DEMOCRACIA CRISTIANA
Y
REVOLUCIÓN POPULAR
Autor: Jaime González Dobles
Compartimos con nuestros amigos la introducción de mi libro más reciente.
He escrito este trabajo como un pensador socialcristiano. Es por ello un pensamiento comprometido. Mi exposición tiene un sabor un tanto crítico. Sin embargo, dicha crítica la hago, al mismo tiempo, como filósofo y como demócrata cristiano, tratando de purificar desde dentro nuestra lucha política. El filósofo no debe ser una persona que elude la realidad histórica, sino la expresión de una conciencia que afronta racionalmente el mundo en que se desenvuelve. El presente trabajo es una toma de posición.
Los temas tratados en este estudio responden a un sentimiento bastante generalizado entre todos aquellos que pretenden convertir a los Partidos Demócratas Cristianos en una verdadera fuerza revolucionaria en América Latina. Sin embargo, la mayoría de los compañeros de lucha no llegan frecuentemente a clarificarse la inquietud que sienten. Por ello, espero que el presente trabajo les sea de utilidad en la toma de conciencia de lo que ya han vivenciado en su experiencia política concreta. La labor del filósofo es la reflexión que convierte las vivencias personales y sociales en experiencias expresadas teóricamente.
Nuestro objeto de estudio no es fácil de precisar. Hablar de la Democracia Cristiana es sumamente difícil pues no es cómodo delinear lo que se entiende concretamente por dicha denominación. Algunos usan el término Democracia Cristiana para referirse a todo un cúmulo de esfuerzos de pensamiento y acción que se dan en la vida social y política para buscar soluciones a los problemas actuales en la línea de un pensamiento inspirado del cristianismo. Otros, en un sentido más preciso, reducen el término Democracia Cristiana a las posiciones de los Partidos Demócratas cristianos y de sus dirigentes. Sin embargo, entre las personalidades que militan en los partidos hay frecuentemente tesis contrapuestas sobre una serie de puntos que, si bien no son necesariamente contradictorios con respecto a las posiciones doctrinarias de los partidos, implican diferencias sustanciales en el orden de la acción política concreta. En esta natural divergencia de criterios, ningún dirigente o pensador puede, con plena validez, atribuirse la ortodoxia demócrata cristiana.
En el presente trabajo, tomaremos como punto de referencia suficientemente significativo, únicamente los documentos oficiales de los Partidos Demócrata Cristianos. Además, con el fin de evitar las divergencias que pudiera haber entre los diferentes partidos según las naciones, las regiones y los liderazgos de determinados dirigentes, le daremos mayor énfasis a los documentos de los organismos internacionales. Para evitar confusiones terminológicas, a las posiciones personales de los diferentes dirigentes y pensadores, a las reflexiones sociales de todos aquellos que tratan de enfocar la problemática política, económica y social actuales desde una posición inspirada en el cristianismo, las ubicaremos dentro de lo que llamaremos, en términos genéricos, el pensamiento socialcristiano.
La Democracia Cristiana será para nosotros simplemente una de las manifestaciones históricas del socialcristianismo: aquella que corresponde a los Partidos Demócrata Cristianos, es decir, a aquellos partidos que forman parte de la Unión Mundial Demócrata Cristiana (UMDC), fundada en 1961 en Santiago de Chile y cuya secretaría general tiene su ubicación en Roma, constituida a su vez por organismos regionales, entre los que sobresalen por su importancia la Unión Europea Demócrata Cristiana (UEDC), la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) v la Unión Internacional de Jóvenes Demócratas cristianos (UIJDC).
Al hablar de revolución, no partimos de una tesis marxista. El marxismo no es más que una interpretación entre otras de un fenómeno social del mundo de las relaciones humanas. Nuestra tesis no es una evaluación marxista del socialcristianismo. Por el contrario, pretende ser una interpretación socialcristiana de un hecho histórico. Al partir de la convicción personal de que las condiciones económicas, sociales y políticas actuales de América Latina exigen una acción revolucionaria, considero que la Democracia Cristiana debe ser evaluada en su respuesta concreta ante este desafío.
Los Partidos Demócratas cristianos de América Latina suelen hablar en sus documentos internos de la revolución. Lo mismo hacen los principales autores y dirigentes de esas instituciones. Pero muchos de los que se autodefinen a sí mismos como revolucionarios evitan afrontar el tema de la lucha de clases. Los Partidos Demócratas cristianos europeos casi no hablan de revolución y, mucho menos, de la lucha de clases. Por ello, para algunos el simple titulo de este estudio es ya profundamente escandaloso.
Como miembro de un Partido Demócrata Cristiano latinoamericano, que milita en dicha organización política con la esperanza de contribuir a un cambio revolucionario en América Latina y fundamentalmente en su país natal Costa Rica, considero que es de extrema urgencia aclarar las relaciones que existen entre la Democracia Cristiana, como organización política, y la lucha de clases, como fenómeno social para ubicar correctamente el tema de la revolución popular.
Interpreto la lucha de clases como la manifestación fundamental del conflicto social en nuestro mundo capitalista actual. Asumo, por consiguiente, la lucha de clases como la condición indispensable para que se dé un cambio revolucionario, es decir, una transformación sustancial de nuestra sociedad. Más que aclarar la lucha de clases desde la Democracia Cristiana, lo que pretendo es tratar de aclarar la Democracia Cristiana desde la lucha de clases. A lo largo del estudio, se podrá verificar la riqueza del enfoque. Sin embargo, resumiendo, podríamos decir que el tema central del presente trabajo es un enfoque socialcristiano del conflicto social v una evaluación de la Democracia Cristiana desde esta perspectiva.
Nuestro punto de partida puede parecer arbitrario. Sin embargo, creo que se justifica. La lucha de clases es un hecho real. Se puede discutir sobre sus implicaciones y condiciones, sus alcances v limitaciones, pero no se puede desconocer su existencia. El problema fundamental que debemos abordar es la interpretación que se le ha dado en el pensamiento socialcristiano tradicional. Por ello, este trabajo es fundamentalmente filosófico, ya que la filosofía es el esfuerzo racional del ente humano por entender su realidad en toda su globalidad.
Como filósofo personalista, profundamente influenciado por el cristianismo, no parto en este trabajo de la interpretación marxista de la lucha de clases, sino de las interpretaciones sociales inspiradas en la visión del mundo de los cristianos. Nuestra meta esencial será la búsqueda de coherencia interna del pensamiento socialcristiano con respecto al conflicto social y el análisis de las interpretaciones anteriores con el más alto sentido crítico. Indudablemente, dicha crítica no podrá ser nunca absoluta, pues todo pensador parte, lo quiera o no, de ciertas suposiciones, de ciertas creencias sobre la ciencia, la realidad y el ente humano mismo. Al autodefinirme como personalista, expongo implícitamente mis supuestos básicos.
Las tesis sostenidas en este escrito serán polémicas. Las críticas que se podrían hacer a mis análisis vendrían de dos fuentes diferentes. Por una parte, existen las críticas de aquellos que partiendo de supuestos diferentes a los del autor, enjuician críticamente sus supuestos. Por otra parte, existen las críticas de los que aceptando los mismos supuestos teóricos del autor, tratan de mostrar ciertas incoherencias en los planteamientos. El primer tipo de enjuiciamientos, aunque es válido, sobrepasa necesariamente las pretensiones de este trabajo.
La filosofía no es una labor hecha de antemano, sino que se enriquece históricamente por el enfrentamiento dialéctico de las diversas concepciones. Sin embargo, cada autor tiene que partir de un enfoque determinado y llevarlo hasta sus últimas consecuencias teóricas. Indudablemente, mi interpretación tendrá sus adversarios y estos los suyos. Pero la calidad filosófica de cada pensador depende de su coherencia interna. Por ello, el segundo tipo de críticas es, para mí, el más pertinente. Lo que estos críticos puedan hacer con mis planteamientos es lo que trato de hacer con las visiones tradicionales del socialcristianismo: buscar la coherencia interna de un planteamiento.
Para la mayoría de los pensadores socialcristianos nuestras hipótesis de trabajo serán exageradas. Por ello, el planteamiento de las hipótesis iniciales implicará una serie de justificaciones teóricas e históricas. En resumen, nuestro punto de partida consiste en demostrar que la influencia religiosa, que pesa sobre los orígenes de la Democracia Cristiana, ha llevado a los teóricos de los partidos a formulaciones basadas en una concepción moralista de la vida política. Dicha influencia religiosa ha determinado una acción profundamente cándida en muchos aspectos y una posición real, a nivel político, de indefinición en cuanto a las posibilidades históricas de la realización de la revolución que se enuncia teóricamente.
Sin embargo, las circunstancias dramáticas de la sociedad latinoamericana han forzado a los partidos del área a comprender la importancia de una sociología conflictual. Pero la conciencia de esta necesidad no es un hecho generalizado, sino un apunte que toma relieve diverso según los países y las personalidades. No obstante, es un hecho real a pesar de sus limitaciones. La intención de este trabajo es proyectar algún rayo de luz en esta penumbra.
Por falta de una sociología propia del conflicto social muchos de los socialcristianos que buscan un cambio radical de la sociedad terminan adquiriendo una posición ideológica amorfa, a pesar de la claridad con que expresan sus principios metapolíticos. Por ausencia de un sustento propio en el análisis de la realidad social los cristianos con real preocupación revolucionaria han tenido que recurrir a sociologías importadas. Esto acarrea serios conflictos internos dentro de los Partidos Demócrata Cristianos, los cuales engendran a veces divisiones o enfrentamientos entre grupos y personas.
El problema teórico se convierte así en un conflicto práctico. Sin embargo, nuestro nivel de análisis se va a limitar a los aspectos teóricos. En esta dimensión se ubica la problemática a tratar. Por una parte, la falta de claridad conceptual sobre la sociología del conflicto social ha conducido, directa o indirectamente, a soluciones sociales de corte reformista. Por otra parte, en la elaboración conceptual de la sociedad futura que presentan los pensadores y los partidos latinoamericanos, la sociedad comunitaria se convierte, en la acción concreta, en una posición más mitológica que ideológica. Finalmente, aquellos que toman mayor conciencia de la problemática del conflicto de clases recurren a planteamientos foráneos y terminan siendo frecuentemente expulsados de la Democracia Cristiana bajo el cargo de infidelidad ideológica.
Muchos de ellos han constituido organizaciones políticas independientes. En este sentido, los errores del pasado se convierten en elementos disociadores, en lugar de convertirse en las fuerzas renovadoras y enriquecedoras que deberían ser. El error debe ser un desafío: un llamado a la creatividad intelectual y social. Como militante de un Partido Demócrata Cristiano entiendo así el problema. La crítica de fallas anteriores no son para mí más que un punto de apoyo para iniciar nuevos caminos v no una escapatoria fácil a un compromiso previamente adquirido.
Vamos a establecer algunas precisiones conceptuales. Las hipótesis planteadas en el primer capítulo nos llevan a tratar de aclarar las diversas dimensiones de la política, cuya realidad es siempre multifacética. Este análisis conceptual nos hace distinguir cuatro aspectos fundamentales de lo político, que llamaremos la doctrina (la metapolítica), el análisis político, la ideología y la acción política propiamente dicha. Cada uno de estos aspectos tiene sus características propias, sus pormenores y problemas específicos.
Nuestra intención no consiste en desarrollar, en forma exhaustiva, estos cuatro aspectos de lo político, sino en mostrar cómo inciden en el planteamiento del problema que nos ocupa, la interpretación demócrata cristiana de la revolución popular. En este primer capítulo, nos interesa sentar las bases para poder explicar la manera concreta cómo la Democracia Cristiana funciona a estos diversos niveles y las consecuencias que tiene dicha actuación con respecto a la interpretación de las relaciones entre las clases sociales.
En el análisis de la ideología, marcaremos la diferencia existente entre lo que denominamos ideología propiamente dicha (la toma de posición efectiva ante una realidad histórica) y la mitología política (el proceso de ocultamiento de la realidad histórica mediante la creación de interpretaciones fantasiosas históricamente desubicadas). En este sentido, tomamos el término ideología en una acepción más moderna y usamos la palabra mitología para referirnos a lo que Marx llamaba ideología.
En el tercer capitulo, vamos a analizar el pensamiento y la acción socialcristianos tradicionales, que han influido y siguen influyendo las posiciones demócratas cristianas, para evidenciar lo que habíamos indicado en el planteamiento del problema, enunciado en el segundo capítulo. Los socialcristianos suelen apelar al sentido del deber y olvidan cándidamente las condiciones sociales reales que determinan la conducta social del ente humano. Por ello, suponen que se puede ayudar a los pobres a salir de su pobreza, sin oponerse a los intereses objetivos y a la beligerancia de los opresores.
Hablar de opresión les parece, la mayoría de las veces, muy poco cristiano; frecuentemente, el concepto de opresión lo interpretan como una infiltración marxista, porque suponen que los ricos pueden resolver los problemas sociales con una pequeña o gran dosis de buena voluntad. Ignoran sistemáticamente el análisis de las condiciones objetivas que engendran los intereses de clase y de su papel en la dinámica social. Pero, para los socialcristianos que plantean seriamente el problema de la revolución popular, este enfoque tradicional de la realidad no ofrece ninguna base firme a la acción política efectiva. La visión estática y moralista de la Democracia Cristiana tradicional solamente ha podido dar un apoyo a una acción política de corte reformista.
La visión tradicional analizada domina los pronunciamientos de la Democracia Cristiana en sus documentos internacionales. Indudablemente, se notará una diferencia marcada entre las posiciones europeas y algunas indicaciones del pensamiento latinoamericano. Sin embargo, la división más tajante se establece entre las declaraciones de los Partidos Demócrata Cristianos, a través de sus organismos internacionales, y los pronunciamientos de la juventud demócrata cristiana. Los jóvenes parecen captar mejor la profundidad del cambio revolucionario y sus exigencias de una acción que se inserte en la dinámica del conflicto social mientras que los partidos se diluyen en la resolución de problemas más inmediatos y menos ligados directamente con el cambio estructural necesario.
Me sentiría muy satisfecho si mi modesto aporte permitiera abrir un debate más amplio en el que la respuesta surgiera de la colaboración de muchos pensadores, igualmente inquietos y tal vez mejor informados. Sin embargo, creo que los pocos aportes que pueda hacer, vienen a llenar en parte un vacío.
En el cuarto capítulo, vamos a gestar algunas consideraciones conceptuales sobre el tema de pueblo y política. Este análisis tiene las características generales de buscar una orientación sociológica. No pretende ser una sociología propiamente dicha, sino una indicación de algunos supuestos teóricos, sobre los que creemos que debiera trabajar una sociología socialcristiana. Además creemos que dicho análisis puede establecer algunas bases generales para una conceptualización socialcristiana de la realidad social que nos permita ubicarnos ideológicamente en términos de la revolución popular.
En un primer acercamiento, explicamos el concepto de poder. El análisis de dicho concepto nos lleva a establecer algunas consideraciones filosóficas, en las que se define ya una divergencia de interpretación con los marxistas ortodoxos para quienes la estructura económica es primordial. Posteriormente, vamos a aclarar el sentido en que tomarnos la palabra pueblo. Más allá del concepto tradicional en el que pueblo se identifica con la población total de un país, nosotros vamos a darle a la palabra pueblo una acepción más ideológica, la que refiere directamente a la condición de aquellos grupos marginados de la sociedad, los dominados y explotados por un sistema social existente, que para defender sus intereses tienen objetivamente que enfrentarse a la estructura social dominante. Esto nos conduce a la necesidad de establecer nuevas precisiones conceptuales. El poder nos aparece así como una fuente constante de marginación social. Al definir la democracia como un ideal social de participación popular, el fenómeno de la marginación social nos define las condiciones objetivas de la revolución popular: el conflicto de intereses.
En el capitulo quinto, vamos a ofrecer algunas consideraciones sobre la necesidad y las condiciones del cambio social radical. Empezaremos por definir conceptualmente lo que entendemos por revolución. Luego iremos haciendo algunas indicaciones sobre algunas de las condiciones del proceso revolucionario. Dicho proceso implica condiciones objetivas y subjetivas. Objetivamente, la revolución nos ubica en el conflicto social determinado por los intereses objetivos de los participantes. Subjetivamente, el proceso revolucionario depende del compromiso personal.
Aquí es necesario retomar la perspectiva moral del pensamiento socialcristiano, pero ubicándola en una dimensión histórica objetiva. Las exigencias del compromiso revolucionario nos llevan a la necesidad de aclarar una serie de fallas cometidas por los que se autodenominan a sí mismos como revolucionarios. Terminaremos con el análisis somero de las condiciones de la acción revolucionaria y de su respectiva estrategia.
Este capítulo dejará, en gran medida, el método descriptivo, para utilizar más los recursos reflexivos. Refleja, por consiguiente, la postura del autor y no la posición de la Democracia Cristiana. Casi podríamos decir que recoge lo que el autor espera que la Democracia Cristiana se plantee y ofrece algunas vías de orientación filosófica al respecto.
Como latinoamericano, espero que mis aportes y las críticas que hago a las incongruencias de la Democracia Cristiana, encuentren mayor acogida en nuestro continente que en la vieja Europa. En mis viajes por América Latina he constatado la profunda inquietud y las intenciones revolucionarias de muchos miembros de los Partidos Demócratas Cristianos. Para ellos escribo.
Mis críticas a las posiciones ideológicas de la Democracia Cristiana no afectan a los partidos y personajes que han tomado una posición más neta en la lucha popular. Cuando me refiero a la Democracia Cristiana sin más, no aludo a un partido específico y menos a cada uno de sus militantes, sino a la globalidad de los partidos adscritos a la Unión Mundial Demócrata Cristiana. Dentro de ella encontramos partidos que van en la línea de la búsqueda de una respuesta política a la verdadera lucha popular y partidos que la ignoran. Más aún, dentro de un mismo partido, existen personas y grupos que representan diferentes líneas en la acción, en la interpretación de la realidad y en el compromiso efectivo con el pueblo. Para los más progresistas espero ser un rayo de luz y de esperanza. Para los otros, confío en que mis críticas los hagan reflexionar.
Esta introducción tiene la intención fundamental de ubicar el problema a analizar en el presente estudio. La hipótesis general de la que partimos es que la Democracia Cristiana se ha contentado con formulaciones moralistas en su análisis social lo que la ha llevado a una acción ambigua en la política concreta. De esta hipótesis general se den van dos hipótesis especificas. En primer lugar, la concepción moralista de lo político ha llevado a la Democracia Cristiana a descuidar el análisis sociológico del conflicto social y a eludir el planteamiento realista de las incidencias del conflicto social en la definición de las metas políticas. En segundo lugar, la imposibilidad de ignorar totalmente la realidad del conflicto social ha forzado a muchos demócratas cristianos a tener que buscar apoyos foráneos en su búsqueda de orientación ante las exigencias políticas del conflicto social. Esto ha provocado una crisis, cuya solución depende del acierto con que la Democracia Cristiana logre definir una sociología del conflicto social acorde con sus principios doctrinarios.
Por la ausencia de una sociología del conflicto social compartida entre sus miembros, la Democracia Cristiana a nivel mundial se convierte en un movimiento político ideológicamente amorfo. Se suelen presentar así como planteamientos ideológicos una serie de reflexiones doctrinarias. Ciertamente, la Democracia Cristiana posee un planteamiento doctrinario, neto y definido. Pero, a nivel de la interpretación de la acción política concreta, carece de un análisis social y de un planteamiento ideológico preciso. Sus posiciones se vuelven terriblemente ambiguas en América Latina, donde los partidos v los dirigentes asumen diversas posiciones. En nuestro continente, la Democracia Cristiana ofrece un abanico desplegado de interpretaciones que cubren desde posiciones conservadoras, pasando por diversos matices de generosidad paternalista o socorrista, hasta llegar a afirmaciones y acciones profundamente revolucionarias.
Los Partidos Demócratas cristianos de América Latina suelen hablar de la revolución y definen un ideal de sociedad que llaman el comunitarismo o la sociedad comunitaria. Nuestro problema consiste en saber efectivamente lo que significan esos planteamientos en la dinámica social concreta.
El presidente actual de Venezuela, Luis Herrera Campins, en su discurso como secretario general de ODCA pronunciado en la instalación del Seminario ODCA CLAT realizado en enero de 1974, comentaba las vías posibles del cambio social enunciadas por los sindicalistas en sus documentos: la vía de la evolución, la vía de la reforma y la vía de la revolución. Después de caracterizar las dos primeras, indicaba:
‘‘La vía de la revolución, por el contrario es un cambio acelerado, profundo, planificado desde un punto de vista ideológico en cuanto a la obtención de objetivos estratégicos. Es un cambio popular, porque supone la participación organizada del pueblo. Y, al fin y al cabo, es un cambio global porque busca establecer una nueva sociedad. No es una vía necesariamente violenta, pero puede serlo, según las condiciones en que el proceso revolucionario se plantee”.
Después de esta caracterización conceptual bastante generalizada en los ambientes demócratas cristianos de América Latina, Herrera Campins sostenía que no encontraba diferencia en cuanto al enfoque que hacían los sindicalistas y concluía diciendo que “no cabe duda de que unos y otros preferimos la última vía, por rápida, por acelerada, por planificada y por global. Y porque ofrece, necesita y clama por la participación social del pueblo. Mientras que la evolución no nos convence por su lentitud y la reforma no nos convence por su parcialidad”.
Conceptualmente, el enfoque de Herrera Campins me parece correcto. Sin embargo, me surge inmediatamente una inquietud. ¿Esa definición de la importancia del proceso revolucionario es realmente la orientación efectiva de la acción de los Partidos Demócratas Cristianos de América Latina? La respuesta a esta pregunta no es clara. En el presente trabajo, pretendemos demostrar que, por ausencia de una sociología del conflicto social dicha afirmación se mantiene a un nivel de aspiraciones, pero que en la práctica política es más bien un recurso retórico que una clara orientación política.
En su pronunciamiento, Herrera Campins insiste en que la revolución tiende a constituir una nueva sociedad. En América Latina se suele usar el nombre de sociedad comunitaria o comunitarismo, para referirse a dicha organización social. Roberto Papini, conocido miembro del Instituto Internacional de Estudios Demócratas Cristianos, con sede en Roma, en un estudio reciente sobre la identidad de la Democracia Cristiana, resume en estos términos la sociedad comunitaria
"Las características principales del "proyecto comunitario" definidas por los teóricos demócratas cristianos de América Latina (con todas las diferencias existentes) pueden, de cierta manera, ser resumidas como sigue
a) la economía, que conserva el mercado, está subdividido en tres sectores; público (las empresas que tienen una importancia, estratégica para el país), privado (sobre todo el dominio de las pequeñas y medianas empresas): comunitario (las empresas que tienen un sistema de autogestión o de cogestión de los trabajadores). Los tres sectores son guiados por una planificación, democrática en su elaboración, pero, en ciertos dominios, imperativa en la ejecución (no hay acuerdo unánime con respecto a esta ejecución impuesta): el crédito debe estar, en la medida de lo posible, controlado por el organismo encargado de la planificación,
b) la organización social se funda sobre la promoción popular asegurada por las comunidades intermedias (desde los sindicatos hasta las juntas de vecinos y las organizaciones más diversas) que tienen un poder real en la sociedad (según el principio de subsidiariedad. el Estado debe delegarles el mayor número posible de competencias);
c) la formación cultural y el sistema escolar juegan un papel fundamental en la creación de nuevos valores comunitarios (típicos, por otra parte, de nuestra época) y en la formación del ente humano comunitario;
d) la información debe ser libre y el libre acceso a ella deberá ser garantizado a todos los ciudadanos;
e) la democracia debe promover los valores de la justicia y de la libertad: implica el pluralismo de los partidos y de las asociaciones libres; se basa así sobre una concepción frecuentemente "instrumentalista" del Estado;
f) en el plano internacional la personalidad de cada país debe ser respetada ("nacionalismo democrático") y la búsqueda de la paz no debe fundarse únicamente sobre acuerdos diplomáticos, sino, sobre todo, sobre la integración continental sobre la solidaridad entre los pueblos sobre bases culturales y sociales igualitarias (justo orden económico y social) y sobre el respeto de los derechos del hombre ".
No intento, en este momento, discutir la corrección o incorrección del proyecto político propuesto. Me interesa más bien tratar de aclarar la vía de acceso a dicho modelo de sociedad. El problema que enfrentamos es un problema de coherencia en la acción. En América Latina, la mayoría de los demócratas cristianos afirman la necesidad de una revolución. Al hablar de ella presuponen en los partidos una voluntad política de provocar un cambio social radical que desemboque en un nuevo tipo de sociedad. Si analizamos las declaraciones de los partidos y de sus dirigentes, sobre todo los documentos internos que emulan entre los militantes (generalmente poligrafiados), sentimos un esfuerzo sincero, a nivel conceptual de definir un modelo de sociedad propio que permita un mayor respeto de la dignidad de la persona humana Pero, si analizamos la conducta efectiva de los partidos, encontramos una línea de acción muy discutible desde el punto de vista de una real revolución. Esta contradicción interna será el hilo conductor de nuestro planteamiento: la historia global de la Democracia Cristiana pesa, en forma muy importante, en los esfuerzos latinoamericanos por buscar nuevas vías y en los problemas que enfrentan dichos enfoques. Según el grado de ruptura que exista con respecto a la visión tradicional y la adopción, en el análisis político, del hecho de la lucha de clases, los planteamientos de los latinoamericanos difieren sustancialmente.
Roberto Papini, al analizar las nuevas vías, nos ofrece el siguiente cuadro:
“En su búsqueda teórica de la construcción del proyecto comunitario, los demócratas cristianos latinoamericanos están divididos al menos en tres corrientes (presentes en todos los partidos) que el pensador chileno Claudio Orrego Vicuña distingue así: un comunitarismo espiritualista, que no se refiere únicamente a las transformaciones socio-económicas de la sociedad, sino que pone igualmente el acento sobre la revolución moral para llegar a una sociedad fraternal de profundo contenido ético v humano; un comunitarismo que se preocupa principalmente del cambio de las estructuras económicas a través de la realización de la propiedad comunitaria; un socialismo tendiente a incluir el comunitarismo en la familia socialista. En nuestros días, esta distinción está, en realidad, pasada de moda por una bipolarización entre los demócratas cristianos que son, sobre todo, sensibles a las conquistas de la democracia (política y social) y aquellos que aceptan un análisis de la sociedad, fundado en la lucha de clases a nivel nacional e internacional y para el que la democracia es, en cierta medida, el punto de llegada de la liberación".
Estas observaciones de Papini nos manifiestan el problema concreto. Algunos demócratas cristianos aceptan la lucha de clases. Pero, ¿cuál es su grado de influencia dentro de los partidos? ¿Hasta dónde no son más que pequeños grupos sin real poder político? Además, ¿que apoyo pueden tener a nivel internacional cuando la mayoría de los partidos siguen una visión tradicional? Para acercarnos a dicha problemática, vamos a empezar por ubicar la visión tradicional y desembocar luego en algunos de los planteamientos más abiertos a las nuevas perspectivas.