84).
Este espíritu marcó el
Tercer Congreso Universitario de la Universidad de Costa Rica y se consolidó
con la mentalidad innovadora que inspiró la creación de la Universidad
Nacional. Basta con leer el Estatuto Orgánico para encontrar bellas expresiones
al respecto. Pero, más allá de la lírica de los enunciados, ¿estos principios
de un quehacer universitario comprometido con el pueblo y los ideales
humanistas es, en efecto, una situación real en nuestro quehacer universitario?
Las dudas existen. De otra manera, no hubiese surgido la idea de este
seminario.
Ningún universitario
puede comprometerse realmente, si no se enfrenta seriamente la interrogante
moral de fondo: ¿Qué tipo de universidad estamos haciendo? ¿Cómo me comprometo
con los desafíos de nuestra universidad? Pero las respuestas que se ofrecen con
frecuencia no aclaran casi nada, pues una cosa dicen los hechos y otras las
palabras. Nuestro discurso universitario suele adornar con bellas frases los
sutiles intentos de eludir las auténticas demandas del compromiso moral que
señala su destino humano. De esta manera, publicitamos nuestros éxitos
parciales y camuflamos nuestras deficiencias estructurales. Por eso, para
enfrentar, sin autocomplacencias ingenuas, la problemática interna de esta
importante temática se requiere analizar y evaluar, con claridad y honestidad,
los asuntos de fondo sobre la naturaleza del quehacer universitario.
Para asumir este reto
no hay nunca soluciones prefabricadas. Esta es una cuestión dinámica. Los
rituales mentales de nuestra tradición académica, en lo moral, son sólo un peso
muerto sin vida. No obstante, a pesar de sus limitaciones humanas, el quehacer
universitario los ensalza porque le fabrican un cierto hábitat social, que le
facilita recursos para seguir haciendo lo que venía haciendo. La universidad
comete así muchos errores por la necesidad de buscar privilegios financieros o políticos.
Por tal motivo, la interrogante sobre la moral universitaria nos exige la
osadía de pensar sin mezquindad, ni cobardía, más allá de los ritos de su
ceremonial académico.
Las condenas rituales
de las deficiencias, humanas o institucionales, no pasan de ser palabras
autojustificativas de discutible valor. En efecto, sólo tiñen de color moral
pequeñas soluciones circunstanciales, sin trascendencia en la acción efectiva
de los asuntos concretos. Por eso, nuestra realidad universitaria debe ir más allá
de los rituales de nuestros enfoques documentales, de nuestras precisiones
disciplinarias específicas y de los intereses creados de nuestra
circunscripción profesional. El compromiso universitario demanda respuestas
efectivas que se encarnen en nuestro quehacer diario, individual y colectivo.
Esta situación
determina el problema ético del quehacer universitario. Sin embargo, la
universidad tiene que asumir este reto en un estilo propio. Por tal razón, para
manejar responsablemente el compromiso universitario, la ética debe ser, al
mismo tiempo, una necesidad y un desafío filosófico de su quehacer, individual
y colectivo. No hay que crear solo proyectos que adornen prejuiciadamente la
formación académica con bellas palabras. En efecto, recibir o dar clases de
filosofía humanista es parte de un ritual que no pone casi nunca los pies en el
umbral filosófico de la auténtica universidad. La filosofía del quehacer
universitario está muy lejos y muy cerca del Alma Mater. Además la filosofía no
es algo ajeno a las ciencias, las artes o las letras. Es la sangre reflexiva
que debe correr por las venas de todos sus miembros para darles una auténtica
dimensión de profundo valor universal.
En efecto, los
desafíos intelectuales más sólidos del pensamiento universitario de los
científicos, los artistas y los tecnólogos son necesariamente filosóficos. No
obstante, la academia universitaria deteriora esta dimensión estructural de su
naturaleza por la miopía de los estereotipos que afecta su propia visión de las
cosas. Indudablemente, siempre existen diversos estereotipos que los
universitarios absorbemos de nuestro medio ambiente social. Estos marcan
nuestra conducta individual. Quizás por esta razón Ortega y Gasset nos hablaba
de la barbarie de los especialistas. Pero el problema de fondo no está ahí. El
trauma no está determinado sólo por unos virus sociales que recibimos, sino por
una deformación congénita de nuestra médula académica.
Los estereotipos más
serios que gravitan en el ambiente universitario se gestan en su propio seno y
tienen que ver con su propia naturaleza. En efecto, son tantos los mitos y
prejuicios que existen sobre su carácter científico, sobre su función
tecnológica, sobre su rigor académico y sobre su responsabilidad social, que el
Alma Mater ya no parece pensar con un verdadero pensamiento universitario en
sentido plenario. En efecto, cada cual considera que cumple con su deber si
encierra sus meditaciones dentro de los escuálidos muros de ciertos laberintos
sin proyecciones que se presentan como normas válidas en las tradiciones
disciplinarias. De esta manera, se cree satisfacer la demanda originaria del
pensamiento universitario con una simple aplicación ritual de algunos
mecanismos relativamente codificados.
En estas condiciones,
el pensamiento universitario pierde la dinámica dialogal y creativa de una
reflexión que se hace y rehace continuamente. Se encierra en la repetición y el
manejo insulso de pensamientos hechos en otros contextos y circunstancias. De
esta manera, la universidad niega su propia esencia, ya que el manejo de
instrumentos o el titileo de palabras vacías de reflexión profunda no puede ser
la auténtica expresión de un centro de educación superior.
La verdadera
universidad no es una torre de marfil, en la que el conocimiento, la filosofía,
las ciencias, las artes y las técnicas valgan por sí mismos. Su auténtica
naturaleza implica un quehacer comprometido vital, intelectual, emocional y
moralmente con la realización de lo humano. Su meta esencial es así más
dramática de lo que aparenta. Este reto tiene que vivirse día a día. No
consiste solamente en la adecuada reiteración o repetición del conocimiento del
pasado, sino en la creación permanente de una consistente visión del futuro,
ligada a la promoción del desarrollo integral de la plena humanidad.
En estas condiciones,
su vivencia académica tiene que ser una instancia de pensamiento, reflexión y
producción al servicio de la vida humana. Pero sus profundas raíces sociales le
exigen encarnar este desafío intelectual en la búsqueda concreta de soluciones
integrales a los problemas humanos. De otra manera, convertimos la universidad
en una mentira social, que asegura cándidamente tener soluciones para
los problemas de una sociedad que funciona de manera muchas veces deshumanizada
en un mundo supuestamente racional.
Sin embargo, ¿hemos
asumido este compromiso con adecuada seriedad en nuestro quehacer cotidiano? El
compromiso ético de la universidad consiste en vivir e interpretar su pleno
significado en función de su respuesta a la problemática humana implicada. El
adecuado manejo de la ciencia y la tecnología, de la filosofía, de las artes y
las letras es así un aspecto fundamental del compromiso ético del quehacer
universitario. No obstante, nuestra vivencia concreta de la vida universitaria
camufla este compromiso bajo los ropajes de una pretendida “seriedad”, que
esconde la falta de calidad detrás de un cúmulo de datos.
Para comprender este
planteamiento es necesario entender la distinción básica entre la ética y la
moral. Esta se aclara con las definiciones que señalaba en mi artículo sobre Compromiso
político y exigencia ética, publicado
de la revista guatemalteca Panorama Centroamericano (Nº 22-23,
1991). Ahí precisaba en la p.6
que “por moral entendemos el conjunto de conductas humanas establecidas en
circunstancias y condiciones de obligatoriedad en función de un deber ser que
liga intrínsecamente la conciencia humana". Apuntaba además que "por
ética entendemos el análisis e intento de resolución de los problemas estructurales
y coyunturales de la realidad moral, de sus justificaciones y condiciones de
posibilidad, así como de sus exigencias concretas en términos de la obtención
del mayor bien posible en la conducta de los seres humanos, en función de las
determinaciones precisas del momento histórico y de su ubicación social" (p.6).
Estas consideraciones
me llevan a definir la tesis básica de esta reflexión, a saber, que la
dimensión ética es la que da sentido a las aspiraciones intelectuales,
artísticas o tecnológicas de toda universidad. En efecto, lo moral define la
naturaleza de cada ente humano. Por ello se manifiesta necesariamente en el
quehacer universitario. Pero la moral no es una dimensión estructural de la
academia, sino un prerrequisito humano necesario para asegurar su adecuado
destino y desempeño.
El fenómeno moral
presenta tres aspectos interrelacionados, que establecen sus características
propias. Por un lado, tenemos una conducta humana ejercida bajo la idea
de bien. A esto llamamos la moralidad o la moral (en singular), lo que
presenta manifestaciones fundamentalmente personales. Por otra parte, existe un
conjunto de normas que precisan los deberes y obligaciones de las personas en
lo moral. A estos sustratos se los denomina como las morales (en plural)
ya que recogen las particularidades de las diversas culturas e instituciones
que las emiten. Así hablamos de una moral cristiana, de una moral budista, de
una musulmana, etc. Finalmente, tenemos las justificaciones atribuidas a sus
requisitos y exigencias. En este ámbito, las religiones han tenido un papel
importante histórico. Pero su fundamentación tiene como prerrequisito la
aceptación de una autoridad particular, la que sostiene la propia
concepción religiosa. Por el contrario, existe una fundamentación particular centrada
en la aceptación exclusiva de la autoridad de la razón. A esto es a lo que
llamamos ética y constituye una expresión filosófica.
Dada la dimensión
racional de su quehacer de corte más académico, la ética determina la esencia
de la universidad. Esta no está en un pasado que concreta las condiciones
particulares de cada institución. Por el contrario, se precisa en esa
proyección existencial y comunitaria hacia el futuro, cuyos valores pretenden
dar sentido a los logros de su realización específica y a las ambiciones de
mejorar las metas alcanzadas. Como centro particular de desarrollo intelectual,
la universidad engendra así en sus entrañas un desafiante compromiso ético.
Este exige una reflexión seria y profunda sobre las condiciones, las
posibilidades, los fundamentos y los requerimientos de la acción, personal y
social, de sus miembros en lo individual y en lo colectivo.
No obstante, la denominación
de ‘universidad’ en cuanto tal no es más que una ficción conceptual. La
personalidad jurídica carece de sentido en lo moral. Lo único que realmente
existe, en la realidad moral, es un conjunto de entes humanos que integran una
comunidad que se define a sí misma y pretende presentarse ante los otros como
universitaria. Por eso, la ética de la universidad se precisa al enfocar las
responsabilidades personales y comunitaria de cada uno de sus miembros. En
tanto que ser humano, cada universitario tiene un profundo compromiso moral,
que se acrecienta por la situación de privilegio que le confieren sus estudios
y funciones sociales. En este sentido, la moral del universitario le exige
asumir como propio el desafío ético que le incumbe a la universidad.
En la respuesta a esta
profunda problemática de la ética universitaria, considero de gran interés
resucitar las discusiones sobre el término propuesto por el exrector de la
Universidad Nacional, el padre Benjamín Núñez: la Universidad Necesaria.
Para algunos, esta expresión pertenece al sarcófago de las momias académicas
que se dejan para que los historiadores las reseñen como objetos del pasado.
Pero esta actitud iconoclasta crearía una universidad sin sabiduría, ya que
ésta consiste en recoger lo vivido y convertirlo en experiencia que nos permita
mirar con sobriedad el futuro.
La ausencia de
sabiduría se refleja en los muchos de los vicios que ensucian el Alma Mater. En
el quehacer universitario actual, el uso de cualquier término con implicaciones
sociales o tecnológicas se encuentra pervertido por el vicio politiquero que
carcome sus entrañas. La misión moral de su compromiso con la sociedad demanda
de la universidad un necesario compromiso político, que su quehacer ético debe
orientar. Pero la respuesta de los universitarios no suele llegar a este
respetable dintel del compromiso societario y se ensucia con el lodo del
embarullado umbral de los pequeños intereses creados de los grupos que aspiran
a imponer su poderío social y político.
Al pervertirse así el
concepto de política, ya no se ve la Universidad Necesaria como un compromiso
moral, sino como el reflejo de las limitaciones particulares de una de sus
respuestas circunstanciales. En el mismo sentido, no se percibe el desarrollo
como el acrecentamiento de una cosa del orden físico, intelectual y moral, sino
que se lo limita a una determinada concepción del crecimiento impuesta por
intereses extrauniversitarios y se lo defiende o desecha sin percibir su
trasfondo más integral.
La Comisión
Organizadora del seminario sobre Ética, Universidad y Sociedad del Futuro,
con prudencia quizás un poco salomónica, decidió asumir un término
semánticamente neutro como Sociedad del Futuro para enfrentar la realidad
enfrentada. En su denotación, este concepto no dice nada sobre la calidad de
dicho futuro; éste puede ser mejor o también peor. ¡ Todo es posible!. Sin
embargo, como conozco la calidad humana de los integrantes de la Comisión,
estoy seguro de que ellos cargaron de connotaciones positivas la ambigüedad del
término usado. Sin embargo, aunque no lo quieran, reflejaron inconscientemente
el problema de fondo del quehacer universitario. A mi parecer, se dejaron
impresionar, en este caso, por la solidez de la dinámica de los prejuicios y de
los estereotipos que imposibilitan el auténtico diálogo universitario sobre los
problemas más de fondo.
Una de las dimensiones
estructurales fundamentales de la ética de la universidad es la búsqueda de la
verdad. La referencia a la universalidad muestra las condiciones y define la
dinámica de su dialéctica interna: la verdad es una, pero las vías de
acercamiento a la misma son múltiples. El acceso a la verdad es un asunto
transdisciplinario de largo alcance al que no se llega, sin embargo, si no se
transita con cuidado por los encierros circunstanciales de los procedimientos
particulares de las disciplinas. Pero en este diálogo profundo no hay
especialistas, sino seres humanos con limitaciones que se enriquecen en el
contacto con los aportes de los otros.
La dinámica
universitaria suele presentar sus rituales procesales específicos como si
fuesen respuestas concretas a la problemática humana. Pero, al definir sus
conceptos, sus métodos y sus aplicaciones particulares, por las necesidades
internas de su propia construcción intelectual, cada ciencia o enfoque
intelectual excluyen problemas que necesariamente conviven en lo real. Su acción
no sobrepasa así la solución de problemas pragmáticos definidos, en forma
abstracta, por sus propios supuestos metodológicos. Por eso, la responsabilidad
moral del universitario sobrepasa los límites del aula o del laboratorio. Este
es su desafío ético.
Con el fin de concluir
estas consideraciones generales sobre la conducta del universitario, voy a
explicitar lo señalado en mi libro Reflexiones
Éticas sobre el quehacer profesional: "La profesión nos impone una
serie de exigencias básicas a nivel moral. La competencia o domino del saber
hacer que se necesita para ejercitarla es una de las condiciones fundamentales
del ejercicio profesional adecuado. La responsabilidad en el ejercicio de las
funciones es el complemento indispensable del saber. A ello debemos añadir la
fidelidad a los compromisos sociales que genera toda acción profesional, y a
nuestra vocación personal" (p. 98).
La demanda moral de
ser competente es más complicada de lo que aparenta. Aclarar sus auténticas
dimensiones es un problema central de la ética. A primera vista, el
universitario cree que su competencia se restringe a mostrar un título y el
dominio de una área especializada del conocimiento. Sin embargo, la competencia
realmente universitaria ubica el sentido de lo propio (la especialidad, la
cátedra, la función) dentro de una visión integral de las realidades
sustanciales de la vivencia humana y académica. Por eso, el quehacer
universitario conlleva el desafío de enfrentar los asuntos fundamentales
implicados en la problemática histórica y en las circunstancias particulares de
su comunidad humana. Sólo así se concreta el sentido del propio quehacer.
El mundo
extrauniversitario insiste actualmente en la eficiencia. La competencia nos exige también ser eficientes.
Desgraciadamente, el enfoque dominante se suele sustentar en una visión
deformada del desarrollo humano. La ética universitaria debe así corregir
creativamente sus errores. Este cuestionamiento debe superar sutiles evasiones
ante las responsabilidades sociales. La vivencia ética implica el riesgo
existencial de justificar los hechos y procedimientos en función de escalas de
valores cuidadosamente establecidas. Esto demanda una reflexión comprometida,
actualizada, viviente y riesgosa, que asume la osadía de enfrentar los
problemas de fondo en cada uno de sus proyectos y acciones.
La competencia y la
responsabilidad universitarias dependen de un profundo diálogo académico. Pero
nuestra universidad suele vivir un diálogo
de sordos donde cada cual se complace en oírse, sin penetrar en el
fundamento y aporte de los otros. En efecto, sin un diálogo profundo sobre la
problemática epistemológica y moral de las ciencias, las tecnologías, las artes
vivientes, las letras y la filosofía, la academia se deteriora y se autoengaña
al carecer de un pensamiento que realmente piense en profundidad. El auténtico
diálogo universitario garantiza la reflexión concreta sobre las realidades
precisas que debe abordar la academia. La demanda ética es así facilitadora del
diálogo profundo como un sustento para que las disquisiciones universitarias no
carezcan de lazos constructivo con la sociedad del futuro.
El sentido de la
responsabilidad es también complicado. El sustento moral es el alma y corazón
de toda investigación, docencia y actuación universitarias plenamente
consolidadas. Pero su cuestionamiento ético no consiste en una aplicación
ritual de normas morales, sino en una reflexión profundamente imaginativa. El
quehacer ético debe aprender a caminar sin arrastrarse en función de intereses
inmediatistas, por miedo al riesgo, por ineptitud o dejadez. El fin de la ética
es precisar las circunstancias y los factores que generan las orientaciones,
las limitaciones y las posibilidades de la problemática actual; así como de
asumir el riesgo de presentar alternativas suficientemente fundadas.
Detrás de las
discusiones y argumentos sobre la orientación del quehacer universitario
emerge, implícito o explícito, el necesario cuestionamiento sobre el tipo de
ciencia y tecnología que se debe crear. Debemos cuestionarnos si lo que estamos
haciendo es lo más adecuado a la resolución de los problemas específicos del
país. Es necesario evaluar si los objetivos, los fundamentos y justificaciones
ofrecidos de nuestras acciones y omisiones son los mejores. La universidad tiene
la obligación de reflexionar sobre las razones profundas que justifican sus
metas en función de la perfección o plena realización humana, en lo individual
y colectivo. Esto significa ser responsables.
La búsqueda del
conocimiento superior y la responsabilidad social sostienen la auténtica
vocación universitaria. Este desafío compromete personalmente a cada uno de los
universitarios, aunque las soluciones precisas dependan de la interacción
creativa, del diálogo y del intercambio entre toda la comunidad universitaria.
La ética se plantea el desarrollo integral de nuestra personalidad y la
búsqueda del desarrollo integral de la vida comunitaria. Ambos aspectos se
interrelacionan y se implican mutuamente. La esencia misma de la universidad es
instrumento cultural de una búsqueda seria y responsable de la universalidad
del conocimiento al servicio de la realización humana. Esto exige una
mentalidad abierta a la globalidad de la problemática de la sociedad actual
ante las exigencis humanas su mejor futuro.
Hablar de ética y
sociedad del futuro nos cuestiona ante el tribunal de la responsabilidad. Una
universidad comprometida con el desarrollo de la sociedad del futuro tiene que
resolver creativamente los problemas más fundamentales. La dimensión ética de
los esfuerzos permanentes por alcanzar altos niveles de producción científica y
tecnológica tiene siempre su fundamento racional o su justificación pragmática
en función de la mejor respuesta moral ante la sociedad del futuro. Pero,
¿hemos logrado al menos enfocar adecuadamente esta problemática? Con frecuencia
los universitarios no evaluamos nuestro compromiso con respecto a nuestra vida
comunal. Restringimos nuestro análisis social a hablar y analizar lo que los
otros hacen. Por comodidad o por intereses creados, se asume así una actitud de
pasiva irresponsabilidad, pensando que esos asuntos sustanciales de la sociedad
del futuro son responsabilidad de otros.
La ética tiene que
centrarse en un cuestionamiento sobre el tipo de ser humano que debe formar la
universidad. Por otra parte, tiene que reflexionar sobre el contorno social del
quehacer universitario y su relación con el medio ambiente. Al concebir el
desafío de la universidad de cara al futuro, no se tiene que confundir las
modas con los criterios de importancia y significación. No se puede efectuar
responsablemente elaboraciones tecnológicas sin analizar las consecuencias
morales de sus usos y la incidencia de sus aplicaciones.
La temática de la
ética y del desarrollo de la sociedad del futuro nos plantea este desafío
reflexivo, ya que su enunciado es problemático. El desarrollo de la sociedad
del futuro se fundamenta en la plena actualización de las potencialidades de
una realidad humana específica. Su problemática fundamental consiste en la
necesidad consustancial de un enfoque concreto, que no ponga entre paréntesis
factores esenciales de su globalidad.
La creación de la
sociedad del futuro se encuentra así con el papel fundamental de la educación
que debe ofrecer la universidad. Esta se refiere a la acción de promover las
potencialidades propias de los seres humanos, de su convivencia y de su
producción, de acuerdo a valores centrales que precisen la autenticidad y
fidelidad de sus actuaciones propias. Así, como centro de la educación
superior, a la universidad le corresponde pensar en la realización humana,
tanto individual como social, tanto natural como psicológica, tanto material
como espiritual. Solamente, esta integración profunda le puede dar sentido a su
pretendida superioridad.
La universidad debe
pensar con seriedad el desafío de su aporte a la sociedad del futuro. Esta
necesidad está profundamente ligada a un serio cuestionamiento ético. Pero, ni
el bien, ni el desarrollo, ni el porvenir son una realidad, sino unas
posibilidades valoradas positivamente. Por tal razón, la ética universitaria
está ligada al mundo del trabajo que permite engendra un mundo humanizado, ya
que los logros en el futuro no son propiamente algo de lo que se habla, sino
algo que se construye con osadía, imaginación y responsabilidad. La ética es el
cuestionamiento sobre el fundamento de sus razones justificativas.
Sobre estos
fundamentos se podría hablar de los problemas más concretos como el
incumplimiento de tareas, la búsqueda injustificada de recursos económicos adicionales,
el irrespeto del tiempo, etc. Pero esos y muchos asuntos más serán parte de una
importante reflexión de toda su comnidad. Por eso, mejor comienzo por practicar
una demanda de la ética del universitario: aprender a oír con cuidado lo que
puedan aportar los otros.
Estas palabras fueron el discurso inaugural del autor,
el 22 de Agosto de 1994,
en el Seminario de
ÉTICA, UNIVERSIDAD Y SOCIEDAD DEL FUTURO
que la Comisión de Carrera Académica
de la Universidad Nacional hizo en su honor .
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