EL SENTIDO PATRIÓTICO
INTERPRETACIÓN DIALÉCTICA DEL SER COSTARRICENSE según LUIS BARAHONA JIMÉNEZ
Autor: Jaime González Dobles
LOGOS
EDICIONES ELECTRÓNICAS
2010
Este texto fue presentado al Ateneo de Costa Rica para optar al premio Dr. Luis Barahona Jiménez 1993 y obtuve una mención honorífica. No obstante, nunca fue publicado.Este texto trata de recuperar el aporte de Luis Barahona desde un análisis de la patria. Este autor es quizá el filósofo costarricense que más se dedicó a tratar de expresar lo nuestro. La patria es para él un desafío de hacer auténticamente lo nuestro. Es el esfuerzo de soñar con dignidad y grandeza hacia una convivencia más humana. Para eso hay que conocer el pasado y comprometerse con ideales que generen un futuro más sólido, acorde con nuestra idiosincrasia nacional. Un país no se entiende sin su gente. Por eso, Costa Rica es Tiquicia.
PATRIA LUIS BARAHONA COSTA RICA CONFORMISMO TOLERANCIA INDIVIDUALISMO
ÍNDICE
1. A MANERA DE INTRODUCCIÓN
2. EL ENFOQUE DIALÉCTICO
3. LA PRAXIS PATRIÓTICA
4. EL DEVENIR PATRIÓTICO
5. EL CARÁCTER PATRIÓTICO
6. EL TALANTE PATRIÓTICO
7. EL SENTIDO PATRIÓTICO
8. ADVERTENCIA FINAL
BIBLIOGRAFÍA CITADA DE LUIS BARAHONA JIMÉNEZ
1. A MANERA DE INTRODUCCIÓN
2. EL ENFOQUE DIALÉCTICO
3. LA PRAXIS PATRIÓTICA
4. EL DEVENIR PATRIÓTICO
5. EL CARÁCTER PATRIÓTICO
6. EL TALANTE PATRIÓTICO
7. EL SENTIDO PATRIÓTICO
8. ADVERTENCIA FINAL
BIBLIOGRAFÍA CITADA DE LUIS BARAHONA JIMÉNEZ
"Entre nosotros hay muchas personas,
no sé si la mayoría,
que todavía no se han dado cuenta de que
vivimos en los albores del siglo XXI;
seguimos creyendo que esta ‘finquita’
se puede administrar y gobernar
con criterio de hacendado,
al paso tardo de la yunta de bueyes"
LUIS BARAHONA JIMÉNEZ,
La Patria Esencial, p.41
La patria no es una cosa que se tiene; sino un desafío que se enfrenta, donde los fundamentos históricos ponen las bases y las circunstancias concretas generan su inquietante dinámica en la búsqueda de la propia identidad. Por tal motivo, al iniciar este ensayo sobre la naturaleza del ser costarricense, es pertinente recordar con simpatía esta insinuación tan pictórica de uno de los costarricenses que más se han preocupado por enunciar el sentido de lo patriótico; ya que en el pensamiento de Luis Barahona Jiménez se refleja con maestría el flujo dialéctico de la reconstrucción moral, racional y afectiva del sentido de la identidad nacional. Aunque los bueyes sigan surcando los trillos de nuestra conciencia patriótica, el paso inexorable del tiempo plantea nuevos retos que exigen respuestas renovadas, aunque cimentadas en los cimientos y tradiciones de nuestra propia historia.
Para cuestionarse responsablemente sobre la significación existencial de la realidad patriótica, la seriedad intelectual demanda entablar un diálogo abierto con los pensadores que mejor enfrentaron en el pasado dicha problemática. No obstante, en este ensayo únicamente se ha seleccionado como interlocutor a uno de los escritores nacionales que más se ha preocupado por reflexionar sobre la autenticidad de nuestra realidad patriótica. En este sentido, esta pequeña obra no es más que un acercamiento inicial a la temática, que requiere el aporte posterior de otros escritos complementarios para consolidar un enfoque más integral de nuestra propia conciencia de la realidad costarricense.
La escogencia de Luis Barahona Jiménez como interlocutor privilegiado no es gratuita. Por el contrario, su vida y obra justifican plenamente el beneficio asignado. Desde sus primeros escritos, en El Gran Incógnito este pensador cartaginés intenta penetrar en el alma del campesino costarricense. Su tesis de doctorado enfoca los fundamentos de lo nuestro, al abordar con seriedad intelectual El Ser Hispanoamericano. Pero, lo que pone más en evidencia la preocupación sustancial del autor seleccionado sobre dicha problemática es la presencia misma del concepto de patria en los títulos de dos de sus obras: la insinuante Anatomía Patriótica, y su creación de quizás más madurez, La Patria Esencial.
Buscar el sentido de la acción patriótica es una labor reflexiva que contribuye, a su manera, a la identificación específica de la propia patria. En la constitución del sentido patriótico, los diversos intentos de la creación intelectual de los humanos se fundamentan siempre en los aportes del pasado; pero adquieren su más exquisita autenticidad en la imaginación que promueve una superación permanente y un enriquecimiento constante de lo establecido. De esta manera, en la reflexión humana sobre la esencia de la propia patria se manifiesta una dialéctica versátil entre el peso del pasado y las aventuras del porvenir, entre la imaginación creadora y las exigencias pragmáticas del momento histórico, donde cada pensador nacional debe poner su granito de arena intelectual en la construcción de esta esfinge colectiva que denominamos la patria. La verdadera reflexión también es creación y el profundo compromiso existencial de las meditaciones sobre el sentido de lo patriótico genera una dramática y sutil tensión en cada autor, que se prolonga y consolida en el diálogo con otros pensadores.
En su real dinámica, esta tensión vital de la reflexión humana suele provocar en muchos pesadores una difícil fluctuación entre un retorno a los orígenes y una ruptura legítima con algunas deficiencias observadas. Pero, gracias a su labor creadora que se expresa en nuevos compromisos de acción, cada nueva interpretación auténtica es un delicado proceso de intercambio, enfrentamiento y apertura, que requiere a la vez, aporte y recepción, acción y pasión entre los individuos participantes. Su resultado final se define así por la interacción de un pensamiento dinámico en el que se dan relaciones mutuas de implicación y oposición. Por eso, se enriquece con la discusión de los asuntos por vía del diálogo.
Sin embargo, en este caso particular, al no poder mantener el intercambio personal con el desaparecido autor, se corre el riesgo de tratar de imponer demasiado la propia concepción del asunto y romper el diálogo en un decepcionante monólogo. No obstante, en este escrito se espera superar este escollo.
"Vivir no es siempre progresar,
pero tampoco retroceder.
Nuestros pasos describen una línea
original inconfundible
en la que puede verse
cómo hoy alcanzamos una cumbre y mañana otra,
siendo esta conquista, más que victoria,
riesgo o, quizá, principio de derrota."
LUIS BARAHONA JIMÉNEZ,
Ideas, Ensayos y Paisajes, p.9.
Al ser la patria más un desafío que vive un tipo particular de personas que unos objetos o estructuras ideales que posean los habitantes de un territorio, el adecuado acercamiento a la esencia de lo patriótico sólo se alcanza gracias a una interpretación dialéctica que penetre el complicado flujo existencial de los problemas sociales, políticos y culturales que se gestan en el devenir concreto de la búsqueda de la propia identidad como grupo humano; donde lo espiritual tiene que encarnarse siempre en realidades particulares, y las cosas o fenómenos materiales adquieren su sentido en relación a realidades inmateriales que los expresan y humanizan; donde lo pasado condiciona lo presente y éste adquiere sentido en función de su apertura hacia las perspectivas inciertas del futuro; donde los hechos se debaten entre conflictos de valores, mientras éstos se resisten a encerrarse en los marcos rígidos de los vehículos que los concretan dentro de las posibilidades que ofrecen las circunstancias; donde las palabras fluyen vertiginosas y visten con sonoros subterfugios sus fantasías y mentiras, mientras dan sentido a las realidades; donde “hoy alcanzamos una cumbre y mañana otra, siendo esta conquista, más que victoria, riesgo o, quizá, principio por reflexionar sobre la autenticidad de nuestra realidad patriótica. En este sentido, esta pequeña obra no es más que un acercamiento inicial a la temática, que requiere el aporte posterior de otros escritos complementarios para consolidar un enfoque más integral de nuestra propia conciencia de la realidad costarricense.
La escogencia de Luis Barahona Jiménez como interlocutor privilegiado no es gratuita. Por el contrario, su vida y obra justifican plenamente el beneficio asignado. Desde sus primeros escritos, en El Gran Incógnito este pensador cartaginés intenta penetrar en el alma del campesino costarricense. Su tesis de doctorado enfoca los fundamentos de lo nuestro, al abordar con seriedad intelectual El Ser Hispanoamericano. Pero, lo que pone más en evidencia la preocupación sustancial del autor seleccionado sobre dicha problemática es la presencia misma del concepto de patria en los títulos de dos de sus obras: la insinuante Anatomía Patriótica, y su creación de quizás más madurez, La Patria Esencial.
Buscar el sentido de la acción patriótica es una labor reflexiva que contribuye, a su manera, a la identificación específica de la propia patria. En la constitución del sentido patriótico, los diversos intentos de la creación intelectual de los humanos se fundamentan siempre en los aportes del pasado; pero adquieren su más exquisita autenticidad en la imaginación que promueve una superación permanente y un enriquecimiento constante de lo establecido. De esta manera, en la reflexión humana sobre la esencia de la propia patria se manifiesta una dialéctica versátil entre el peso del pasado y las aventuras del porvenir, entre la imaginación creadora y las exigencias pragmáticas del momento histórico, donde cada pensador nacional debe poner su granito de arena intelectual en la construcción de esta esfinge colectiva que denominamos la patria. La verdadera reflexión también es creación y el profundo compromiso existencial de las meditaciones sobre el sentido de lo patriótico genera una dramática y sutil tensión en cada autor, que se prolonga y consolida en el diálogo con otros pensadores.
En su real dinámica, esta tensión vital de la reflexión humana suele provocar en muchos pesadores una difícil fluctuación entre un retorno a los orígenes y una ruptura legítima con algunas deficiencias observadas. Pero, gracias a su labor creadora que se expresa en nuevos compromisos de acción, cada nueva interpretación auténtica es un delicado proceso de intercambio, enfrentamiento y apertura, que requiere a la vez, aporte y recepción, acción y pasión entre los individuos participantes. Su resultado final se define así por la interacción de un pensamiento dinámico en el que se dan relaciones mutuas de implicación y oposición. Por eso, se enriquece con la discusión de los asuntos por vía del diálogo.
Sin embargo, en este caso particular, al no poder mantener el intercambio personal con el desaparecido autor, se corre el riesgo de tratar de imponer demasiado la propia concepción del asunto y romper el diálogo en un decepcionante monólogo. No obstante, en este escrito se espera superar este escollo.
"Vivir es luchar,
es militar contra toda clase de enemigos,
de fuerzas opuestas a nuestra virtud;
allí donde surge un obstáculo, un problema,
hay, no sólo la oportunidad de protagonizarnos,
de convertirnos en héroes de la vida,
sino, lo que es primordial,
de realizarnos con plenitud humana,
de hacernos a nosotros mismos
con toda autenticidad"
LUIS BARAHONA JIMÉNEZ,
Glosas del Quijote, p.66‑67.
Como las circunstancias históricas del pensamiento imponen siempre condiciones particulares en la comprensión de las realidades sociales, para referirnos a este hacer humano que es un hacerse en sociedad, en este ensayo se asume el término griego de praxis para remitirse a la acción plenaria del ser humano, en lo individual y en lo social; desde la cual y dentro de la cual, se tratará de captar la significación profunda de lo patriótico.
Toda praxis comprende una dimensión estructuralmente dialéctica, donde la patria se define tanto por lo que es, como por lo que no es; tanto por lo que fue, como por lo que será; tanto por lo que se hace, como por lo que se padece; tanto por la participación de personajes individuales, como por los requerimientos y estructuras propias de su convivencia social. Pero, para captar mejor este flujo dialéctico de la patria, resulta útil uno de los recursos expresivos de uso frecuente entre algunos filósofos antiguos: reconocer una semejanza estructural entre lo personal y lo social. Así por ejemplo, al concretar los estratos de su República, Platón recurría a señalarlos y justificarlos desde las similitudes con el ser humano. De la misma manera, se podría precisar la dialéctica patriótica de Luis Barahona al apuntar las características contrapuestas que ofrece de la realidad personal.
En Glosas del Quijote, Luis Barahona plantea una visión dinámica de la existencia humana al señalar que “la vida misma es aventura, con coces, manteamientos y puñadas, o sin ellas" (G.Q., p.53). Dicha dinámica se manifiesta en lo individual y en lo social. Su problema medular, tanto en el quehacer personal como en el patriótico, estriba en poder hacer la propia vida en forma auténtica y responsable. La praxis humana presenta así una dialéctica entre ejecución y concepción; donde se genera una necesaria contraposición entre hechos y valores.
En las entrañas de la praxis está inscrita la necesidad de una búsqueda permanente de comprensión de lo actuado. Por esta razón, un análisis de los hechos humanos, sin la necesaria referencia a sus ideales, sólo deja un cúmulo de datos sin significación real. Pero, la defensa de ideales sin una necesaria encarnación en hechos concretos encierra al ser humano en un verbalismo sin contenido real.
En La Patria Esencial, Luis Barahona ofrece un prudente llamado, orientado a buscar una conducta coherente ante dicha aventura vital, el cual refleja una realidad que bien puede extenderse a la vivencia social de lo patriótico: “Hay que hacer las cosas y comprenderlas, y, a la vez, trascenderlas dentro de una visión que involucre la realidad objetiva externa, la realidad vivida, tanto en el plano sensible como en el intelectual y vivencial interno, con sus implicaciones individuales, sociales e históricas" (P.E., p.11).
Al actuar, cada ser humano se orienta hacia objetivos o metas más o menos conscientes; y la sociedad supone un mínimo de coordinación de las actuaciones personales hacia un objetivo común. Pero, esta unión y organización sociales no se llevan a cabo por azar; tampoco es una mera coincidencia de intereses; por el contrario, se hace siempre en función de una meta más o menos compartida dentro de la diversidad de las actuaciones particulares. Por tal razón, la verdadera acción patriótica, llena de dinamismo y de promesas de humanización, implica siempre una constante búsqueda dialéctica por llevar los hechos hacia el ideal y traer los ideales hasta los hechos, en un proceso de realización continua y progresiva. Como sus realidades se determinan, se gestan y se consolidan en la convivencia social, para concretar los medios necesarios para alcanzar los fines propuestos en su respectivo ensayo, cada patriota debe apreciar, observar y sopesar las realizaciones del pasado; así como dialogar con los pensadores anteriores y valorar sus aportes.
Al analizar en la Glosas del Quijote la inestabilidad de la vida presente, Luis Barahona nos brinda una interesante reflexión que permite ejemplarizar la dinámica propia de un enfoque dialéctico y sentar algunas bases para una adecuada interpretación de la realidad patriótica. En ella Luis Barahona señala el drama propio del variable devenir de la existencia humana, que se refleja tanto en la vivencia social de las acciones cotidianas del quehacer patriótico, como de sus hazañas más renombradas. "Toda la vida es un desengaño o un desengañarse de lo que el día anterior trajo y un vano esperar lo que vendrá, que nunca viene, o si viene, bien presto el mañana marchita sus galas al calor de los soles del hoy, que tuesta la tez más bella, la mejilla más fresca y sonrosada.” (G.Q., p.108).
Pero, Luis Barahona precisa que la carencia de permanencia o significación no está en las cosas, sino en la manera como se las vive: "El mal no está precisamente en esta inestabilidad de las cosas, que al cabo cumplen de algún modo con lo que son, sin ser de veras, sino que a sabiendas de esa falsedad hay quienes damos en olvidar hoy lo que ayer sabíamos para encontrarnos mañana con el desengaño. No cabe duda que una de las peores cosas que en este miserable mundo puedan sucedernos es no dar crédito a la verdad, a la realidad, a lo que atestigua la experiencia y proclama la cordura.” (G.Q., p.108).
Estos textos, de características existencialistas, justifican la insistencia de Luis Barahona en la necesidad de fundar la acción patriótica en un conocimiento profundo de nuestra historia patria, que dé con sensatez un crédito cuerdo a su verdad y experiencia. Aunque, también estas indicaciones se podrían usar quizás para justificar con algunos ajustes aquellas afirmaciones de Luis Barahona donde se habla de la patria como de algo que está por hacer. De la misma manera, dicho enfoque facilita la comprensión de las críticas que efectúa sobre la superficialidad de ciertas peroratas festivas y las descripciones academicistas donde se sacralizan algunos hechos pasados sin percibir las dimensiones futuras de la patria.
La praxis patriótica implica así vivencias dialécticas del tiempo. Ciertamente, la patria es una realidad cultural que sostiene y orienta el quehacer concreto de cualquier pueblo al ligar su acción con aquellos antecedentes que le permiten obtener su propia identificación como sociedad humana. Por tal motivo, la conciencia popular la percibe cándidamente en una especie de veneración por ciertos símbolos compartidos como manifestaciones consolidadas de la propia identificación. A pesar de sus defectos, este ritual fortalece la necesaria solidaridad que requiere el patriotismo. Por la misma razón, en su devenir, el pasado se convierte en un punto de partida que debe ser superado. Pero, esta identidad presenta una realidad plenamente dialéctica ya que psicológicamente la patria no tiene sentido, sino al oponerse y diferenciar de lo ajeno.
Ante este conflicto existencial, Luis Barahona asume su condición de filósofo y trata de reflexionar con seriedad sobre las implicaciones más profundas de la realidad constatada: "Vale la pena detenerse a meditar en esta condición del hombre que le trae y le lleva sin lograr en ningún momento la estabilidad, la quietud que tanto ansía, ni en sí mismo ni en las cosas. Es que la vida, ya desde su origen viene alentada por un impulso que no le permite detenerse a degustar lo que le sale al paso, siendo ella misma en su raíz un como furor de movimiento, de inestabilidad; mezcla de futuro, de deseo, de presente, de gozo, de placer; así ella nos lanza a la aventura de la conquista, dotándonos de fuerza, de energía para el asalto, para el impulso y la adquisición, al mismo tiempo que nos capacita para el goce, para el disfrute de lo deseado; pero a condición de que éste no la detenga, de que nada se oponga a su marcha, de que ella siga adelante, cada vez más adelante en busca de su bien, de su plenitud" (G.Q., p.108‑109).
Dicho en otros términos, Luis Barahona interpreta la inestabilidad de la existencia humana como un desafío; pero, también como un destino ante el cual el hombre debe justificar su propio existencia en términos de la búsqueda responsable de ideales profundos que permitan la plena realización de sus potencialidades. En la realidad plenamente humana, cada acto es la concreción e incorporación de una intención más o menos consciente, donde opciones valorativas determinan los fines, mientras las resoluciones pragmáticas organizan los medios. Cada ser humano tiende hacia fines o metas personales, que percibe por una especie de intuición como sus ideales de existencia. Al ser un fenómeno dinámico de la praxis humana, lo patriótico se sostiene así sobre un trasfondo moral y expresa necesariamente el conflicto sustancial de los fines y medios, de las intenciones y realizaciones, de las ejecuciones y significaciones, de los motivos y actuaciones.
Esta condición fundamental se repite tanto en la existencia personal como en la instauración de la realidad patriótica. “El vivir es un desvivirse por vivir, un ir muriendo a lo que forzosamente, queramos que no, se queda en el camino, para poder continuar la marcha hacia el mañana, hacia el futuro, donde a su vez hemos de morir en parte a lo que amamos" (G.Q., p.109). Pero, esta situación dramática inscrita en la dialéctica del tiempo es también el camino de la recuperación humana. “De este ir viviendo y de este estar muriendo, se nutre el fondo abismal del alma, y mediante este juego de contrarios, mediante estos asaltos y retiradas, se va conquistando la victoria y se va purificando lentamente la vida y como destilando sus impurezas, hasta que al cabo viene a quedar tal que no la aventajan en resplandor ni los más bellos diamantes" (G.Q., p.109).
Luis Barahona nos habla de la patria como si fuese la personalidad de un pueblo, es decir, ese factor subjetivo que le da una unidad de destino original. Para él, la patria es lo mejor y más auténtico de un pueblo, que funciona como un soporte constante y un centro de referencia, que llenan de contenido el quehacer personal y consciente de la comunidad humana implicada. Pero, en la realidad de nuestra patria este resplandor todavía no ha alcanzado su mayor esplendor; por el contrario, según la captación que tenemos del pensamiento de Luis Barahona, nuestra patria es como un diamante en bruto que debemos pulir para que adquiera todo su brillo.
En sus años de madurez, Luis Barahona nos dice que al hablar de la patria esencial se refiere “a la tierra, al hombre, esto es, a los elementos básicos que la constituyen y a las notas generales que debe tener un buen proyecto nacional progresista" (P.E., p.99). Sin embargo, ya desde sus años mozos, destaca el factor humano como el que puede ofrecer las mejores y suficientes bases para lograr la perennidad que busca la patria: “Sólo el hombre es realmente, soberanamente, inmutable; pero no a pesar de la vida, sino a expensas de la vida, siendo y haciéndose en ella un ser cabal, peculiar, único, intransferible, capaz de ser por sí mismo, en esa mismidad inefable, presente e in transeúnte que le da su naturaleza espiritual. Ser hombre es algo más que vivir, que existir; porque en el mero existir se da la vida sin más, la vida anónima, impersonal; en cambio, el hombre hace de la vida, su vida, lo más suyo, lo más personal, añadiéndole un como soporte constante a manera de centro de referencia mediante el cual se va llenando de contenido, se va haciendo personal y consciente; a tal punto que su misma inestabilidad deja de serlo gracias al principio de inmanencia que la va compenetrando por grados sucesivos hasta alcanzar las capas últimas de nuestro ser personal donde finalmente se identifica con lo mejor y más auténtico del sujeto humano" (G.Q., p.110).
Gracias a esta naturaleza esencialmente moral, cada ser humano en su praxis calcula de antemano lo que va a suceder y define sus acciones en función de los resultados que espera obtener. Pero, el acceso a las metas más fundamentales no es siempre inmediato; ni pone en evidencias sus implicaciones concretas. Con frecuencia se requiere planear acciones a largo plazo, cuya realización exige un largo camino a través de etapas intermedias, en las que las grandes intenciones funcionan como elementos inspiradores y orientadores de acciones aparentemente disgregadas de sus ideales.
Como la necesidad de establecer el sentido existencial de la propia personalidad en lo personal, en la convivencia social la patria pertenece a ese mundo de los grandes ideales, que están en todas partes, sin ubicarse en ninguna. No obstante, existen algunas manifestaciones privilegiadas donde la esencial de la patria se refleja con mayor claridad: "El ser y el hacer nacionales se manifiestan principalmente en las varias formas que adopta su cultura, tales como su literatura, su arte, su derecho, su política, sus estructuras sociales y sus normas morales de vida" (P.E., p.13).
" Ignoramos lo que somos
porque no sabemos lo que fuimos
y menos nos preocupamos por lo que seremos.
Triste realidad la de un pueblo
que no puede enorgullecerse de sus glorias pasadas,
porque las ignora,
porque no vive los ideales,
las ansias de la comunidad,
porque su individualismo lo ciega;
que no sueña con un futuro de dignidad y grandeza
porque las proyecciones de su personalidad
no alcanzan a superar la satisfacción sanchesca
del aquí y del ahora.”
LUIS BARAHONA JIMÉNEZ,
El Gran Incógnito, p.11.
En La Patria Esencial, Luis Barahona nos ofrece una visión de la historia desde su propia vivencia, en la que establece un lazo íntimo entre el acontecer histórico y la existencia personal; donde, para adquirir el sentido plenario del quehacer patriótico, los hechos históricos deben ser interpretados en forma coherente desde una cosmovisión particular: “Siempre me ha interesado la historia, ‑ señala ‑ no sólo como relato de los hechos pasados, sino también en sus relaciones con el presente y el futuro, o para decirlo todo junto, en sus vinculaciones con el hombre. Considero que para ser un buen historiador es necesario, no sólo conocer a fondo el pasado que se investiga, sino tener una amplia formación humanística; no concibo a un historiador que sólo entienda la historia, todos los grandes historiadores han sido hombres a quienes interesó todo lo del hombre, su cultura era amplia y, además, sabían enfocar los hechos a la luz de una filosofía determinada, según la época en que les tocó vivir" (P.E., p.31‑32).
Todo auténtico planteamiento filosófico trata de explicitar esas vinculaciones con las estructuras fundamentales de la realidad existencial de los seres humanos. Por eso, el enfoque relativo a la naturaleza del quehacer patriótico es un problema fundamentalmente filosófico. Pero, una filosofía dialéctica de la convivencia humana requiere una interpretación dinámica que penetre en el meollo de su problemática más conflictual. Por eso, siempre parte de una contraposición permanente entre lo humano y lo no humano; en un enfrentamiento y complemento también constante entre la persona humana y su habitat, entre las vivencias individuales y su contexto social, entre los aportes del pasado y los desafíos de futuro; donde la historia no es una cosa que se tiene, sino una dimensión esencial de la propia realidad dinámica del quehacer humano. Así, “en el fondo, o siquiera en el trasfondo de toda concepción social y política, subyace una idea del hombre que es la que da sentido a la acción histórica" (P.E., p.53).
En una ubicación integral de la realidad histórica dentro de la complejidad del quehacer humano, Luis Barahona reconoce que “la historia está constituida por un conjunto de hechos, de acciones, de resoluciones libres de los que nos precedieron que no podemos borrar y que en alguna forma están allí actuando en nuestro mundo o circunstancia social, política, económica, cultural, o religiosa como una situación ya hecha dentro de la cual hemos de hacer nuestras vidas" (J.P., p.13‑14). Por eso, desde su posición de filósofo, Luis Barahona critica la miopía intelectual de muchos de nuestros historiadores que, por falta de apertura a la comprensión del trasfondo humano global, no captan las dimensiones más estructurales del fenómeno histórico. Así señala que,"tomando en su conjunto, el pensamiento histórico nacional muestra sagacidad para desenredar la madeja de los hechos y lucidez para presentarlos, sin embargo esta visión histórica no penetra en el trasfondo del acontecer humano; frecuentemente se pierde en lo anecdótico y en los aspectos sociales y políticos, con lo que corre el riesgo de anclarse en los sargazos de la historia por falta de pericia para maniobrar en medio de los vientos contrarios de las pasiones humanas y de las corrientes de opinión que mueven la política y los intereses concretos de cada época" (P.E., p.33).
Como un simple fenómeno natural, la historia no es más que una sucesión lineal de hechos en términos de un antes y un después. Pero, desde una perspectiva ligada a las exigencias fundamentales de la realización humana, la historia se constituye en una manifestación y un reflejo integrales del flujo permanente de la realidad humana en búsqueda de su propio destino; el que no funciona como un rígido determinismo, sino como un llamado existencial, como una vocación cultural y moral. Por esto, su captación requiere una concepción de la existencia humana que sirva como pauta de selección y valoración de la importancia de los hechos detectados. De ahí, la necesidad de una concepciónfilosófica que permita tener una visión global de la existencia humana en función de las posibilidades que ofrecen las circunstancias de cada realidad humana.
Por tal motivo, en Anatomía Patriótica, Luis Barahona nos recuerda que “de la historia debemos recoger los hechos más significativos y esenciales y no perdernos en minucias superficiales. Sólo así lograremos reconstruir el rostro mutilado de nuestra patria, a causa de la ignorancia de nuestro pasado colonial" (A.P., p.10). En un sentido similar, en Juventud y Política, Luis Barahona insiste de nuevo en la idea de ligar el deterioro patriótico con el desconocimiento de la realidad histórica: “Muchos errores que se han cometido y se cometen constantemente provienen de la ignorancia de nuestro pasado, pues la mayor parte de las gentes ignora nuestro pasado colonial y muy pocos conocen los hechos ocurridos en los años que lleva nuestro país de vida" (J.P., p.14).
Luis Barahona insiste con frecuencia en esta ignorancia de la dimensión histórica del quehacer patriótico que él llama presentismo. Así señala que “nuestro país ha sido hasta hoy un conglomerado de aldeas que han vivido en forma inestable, tratando de improvisarlo todo, con ligereza, con cierta irresponsabilidad pueril, viviendo del presente, como si los problemas que se nos han presentado tuviesen sólo una dimensión puntual: el hoy" (A.P., p.92).
En la segunda edición de El Ser Hispanoamericano, en el comentario agregado sobre nuestra inteligencia, Luis Barahona concreta su posición al decir que él denomina como presentismo “al hecho de no ver más que el horizonte del aquí y el ahora" (S.H, p.79). Este posee la deficiencia de desconocer los aportes y funciones esenciales de la realidad temporal del ser humano, donde los vestigios del pasado actúan bajo formas de valores compartidos, de experiencias vividas, de hábitos, de recuerdos encarnados en condiciones materiales o tecnológicas que determinan las condiciones de posibilidad de cada circunstancia y abren perspectivas de una vivencia creativa y responsable del porvenir. Así, Luis Barahona señala que “no cabe duda de que en la constitución de nuestro ser moral hemos recibido una herencia sumamente valiosa, transmitida a través de las enseñanzas hogareñas, herencia de raíces cristianas que conformaron nuestro modo de ser y que es el fundamento de nuestra nacionalidad" (I.E.P., p.18).
La identidad personal, eso que llamamos el yo propio, presenta características similares a ese elemento dinámico de un pueblo que le permite crear un "nosotros" comunitario; es decir, a esa dimensión de identidad social que llamamos la patria. Como la personalidad humana, ésta se construye permanentemente sobre las bases de un pasado que marca un condicionamiento y un desafío siempre abierto hacia las posibilidades creativas del futuro. Por eso, la historia es un elemento esencial de toda realidad humana, ya que le sirve de arraigue en la búsqueda de la propia identidad.
En ese sentido, al reflexionar sobre la importancia que tiene la tradición para Homero, Luis Barahona señala: “Los hombres como los pueblos necesitan arraigar, tener un subsuelo histórico común donde echar sus raíces para mantenerse en lo esencial, idénticos a sí mismos en el tiempo. Esa identidad viene a ser eso que llamamos "lo nuestro", lo propio, que aún cuando no sea una dimensión eterna, invariable, es sin embargo, una constante relativamente fija que nos configura y define en cuanto constituimos lo que se ha dado en llamar, en frase feliz, una unidad de destino en lo universal. Esta unidad es lo que hace que cada país o cada estirpe de pueblos, tenga su valor peculiar y su razón de ser, en una palabra, su tradición" (I.E.P., p.15).
Los distintos factores culturales, personales o morales que generan las diversas interrelaciones en la dinámica social, incluido el concepto de patria, no son más que tipos particulares de comportamiento que suponen un trasfondo ‑ casi diríamos un arte ‑ orientador de las relaciones humanas que propone, crea o valora las conductas en función de ideales de existencia, que surgen y dependen de la globalidad del quehacer social, donde "la vivencia histórica, el amor por el pasado, sólo puede darse en aquellos pueblos que se identifican con ese pasado, vale decir, con los momentos en que su vida histórica llega a su mayor plenitud. Pero nosotros no nos identificamos plenamente más que con el presente, si hemos de hablar con absoluta objetividad. Aún no hemos llegado a nuestra plenitud" (S.H., p.76).
Cada pueblo, como cada ser humano, tiene que mantener una conducta lo más auténtica posible, es decir, lo más coherente consigo mismo. Pero, la autenticidad se crea y se consolida en una respuesta creativa ante las potencialidades de humanización inscritas en lo que se arrastra de un pasado que se ha insertado, en forma casi inconsciente, en las estructuras existenciales de nuestro presente. Por tal razón, la dinámica de la realidad patriótica genera siempre una tensión dialéctica entre las demandas culturales y las condiciones políticas, económicas o sociales; entre las aspiraciones y las posibilidades; entre las declaraciones y las intenciones de los diversos participantes. Por ello, la comprensión del ser costarricense debe partir de una visión de sus antecedentes y concretarse en la captación profunda de sus aspiraciones, ya que su praxis se sostiene en un devenir temporal donde cada circunstancia o situación actual es un punto de encuentro de un pasado que interviene como recuerdo condicionante y un futuro que se evoca valorativamente como proyecto. Se requiere repensar el pasado para pensar la forma y sentido del presente y construir un futuro acorde con nuestra idiosincrasia nacional. Pero, desgraciadamente, por falta de sentido de observación y reflexión, “nuestras gentes viven como absortas, dispersa su atención a uno y otro lado, sin mirar nada en concreto, sin detenerse a contemplar tantas cosas que tenemos dignas de admiración; únicamente cuando algo reviste un valor de utilidad les llama la atención, de lo contrario no se preocupan por hacer un análisis prolijo de lo que les rodea, y menos si ello supone esfuerzo y dedicación" (S.H., p.68).
La dialéctica de la acción patriótica se sustenta en un trasfondo geográfico que arrastra y condiciona un legado cultural y social; que implica un desarrollo temporal, que es condicionado por la evolución, el cambio y la variación constante de sus circunstancias. Este legado se convierte en los cimientos de la propia identidad cultural y social. Desde estas bases, Luis Barahona considera que “La humanidad adquiere matices y cognotaciones especiales por razones de geografía, de historia y de corrientes culturales. Estas características peculiares son las que influyen en el aspecto creador de cada conglomerado humano, produciendo a lo largo del tiempo un modo de ser y de hacer peculiar que denominamos idiosincrasia nacional" (P.E., p.13).
Como fenómeno histórico, la realidad patriótica enfrenta exigencias vitales y culturales de diversa índole mediante sistemas productivos, condicionados y facilitados por diferentes procesos comunicativos, educativos, políticos y tecnológicos interrelacionados, que dependen de las condiciones y modalidades dialécticas de sus condiciones geográficas y de los pensamientos, tradiciones y vivencias de su respectivo pasado social; lo que supone una cantidad limitada de posibilidades, dentro de las cuales nuestro pueblo debe encontrar su identidad.
Así, en un texto de 1963, Luis Barahona precisa que “conjugar lo viejo con lo nuevo es hacer de la tradición un factor activo, dinámico en la historia; rechazarla de plano, cortando sus amarras, es una actitud adámica, carente de sentido, de fuerza y de fecundidad. Lo primero da densidad vital, vigor espiritual; lo segundo produce anemia, magrez y muerte por faltar la savia ascendente de la vida que se nutre del subsuelo histórico" (I.E.P., p.17).
Luis Barahona insiste constantemente en el papel central de la historia. Por eso, considera que “los pueblos que viven a espaldas de la historia, que desconocen las esencias ideales que inspiraron y conformaron su pasado, no viven, sino que se desviven, se anonadan, porque vivir es precisamente ser de verdad, progresar en el ser, por la razón última del ser, vale decir en función de sus ultimidades. Alguien ha dicho que así como los hombres rigen sus vidas por la causa final y su finalidad se encuentra en sus principios, así los pueblos encuentran su porvenir en sus mismos orígenes, tan pronto como empieza a dibujarse en ellos la vocación de su destino. En otras palabras, es necesario que los pueblos se alimenten de los jugos espirituales de su pasado, si quieren cumplir la misión histórica que les corresponde" (I.E.P., p,42‑43)
Luis Barahona considera que la campaña de 1856 contra los filibusteros es la que consolida las bases de nuestra patria, ya que “la vivencia patriótica o política de la libertad tal como la vivieron los combatientes del cincuenta y seis no era otra cosa que el sentido de la independencia y soberanía del Estado costarricense, el convencimiento de que era inadmisible la pretensión de un grupo de facinerosos de someternos por la fuerza para la realización de sus pretensiones "(G.I./3.N., p.198).
Pero, esta situación determina una profunda realidad humana que marca nuestro futuro, puesto que “desde entonces para acá podemos hablar de la vivencia de la libertad como un ingrediente nacional del ser de los costarricenses. La patria ya no es un conjunto de hombres bien o mal organizados dentro de una estructura política de poder, sino una fuerza espiritual que traspasa y vivifica todo y que da aliento para llevar adelante, por encima de todo género de obstáculos que se interpongan, la obra de la protección, defensa y acrecentamiento de los valores de todo orden, que constituyen la nacionalidad costarricense" (G.I./3.N., p.198). Esta concepción va a marcar nuestro sistema cultural y político al imponer un estilo en el que el costarricense de hoy como “el costarricense de entonces ama la libertad y la quiere para poder regirse por sus propias leyes y escoger a sus propios gobernantes" (G.I./3.N., p.198).
Para Luis Barahona, como el sentido plenario de la realidad patriótica se constituye en la creación de una sociedad acorde con las demandas de realización de todo su conglomerado humano en función de los aportes valorativos de sus experiencias pasadas, la autenticidad de la actitud patriótica obliga a efectuar cambios sustanciales en la organización de nuestra sociedad para superar sus deficiencias humanas. Pero, “el desarraigo del pasado, no en cuanto mero pasado, sino en cuanto portador de valores fundamentales en la vida espiritual de los pueblos, es lo que acarrea ese vivir a la deriva, sin brújula de mareante, como verdaderos idiotas incapaces de orientarnos por nuestra propia cuenta hacia una meta definida. Ciertamente, sin un futuro a la vista no puede vivir el hombre, pues de suyo necesita proyectarse en el tiempo para realizar plenamente su ser histórico. Pero sin un anclaje en la roca viva de una tradición, cimentada en ideales eternos, como son los ideales morales y religiosos, corre el riesgo de confrontar una crisis que, como en Grecia, termina con su extinción como pueblo o como nación" (I.E.P., p.16).
De esta manera, Luis Barahona sentencia el desastre histórico de un pueblo ante la incapacidad para transformar su realidad, por ignorancia de sus antecedentes. Pero, en una perspectiva similar, interpreta el aporte histórico como una vía de orientación para la solución de los problemas actuales, cuando indica que "todavía es tiempo porque en nuestro país hay condiciones humanas, culturales y políticas que permitan desde luego, con un poco de esfuerzos y sacrificios, allanar el camino a las reformas de estructura que se piden, sin que para ello sea necesario más que acelerar el ritmo de cambio que en buena parte se ha impuesto el país desde mediados de este siglo" (J.P., p.12).
El flujo histórico de la realidad patriótica se sostiene, de esta manera, en un mundo donde lo político suele expresar y manejar el arte de la conducción, creación y concreción de instituciones que favorecen o dificultan la concreción de los mejores valores sociales de nuestra cultura patriótica, mientras en lo económico se enfrentan intereses y se concretan sus conflictos.
Al captar, manejar y motivar el sentido e importancia de las cosas, sujetos y acontecimientos, el quehacer político encubre los valores patrióticos dentro de las sutilezas, falacias o astucias de su discurso valorativo, el que se enfrasca siempre en las trampas de la manipulación intencionada de la afectividad humana; mientras, en sus aspectos más dinámicos y efectivos, la realidad social del quehacer económico requiere el manejo de técnicas de acción que permitan la encarnación de los valores y aspiraciones sociales en obras concretas en función del manejo o posibilidades de los intereses específicos. Por esto, lo patriótico se convierte en una especie de soplo espiritual que trata de inspirar las acciones cotidianas hacia metas más altas y comprensivas, más sólidas y plenamente humanas.
Pero, nuestra realidad socio‑económica nacional actual presenta serias deficiencias ante las demandas de la justicia, la democracia y la libertad que nos ha legado como valores nuestro pasado histórico. Por tal razón, ante la necesidad de cambios sociales, Luis Barahona afirma el papel primordial de los jóvenes en dichas transformaciones, orientadas por grandes ideales patrióticos, y sostiene que “cabe entonces preguntarse cuáles son los valores que debe conocer y renovar la juventud, no para romper con el pasado por pasado, sino para nutrirse en el subsuelo de la historia con aquellas energías que la fortalezcan y le permitan ser cada vez más dueña de su destino y más capaz de alcanzar su pleno desarrollo en el plano personal y en el social (J.P., p.13).
Como buen cartaginés, Luis Barahona destaca el aporte de su ciudad natal en la creación de nuestra realidad nacional: “En virtud de la perseverancia, de la paciencia y del amor al terruño, Cartago fue descubriendo, mejor, adivinando su misión histórica, cual era la de preparar los elementos básicos de una futura nacionalidad construida sobre los recios pilares de la tradición cristiana y del sentido hispánico de la vida, de un acendrado amor a la tierra y una resolución de resolver todos los problemas por cuenta propia" (A.P., p.9). No obstante, este aporte histórico no determina más que las condiciones sobre las cuales se debe actuar. Pero, la solución efectiva de los problemas específicos es un riesgo que se debe asumir, con clara visión del pasado; pero, también, con los ojos puestos en un futuro mejor.
Como toda acción es una interacción, actuar es siempre enfrentarse a algo diferente, que aparece como obstáculo o como medio. En este sentido, Luis Barahona mantiene una posición balanceada con respecto a los aportes ajenos. Las vivencias, pensamientos e instituciones de otros pueblos forman parte de esa realidad ajena que puede servir de mediación o de alienación. Por eso, para abrir brecha y establecer su camino en la existencia, la capacidad de acción patriótica de cada pueblo, individuo o grupo específicos presupone tanto la necesidad del enfrentamiento, la lucha y la creatividad entre los seres humanos implicados, como la capacidad de diálogo y acogida a los aportes de valor. El quehacer patriótico se concreta así en términos de realidades que lo condicionan y lo facilitan; al mismo tiempo, que lo obstaculizan y lo posibilitan. En estas circunstancias, "el toque está en mantener la mirada limpia para ver en cada coyuntura histórica qué es lo que debemos aprovechar de los movimientos culturales que se producen en el extranjero y qué es lo que debemos rechazar para no perder nuestra propia identidad, porque de lo contrario claudicamos, renunciamos a ser nosotros mismos" (P.E., p.95).
" No se puede comprender al tico
sin penetrar hasta el fondo de su alma;
es en la alegría y en dolor
donde se ve claramente al hombre,
donde se aprecia lo que hay
por dentro de cada cual.”
LUIS BARAHONA JIMÉNEZ
El Gran Incógnito, p.42.
La idiosincrasia de un pueblo se constituye y actúa siempre como una serie de predisposiciones a comportarse de una manera particular, propia, que lo caracteriza como tal. Un país no se entiende sin su gente. Por eso, Costa Rica es Tiquicia, el mundo de los ticos. Pero, qué tipo de hombre es el costarricense? La respuesta a esta pregunta es complicada, pues toda tipología es simplista, ya que es imposible describir adecuadamente a una persona o un pueblo adscribiéndolos a una clasificación. Más aún, el problema es todavía más grave cuando se trata de caracterizar a un pueblo constituido por una cantidad enorme de personas diferentes. Sin embargo, a pesar de sus defectos, las descripciones o tipologías sirven para captar la realidad gracias a construcciones mentales que permitan comprender la multiplicidad de los fenómenos.
Dado que la idiosincrasia de un pueblo se desempeña de manera similar a como el carácter orienta las actuaciones de las personas, bien se puede decir que constituye su carácter. En este sentido, la idiosincrasia está a la base de la patria; la que se perfila como el resultado de sus actuaciones. El carácter no es algo heredado, sino el fruto de las propias vivencias a partir de ciertas condiciones o predisposiciones más o menos estables; éstas bien puede ser naturales, por herencia y contexto geográfico, o generadas a través de la convivencia específica de la realidad humana implicada. Por esto, cada persona y cada pueblo tiene el suyo.
De esta manera, se establece una relación dialéctica entre los caracteres individuales y la idiosincrasia de un pueblo. Como cada persona absorbe ciertas modalidades de conducta desde su convivencia social; de igual manera, cada pueblo refleja las particularidades del comportamiento de sus habitantes. Por tal razón, al hablar del carácter del costarricense estamos dibujando de cierta manera las modalidades propias de la idiosincrasia de nuestro pueblo y viceversa. De hecho, salvo en casos de imposición arbitraria por medio de la fuerza militar, las instituciones y conductas políticas, sociales, culturales y económicas de cada país surgen y dependen de las inquietudes y del pensamiento de la mayoría de sus habitantes. Por eso, vamos a analizar a grandes rasgos las modalidades del carácter nacional.
Sin embargo, de todos es conocido que los procesos educativos, las particularidades de la convivencia familiar y la presencia de antecedentes políticos, económicos, sociales o culturales similares y compartidos establecen bases comunes de hermandad y acercamiento, que modulan características propias en ciertos grupos de individuos o pueblos hermanos. Por tal motivo, es lógico que las propiedades intelectuales, morales y psicológicas que Luis Barahona reconoce a los pueblos hispanoamericanos se reproduzcan en grandes rasgos en la naturaleza más íntima del pueblo costarricense.
Sin embargo, la intención de este capítulo no es resumir la riqueza del análisis de Luis Barahona sobre las características propias de nuestro de pueblo (para eso, es preferible reportar a los lectores al contacto directo con sus obras), sino reflexionar sobre su incidencia en la situación actual.
En grandes líneas, la tesis central de este escrito se podría resumir en la afirmación, para muchos molesta, de que el carácter del costarricense ha evolucionado progresivamente de su estructura "concha" tradicional, a una constitución más reciente de características esencialmente "pachucas.” Sin embargo, no se asume el término de pachuco desde una perspectiva fundamentalmente lingüística, como lo hace Luis Barahona cuando señala que la mayoría de las personas se refugia en la forma pachuca “para no verse obligadas a hablar con corrección" (P.E., p.31); sino desde una dimensión más sociológica, que implica toda una dimensión cultural y psicológica más global que lo puramente lingüístico. El pachuquismo surge históricamente de la urbanización del campesinado. No hemos de olvidar que hasta hace poco tiempo nuestra capital todavía era un pequeña aldea. Por esto, el contacto de los josefinos con las ciudades del mundo, también puede interpretarse como un fenómeno de la urbanización de nuestros conchos. La soledad, el contacto vital con la naturaleza y la vida ligada a realidades menos cosmopolitas, determinaban un carácter particular en nuestros auténticos campesinos; el que fue magistralmente descrito por Luis Barahona en El Gran Incógnito. Pero, ante la ausencia de tierras propias para cultivar o de incentivos para permanecer en el campo, al emigrar en busca de mejores horizontes a recintos que pretender ser ciudades, los campesinos llegan con una actitud esperanzada, pero temerosa, que los lleva a asumir una posición de evidente desconfianza, con frecuentes manifestaciones de desplantes más o menos agresivos. Pero, esta actitud de aparente autosuficiencia no puede, sin embargo, eliminar el bagaje cultural de campesino que lleva por dentro el pachuco, desde el cual se forma su espíritu propio como una reacción de autodefensa ante el desafío que le presenta la vida de la ciudad.
Luis Barahona no llega a concebir con claridad este paso del concho al pachuco. Sin embargo, en sus análisis ofrece una serie de aportes que bien pueden ser releídos y analizados desde esta perspectiva. Así, establece que la diferencia que se detecta entre nuestros campesinos actuales y su imagen clásica, es decir, la estampa tradicional de los conchos, se deben a este fenómeno que “podemos llamarle "urbanización del campo" si se nos permite la paradoja. Ocurre que insensiblemente el campesino va pareciéndose más cada día a un hombre de la ciudad o siquiera de las zonas sub‑urbanas" (I.E.P., p.37).
El pachuco no es así un estilo de vida propiamente urbano; sino más bien una modalidad de conducta semiurbana, que se consolida fundamentalmente entre los grupos de emigrantes de los barrios marginales de las ciudades. Pero, estos emigrantes de origen campesino proyectan hacia el campo dicho estilo de vida, gracias a sus contactos humanos preexistentes en donde funciona la necesaria autojustificación psicológica del emigrante que busca aparecer ante los antiguos compañeros de su situación de origen como un modelo llamativo, que se debe imitar por el aparente éxito obtenido. Además, por necesidades de adecuarse a las expectativas de un mercado predominantemente pachuco, este estilo ha sido asumido también por los medios de comunicación social, a veces con sutileza y mayor refinamiento y otras veces con simpleza y hasta descaro; lo que lo convierte en el elemento dominante de nuestro ambiente nacional.
Al referirse a la urbanización de los gamonales en El Gran Incógnito, Luis Barahona destaca algunos de los problemas generales que afronta toda migración campesina: “Los usos, las costumbres de la ciudad chocan con la libertad y llaneza del campo; el descuido en el vestir y el comer no se toleran impunemente en el salón aristocrático, y todos los demás conceptos ancestrales sobre la vida y el mundo experimentan una fuerte sacudida que no tolera el alma sencilla sin la gracia del vicio, de la pasión desenfrenada, de la misma ignorancia que no logra penetrar la delgada capa de seriedad o hipócrita filosofía con que se justifica la superficialidad del gran mundo. A la postre el gamonal pierde las virtudes heredadas; su criterio evoluciona hacia el concepto más positivista de la vida, donde la libertad se limita a escoger la mayor cantidad de bienes posibles con el menor trabajo; es decir, está a un paso del libertinaje y a mucha distancia de la sobriedad tradicional de nuestros mayores" (G.I., p.33‑34). Pero, esta no es una característica exclusiva de los gamonales venidos a la ciudad a despilfarrar los ahorros heredados, sino una mentalidad que se expresa en la mayoría de los emigrantes, con independencia de su condición social o económica.
A partir de estos fundamentos, el pachuco sería un concho más dinámico, pero menos sensato; más imperioso, pero menos auténtico. Como lo señala Luis Barahona, el espíritu más emprendedor, más positivo, de aquellas personas decididas a enfrentar con osadía los desafíos de una vida más urbana, también presenta sus aspectos negativos, ya que “la desvalorización actual de la cultura urbana ha contribuido al agrietamiento moral de nuestro concho. Para convencerse de este aserto no hay necesidad de citas ni de previas reflexiones; basta y sobra, con lo que vemos y oímos: la radio, el teatro, el cine, el periódico, la revista, el lenguaje de germanía usado por todas las personas, las modas, el utilitarismo pedagógico, el libertinaje, la usura insaciable de los comerciantes, la falta de honradez en los contratos, la oposición egoísta de patronos y operarios, la sensualidad, la futileza, y, en general, la falta de ideales constructivos para la vida; todo expone a lo vivo, un tipo de urbano que cojea en mil formas, débil, inconstante, versátil, atento sólo al goce de la utilidad material directa, incapaz de afrontar la vida con aquella grandeza de alma con que lo hicieron nuestros antepasados" (G.I., p.51).
La concepción pachuca se manifiesta, pues, tanto en las ciudades como en el ambiente rural. Aunque proviene del campo y lo expresa siempre de alguna manera, el pachuco se manifiesta como una reacción en su contra, donde las raíces campesinas son vistas hasta con desprecio. Para Luis Barahona, “nuestro campesino se ha urbanizado porque se le ha despojado de su tierra, matando en su alma el amor a ella, a la tradición, tomando de la ciudad, para su desgracia, no lo que la hace centro elevado de civilización y cultura, sino lo que la rebaja y convierte en pestilencia digna del fuego celeste. De aquí que nuestra aldea tienda a ser un simple remedo de la ciudad, formando en su seno una diferenciación ridícula de familias, al modo como lo tienen establecido los petulantes guiones de la moda, el lujo y la superficialidad urbana; las que marcan con sus saraos, reuniones, paseos, modos de vestir y hablar, amistades y humos de superioridad, la curva de "urbanización" campesina, y las que por su mayor zafiedad y pobreza están condenadas a vivir como siervos de los gamonales ‑ sea éstos de la ciudad o del campo ‑ viéndoseles, por lo mismo, por sobre los hombros, como seres inferiores a quienes no es dado alcanzar los oropeles del refinamiento y distinción urbanos" (G.I., p.113‑114). Pero, esta misma condición se proyecta aún en las ciudades, donde los nuevos “gamonales" son las trasnacionales.
Al consolidarse la mentalidad pachuca, la época del concho ya paso y, con ella, ciertos valores tradionales. Por tal razón, las llamadas “concherías" se han convertido así en un espectáculo que refleja, a su manera, su propia constitución pachuca. “Hoy se nos brinda ‑ nos dice Luis Barahona ‑ un remedo que nos mueve a meditar sobre si, en efecto, es tal nuestra postración y atraso nacional que no hayamos sido capaces de mejorar aquella imagen de miseria material y cultural de otros tiempos, con el agravante de que, tal cual transparece en el habla de estos "conchos" de hoy, el antiguo ejemplar humano se ha "apachucado", pues en ellos todo su ingenio y picardía se pierde buscando el doble sentido, la vulgaridad y la guasa pesada, como si nuestras gentes del campo se pasasen la vida provocando la risa con estas muestras de ingenio barato y rijoso... muy distantes de aquellos "labriegos sencillos" que canta la letra de nuestro himno nacional" (I.E.P., p.40).
Luis Barahona considera que con este estilo apachucado de presentar socialmente las concherías se le perderá todo respeto y cariño a nuestras raíces tradicionales, “a no ser que los jóvenes de hoy den en entronizar en sus mentes la estampa del gracioso ‑ chabacano o gracioso ‑ pachuco, mitad palurdo, mitad pervertido, como la expresión acabada del alma campesina" (I.E.P., p.40).
De esta manera, la mentalidad pachuca es fruto de la relación dialéctica entre el campo y la ciudad. En Costa Rica, la ciudad sabe a campo y el campo a ciudad. Por una parte, el pragmatismo y modo de vida pachuco de la ciudad marca y deforma la tradición, ya que “la forma pragmática a que obliga la vida moderna nos va llevando paulatinamente a dedicar mucho tiempo a todo lo que sirve para algo y muy poco a lo que no sirve para nada concreto. Consciente o inconscientemente dejamos de lado la urbanidad, porque nos decimos que hoy no hay tiempo para observar las normas de la cortesía, aun cuando éstas sean las indispensables para las buenas relaciones humanas" (P.E., p.42). Pero, por otra parte, como precisa Luis Barahona en contraposición con la invasión de la ciudad, “actualmente el espíritu aldeano, agrícola, domina hasta en las ciudades; no se pueden establecer con fundamento real diferencias marcadas entre el tipo urbano y el rural; la ciudad y el barrio se identifican a poco andar; por todas partes vemos las mismas gentes, las mismas costumbres; el mismo apego al hogar, las mismas relaciones sociales, la misma riqueza, el mismo ambiente natural" (G.I., p.17).
En lugar de describir expresamente la mentalidad, los ideales y las dificultades de vida del tipo pachuco, en sus escritos Luis Barahona suele indicar algunas de sus características como si fueran propias de grupos particulares; por ejemplo, del privilegiado enjambre de los gamonales. No obstante, aunque existe, indudablemente, una diferencia sustancial de corte económico que convierte en simples aspiraciones para unos lo que para los otros puede ser tal vez una realidad, el trasfondo psicológico y cultural es prácticamente el mismo. Por eso, lo que Luis Barahona dice de los gamonales, se puede aplicar también a los jornaleros del campo o a los pachucos de las zonas marginales: “El otro gamonal, el modernizado, no se diferencia más que por el traje, y esto los domingos, pues los demás días no soporta el andar con capa, anteojos, zapatillas de tacón alto y demás aditamentos que la ciudad le ha enseñado a vestir para aceptar o disimularle su rusticidad, que la "fineza" es más sinónimo de buen vestir y oler que de refinamiento interior. Las costumbres son las que acentúan en él las variantes que le diferencian del gamonal neto. Ya no pasa su vida apegado a la rutina aldeana; anda a la caza de los placeres variados que proporciona el dinero. Frecuenta los clubes donde puede codearse con los señores y señoras de capirote. Gasta el lujo de viajar en carros de último estilo; no pocas veces desprecia a la mujer propia, la buena esposa que vive allá en el pueblo dedicada a los honestos quehaceres del hogar, por la frívola dama de salón, gastadora y casquivana que exige enormes sumas de dinero por conservar su reputación entres sedas y perfumes, bailes y reuniones sociales" (G.I., p.27‑28).
En la segunda edición de El Ser Hispanoamericano, Luis Barahona agrega un comentario sobre El Español de Siempre, donde analiza las transformaciones de su carácter en función de los nuevos tiempos. Sin embargo concluye: “Con todo, sigo creyendo en que existe un español de siempre en el que, a pesar de los cambios operados, subsisten modos de ser, estilos de vida, normas de conducta, ideales morales y religiosos que conforman la conducta individual y colectiva" (S.H., p.55). En el mismo sentido tenemos que hablar del costarricense de siempre, cuya descripción más estructurada quizás aparece en un pequeño trabajo de Luis Barahona intitulado Tres Notas sobre el Carácter Costarricense. El costarricense de siempre subsiste como un fundamento caracterial que se expresa de maneras diferentes en el concho o el pachuco, pero que mantiene una estructura de carácter con rasgos particulares relativamente consolidados. En este escrito, Luis Barahona destaca tres rasgos fundamentales del costarricense, a saber, el conformismo, la tolerancia y el individualismo, que pueden servirnos para evidenciar el costarricense de siempre. No obstante, para obtener una visión más integral y precisar el significado de nuestro carácter, vale la pena agregar a estos tres rasgos un cuarto elemento expresado por Luis Barahona como el quijotismo.
En primer lugar, al analizar el conformismo, Luis Barahona atribuye un papel fundamental a nuestros ancestros, a la dureza de la vida en la época colonial, a la educación recibida y aún a cierta influencia de las vivencias religiosas en la formación de un carácter nacional relativamente conformista. En El Ser Hispanoamericano, reconoce que nuestro espíritu conformista “es el resultado de la acción conjugada de varios factores, tales como la tierra, el clima, el ancestro hispano‑indio, la educación pasiva tradicional, la actitud vegetativa dominante" (S.H., p.133), que afectan a los pueblos hispanoamericanos.
En dicho escrito, Luis Barahona insiste fundamentalmente en el aporte de nuestros ancestros. Así, por una parte, señala que "parece claro que el ancestro indígena puede explicar algunas notas de nuestra tonalidad afectiva, tales como la languidez, el ensimismamiento y la tristeza, lo mismo que el dominio de lo afectivo y vital sobre lo intelectual" (S.H., p.94); notas de las cuales se puede deducir una conducta más o menos conformista. Pero, por otra parte, Luis Barahona insiste en que no es difícil encontrar manifestaciones entre los peninsulares de las varias formas de nuestro carácter de abandono, pereza y pesimismo: “Del español heredamos una tradición de acatamientos sociales y políticos que forjaron nuestra conducta individual en lo que tiene de pasiva y sumisa, pero no una disposición activa y creadora, como se requería para la vida democrática que hemos tratado de imponer con varia fortuna en todos nuestros países. El espíritu de rutina, el temor a lo nuevo por nuevo es también típico del español" (S.H., p.132); características que también facilitan una actitud conformista.
Pero, estos fundamentos étnicos se consolidan con las modalidades económicas y sociales de la colonia donde, “el pobre hereda la pobreza; de aquí su concepción de la vida: ha nacido pobre y pobre ha de morir; de aquí la resignación; soporta con paciencia esta carga, y a no dudarlo, se sirve de ella para ganar muchos bienes espirituales; nuestro pueblo sufre heroica, cristianamente, su pobreza, adaptándose del mejor modo posible a ella" (G.I., p.55). No obstante, a pesar de la riqueza de estos aportes espirituales ligados a la vivencia cristiana, esta resignación degenera fácilmente en fatalismo, pesimismo, conformismo y pereza para las labores materiales y espirituales sostenidas que demandan la virtud del celo.
En el mismo espíritu, en Tres Notas sobre el Carácter Costarricense, Luis Barahona plantea dicho conformismo como un serio problema, ya que “del conformismo se pasa fácilmente al fatalismo y de éste a su consecuencia natural, la apatía" (G.I./3.N., p.196). Más aún, Luis Barahona se permite especificar diversos ámbitos de incidencia de esta actitud: “El conformismo en lo religioso equivale al fatalismo, en lo social al conservatismo y en lo político a la automarginación dentro del proceso democrático" (G.I./3.N., p.195).
En segundo lugar, al analizar la tolerancia, Luis Barahona presenta esta característica como uno de los elementos positivos de nuestro carácter nacional, ligado a nuestro apego a la libertad. “El tico es tolerante, rehuye los extremismos, tiende a situarse en una línea media, tanto en orden a las decisiones que debe tomar en el plano individual como en el político. Los extremismos llegan a provocar en unos, temor, en otros, burla, "choteo", en otros franca hostilidad. Pero con todo, nos toleramos sin que nuestros odios culminen en furor destructivo, en venganza fría y calculada o en el crimen político" (G.I./3.N., p.199).
En El Ser Hispanoamericano, Luis Barahona destaca el valor autóctono de nuestra tolerancia. “En cuanto a características que no pueden reducirse ni a lo español ni a lo indígena, destaco aquí, en primer lugar, nuestro sentido de la libertad política y de la tolerancia de las ideas opuestas que, si bien procede, la primera, del espíritu de independencia ibérico, y la segunda de la influencia del liberalismo anglo‑francés, sin embargo, tiene también ciertos matices muy nuestros" (S.H., p.156‑157). Por esto, nuestra tolerancia también puede ser considerada como una de las características esenciales de la idiosincrasia costarricense, que modula y supera en ciertos aspectos la posición latinoamericana con rasgos muy propios, que la identifican como tal.
Luis Barahona enlaza la tolerancia con nuestra vitalidad y reconoce así una puerta abierta hacia el enriquecimiento humano de nuestros pueblos: “El ser hispanoamericano tiende a absorber toda clase de valores y de formas de vida que puedan incrementar su propio desarrollo, desplegando en esta faena de asimilación un amplio sentido de tolerancia, matizado por un tono afectivo dulce y benigno que le granjea simpatías y con las que atrae y seduce los elementos extraños deseados. Vive de cara al presente, casi exclusivamente, dominado por su exuberante vitalidad y por su afán de apropiarse en cada instante todo lo que pueda incrementar su ser" (S.H., p.201). Esto se evidencia en el trasfondo multirracial y pluricultural del costarricense.
No obstante, a pesar de sus aportes positivos, esta tolerancia puede presentar también serias dificultades desde el punto de vista de la realización humana de un pueblo, ya que "el problema radica en la capacidad de asimilación para reducir a la unidad esa abigarrada multiplicidad" (S.H., p.198). En este sentido, se debe recordar que desde una concepción dialéctica todo medio o realidad humana es, al mismo tiempo, una vía de crecimiento y una amenaza de alienación.
Pero, esta dimensión que Luis Barahona atribuye a los pueblos hispanoamericanos, se vuelve sobresaliente en la vivencia histórica de los costarricenses, que han convertido el país en un refugio permanente de los perseguidos políticos del área. Como prueba de esta actitud se puede percibir la manera abierta con que se han recibido, según las circunstancias de la historia del siglo XX, partidarios y adversarios del sandinismo, partidarios y adversarios del allendismo. De hecho, como señala Luis Barahona, “sería del todo imposible concebir un pueblo o conjunto de pueblos abiertos a una amplia inmigración sin una previa disposición para tolerar en su seno la presencia de formas de vida, de pensamiento, de sentimiento y de creencias disímiles" (S.H., p.198).
Luis Barahona trata de explicar las razones sociales de esta tolerancia, en donde sobresale el proceso educativo y la tradición cristiana. Así reconoce que “los muchos años de educación liberal nos han hecho tolerantes, enemigos de las posiciones extremas, amantes de la paz y del orden, respetuosos de la ley, y celosos defensores de la libertad electoral" (A.P., p.17). Sin embargo, trata de interpretar esa actitud como efecto de un trasfondo más profundo, ligado a una vivencia de origen cristiano, donde “los usos y costumbres que muestran a nuestro campesino hospitalario, servicial, caritativo, se deben a un remanente ancestral de aquellos tiempos, cuando no había tuyo ni mío, cuando nuestros mayores, unidos por la sangre, la pobreza y la urgente necesidad de la mutua ayuda, vivían más cristianamente" (G.I., p.64).
En Tres Notas sobre el Carácter Costarricense, Luis Barahona relaciona íntimamente la tolerancia con el sentido de libertad de costarricense. Así precisa que “al hablar de tolerancia podemos también hablar de "liberalismo a la tica" como de una sola y misma cosa” (G.I./3.N., p.200). Pero éste no es sólo una actitud, sino un reflejo de una filosofía o visión del universo socialmente compartida, que engloba nuestra cultura en un ambiente de dimensiones humanistas: “En el fondo de nuestra tolerancia hay toda una cosmovisión o enfoque global de la vida que nos permite interpretar la existencia como un equilibrio de tendencias sostenido por la prudencia sin excluir los cambios necesarios para el mejoramiento del hombre" (G.I./3.N., p.200).
En tercer lugar, al analizar el individualismo, Luis Barahona considera que éste es un aporte español que se consolida con la vida de la colonia y marca nuestra existencia actual. Para él, el individualismo nos viene del ancestro español. Por eso, en El Ser Hispanoamericano, desarrolla esa idea matizando aspectos: “La envidia tiene sus raíces en la siquis hispana, lo mismo que la pasión del mando y el caudillismo... El individualismo que se observa en nuestra vida de relación con la comunidad, rayano en el egoísmo o la indiferencia por el bienestar del prójimo, en cuanto es parte integrante de una sociedad, también se explica por el antecedente hispano... Finalmente, el débil sentimiento de solidaridad hispanoamericano, producto del aislamiento, de la falta de contacto físico entre los pueblos, tiene también un antecedente en la tendencia separatista de los peninsulares" (S.H., p.94).
Pero, como complemento de la herencia española, Luis Barahona también indica el papel de apoyo que recibe la tendencia individualista de la colonia, donde “nosotros heredamos esta propensión toda vez que la colonia estuvo constituida también por núcleos aislados e independientes. Este aislamiento fue forjando un carácter huraño” (A.P., p.13), que Luis Barahona denomina como “ese individualismo gruñón que desafortunadamente nos caracteriza" (A.P., p.15).
Sin embargo, este individualismo gruñón ha permitido forjar las características de nuestra patria, ya que la pobreza de la colonia “constituyó en mucho a forjar el carácter de nuestras gentes haciéndolas hurañas, individualistas, pero también de tendencias igualitarias y, por ello, democráticas y apegadas a la libertad política que se sigue de un régimen en el que todos aspiran a vivir de lo suyo” (I.P.C.R., p.44).
A través de sus obras, Luis Barahona nos ofrece una descripción integral del individualismo, donde se considera dicha característica como uno de los ejes centrales de explicación de la conducta del costarricense. Por ello, en Tres Notas sobre el Carácter Costarricense, Luis Barahona enfoca el individualismo en lo moral, en lo económico, en lo social y en lo político. Sobre esta circunscripción vamos a recoger algunos de sus señalamientos.
Para Luis Barahona, “el aspecto moral de nuestro individualismo tiende, más que a promover los valores de la personalidad por la defensa de los propios derechos, a cerrarse y condenarse en un frío egoísmo que sólo tiene los ojos puestos en la posesión y disfrute de bienes materiales y de placeres meramente sensibles" (G.I./3.N., p.202). Luis Barahona considera que la explicación y la causa de nuestro individualismo e inestabilidad “hay que buscarla en la anarquía interior, que trasciende a la vida social y política. En efecto, cada uno propende a afirmar dentro de sí su propia voluntad, concebida como puro impulso vital ilimitado, haciendo de esta afirmación su propia norma, la cual conspira contra la norma ética por ser ésta una expresión de tipo racional. De aquí la incomprensión de los ideales éticos y el menosprecio del autodominio, ya que éste actúa a manera de freno sobre ese vigor primigenio que se desborda en infantil y anárquico capricho. De aquí, en suma, su irresponsabilidad, tanto en la esfera de su comportamiento individual como en su actitud pasiva, indiferente al desorden y extravío que pueda darse en la sociedad en que vive" (S.H., p.86).
Pero, el individualismo presenta algunas manifestaciones de autoafirmación personal que poseen un valor moral positivo. Por esto, la meta no es simplemente condenarlo, sino transformarlo hacia una promoción de la autenticidad personal. Así, al considerar nuestro autodidactismo, Luis Barahona se cuestiona "hasta qué punto el carácter algo huraño del costarricense puede tomarse como individualista; desde luego que hay algo de esto, pero creo que el autodidacta nuestro era, en el fondo, un ser marginado que a duras penas se abría campo hasta colocarse en situación que le permitiera llevar una vida por lo menos decorosa. Es a este afán de superación que debemos el que algunos talentos no se frustraran definitivamente y dieran, al menos en parte, su fruto" (P.E., p.29).
El individualismo moral tiene su efecto en lo económico. En este ámbito, Luis Barahona le atribuye también una influencia al ancestro español: “El sentido de justicia y el sentimiento de la caridad no pueden ser más españoles, pero considerados ambos en el plano individual; con el primero se vincula el individualismo, que suele degenerar en egoísmo y egolatría; con el segundo, la insolidaridad del hombre hispano en el orden social. La desigualdad nos vino de la organización social y económica de la colonia, constituida según el modelo de la organización social del medioevo español” (S.H., p.132).
Luis Barahona expresa las bases del individualismo económico en términos de un cierto tipo de pragmatismo tico: “Aquí, el individualismo, dotado de gran sentido práctico, trata siempre de resolver los problemas de toda índole, pero, sobre todo, los materiales, sin mirar las implicaciones que puedan tener con los problemas del prójimo... Este es el verdadero fondo de nuestro individualismo, un egoísmo larvado sostenido por un falso sentido del instinto de posesión" (I.P.C.R., p.113).
Así, el individualismo económico ha generado y se ha sostenido gracias a un pragmatismo político que favorece un economía endeble, en donde “el costarricense se ha distinguido siempre como de espíritu conservador, apegado a la rutina por temor de enfrentarse a lo inesperado, con la idea de que es mejor atenerse a la realidad presente dada que intentar cambios... Nada de filosofías ni de ideologías, se dice frecuentemente: debemos ser pragmáticos, sólo los buenos resultados prácticos valen, son verdaderos y aceptables... De aquí nuestros mayores males, a saber: una educación sin horizontes humanos, una política miope, una economía encanijada, una cultura aldeana, una vida meramente vegetativa... En esta concepción no entra para nada el sentido de la solidaridad, la promoción del hombre, no como individuo, sino como persona” (A.P., p.20‑21).
En Anatomía Patriótica, Luis Barahona considera que el empirismo tico logró así establecer y camuflar la división económica que nos afecta al “consolidar una nacionalidad equilibrada, pacífica y amante de la cultura y del progreso sin sobresaltos, sin cambios bruscos que pudieran afectar los intereses de los ricos, o sea, de las oligarquías que tradicionalmente nos vienen gobernando sin interrupción desde 1821" (A.P., p.20).
En Tres Notas sobre el Carácter Costarricense, Luis Barahona nos dice que “en el aspecto social el costarricense es acogedor, de modales sencillos, afables, de espíritu conciliador y tolerante. Con tales prendas es lógico que la vida de relación transcurra por un cauce normal, disfrutándose de sosiego y de paz, tanto en el círculo de la vida hogareña, como en el ámbito de la nación entera" (G.I./3.N., p.202). La paz es quizás otra de las características del costarricense que podría haberse destacado en este enunciado; sin embargo, no se la incluye, ya que depende y expresa fundamentalmente su tolerancia.
En lo social, la solidaridad del costarricense se manifiesta sólo en casos de desastres o emergencias, mientras se vive normalmente con gran indiferencia para los problemas del prójimo y encerrado en los asuntos propios o de la familia. Así, “nuestros lazos de amistad son fríos e inconsistentes, hay desconfianzas recíprocas y pocas veces se llega a establecer un vínculo sólido e irrompible. Más bien propendemos a eludir los compromisos que suponen un poco de altruismo; ahora que si se trata sólo de pasarla bien, sin mayor sacrificio material o económico, todo el mundo está siempre dispuesto a recibir y formular invitaciones para fiestas y saraos, recepciones y espectáculos. Pero que no se nos toque el bolsillo porque enseguida tenemos la negativa en la boca" (A.P., p.15).
La pasión del mando y el caudillismo se expresan, en nuestro individualismo político, bajo formas de un paternalismo político que ha propiciado, mediante una propaganda hábil y persistente, que el ciudadano se acostumbre a esperar que el Estado resuelva todos los problemas y proporcione los medios necesarios a todo tipo de instituciones. Por tales motivos, “este mismo individualismo hace que cada cuatro años los figurones políticos, inflados con el poder que les confiere el triunfo en las urnas electorales, generalmente desprovistos de auténticos valores personales, tratan de imponer las nuevas fórmulas improvisadas" (G.I./3.N., p.204). Por su individualismo político, “el sistema tradicional de la política costarricense ha modelado un tipo de ciudadano indiferente a los verdaderos problemas políticos de la nación" (G.I./3.N., p.204).
Finalmente, al analizar el quijotismo, Luis Barahona nos ofrece la visión de un aspecto de nuestras costumbres mentales, que hace que nuestro pueblo “no sólo vive de espaldas a este mundo, sino que con frecuencia lo inmola a su capricho injustamente" (G.Q., p.47); cuyo trasfondo afectivo lo define como una ilusoria actitud ante la realidad que tiene un efecto particular en la vivencia patriótica del costarricense. En ésta, la patria constituye un ideal sobresaliente y muy querido que despierta fácilmente la fidelidad afectiva; pero la acción patriótica correspondiente es deficiente, salvo en raras excepciones donde la vida nos ha enfrentado con su dramática presencia y nos obliga forzosamente a escoger. Por eso, Luis Barahona insiste en que la patria tenemos que hacerla.
Así, en Glosas del Quijote, Luis Barahona nos precisa que “eso que se ha llamado quijotismo, no es más, si bien se mira, que ese estilo trágico de vivir una doble vida, o una vida que no logra su objeto por trastrocar los fundamentos reales dados en este mundo, merced a la contemplación anticipada del otro mundo, o siquiera, de otro mundo cuyas leyes burlan con frecuencia ese rigor que ciñe y aprieta con forzosidad inapelable toda carne, todo ente corruptible. Nuestra historia es la historia de esta conducta rara, de este peregrinar entre dos mundos: el real y el ideal, con los pies descalzos, sangrantes y la mirada transfigurada, y, a las veces, desorbitada" (G.Q., p.46).
En El Ser Hispanoamericano, Luis Barahona nos presenta el quijotismo como una consecuencia de lo que clasifica como espíritu fáustico. Según el autor, el latinoamericano tiene una tendencia fáustica en la que la acción queda supeditada al instinto y no a las ideas: “se hacen las cosas por imperiosa necesidad o porque se tiene "ganas" de hacerlas, porque "lo pide el cuerpo", como decimos en el habla corriente. Si no vienen las ganas o no se da la urgencia del caso, permanecemos en la inacción, en un estado de laxitud, de abandono, que nos lleva al abatimiento y la tristeza" (S.H., p.81). Pero, la ausencia de inquietudes morales de esta tendencia fáustica debe enfrentarse con la concepción moral recibida de la herencia cristiana. De ahí la tendencia quijotesca, como una solución psicológica a los problemas éticos que no se quieren asumir en todo su rigor concreto.
En las bases de este comportamiento, Luis Barahona reconoce el aporte de la herencia indio‑hispana: “Del indio tenemos, sin lugar a dudas, la proclividad sensual, un tanto acentuada por el calor del trópico, lo mismo que del español, sobre todo por conducto de la sangre andaluza, que alcanza con frecuencia el arrebato lírico en el verso y en la prosa de muchos de nuestros poetas y escritores" (S.H., p.131‑132).
Este quijotismo y actitud fáustica se enlazan necesariamente con las otras cualidades o defectos del costarricense. Por una parte, este tipo de conducta tiene relación con la posición individualista del costarricense: “Nuestro liberalismo, no sólo aquí sino en toda América, fue, sobre todo, un movimiento que se caracterizó por ser un romanticismo de la acción, tal como lo he puesto de relieve al tratar del espíritu fáustico del hispanoamericano" (I.P.C.R., p.49).
Por otra parte, esta modalidad del comportamiento tiene también efectos en el pensamiento nacional, donde según Luis Barahona caemos en el ensayismo, la repetición de concepciones importadas, la superficialidad y la ausencia de originalidad creativa: “El hispanoamericano ‑ nos dice ‑ tiene pocas ideas, fundamentalmente porque no define las cosas que le rodean, porque no las constriñe a sus datos esenciales. Con frecuencia nuestras principales manifestaciones intelectuales adolecen de endeblez y superficialidad, dominando, en cambio, la inspiración y la fantasía sobre lo concreto y lo real" (S.H., p.68‑69). Esta deficiencia del latinoamericano se concreta en la manera de hablar del tico, la que se caracteriza por el uso del circunloquio: “El costarricense medio tiene una visión de las cosas de tipo intuitivo y la expresa en oraciones mal elaboradas, imprecisas, teniendo que recurrir a la reiteración de los conceptos para expresarse, por lo que da la impresión de no tener ideas claras ni definidas" (P.E., p.30).
En resumen, Luis Barahona atribuye a este comportamiento, sin sentido preciso de las implicaciones reales de las cosas, las dificultades para lograr consolidar nuestra patria: "Ese tipo de quijotismo, pregonado por algunos como medida salvadora, es la causa de la ignorancia en que por tantos siglos hemos vivido acerca de nuestro propio ser y valer, y por ello mismo, del atraso social y material que hoy por hoy nos abochorna y nos hace sentirnos con un complejo de inferioridad al lado de otros pueblos y de otras razas" (G.Q., p.47).
Después de exponer rápidamente estos cuatro elementos fundamentales que Luis Barahona atribuye al carácter nacional, es conveniente repensarlos desde otra perspectiva. Para ello, es útil asumir una tipología sencilla, pero insinuadora; aunque sus conceptos son categorías ideales, que nunca se realizan plenamente. Con frecuencia se suele hablar de tres tipos de hombre que podríamos llamar, el hombre de fuerza, el hombre de derecho y el hombre de amor, según sea el aspecto fundamental que domina su conducta.
El hombre de fuerza es realista y cínico; posee un importante sentido de las necesidades vitales y expone constantemente su vida para exaltarla. El hombre de derecho se guía por un ideal de organizar conceptualmente las realidades y aún de racionalizar los procedimientos al establecer reglas claras de conducta. No concibe la humanidad como fruto de la voluntad de poder, sino como expresión de la inteligencia. Contrapuesto al hombre de fuerza que es amante del riesgo, el hombre de derecho es admirador de la seguridad y, por consiguiente, de la legalidad. Prefiere la diplomacia a la guerra, pues le parece más racional y plenamente humana. Finalmente, el hombre de amor es un ser del tipo espiritual que se dedica a grandes causas y cree en la reciprocidad, en la generosidad y en la abnegación como pautas de realización. Se acerca en cierta medida al hombre de fuerza, pues no le teme al riesgo; pero su perspectiva es diferente: mientras el hombre de fuerza arriesga continuamente su vida para exaltarla, el hombre de amor busca el triunfo de los valores del espíritu humano, sin temerle al sacrificio y ni a la entrega.
En el costarricense, como en cualquier otro pueblo, todos tenemos algo de los hombres de fuerza, de derecho y de amor, ya que las cualidades implicadas son estructuras fundamentales de la dimensión humana. El problema concreto es un asunto de énfasis, ya que siempre hay un más y un menos. En nuestra vida real, nos acercamos más a una u otra de estas categorías sin poder nunca responder a cabalidad a sus exigencias. Además es necesario aclarar que no existe propiamente el costarricense; lo que existimos somos costarricenses concretos, cada uno con sus características personales. Sin embargo, a pesar de las variantes particulares de cada uno, en un pueblo determinado solemos encontrar ciertas tendencias dominantes que reflejan su idiosincrasia.
El tipo de carácter del cual el costarricense se halla menos cercano es el del hombre de fuerza. Basta hacer una comparación somera entre la conducta típica de los habitantes de nuestra patria y los vecinos más inmediatos, para darse cuenta de lo alejado que se encuentra el tico del polo de fuerza. Es evidente la contraposición entre la vitalidad ‑ casi biológica‑ del nicaragüense o del panameño y nuestra parsimonia y recelo, nuestra tolerancia y timidez. Ellos pelean en serio y por cualquier cosa; mientras el costarricense casi no lo hace, salvo cuando se ve acorralado por las circunstancias. El antimilitarismo del costarricense es así un reflejo de su idiosincrasia, ya que la milicia es fuerza y no razón. Además, comparadas con las de nuestros vecinos, la mayoría de nuestras peleas parece de juguete. Con frecuencia, salvo en sus manifestaciones más apachucadas, los costarricenses en vez de echar carbón a la hoguera, suelen intervenir para apaciguar los ánimos.
De hecho, el carácter nacional lleva al costarricense a pelear con palabras y, generalmente, con palabras no muy crudas; es decir, el tico es básicamente un diplomático que, con argucias y astucias manejadas por su sentido fáustico, pretende promover la razón sin imponer abiertamente su fuerza. Su nivel de agresión directa es relativamente bajo, ya que la agresividad tipíca del costarricense es lo que se suele llamar la agresividad pasiva. El costarricense es casi siempre una personalidad pasivo‑agresiva que prefiere usar medios más sutiles y camuflados para expresar su disgusto y para concretar sus ataques: boicotea, ridiculiza, "chotea"; para decirlo en una expresión popular, antes que golpear, prefiere bajar el piso a sus adversarios.
Los ticos nos acercamos bastante al polo del hombre de derecho. Nuestro sentido de la paz y la asentada democracia, así como la manera característica según la cual nuestros grupos en disputa resuelven sus conflictos es una prueba evidente de esta apreciación. Ciertamente, para algunos europeos y norteamericanos acostumbrados a una organización más estricta, la espontaneidad y cierto grado de anarquismo del costarricense los hará fácilmente poner en duda este juicio. No obstante, esta interpretación se debe con frecuencia a un prejuicio o a una concepción demasiado matematizada del derecho y de la cultura misma de nuestro pueblo, en la que influye esa tendencia fáustica que señala Luis Barahona.
Ciertamente, el costarricense lo suele resolver todo jurídicamente, pero tiene una concepción amplia del derecho que ha creado, por así decirlo, un tipo particular de jurisprudencia cultural muy acomodaticia que le permite defender su sentido vital latino, sin tener que recurrir a la fuerza, sin arriesgarse, ya que todo ha sido definido en cierta manera de antemano.
Luis Barahona nos ofrece una serie de consideraciones interesantes sobre el quehacer costarricense con respecto al derecho, donde su individualismo y orientación fáustica se manifiestan no tanto en la definición de las leyes (la que refleja con frecuencia su quijotismo), como en la vivencia concreta de nuestro sistema jurídico. “El costarricense se somete mansamente a la ley cuando ésta se hace sentir, pero actúa como si no existiera cuando se trata de su propio provecho, es decir, en materia de negocios, de contratos y de herencias. También se acusa mucha arbitrariedad en el campo de las relaciones humanas cuando éstas vienen reguladas por reglamentos oficiales o particulares; en estos casos imperan los sentimientos de simpatía o el interés sobre las normas de justicia y equidad" (G.I./3.N., p.201‑202). Así señala que en nuestro país, por estas razones, existe una anarquía institucionalizada que moldea un manejo muy particular de la situación jurídica: “Ya no se sabe quién manda ni qué es lo que se manda. Las leyes, los reglamentos, las disposiciones todas se discuten y se aplican según la casuística de estilo, según sea el jefe y la órbita de acción de cada Poder" (A.P., p.33). Pero, esta arbitrariedad no es solamente una prerrogativa de los poderosos, sino un reflejo de una mentalidad nacional, puesto que “nosotros creemos que el régimen democrático republicano consiste en hacer cada cual lo que le venga en "gana", no en hacer lo que se estatuye en las leyes. Las leyes se cumplen a medias, según convenga, según el interés dominante, o se cumplen a la fuerza, porque no hay más remedio, pero es muy frecuente que no se cumplan del todo, con el beneplácito general, con la aprobación plebiscitaria del silencio calculado. Se trata, pues, de una anarquía institucionalizadora" (A.P., p.32).
Por estas razones, el temperamento del costarricense se controla por procedimientos más informales o culturales, que por los mecanismos estrictos del derecho formal. Todo aquello que se sale de lo permitido, es socialmente manejado con diversos sistemas de control, formal e informal, entre los que en su realidad práctica funciona con más frecuencia el choteo que el derecho. Así, el choteo es una forma pasivo‑agresiva de control cultural, que actúa con un cierto sarcasmo incisivo, a veces con dejos no muy amigables, pero nunca directamente violentos. Se dice, verbi gratia, que en Costa Rica ningún escándalo dura más de ocho días; eso tiene que ver también con el sistema de control social del costarricense. Como el escándalo se sale de las reglas, inmediatamente, tiene que ser atacado, criticado, controlado, porque prolongarlo sería poner en duda las reglas mismas. Después de una primera crítica inicial, el costarricense prefiere ignorarlo, enfocar la atención hacia otro punto; según la expresión popular, “hacerse el de la vista gorda.” La próxima vez habrá un antecedente más y, mientras tanto, es mejor seguir usando un celoso choteo. Por eso, también, el tico adquiere su seguridad emocional al negar psicológicamente el escándalo, ya que salva, en principio, la primacía de las leyes y amplia, en la práctica, su jurisprudencia cultural con pautas de tolerancia.
Como pueblo de derecho, Costa Rica no es nunca tierra de aventuras locas. El costarricense es sustancialmente conservador. Los cambios bruscos lo desconciertan. Como la ley misma, la vida y la cultura costarricense cambian en forma evolutiva, respetando siempre ciertas normas de procedimiento, determinadas por su espíritu tolerante y su trasfondo individualista. En el fondo, como el tico es un personaje tímido, usa el respeto a la ley como una de las mejores garantías de su timidez.
Algunos místicos sostiene que, cuando entramos en el mundo del amor, la ley pierde sentido, pues éste la sobrepasa. Pero, el costarricense difícilmente va más allá del mundo racionalmente medido de la ley. Su espiritualidad no es una de esas cualidades sobresalientes. Indudablemente, el tico es más espiritual que vital, pero en él ambas cualidades son bastante discretas. Por eso, Costa Rica es más un mundo de maestros, de ensayistas intelectuales, de literatos conceptuales o descriptivos; que el caldero ardiente de poetas de escapes místicos y pasiones desenfrenadas, o de empresarios y generales osados y aventureros.
Sólo los años de vida entre costarricenses dan una comprensión cabal de nuestro carácter. Sin embargo, un camino discreto para conocernos mejor, para darnos a conocer y para tomar conciencia de lo propio, es la honesta comparación con lo ajeno. Por ello, al recorrer el mundo y ver otros pueblos, llega uno a percatarse de la originalidad del costarricense; originalidad no quiere decir genialidad sino, simplemente, la afirmación de una manera propia de ser, con sus vicios y sus virtudes. Desgraciadamente, con frecuencia se usa esta disposición no para captar y superar nuestros defectos; sino, para confirmar nuestras pequeñas virtudes al destacar los defectos contrapuestos de los otros.
La originalidad y sentido auténtico del carácter costarricense implican muchos aspectos, algunos de los cuales Luis Barahona nos los recuerda cuando señala otros factores que también podrían ser tomados en cuenta en este breve análisis de la idiosincrasia costarricense: "Son muchas las notas y matices que contribuyen a completar las líneas características del costarricense; así podríamos hablar de su sentido del humor, del chiste, en su doble forma popular y culta; de su alegría algo recatada que culmina en el guipipía campesino, tan celebrado en otros tiempos por la musa de Aquileo; el aprecio por la cultura que se nota en el desarrollo de la enseñanza en todos los planos; la religiosidad, un poco debilitada en los últimos tiempos, pero que se manifiesta en las situaciones límites con toda autenticidad y en formas un tanto sensuales en las funciones del culto y en los homenajes que se tributan anualmente a la Negrita y en épocas de congoja nacional. Pero también hay que agregar, por más que duela, nuestra falta de coraje para las empresas riesgosas, el creciente espíritu de lucro, el sensualismo erótico que estimula la prostitución en forma creciente, el alcoholismo, fomentado desde la altura por el Estado y promovido en forma inmoral por la propaganda, el contrabando, el robo y el chantaje, así como mil formas de burlar las leyes fiscales del país" (G.I./3.N., p.205).
De cualquier manera, en la descripción de nuestros defectos, el espíritu de Luis Barahona es constructivo y se expresa en la necesidad de impulsar el talante moral de nuestro pueblo, ya que “tenemos también valores positivos que de ningún modo deben ser destruidos porque constituyen el mejor legado de las generaciones pasadas, uno de ellos es la tolerancia, verdadera virtud nacional que nos distingue de los otros pueblos de América y que nos ha permitido alcanzar un alto grado de progreso" (J.P., p.15).
" Los ideales son la clave misteriosa del éxito,
los perfeccionadores del hombre
y los verdaderos autores del progreso social.
Pero Qué ideales puede formarse un pueblo
que ha hecho norma de su vida el pesimismo,
por considerar que al fin de cuentas
todo esfuerzo queda aniquilado
por la mala suerte? "
LUIS BARAHONA JIMÉNEZ,
El Gran Incógnito, p.58‑59.
En apariencia, hablar de idiosincrasia y de talante patriótico es casi la misma cosa. No obstante, presentan diferencias significativas. La idiosincrasia es la índole del carácter de un pueblo; la que señala o marca el rastro que dejan en el alma de las personas las cosas vividas, conocidas y sentidas y que determinan un modo peculiar y privativo de ser que las distingue de los demás. Por el contrario, aunque supone las cualidades que moralmente lo diferencian de otros pueblos o conjuntos de personas, el talante patriótico se refiere al modo de ejecutar sus cosas. Por ello, el talante implica una intencionalidad, disposición, estado o calidad de las relaciones humanas involucradas, que dependen de la voluntad, deseo o gusto de los participantes.
Aunque ambos se implican e interrelacionan, existe una relación dialéctica entre idiosincrasia y talante que los distingue como polos contrapuestos y complementarios de la praxis patriótica. De hecho, se puede constatar una diferencia sustancial ligada al papel que asume la vivencia del tiempo en cada una de estas modalidades de la acción patria. Contrapuesto al carácter que depende de condiciones preexistentes; como disposición existencial, el talante no se fundamenta básicamente en el peso que tiene el pasado en el presente, sino en la manera como desde estos fundamentos se mira el futuro. La interrelación entre carácter y talante supone así la dialéctica esencial del quehacer humano entre pasado y futuro.
Como objetos naturales, los seres humanos están en el tiempo, son una cosa entre las cosas; pero, como personas es, por el contrario, el tiempo el que está en ellas, ya que son una realidad que supera los límites de su materialidad. El tiempo es así un elemento constitutivo de la realidad personal, ya que lo humano se construye al inventar un futuro a partir de un pasado asumido responsablemente. En el presente existencial de los seres humanos, el pasado impone su peso que influye como condición, hábito y memoria; mientras el futuro evidencia su soplo espiritual como deber, aspiración y proyecto.
El carácter o idiosincrasia es un asunto psicológico; mientras el talante es una realidad moral. De esta manera, sobre las bases del carácter, en el talante asumen un papel esencial los ideales y las metas a futuro que orientan la determinación personal. El talante patriótico es la suma de los intentos personales con respecto a ese ideal compartido que llamamos patria. Para Luis Barahona, la patria nos compromete con el futuro. Así señala que “en la misma medida de nuestra responsabilidad para con el presente hay que medir también nuestra responsabilidad para con el futuro" (P.E., p.56).
Luis Barahona considera que es el aspecto ético y religioso “el que define el talante costarricense en sus aspectos de mayor trascendencia” (P.E., p.55). Sin embargo, aunque constata que todavía un sector mayoritario de la población conserva sus creencias religiosas, fundadas en un rica experiencia y mentalidad cristiana, Luis Barahona señala profundas deficiencias en nuestra vivencia religiosa, ya que un “falso cristianismo se ha consustancializado con nuestra idiosincrasia, hasta el punto de que, sea cual fuere la iglesia a la que se pertenezca, protestante o no, se caracteriza por su falta de caridad fraterna, por el individualismo más indiferente a las necesidades del prójimo" (J.P., p.67). Para Luis Barahona, a pesar de la riqueza de los aportes del cristianismo en nuestras raíces patrióticas, éste tiene serias dificultades para orientar como debiera nuestro quehacer puesto que “nuestra religiosidad es superficial y fácil (facilona como decimos), sin exigencias éticas, sin sacrificios, sin entrega y renunciamientos nobles" (A.P., p.42).
En el mismo sentido, Luis Barahona insiste con frecuencia en las deficiencias actuales de la moral de nuestro pueblo. Para él, "no cabe duda de que en la constitución de nuestro ser moral hemos recibido una herencia sumamente valiosa, transmitida a través de las enseñanzas hogareñas, herencia de raíces cristianas que conformaron nuestro modo de ser y que es el fundamento de nuestra nacionalidad. Pero esta herencia es tan sólo algo latente que apenas si se deja sentir en las horas de angustia colectiva cuando el soplo de las grandes tragedias nos obliga a buscar asidero en la roca viva que nos sirve de apoyo y nos religa fuertemente. En cambio no se manifiestan estas vivencias heredadas en el vivir cotidiano, con lo que cada vez se atenúa la eficacia de aquellos ideales de vida, prevaleciendo en su lugar el materialismo y la concupiscencia más desenfrenada" (I.E.P., p.18).
En La Patria Esencial, nos ofrece una descripción sintética de la situación actual que merece ser citada, a pesar de lo relativamente larga que es, ya que ofrece elementos importantes para captar los problemas fundamentales del talante patriótico nacional. En ella, se especifican los principales problemas de conducta que afectan a nuestro población en contraposición con ciertos valores destacados como una respetable herencia del pasado. Pero, al mismo tiempo, se concreta que en el talante de un pueblo no existe determinismo, sino una exigencia de superación permanente que responsabiliza a todos y, particularmente, a aquellos que cumplen tareas particulares de significación e importancia sociales, es decir, a los que de alguna manera forman la mentalidad de un pueblo.
Este importante texto reza así: “Algunos dicen que no somos mejores ni peores que nuestros abuelos, pero no cabe duda de que en algunos aspectos hemos desmejorado mucho. El grado verdaderamente alarmante de alcoholismo, el auge de la prostitución en sus diversas formas, los atracos, los crímenes, los negocios turbios a todos los niveles, el incumplimiento de los deberes, el poco valor que damos a la palabra empeñada, la mentira fácil para salir de apuros, la poca exigencia que tenemos para cumplir con nuestros deberes y para demandarla de los servicios públicos, la indolencia con que vemos la desmoralización creciente y la falta de solidaridad social para acometer empresas de bien público o siquiera, para aliviar los males de nuestro prójimo, todo esto y mucho más que dejo de mencionar, dicen tanto a cualquier persona sensata, que no hace falta más que un poco de sentido común para darnos cuenta de que el hombre costarricense de hoy va camino a perder muchas de las virtudes heredadas. Es un proceso creciente de materialismo que acabará por llevarnos a la ruina moral, si no reaccionamos a tiempo; estamos poniendo las bases para llegar a una completa alienación cultural, social y política. De todo esto somos responsables, algunos en mayor mediada, según sea el grado de participación que hayamos tenido en la educación moral de las últimas generaciones, educadores, políticos, intelectuales, artistas, hombres de negocios, sacerdotes, padres de familia, líderes de comunidades, periodistas, etc., etc.” (P.E., p.55‑56).
Por ello, en esta dimensión del quehacer humano que implica una responsabilidad hacia el futuro, se genera la presencia de una dialéctica entre la comprensión y la acción específica de los seres humanos. Las personas afirman su condición y dignidad gracias a la inteligencia e imaginación creadora que les permiten idear el porvenir y valorarlo, en términos de una captación crítica de las diversas situaciones, gracias a normas y criterios que nos aportan las experiencias del pasado; en donde la dimensión ética esencial se manifiesta como una exigencia de superación en función de valores aceptados como superiores. Por eso, “hemos de saber en qué forma se juzga nuestro propio ideal de vida, nuestra empresa, la figura que le vamos dando a nuestro vivir, no para dotarla de originalidad, pues la originalidad no se fabrica voluntaria y conscientemente, sino que adviene impensadamente en el fluir de los hechos, de la realizaciones, sino para darle sentido, para justificarlo, y, sobre todo, para salvarlo, ya que vivir es, ante todo, una empresa de salvación personal, una conquista de la vida en cuanto vida" (G.Q.,p.72).
Uno de esos valores fundamentales es la patria. Sin embargo, ningún valor actúa solo. Por el contrario, su drama existencial consiste en que el bien no aparece para el hombre como algo sencillo, sino como un equilibrio fluido y dramático entre valores con exigencias con frecuencia contrapuestas que deben ser correlacionadas y jerarquizadas, asumidas y ejecutadas en acciones que, parcialmente, las encarnan y las comprometen. "Este descubrimiento es fundamental, pues nadie que haya llegado a esta altura del vivir querrá seguir adelante sin la certidumbre de ir por el buen camino, pues los días están contados, las fuerzas pronto empezarán a decaer y no será posible volver atrás o empezar nuevamente con el mismo horizonte de posibilidades" (G.Q.,p.72).
El ser humano se afirma como persona al proyectar su vida interior en el mundo exterior; ésta adquiere sentido al materializarse en obras, al encarnarse. Por esto, la definición y búsqueda de objetivos en lo social se evalúan en términos de sus coyunturas y se sopesan según las posibilidades reales de su ejecución. Sin embargo, las diversas funciones y aspectos de la praxis se integran siempre, con grados diferentes de importancia y efectividad, en cada una de las labores humanas y determinan las condiciones integrales de su quehacer. Por tal motivo, la praxis humana de lo patriótico puede ser analizada desde sus condiciones, funciones y aspiraciones esenciales, ya que cada uno de estos aspectos tiene ciertas acciones concretas en las que se expresa de manera más completa y adecuada.
La vivencia moral del futuro depende de una organización de medios en función de fines. “Solamente estructurando la sociedad sobre auténticas jerarquías morales, enalteciendo los valores personales es posible detener esa corriente que desintegra al ser humano, reduciéndolo a la categoría de instrumento inerte, incapaz de pensar, sin conciencia de las propias responsabilidades y del puesto que debe ocupar en la vida" (I.E.P., p.27).
Pero, ésta es también una realidad pragmática, que se rige por el principio de eficiencia, es decir, por la exigencia de la obtención certera y precisa de resultados al menor costo posible. La eficiencia implica necesariamente un principio de economía, es decir, la exigencia racional de minimizar los esfuerzos y de maximizar los resultados. Esto justifica en parte el sentido del pragmatismo a lo tico de que habla Luis Barahona. Pero, la eficiencia no se mide en abstracto; sino en concreto, en función de las metas propuestas. Por tal razón, cualquiera organización pragmática de la acción humana también puede ser interpretada desde el fin que se pretende alcanzar.
Al ser el fin el que define los objetivos que establecen las razones que determinan el por qué y para qué hay que organizar los medios, el problema esencial en dicho caso es el de la fundamentación de esos fines, donde lo axiológico y la visión del mundo se vuelven esenciales. De lo contrario, caemos en la anarquía que afecta con frecuencia el quehacer nacional. Pero, "esta anarquía no es simplemente una herencia, un modo de ser consustancializado con nuestras costumbres y nuestra psiquis nacional, de tal modo que tuviéramos que admitirla como un mal sin remedio, sino que obedece a factores que pueden ser erradicados y que hay que extirpar de nuestro cuerpo social" (A.P., p.34‑35).
Pero, en esta necesaria ubicación de los planteamientos éticos y de las demandas valorativas, se enfrenta y fundamenta la necesidad psicológica de cambio que lleva a los seres humanos a seguir con imprudencia y falta de sólida reflexión los asuntos que aparecen como los gritos de las modas y estereotipos del momento. Aunque estos cambios pueden aportar innovaciones valiosas, con frecuencia también engendran degeneraciones perniciosas, si no se asumen con prudencia y pleno sentido de responsabilidad.
Por eso, Luis Barahona señala que "hoy las gentes no viven ya de acuerdo con los patrones tradicionales; tienden a modificarlos, sea para adaptarlos a los nuevos tiempos, sea para darse otros diferentes... Ahí están, sin ir más lejos, los modos de vestir, los gustos musicales, las formas de diversión, la libertad irrestricta en las relaciones sexuales, el abandono creciente de toda forma de religiosidad, las nuevas ideas en materia política, artística, literaria y filosófica, la tendencia a abandonar el trabajo material y el deterioro constante de la moral en sus formas privadas y públicas, así como los vicios y delitos que hoy ya no son privativos de una determinada clase social, sino se han ido introduciendo a todas" (P.E., p.101).
Pero, el cambio es parte sustancial de la vida humana y su necesidad se manifiesta siempre como un elemento central de la juventud, que es la que tiene sus ojos puestos en el futuro. Sin embargo, el papel de los adultos no es frustrar esas pretensiones, sino orientarlas adecuadamente según su propia experiencia, respetando la autonomía y responsabilidades propias de los jóvenes. Tal es la tarea esencial de toda educación patriótica.
Gracias a un sentido integral y coherente con una adecuada escala de valores, la tarea educativa puede ofrecer la madurez de las experiencias vividas a aquellos que enfrentan el futuro con profundas aspiraciones e inquietudes, que suelen carecen con frecuencia de un sólido conocimiento de las implicaciones concretas de la realidad humana. “Desgraciadamente, ‑ señala con pesadumbre Luis Barahona ‑ en vez de abrir los ojos y percatarnos de las inquietudes que sienten los jóvenes en la actualidad, del enfoque crítico que ellos están realizando por su cuenta y a su manera, del agravamiento de los problemas de todo orden que día a día se incrementan y agudizan en nuestra patria, las gentes corren presurosas, angustiadas tras del incremento del lucro en todo tipo de actividades sin importar los medios que para tal fin se utilizan. Nuestra sociedad, da pena confesarlo, es cada vez más materialista, más egoísta, más esclava de pasiones bastardas y ruines; se está deformando el tipo de hombre costarricense, a pesar del dinero que gastamos en educación, en cultura y en actividades religiosas. El panorama que ofrecemos a nuestros hijos es un despliegue de vicios, cada vez más refinados si se quiere, pero, a la vez, más sucios y corruptos. Entre tanto, el pobre languidece en su covacha miserable, el peón se desmaya de hambre sobre el surco, sus hijos mueren sin asistencia médica de inanición, de desnutrición, y los jóvenes que han logrado sobrevivir a una vida de provocaciones se encuentran en una perspectiva que le cierra el paso a todo proyecto de mejoramiento profesional o cultural, cayendo en la frustración, el vicio y muchas veces el suicidio" (J.P., p.195‑196).
La realización patriótica es una labor que conjuga una difícil relación entre los requerimientos pragmáticos y las exigencias éticas. Al querer alcanzar algún objetivo por medio de acciones concretas, el quehacer pragmático precisa cómo hacerlo, pero no puede definir qué es lo que se debe hacer, ya que funciona según esquemas hipotéticos en los cuales las determinaciones esenciales son dadas desde afuera por las opciones y elecciones del ser humano, cuya coherencia y sentido se precisa desde labores reflexivas y opciones morales.
No obstante, aunque el mundo moderno sobrevalora los resultados prácticos, las ventajas de lo pragmático son también engañosas. Al ser esencialmente instrumental, lo pragmático depende de las características de la concepción del mundo que se tenga; donde además los procedimientos corrientes condicionan los alcances y modalidades de sus fundamentos axiológicos fundamentales. Lo pragmático es así una posición parcializada, fundada en una visión abstracta de la realidad, que una adecuada búsqueda de lo concreto debe complementar para alcanzar el pleno sentido de la existencia humana. Por esto, aunque tenga sus propias características y eficiencia, el polo pragmático es finalmente dependiente del aporte de las labores intelectuales que fundamentan la escogencia de la meta o metas a alcanzar.
Por tales razones, la conducta pragmática implica siempre un pensamiento actuante cuya intención, consciente o inconsciente, es transformar el mundo según sus deseos y aspiraciones. Pero, aunque se enriquece con los aportes de pensadores y teóricos académicos, este pensamiento no puede ser interpretado como si fuera un distintivo de la academia, ya que de hecho suele diferir de ciertas posiciones de uso frecuente entre los académicos. De hecho, el enfoque teórico de muchos pensadores, cuya intención consciente es captar de la mejor manera posible la globalidad del universo, olvida con frecuencia ubicar el pensamiento en la necesidad de responder a desafíos existenciales concretos. Por tal motivo, en la comprensión de los fundamentos de su acción, muchas veces la actuación de las personas sencillas suele comprender mejor el sentido concreto de sus exigencias vitales, que el complicado mundo del intelectual las suyas.
Sin embargo, la realidad patriótica tiene un profundo carácter filosófico. Luis Barahona nos recuerda que “en el fondo, o siquiera en el trasfondo de toda concepción social y política, subyace una idea del hombre que es la que da sentido a la acción histórica; de aquí la importancia de las tesis filosóficas que han alentado las varias formas de estado que ha habido desde la más remota antigüedad hasta nuestros días" (P.E., p.53). De hecho, una verdadera filosofía de la praxis social no es un ritual académico, sino una labor intelectual que se dedica fundamentalmente a explicar las razones y condiciones de las interrelaciones de las diversas realidades y funciones del quehacer social.
Así, como la dimensión axiológica de la realidad humana fundamenta la escogencia de las metas a alcanzar, cuando la inteligencia se dedica honestamente a buscar lo mejor para la humanidad, algunas luces nuevas pueden iluminar los claroscuros de la intuición corriente y corregir algunas de sus predeterminaciones tecnológicas, ideológicas o culturales. Por esto, para alcanzar sentido humano, los planteamientos filosóficos deben concretarse en orientaciones precisas del quehacer personal o social, sus demandas deben asumirse como compromisos morales y su adecuado manejo tiene que consolidarse a través de procesos educativos.
Luis Barahona tiene plena conciencia de su labor educativa: "Nuestra tarea ‑ señala ‑ es y sigue siendo tratar de hacer luz para provocar en todos los costarricenses una concientización sobre sus deberes y derechos. No podemos pretender un cambio en la vida social y política sin un cambio previo en lo personal" (A.P., p.97). El talante depende así de la educación, ya que ésta siempre va ligada a la formación de los mecanismos psicológicos de la acción humana. La formación del talante no es fruto de una acumulación momentánea de datos, sino es el efecto de la reiteración de procedimientos y acciones que sedimentan su espíritu en la dinámica existencial de las personas.
La educación no es instrucción, aunque la requiere; ya que la instrucción no es más que acumulación de datos en la memoria, mientras que la educación se concreta en el desarrollo de las actitudes, predisposiciones y modos de procedimiento. Por tal motivo, “no hay educación sin formación moral, cuanto más si se trata de aquellos hombres que habrán de llevar sobre su conciencia todo el peso de las responsabilidades políticas de un estado o nación. Por mucho que se cavile al buscar soluciones a los males sociales, si no se afrontan la causas morales de los mismos, no se avanza mayor cosa, porque el orden económico, social y político se sustenta en el hombre y éste en el orden o en el desorden de su obrar, según las acciones se dirijan libremente a la realización del bien o, por el contrario, susciten el caos, rebelándose contra la primacía de los valores espirituales en el ámbito de la vida individual y social" (P.E., p.88). Los problemas económicos, políticos y sociales dependen así de un trasfondo cultural, donde los requerimientos patrióticos son esenciales.
Nuestra idiosincrasia ofrece muy buenas bases, aunque se requiere fortificar el talante para corregir sus defectos. Por eso, Luis Barahona confiesa: “No veo razón para que un pueblo legítimamente cristiano, educado en normas de sabiduría e iluminado por los resplandores sublimes de la cruz, viva en postración, acosado tanto por las miserias del cuerpo como por las del alma" (G.I., p.74).
Al concebir nuestro talante patriótico como ligado intrínsecamente a la moral y la religión, para reorientar sus fundamentos de forma más coherente y creativa, Luis Barahona afirma que hay “problema religioso entre nosotros, y permanece en pie con caracteres de tremenda seriedad; quien quiera hacer obra de reconstrucción social debe resolverlo previamente, de lo contrario, irá al fracaso. Sus consecuencias son trascendentales ya que influye sobre amplias zonas de la vida social; su solución allana el camino a las mejoras de orden político y económico, mas su omisión traerá el rompimiento funesto del presente con la tradición del país, con lo esencial del nuestro espíritu democrático” (G.I., p.65). Esta primacía que otorga a lo religioso quizás moleste a aquellos que plantean primordialmente la importancia de los problemas éticos; sin embargo, no deja de tener razón, ya que las religiones han sido siempre las grandes maestras de lo moral.
Ante esta necesidad de reconstrucción de la formación religiosa y moral de nuestro pueblo, para consolidar un mejor talante patriótico, Luis Barahona atribuye un papel deformante a los grupos de interés que limitan el diálogo social: “Es lamentable que en este bello país, donde la democracia se respira hasta en el aire, la estrechez de criterio, los intereses económicos y el espíritu egoísta de quienes detectan el poder a través de los medios de comunicación, sólo se preocupan de alinear la mente de los lectores, ocultado todas las facetas de nuestros problemas nacionales, por temor de que la verdad pueda afectar al sistema de explotación del que medran y viven, sin importarles la miseria e ignorancia de sus conciudadanos" (P.E., p.66‑67).
En el mismo sentido, en una observación que quizás refleje un poco de nostalgia personal por cierta marginación sufrida, Luis Barahona señala que “no es que falten ideas buenas, ni personas capaces de sustentarlas y de impulsarlas, es que faltan los canales para darlas a conocer, para discutirlas ampliamente y hacerlas triunfar contra los grupos que controlan el poder y el dinero... El problema es que una nación donde no hay diálogo es una nación donde de hecho impera la voluntad de unos pocos" (A.P., p.58‑59). Este texto me recuerda la respuesta que me dio uno de los directores del principal diario del país cuando le cuestioné su limitada lista de colaboradores; simplemente me dijo en forma tajante que no había más plumas en nuestra nación.
El diálogo es una condición necesaria para fortalecer el talante patriótico con el fin de mantener y fortificar las virtudes nacionales y enfrentar responsablemente la superación de los posibles vicios. Al respecto, a pesar de sus profundas críticas de nuestros defectos, Luis Barahona mantiene siempre la esperanza, ya que su intención es promover el desarrollo nacional; y enfoca también destellos más alentadores, donde confía en la participación contributiva de las fuerzas vivas de la patria.
Esta necesaria superación depende de una formación moral que oriente las acciones en función de profundos valores sociales. "Cabe entonces preguntarse cuáles son los valores tradicionales que debe conocer y renovar la juventud, no para romper con el pasado por el pasado, sino para nutrirse en el subsuelo de la historia con aquellas energías que la fortalezcan y le permitan ser cada vez más dueña de su destino y más capaz de alcanzar su pleno desarrollo en el plano individual y en el social" (J.P., p.13).
El aporte fundamental de la tradición, Luis Barahona lo sintetiza en los valores fundamentales de libertad, democracia y tolerancia, mientras ubica los problemas en el individualismo, el presentismo, la falta de voluntad y el materialismo. Pero, el análisis de esta cuestión plantea el problema de pleno sentido del patriotismo.
" Todos los pueblos tienen alma,
pero esta alma no se revela
sino a quienes la saben buscar...
A los jóvenes nos toca esta labor.
A nosotros que vivimos
el verdadero amor patrio,
por cuanto aún no hemos manchado
la blanca estola de nuestras conciencias
con acciones indignas, antipatrióticas"
LUIS BARAHONA JIMÉNEZ,
El Gran Incógnito, p.12.
En la realidad cotidiana de los seres humanos existen palabras cercanas al núcleo central de su existencia personal o social, que se suelen expresar con frecuencia con la pedante sonoridad de la ignorancia. Como si se entendiera plenamente su sentido, se habla con aplomo y majestuosidad de amor, de amistad, de autenticidad, de generosidad o de patriotismo. Sin embargo, al tratar de explicarse a sí mismos la versatilidad de los desafíos que recorren las manifestaciones más inesperadas de su interioridad o las implicaciones de acontecimientos imprevistos que fuerzan los prejuicios establecidos, los seres humanos se dan cuenta de que desconocen gran parte del sentido profundo de su significación más esencial.
Patria es una palabra que no tiene un sentido integral en sí misma, ya que expresa una cosmovisión que sobrepasa necesariamente el propio término. Por tal razón, su significado se adquiere al ser interpretada desde un código particular, más cultural que lingüístico. Por eso, a pesar de la identidad formal del término, la concepción de patria difiere según los países y los momentos históricos, puesto que cada patria se hace y rehace continuamente en una labor comunitaria donde se destaca el flujo permanente de su sustento valorativo. La necesidad de desarrollar este trasfondo mental y comunicativo, tanto a lo externo como a lo interno, se expresa con emotividad en la siguiente indicación de Luis Barahona: "Cuánto, cuánto hay que hacer en esta patria chica para poder pregonar por los cuatro vientos nuestra democracia, nuestra cultura!" (G.I., p.59).
Cada pueblo en cada una de sus circunstancias tiene que expresar, pensar y meditar su significado, en un esfuerzo por entenderse a sí mismo como fundamento de su convivencia. Pero, este intercambio comunicativo tiene como base una manera particular de vivir, una cultura, y no necesariamente una unidad lingüística. Cada patria manifiesta así su originalidad y destino propios: "Los pueblos, como los individuos, ‑ nos dice Luis Barahona ‑tienen modos especiales, propios, intransferibles de vivir y esos modos se agotan en cada vida, porque, hablando con rigor, vivir es actualizarse en el gesto, en el estilo peculiar, y el estilo, ya lo dijo el filósofo bella y compendiosamente, el estilo es el hombre" (I.E.P., p.57).
En La Patria Esencial, Luis Barahona insiste en que ésta se funda en dos ejes centrales, la tierra donde se nace y el hombre real. Indudablemente, según el grado de importancia, se deben invertir los términos y decir: los seres humanos y la tierra (donde parece mejor usar la expresión seres humanos ya que supera un poco el trasfondo machista que implica la palabra hombre al referirse al género humano). Esta primacía de la realidad humana sostiene el siguiente enunciado de Luis Barahona: “Nosotros, los costarricenses de ayer y de hoy, constituimos una realidad y esa es la que cuenta, porque sin ella no hay patria, ni sociedad, ni cultura propia" (P.E., p.93).
No obstante, Luis Barahona también destaca la importancia de la tierra, la que se convierte en un llamado a una convivencia coherente con sus posibilidades de humanización. Desde esta perspectiva, con una mentalidad muy ecológica, considera que "los pueblos son más puros cuanto más compenetrados vivan con la naturaleza virgen, pues sólo por el contacto con ésta se establecen relaciones íntimas entre Dios y el hombre, entre el alma y la belleza que atesora la vida de los objetos orgánicos. El alejamiento de la naturaleza es señal cierta de que el hombre insensibiliza sus sentidos superiores; mas para que tal cosa suceda es necesario que el exceso de los placeres materiales destruya el equilibrio superior y embote los ojos y los oídos del alma" (G.I., p.77).
Al interrogarse sobre el amor o el patriotismo, los seres humanos necesariamente se cuestionan, al mismo tiempo, sobre lo que significa ser humanos y sobre la necesidad de precisar esa significación en circunstancias concretas (individuales, en el primer caso; y colectivas, en el segundo, donde las características del territorio son circunstancias específicas con sus alcances y limitaciones). Por eso, para consolidar la patria “se impone, pues, un retorno de los hombres hacia el hombre, hacia el señorío, hacia la autenticidad, en un palabra, hacia la virtud, única maestra que enseña el tan difícil arte de gobernarse a sí mismo y de mandar a los demás. Podríamos decir que todo el porvenir de las naciones radica en este cambio espiritual en torno al concepto del mando y del poder, ya que tal cambio supone una reeducación completa del hombre, de acuerdo con una reforma juiciosa en la que de nuevo se impongan los valores morales sobre los útiles, lo espiritual sobre lo material, y, sobre todo, el fin mismo de la vida humana" (G.Q., p.106‑107).
Con base en esta situación, se puede decir que la explicación del significado de lo patriótico es angustiante, ya que la patria comprende un profundo desafío existencial del quehacer comunitario de un pueblo, que no depende tanto de las características particulares de objetos específicos, como de la realidad humana que está inscrita en sus entrañas. Pero, la comunidad es una relación de seres humanos y el hombre de carne y hueso no es una esencia metafísica, sino una realidad existencial concreta, donde las manifestaciones externas reflejan y encarnan sus debates interiores. Pero, esta realidad existencial tiene un trasfondo moral esencial: “La virtud de ser hombres, y verdaderos hombres, es la primera y la suprema virtud y la suprema libertad"(G.Q., p.106). A lo que Luis Barahona agrega que “libertad sin razón es sinrazón, violencia" (G.Q., p.80).
La precisión del concepto de patria no es un asunto puramente objetivo. Por el contrario, implica una dimensión personal, subjetiva, en la que respiran las influencias del pasado, las demandas del presente y las perspectivas y exigencias del futuro, tanto de la realidad colectiva como de cada uno de sus integrantes. Las cosas son lo que son. Por ello, para manejarlas con éxito, el problema correlacionado solamente consiste en determinar con exactitud sus características y utilizar con habilidad las leyes de su desarrollo. Pero, las realidades propiamente humanas adquieren su significación plenaria en función de lo que pueden ser a partir de lo que son y han sido, donde la pauta central depende de la creatividad, la inteligencia, la disciplina, la responsabilidad y la fidelidad a valores asumidos. Por eso, señala Luis Barahona que “la vida, la realidad desborda cualquier intento explicativo y nos deja perplejos, confundidos con nuestro saber. Y esta es la gran tragedia del vivir, el poro misterioso por donde se cuela el dolor en la existencia, la base del enigma impenetrable del bien y del mal" (G.Q., p.79).
El significado existencial se precisa así en la determinación y escogencia de respuestas personales ante las potencialidades particulares, generadas por los antecedentes y las posibilidades de las circunstancias. Estas nunca son infinitas, ya que los seres humanos son seres en el mundo y esta materialidad impone siempre sus limitaciones. No obstante, la dimensión moral del quehacer humano y patriótico se orienta a cambiar y mejorar los derroteros existenciales en función de una idea de bien; por ello, la idiosincrasia no es un determinismo que un desarrollo del talante no pueda transformar. De hecho, “los vicios más generalizados, como el conformismo, el pesimismo, el fatalismo, etc., perderán fácilmente su ascendiente el día que haya una consciente reacción hacia ellos por parte de cada uno" ((G.I., p.116).
En tal sentido, el problema realmente humano de la realidad patriótica consiste en sus dimensiones morales y culturales, de las que dependen, por consiguiente, la realidad del talante patriótico. Este es considerado fundamental por Luis Barahona, ya que para él la falta de ideales éticos y la carencia de voluntad para buscar el bien son causas primordiales de nuestra tonalidad psíquica, donde “efectivamente, el hispanoamericano, por regla general, no hace otra cosa que dejarse llevar por la vida, la cual se hace consistir en un "ir pasando"“ (S.H., p.81). Por tal motivo, “la política de nuestros países tiende cada vez más a independizarse de la moral, al prevalecer los intereses materiales del individuo, exento de normas extrínsecas que acatar. Nosotros entendemos por política un juego de fuerzas, de intereses, de mezquinas ambiciones personales que luchan por todos los medios a su alcance para conquistar el poder a fin de satisfacer el apetito de mando" (S.H., p.141‑142). Pero, sobre estos cimientos es imposible desarrollar las auténticas potencialidades de nuestra patria.
Por tal motivo, el desarrollo de la patria requiere cambios profundos de nuestro talante para superar nuestras deficiencias; pero, “el cambio si ha de venir habrá de ser para darles mayor sentido humano a las relaciones morales con el prójimo, pues la mera simpatía y aprecio no pueden subsistir si nuestros actos buscan sólo el medro personal a espaldas del bien común" (S.H., p.135‑136). De tal manera, la patria por hacer de que habla Luis Barahona depende del desarrollo de un talante moral innovador que renueve sus dimensiones al buscar, con energía y disciplina moral, la justicia social, la fraternidad y la solidaridad, en democracia y libertad.
Para esta reconstrucción de la patria, Luis Barahona encuentra algunas bases sólidas en nuestra idiosincrasia. En ese mismo sentido, sostiene el papel de los aportes más valiosos del pasado, al indicar que “tenemos también valores positivos que de ningún modo deben ser destruidos porque constituyen el mejor legado de las generaciones pasadas, uno de ellos es la tolerancia, verdadera virtud nacional que nos distingue de los otros pueblos de América y que nos ha permitido alcanzar un alto grado de progreso" (J.P., p.15). Este fundamento debe conservarse ya que, “la tolerancia engendra el diálogo, el diálogo alimenta la democracia y la democracia es el instrumento político más eficaz para la realización de los ideales de justicia, igualdad, fraternidad y paz entre los hombres" (J.P., p.16).
Por eso, la patria no es un adorno o insignia que pende de los estantes de los hombres cultos; ni tampoco una bandera que engalana las oficinas gubernamentales; ni una estatua u ornamento que adorna las estancias de personas adineradas; o un pedazo de papel con colores patrios que recubre en ocasiones los viejos muros de las casas humildes. De hecho, los símbolos patrióticos no son la patria, sino simples medios usados para promoverla. Además, la realidad de los símbolos patrióticos, como la situación de cualquier otro signo relativo al quehacer humano, es siempre ambigua. Por una parte, destacan un significado de gran importancia para la convivencia humana; pero, por la otra, camuflan realidades que con frecuencia atentan contra su más prístina esencia.
La patria exige un esfuerzo consciente, moral y cultural, por ser ella misma fiel a sus potencialidades. En el caso costarricense, esta autenticidad se expresa en la promoción y construcción del desarrollo integral y plenario de todos los habitantes de nuestra pequeña patria, con el fin de hacerla como los perfumes más finos, pequeña en su envase geográfico y en la cuantía de personas, pero grande en su contenido y dimensión humana.
Pero, como señala Luis Barahona, “el patriotismo de la pequeña nación o de la grande, el amor a la comunidad a que se pertenece, puede presentar dos aspectos, según se le considere como una actitud pasiva, de adhesión cordial por el pasado y el presente de un pueblo o nación, de amor por su independencia política o de hostilidad por todo lo que pueda menoscabar la integridad del pueblo en que se nace y vive, o bien como una actitud eminentemente activa que busca siempre el mejoramiento, el desarrollo de las instituciones, de la educación, el bienestar económico de la comunidad, a pesar de las privaciones y sacrificios que impone todo género de altruismo” (S.H., p.90). La exaltación, sentimental y romántica, de los símbolos patrios favorece la primera dimensión; mientras la formación y actuación moral, política y humana, que implica una acción decidida y coherente con sus principios, son las únicas que permiten alcanzar esa segunda y trascendental dimensión de un patriotismo activo. Por tales razones, la patria es un compromiso humano donde se expresan la nobleza de los sentimientos y la honestidad de las acciones.
Ciertamente, aunque el quehacer patriótico se consolida en la realidad comunitaria, éste se sostiene también en las acciones particulares de algunos grandes hombres que funcionan como motores de su espíritu. Aparentemente, estos gestores de la realidad patriótica son los grandes próceres políticos. Sin embargo, la conducción del quehacer patriótico, así como la asimilación de su mensaje, es una labor cultural y formativa en la que interviene un conjunto de líderes, personas o educadores sociales, que desde la acción o la cátedra sostienen el espíritu de cambio responsable en la historia patria.
Para Luis Barahona, hacer patria es hacer su historia, pero, "hacer la historia es trabajar desde el presente inmediato, ordenando y estructurando los materiales preexistentes y los otros materiales que sucesivamente se vayan adquiriendo, a la luz de un arquetipo que responda, o nos parezca responder, a las nuevas aspiraciones. Así se forja el sentimiento patrio y la idea de nacionalidad en las nuevas generaciones que han de modelar el destino de cada país" (S.H., p.76).
Un caso típico de esta situación, ambigua y problemática, de la realidad patriótica es nuestro héroe nacional, Juan Santamaría: su hermoso gesto patriótico no formaría parte de nuestro acervo patrio si no fuera por la insistencia de nuestros maestros y políticos en recordar su hazaña. Por estas razones, los más auténticos beneméritos de la patria no son necesariamente aquellas personas que realizan en una circunstancia particular algunos grandes gestos, generosos o llamativos, auténticos o simulados; sino, por el contrario, individuos que han ido poco a poco con decisión, entrega e inteligencia, impulsando obras inspiradas de grandes ideales y formando, al mismo tiempo, el espíritu del pueblo para que crea en ellas y las apoye como algo propio.
De tal manera, al ser un asunto moral y cultural, la patria es esencialmente una manifestación de la praxis humana, cuya problemática fundamental se concreta en la inquietante búsqueda de su autenticidad, es decir, en el desafío dinámico de enfrentar con coherencia y valentía el reto de alcanzar su identidad en fidelidad a las realidades positivas, a los aportes y a los valores de su pasado que alimentan su presente existencial como un llamado a la superación constante.
Tal es el problema de la identidad patriótica que se manifiesta en la Advertencia inicial de El Ser Hispanoamericano, donde Luis Barahona señala que “precisamente, lo que nos hace falta es evidenciar los elementos constitutivos de nuestro ser, analizando el proceso de nuestro desarrollo histórico y de nuestra conducta individual y colectiva para alcanzar la edad viril del juicio reflexivo, la madurez de la razón y de la conciencia, sin las cuales no podremos forjar una personalidad robusta, ni un proyecto de vida para nuestros pueblos en consonancia con nuestra constitución íntima, con la tierra y con la Historia" (S.H., p.10‑11).
Como procedimiento para alcanzar tal meta, Luis Barahona considera que “se hace necesario un estudio comprensivo de todas y cada una de las manifestaciones del hombre hispanoamericano, llevado con el mayor rigor y claridad posibles, que nos permita ir definiendo cada vez mejor la estructura ideal de nuestro ser, el "eidos" de nuestro mundo y de nuestra cultura, para saber lo que hemos sido, lo que somos y lo que podríamos llegar a ser" (S.H., p.10).
En su estudio sobre La Universidad de Costa Rica (1940‑1973), Luis Barahona precisa esta idea de "eidos" al indicar que la institución “necesita darse dentro de una realidad social, histórica, cultural y física que le sirva de fundamento, de razón de ser y de significado. Con todo, estos elementos enumerados no existen por sí mismos, sino que, a su vez, reclaman una realidad anterior en la que se sostienen y sin la cual no serían. Es lo que se llama el ser total, ese trasfondo que aparece detrás de lo existente, de donde procede todo lo que hay y en cuyo seno se engendra el ser, el conocer y el comprender" (U.C.R., p.25).
La patria es como la personalidad de un pueblo; la que, de igual manera que la personalidad individual, tiene que afrontar el reto profundo de ser ella misma igual a sí misma a través de sus vicisitudes y de las variaciones circunstanciales más diversas. Por eso, para Luis Barahona, los pueblos como los hombres necesitan echar raíces en el subsuelo histórico común para mantenerse, en lo esencial, idénticos a sí mismos. Esta búsqueda de la propia identidad configura y define una unidad de destino que hace que cada pueblo tenga su valor peculiar, fundado en su tradición, que establece su propia razón de ser.
Pero, la plena identidad, personal o patriótica, no consiste en repetir ritualmente el pasado, sino en renovar continuamente sus potencialidades. El patriotismo es una realidad cultural que penetra todas las dimensiones del quehacer social como un compromiso que demanda entrega a ideales de bien común, inspirados de los más nobles sentimientos comunitarios y orientados racionalmente en términos de proyectos y tareas sólidamente pensados y ejecutados. Esto requiere sensatez y generosidad, prudencia y valentía, por parte de todos los conciudadanos. La esencia de la patria es así de tipo moral. Por eso, no se trata de algo ya dado, sino de una realidad que se va constituyendo, en su marcha histórica, con el devenir de los hechos humanos.
Las bases del patriotismo forman parte de la cultura de un pueblo y, según la siguiente alusión de Luis Barahona, podríamos decir que se destacan también con toda claridad en la mejor actuación de las gentes más humildes ya que “sus riquezas están a la vista, porque si hay riqueza es sólo la del alma, generosidad que brinda sin restricciones a cuantos pasan sus umbrales. La pobreza, la honradez, las grandes virtudes patrias; tal es el patrimonio que ofrece como el más rico y valioso regalo a sus huéspedes amigos" (G.I., p.76).
Sin embargo, por razón de la trascendencia general de sus actuaciones, este desafío debe penetrar con mayor intensidad en la conciencia de aquellos que aspiran a ser gobernantes, ya que la misión pretendida implica mayores exigencias con respecto a los destinos de la patria. En este sentido, Luis Barahona se permite señalar que “la sabiduría y la virtud son, pues, las piedras, los quicios del buen gobernante. Allí donde uno de estos falta, se afloja y corrompe el buen gobierno, y donde ambos permanecen, reina la prosperidad espiritual y material de los gobernados. Por donde se ve que no es propia ni primariamente la forma de gobierno, las leyes o constituciones lo que establece y asegura la república, sino más bien los principios, las bases últimas sobre que están asentadas aquéllas. Gobernar es, ante todo, regirse por estos principios, actuar, hacer imperar el orden entre los hombres, sin desviarse de él ni por ignorancia, ni por debilidad" (G.Q., p.104‑105).
No obstante, hacer la patria no es tarea sencilla, ya que el quehacer patriótico no suele aparecer ante la conciencia de los ciudadanos como un objetivo directo de su acción inmediata; sino que, por el contrario, se mantiene como un sustrato que sostiene desde sus bases las actividades concretas del quehacer cotidiano de los individuos. Pero, en una vía de largo alcance como la implicada en la realización patriótica, los objetivos concretos o las etapas procesales seguidas, propuestos por grupos o individuos particulares, no tienen nunca un lazo suficientemente claro y preciso con la meta final de una patria integral, como una realidad comunitaria plenamente desarrollada en beneficio de la globalidad de sus integrantes. Por eso, pueden y deben ser interpretados desde cosmovisiones particulares, con las habilidades y subterfugios de las argumentaciones más diversas.
Pero, al sostener intelectual y emotivamente que una acción particular es como un medio para alcanzar un noble fin patriótico, con frecuencia las construcciones mentales elaboradas y las motivaciones suscitadas se convierten en subterfugios para camuflar otros intereses. Por esto, el auténtico sentido de lo patriótico no es una pura concepción intelectual, ni un simple sentimiento, sino una interpretación global, ubicada ante los desafíos de las circunstancias históricas y vivida existencialmente desde una perspectiva abierta a la globalidad de la realidad humana de un pueblo, con su inteligencia, su voluntad, su sensibilidad y su acción efectiva.
Por tal motivo, la patria se convierte en la gran verdad y la gran mentira del quehacer político, económico y social de los ciudadanos de un país. Su valor positivo se plasma en el enunciado de ideales que orientan, o intentan orientar, sus actuaciones particulares con el fin de crear un ambiente de convivencia humana, plenamente desarrollado en sus aspectos comunitarios y personales. Pero, sus manifestaciones más negativas dependen de la ambigüedad propia del mundo de las ideas, de los sentimientos y de las actuaciones humanas. Con frecuencia el fin enunciado no es propiamente lo que se buscar, sino un pretexto para justificar o simular otros objetivos; o para disimular tareas o metas socialmente cuestionables desde perspectivas más profundas y auténticas.
Por tal razón, al definir el patriotismo como un conjunto de fines e ideales prácticamente inaccesibles, o se peca cándidamente de un idealismo desubicado que no sirva más que para camuflar quizás la mala conciencia, o se pretende descaradamente manipular las conciencias, al esconder debajo de bellos ropajes conceptuales, intereses personales o grupales más inmediatos y menos nobles. Además, por otra parte, aunque se tuvieran metas claras y precisas perfectamente coherentes con las demandas patrióticas, si se planifican mal las acciones o se organizan mal los medios y recursos, se falla por falta de habilidad o responsabilidad; lo que suele comprometer no sólo la conducta moral de los patriotas, sino también la auténtica orientación patriótica que se pretendía seguir.
Estas deficiencias se suelen presentar en nuestro medio por el ensayismo que determina la falta de talante moral. Luis Barahona nos comenta que “tanto en el terreno teórico como en el práctico, hemos ensayado de todo, pero sin método fijo, sin orientación permanente, sin dedicación ni esfuerzo sostenido" (S.H., p.64). Este ensayismo afecta nuestra política, nuestra economía y nuestra cultura; y es criticado duramente por Luis Barahona cuando señala que “seguimos en manos de la improvisación y de la irresponsabilidad de las "argollas" que sólo piensan en promover intereses de grupo o de advenedizos que, carentes de méritos propios arriman la sardina al fuego que mejor caliente" (P.E., p.35).
Pero, este ensayismo no es solamente una característica de los dirigentes; sino, por el contrario, una particularidad de la mayoría de la población, que nos muestra, al mismo tiempo, sus problemas y su potencial de laboriosidad, cuando se manifiesta popularmente en la tendencia "remendona" del concho, que persiste en la conducta de muchos pachucos como la manera de subsistencia ante el empleo y desempleo de las ciudades: “Nuestros campesinos gustan ocupar sus ratos de descanso con alguna entretención manual. La mayoría son "remendones", es decir, saben un poco de casi todos los oficios" (G.I., p.25).
Pero, Luis Barahona no acepta esta falta de método y disciplina como si fuera una condición inalterable; por el contrario, la presenta como un desafío para nuestro talante patriótico: “Yo no veo en el ensayismo una característica inmutable de nuestra idiosincrasia intelectual, tal que no podamos superarla" (S.H., p.64). Pero, este necesario espíritu innovador, que supere el ensayismo nacional, debe consolidarse en respuestas sistemáticas y coherentes ante los desafíos que vive nuestra patria.
Al asumir una posición dialéctica, las cosas deben ser analizadas en función de sus contraposiciones. Para decirlo con una imagen, no se pueden dividir en blanco y negro, ya que su realidad se mueve en los matices entremezclados del gris. En este sentido, "la pereza, la incuria, la imprevisión, la indolencia no constituyen una nota vinculada esencialmente a nuestro carácter, sino que son tan sólo concomitancias debidas a factores en su mayoría extrínsecos a nuestra constitución íntima, que pueden variar tan pronto como la acción reciba el estímulo de ideales más esperanzadores" (S.H., p.127).
Desde esta perspectiva hay que asumir también el siguiente comentario de Luis Barahona, en donde refleja las diversas caras que presenta siempre la realidad concreta: “De nuestro individualismo se habla frecuentemente con un sentido peyorativo; con todo, hay en el fondo de esta actitud psicológica una como fuerza de voluntad contenida, insobornable que robustece nuestro sentido de la libertad y que ha impulsado nuestro desarrollo histórico en forma eficaz” (I.E.P., p.19).
Luis Barahona atribuye a la organización y al ambiente de nuestras vivencias pasadas el sentar las bases de la democracia que caracterizan nuestro pueblo, con sus sentimientos de tolerancia, independencia, libertad y apertura a lo universal. Pero, “la democracia sólo puede ser eficaz si se basa en una previa elevación del demos a la categoría de clase responsable para el gobierno" (S.H., p.154 ); lo que depende de una adecuada formación en el orden moral, cultural y técnico orientada a la promoción del sentido de responsabilidad personal y colectivo. Sólo así se consolidan nuestros valores patrióticos y se superan nuestros problemas.
Pero, Luis Barahona constata que “la capacidad moral del hispanoamericano en el campo político ha venido muy a menos y actualmente se duda mucho de su eficacia para provocar un proceso de regeneración, pues sin valores morales no puede darse cambio alguno, a no ser para agudizar la crisis histórica en que vivimos" (S.H., p.159‑160).
También señala que no se ha logrado superar cierto conformismo, ligado a la vivencia de la pobreza, a la suavidad del carácter y a nuestro barroquismo vital. Pero, para Luis Barahona, este conformismo cuasifatalista “ha venido a empobrecer las reservas éticas del pueblo costarricense, como se nota en la falta de un estilo o talante moral definido que nos libre de caer ante las solicitaciones del placer y de la codicia, sobre todo en estos tiempos en que la civilización pone en el mercado todos los instrumentos necesarios para acunar nuestra existencia en el más craso hedonismo, con el consiguiente debilitamiento de la voluntad y la pérdida u obnubilación de los valores morales" (G.I./3.N., p.196).
Por esto, la democracia, la paz y la libertad como fundamentos de nuestra patria no son sólo un aporte del pasado, sino un desafío para el futuro, donde el talante patriótico debe infundirle dinamismo y responsabilidad, solidaridad y mayor sentido de la justicia. Para consolidar nuestra patria, el talante moral de nuestra convivencia social debe superar la falta de osadía y valentía para enfrentar directamente los problemas, ya que “como en nuestra constitución psíquica el esfuerzo no es sostenido por una voluntad firme, de ello se sigue una sensación de impotencia y de inferioridad que se traduce en vida social aletargada, macilenta, rutinaria” (S.H., p.70), que no puede darle identidad y solidez a nuestro dinamismo patriótico, cuyo adecuado talante moral debería propiciar la virtud y las facultades superiores que desarrollen la capacidad de imponerse a las contrariedades de la vida.
Las críticas de Luis Barahona no son simples propuestas formales, como lo muestra este comentario agregado en la segunda edición ampliada de El Ser Hispanoamericano (1985): “No somos capaces de prever el futuro; nos estamos quedando sin bosques, las fauna se extingue, se agotan los terrenos laborables, la población aumenta en forma irracional, el problema habitacional crece en forma angustiante, la deuda de las naciones alcanza cifras descomunales y seguimos viviendo de prestado, sin saber si es posible crear nuevas fuentes de riqueza que permitan buscarle un solución a tanto problema" (S.H., p.79).
Luis Barahona indica las características de un manejo relativamente tendencioso de la realidad patriótica y precisa sus no muy deseables consecuencias, cuando analiza nuestro sistema educativo donde “de acuerdo siempre con los viejos programas, con nociones elementales acerca de la República, sus organización política y los deberes del ciudadano, según lo muestran los libros de consulta a través de frases hechas y lugares comunes, con lo que los niños se forjan en la mente una patria vaporosa e ideal. De aquí proviene en gran parte el hecho de que nuestro campesino sea indiferente a todo lo que tenga alguna amplitud social o cívica, pues sus ideas no le dicen nada, no le sitúan en el marco social en que vive" (G.I., p.90).
En este sentido, la fidelidad a la patria siempre requiere un pensamiento honesto que depure sus manifestaciones externas con el fin de exaltar y orientar su espíritu más íntimo, su más completa autenticidad existencial. Pero, esto es una tarea fundamentalmente educativa. “De aquí que los sistemas educacionales, bien que universales por la generalidad de su objeto, deban ser nacionales, de conformidad con las variantes que la naturaleza humana experimenta en cada raza, en cada nación, en cada región, en cada pequeña comunidad" (G.I., p.79).
Pero, la esperanza de un mejor derrotero es positiva, ya que las bases de un pueblo capaz de superarse se mantiene aún en las manifestaciones de su postración más exacerbadas. En tal sentido debe leerse esta observación de Luis Barahona: “Todos los problemas tuvimos que resolverlos solos y en eso estamos todavía. El aislamiento nos ha hecho ser lo que somos, con nuestros defectos y virtudes. Gracias a esas idiosincrasia nacional, forjada a lo largo de siglos de aislamiento y de pobreza, hoy podemos, por fin, sacar las manos y el cuerpo todo para tenderlos más allá de nuestras fronteras en busca de aquella fraternidad que aquí practicamos en forma ejemplar durante los siglos coloniales” (I.P.C.R., p.43).
"La política ya no puede concebirse en Costa Rica,
ni en ninguno de los países latinoamericanos,
en términos nacionalistas,
por la sencilla razón de que todos,
absolutamente todos nuestros problemas,
están vinculados a los problemas generales
del continente y del mundo"
LUIS BARAHONA JIMÉNEZ,
Las Ideas Políticas en Costa Rica, p.220
El título escogido para este ensayo sobre el sentido patriótico refleja la concepción de la que se parte: La patria no es una cosa, sino una realidad humana en sentido plenario que sobrepasa necesariamente sus obligados sustratos materiales. Por eso, su vivencia y captación humanas son una labor básicamente mental, donde se requiere una acción y comprensión vital, existencial y espiritual. Es decir, la esencia de la patria consiste en su sentido. Pero, éste difiere y supera su simple significación lingüística, ya que el sentido es siempre un significado contextualizado e interpretado en función de las condiciones, objetivas y subjetivas, de sus circunstancias particulares.
Una de estas condiciones fundamentales consiste en la necesidad existencial de cada individuo y grupo humano de afirmar su propia identidad (ser uno mismo) en función de un marco referencial en lo social que le confirme y apoye dicha identificación; el que es asumido psicológicamente como su proyección ideal o su punto de referencia existencial. La patria, la familia, la comunidad religiosa y muchas otras realidades comunitarias pueden satisfacer esta profunda necesidad humana. Por eso, en cada individuo se pueden presentar conflictos existenciales de fidelidad contrapuesta entre esos polos de atracción social.
Otra de las condiciones existenciales de la realidad patriótica consiste en el conflicto vital que se presenta entre las modalidades operativas de la sociedad y las características más existenciales de la comunidad. El estado, el gobierno, las instituciones, las empresas son manifestaciones societarias a través de las cuales se pueden expresar sutilmente las exigencias de la comunidad patriótica. Pero, el sentido de la sociedad se establece en términos de funcionalidad pragmática (es decir, de lo que sirve para algo), donde la ciencia y la técnica cumplen papeles fundamentales; mientras que las realidades comunitarias en el pleno sentido de la palabra, entre las que se destacan y poseen un papel fundamental la patria y la familia, requieren una visión más integral del quehacer humano. Pero esto implica la necesidad de una interpretación existencial en la que sobresale el factor subjetivo de la pertenencia (la calidad de formar parte de algo), donde el hilo conductor lo tiene la concepción global de la vida, con su ética y su estética. Sin embargo, esto también genera un conflicto existencial entre las exigencias objetivas de la funcionalidad, dentro de las cuales se integran aún las condiciones jurídicas de la nacionalidad, y las demandas más subjetivas de la pertenencia.
Los procedimientos efectivos de la vida societaria pueden favorecer o dificultar las condiciones operativas necesarias para que una comunidad pueda establecerse en términos concretos. Pero, ante esta ambigüedad, la interrelación entre estos dos polos del quehacer humano no es siempre fácil, ni coherente. La efectividad societaria carece de un marco valorativo, suficiente desarrollado para orientar el sentido existencial de lo comunitario. Pero, por su parte, la comunidad nos refiere a un nosotros colectivo, compartido en forma más emotiva que racional, en una tonalidad bastante espontánea, donde los sentimientos suelen superar las determinaciones racionales y voluntarias. Por esto, resulta siempre dificultoso encontrar las verdaderas pautas de orientación patriótica para determinar el justo sentido del quehacer societario.
Pero, el mundo pragmático simplemente maneja el cómo de las cosas y desconoce las respuestas más globales que sostienen su quehacer. Tal es el papel esencial de la patria en la realidad nacional. Como elemento motor de una comunidad humana, la realidad patriótica requiere ofrecer respuestas a las preguntas fundamentales de su pueblo en términos de la creación particular de su propio destino existencial.
La primera pregunta al respecto se refiere a sus fundamentos: con qué elementos, materiales y humanos se puede crear este destino. Pero un destino no se define humanamente por el punto de partida, sino por el de llegada; es decir, que las intenciones y las motivaciones, y sus preguntas correlacionadas sobre el por qué, el para qué, el hacia dónde se debe ir, se convierten en el eje central de su problemática cultural. Sin embargo, estas interrogantes no se responden sin una visión integral de la existencia, es decir, sin una filosofía o cosmovisión que oriente el rumbo y defina las prioridades e importancia relativa de los asuntos.
Por otra parte, al ser la patria una realidad plenamente humana, su quehacer no es un efecto particular de factores circunstanciales; sino que, por el contrario, forma parte sustancial de su praxis. Pero, en ésta el ser humano interviene con la totalidad de su ser más plenario, es decir, desde su materialidad hasta su más profunda espiritualidad, con reflejos de su pensamiento, sus sentimientos, sus motivos y sus aspiraciones. Además, la praxis no tiene por finalidad hacer, sino hacer lo humano, es decir, hacerse haciendo. Por eso, en ella se reflejan todos los factores que determinan el proceso de la existencia humana en busca del propio destino.
No obstante, al ser la patria un término que nos liga a una comunidad como punto de referencia existencial, con una participación integral, el único término que le es adecuado es el concepto de amor, ya que sólo él expresa ese apego global. Sin embargo, por una parte, el conflicto dialéctico de esta realidad existencial se explicita con el viejo proverbio de que “obras son amores y no vanas palabras.” Pero, por la otra parte, el problema sustancial es la pregunta de cuál debe ser el objeto de dicho amor. De hecho, al ligarse el afecto a una simple palabra (aunque sea patria), ésta se convierte fácilmente en una expresión mitológica que se reviste cómodamente con subterfugios ligados al uso ritual de ciertos símbolos, como la bandera o el himno nacional.
La patria es como la personalidad de un pueblo (un yo comunitario), lo que define un estilo particular de su existencia colectiva. Por tal motivo, éste implica una integración existencial entre diversos modos de ser, de hacer y comprender. Pero, en la realidad patriótica, estos modos se relacionan y contraponen siempre dialécticamente, ya que se es por lo que se hace y conoce; se hace para ser y comprender; se comprende desde lo que se es y hace, etc.
Pero, en esta realidad, la comprensión es sumamente complicada, ya que una captación conceptual es insuficiente. De hecho, una comprensión existencial es más cognotativa que denotativa, pues requiere integrar los sentimientos, las emociones, los motivos, las experiencias, los logros y frustraciones, las aspiraciones, los valores, etc.; todo ello en función de una captación sucesiva de circunstancias variables, en las que los hechos tergiversan con frecuencia la comprensión plenaria de su sentido existencial.
El problema esencial de la patria se expresa, pues, en la problematicidad propia del amor a la comunidad, ya que éste demanda intrínsecamente respuestas en términos de su autenticidad. El verdadero amor requiere formar un nosotros (en primera persona plural) desde una integración existencial de los otros (las segundas personas) en función de las posibilidades objetivas (las terceras personas). Pero, en la realidad patriótica, las personas (esas primeras personas individuales) y los grupos (esas pequeñas primeras personas plurales) tienden fácilmente a captar y usar los otros como si fuesen cosas y no personas (es decir, eliminando las segundas personas al convertirlas en terceras personas anodinas). Este procedimiento ajustado a una concepción individualista, se contrapone así a la demanda de la autenticidad patriótica. De hecho, ésta requiere esa dimensión interpersonal que permita integrar realmente los otros como personas, a través de las difíciles exigencias de valores tales como la solidaridad, la fraternidad, la generosidad, etc.
Toda personalidad, individual o comunitaria, es un punto de encuentro entre el pasado, que impone siempre su peso bajo formas de hábitos, costumbres, conocimientos, experiencias y posesiones, y las demandas del futuro expresado en los proyectos, las metas, las aspiraciones y valores asumidos, en una situación concreta que establece una ubicación específica; que le sirve de cuerpo a ese espíritu. En la patria, como personalidad de un pueblo, la existencia de una población determinada, en un territorio particular, como una serie de instituciones, costumbres y procedimientos, legales y procesales, establecidos es lo que determina el peso del pasado; cuya pesadez existencial impone una especie de cuerpo a su cultura.
Pero, esto determina también el papel fundamental que asume la historia en la adecuada interpretación del sentido de la ubicación concreta de cada pueblo específico y de sus proyecciones futuras, en términos de la comprensión que se tenga de lo ya vivido y de la necesidad de conservar lo apreciado como valioso y de superar las deficiencias detectadas. Por eso, el pasado impone siempre una complicada dialéctica entre la posesión y la superación, entre el cambio y la permanencia, entre la reiteración y la renovación, etc.
De todo esto se deriva que la patria es un asunto cultural. Pero la cultura es comunicación. Por tal motivo, para comprender el sentido de la patria, es necesario entender plenamente la dialéctica propia de toda comprensión comunicativa. Esta no sólo maneja hechos, sino también valores; no sólo señala realidades, sino también posibilidades; no sólo detecta causas, sino también motivos; no sólo plantea necesidades, sino también justificaciones; no sólo maneja conceptos, sino también expresa afectos, etc.,etc..
En este enfoque comunicativo de la cultura patriótica cabe destacar, en primer lugar, que toda comunicación se efectúa con signos, es decir, con realidades materiales que sirven de vehículo a una significación que los sobrepasa. Así, por ejemplo, la bandera nacional (un simple pedazo de tela con ciertos colores dispuesto de una cierta manera) expresa patria (la que comprende las aspiraciones más profundas de todo un pueblo).
En segundo lugar, los signos requieren necesariamente una interpretación para poder expresar ese significado que los sobrepasa. Es decir, tienen que ser leídos, captados, entendidos. Pero, esto no es posible sin la existencia de un código de lectura o interpretación, cuya lógica más profunda se rige por la dialéctica sustancial de la afirmación y la negación, de la que se derivan los procesos comprensivos de la relación, la diferenciación, la sucesión, la implicación, etc. Nada se comprende realmente si no es en contraposición con aquello de lo que se diferencia. Pero, esta dialéctica del ser y no ser comunicativo, no sólo afecta sus procedimientos, sino también su contenido. Por eso, el manejo de los signos sirve, al mismo tiempo, para comprender o equivocarse, para comunicar o mentir, para reflejar o aparentar, etc.
Indudablemente, la patria no escapa a esta dinámica; más aún, dada su trascendencia, en ella se manifiesta, con mayor auge y fuerza, su dialéctica. Por eso, la dinámica comunicativa de la patria fluctúa siempre entre los mitos y los valores, entre las aspiraciones honestas y las presentaciones camufladas, entre el manejo tendencioso de los hechos y el uso romántico de los ideales. Por eso, la verdadera captación del sentido de la patria requiere un análisis cuidadoso de las vivencias concretas de cada pueblo.
Pero, estas vivencias no se establecen solamente en los hechos observables. Por eso, para comprenderlas realmente, se requiere penetrar en la intimidad de las aspiraciones, de las creencias y de los valores compartidos por su población. Pero, estos elementos se expresan en su cultura. Por eso, podemos decir que la patria es una realidad esencialmente cultural, que se liga progresivamente a lazos materiales de territorialidad; sociales de convivencia organizativa; políticos de administración, soberanía y legalidad; económicos de producción y distribución de sus recursos, etc.; pero, que se precisan en una concepción del mundo y de la vida humana como base de todo su quehacer. Esto lleva a plantear otro problema dialéctico de la patria entre el peso de su sentido y los condicionamientos de sus medios operativos.
Estas consideraciones pueden así plantear una advertencia final. Desde una perspectiva ubicada en una concepción dialéctica, es necesario detectar que en la historia se dan constantes fluctuaciones entre polos contrapuestos y necesarios de la realidad humana. Los ejes que dominan estas dinámica son formalmente constantes, aunque su evolución y problemática se precisan en una especie de espiral ascendente donde se van acumulando los efectos de la historia.
En este sentido, la dialéctica de la existencia humana es, al mismo tiempo, una dialéctica ontológica de características más posicionales y una dialéctica histórica de características más progresivas. La primera supone la existencia de polos sustanciales permanentes entre los cuales se define una fluctuación ligada a la dialéctica de la afirmación y la negación. De hecho, el ser humano no capta nunca la plenitud de posibilidades de las realidades y, aún menos, comprende las razones globales de su evaluación valorativa. Por eso tenían razón los antiguos al hablar de filosofía como de una búsqueda o amor por la sabiduría. De hecho, ésta es como una capacidad divina de comprender la relación integral de todas las cosas y momentos para poder establecer con exactitud y precisión la adecuada resolución a cada asunto. Pero, a los seres humanos no nos queda más que la necesidad existencial de hacer el intento con seriedad y responsabilidad.
La observación de la historia nos manifiesta la presencia de una fluctuación formal entre polos permanentes de la realidad. Sin embargo, sus características son necesariamente impredecibles, ya que dependen de la evolución histórica de las concepciones y sentimientos, de las experiencias y aspiraciones, de la sensatez o alocamiento humanos.
En la temática abordada, vale la pena señalar algunos de estos polos, entre los que se pueden destacar los que se establecen entre el individuo y la sociedad; en un sentido parecido, entre los individuos también se dan polos contrapuestos en función de factores tales como sexos, edades, pertenencias, etc; y en la colectividad, se establecen fluctuaciones entre los requerimientos de las sociedades y los de las comunidades, etc.
La dialéctica histórica se establece según el esquema clásico de la tesis, antítesis y síntesis. Sin embargo, el error cometido por los intérpretes que han usado este esquema mental para interpretar las realidades ha consistido en creer que su evolución se rige por una lógica formal que lo convierte en un mecanismo rígido, cuando la realidad humana se maneja necesariamente en una dialéctica también posicional entre la razón y la imaginación, la lógica y la emoción, la mística y la comprensión, etc. Por eso, la dialéctica histórica no explica nada; simplemente permite comprender las cosas.
En estas dialécticas, posicionales o evolutivas, el mundo actual manifiesta algunas dinámicas bastante interesantes que plantean serios interrogantes sobre la problemática del sentido patriótico. Formalmente, las fluctuaciones dialécticas manifiestan un tipo de serpenteo entre los polos de manera que históricamente se carga el peso unas veces hacia un lado y las otras hacia el contrario. Por ejemplo, como reacción ante los excesos del individualismo del nacimiento de la época moderna se generó una dinámica socializante que degeneró en los vicios del estatismo, la que está llevando actualmente hacia un retorno a posiciones dominantes más individualistas. En el mismo sentido, ante el peso sentido de la naturaleza sobre el destino humano, la ciencia, la tecnología y el industrialismo modernos desarrollaron una concepción dominante en la que el hombre veía la naturaleza como un campo energético que él trataba de dominar. Sin embargo, de esto surgió un urbanismo y una producción industrial que llevaron a plantear problemas de polución, contaminación, deforestación, etc., lo que ha replanteado un retorno a la naturaleza, presentado según la expresión de moda como un problema ecológico.
Pero, qué pasa con la realidad comunitaria a la que pertenece la patria? La contestación a esta interrogante es más complicada de lo que aparece, ya que la respuesta espontánea actual parece ser la de volver al individualismo, para olvidarse quizás de que se cometió un error serio al confundir la socialización con el estatismo. Pero la eliminación o reducción del estatismo, no significa necesariamente la reducción de la socialización, algunas de cuyas manifestaciones más evidentes son la creación de grandes ciudades, de grandes industrias, de grandes complejos productivos, comunicativos, científicos y tecnológicos. Dicho en otros términos, se puede decir que la contraposición dialéctica entre el Estado e los individuos ha camuflado una problemática sustancial, ligada al conflicto dialéctico entre la vida comunitaria y la socialización.
Pero, aquí surge la pregunta fundamental: por casualidad esta socialización no se ha hipertrofiado, en detrimento de los factores comunitarios? El peso histórico de la concepción societaria sobre la comunitaria se manifiesta en la primacía que asumen los temas relativos a la reforma del Estado, frente a la necesidad de desarrollo y consolidación de la realidad patriótica o comunitaria. De hecho, nuestros intelectuales parecen que se han olvidado de que la patria y la comunidad se construyen con un esfuerzo y decisión sumamente complicados, en donde ellos tienen un profundo desafío como formadores de opinión. Por eso, vemos que las familias se desintegran, las religiones en algunos sentidos pierden su vigencia, las comunidades no encuentran un ámbito de acción apropiado y la patria se convierte en un mito con el que se revisten los intereses creados de las diversas manifestaciones societarias.
Este desarrollo de la socialización en detrimento de la comunidad, quizás explica las degeneraciones manifestadas en la vida individual de las personas, las que inciden en necesidades societarias de fortalecer los sistemas de control, vigilancia, seguridad y aún de limitación a las actividades más espontáneas. Por ausencia de un adecuado apoyo comunitario, su conducta ha generado la desorientación, el vandalismo, la drogadicción, la pérdida de los valores morales, etc.
Sin embargo, esta problemática nos lleva a comprender que quizás estamos, en este momento histórico, ante la necesidad de un despertar del comunitarismo, contrapuesto al individualismo, a la socialización y al estatismo. Desgraciadamente, las escasas manifestaciones de este comunitarismo se ha expresado en conductas carentes de sentido plenario, ya que presentan más un conjunto de inquietudes, más reactivas que constructivas, en lugar de ser una construcción coherente, imaginativa y responsable de soluciones profundas. Así las reivindicaciones racistas aparecidas en Europa, los fanatismos religiosos surgidos en Asia, y algunas otras manifestaciones desequilibradas de la vida comunitaria reflejan que la comunidad está comenzando a reemplazar cándidamente las ilusiones perdidas de encontrar la solución a los conflictos humanos en una mágica solución socialista o comunista, por medio de un comunitarismo que degenera en fanatismo absurdo.
Estas reflexiones pueden llevarnos de nuevo al pensamiento de Luis Barahona, donde algunos de sus planteamientos pueden ser interpretados como reflejos de problemas que debe enfrentar nuestro patriotismo. Así, al señalar el predominio del valle central frente a las subculturas regionales, en el prólogo de la segunda edición de El Gran Incógnito (1974), Luis Barahona detecta “el surgimiento de las que podríamos llamar subculturas marginales, a saber, la limonense y la guanacasteca" (G.I., p.8). Pero, el epíteto de “marginales" empleado suscita por sí mismo un serio problema, que se evidencia todavía más al indicar que cada una de estas subculturas “no ha constituido la base de la cultura nacional, sino más bien se ha sobreañadido, a manera de matiz o de influencia, a la cultura de la meseta central" (G.I., p.9 .Pero, qué papel le corresponde en nuestra patria a esas importantes culturas que han sido puestas al margen de su definición? Hasta dónde su integración ha sido más societaria, es decir, más jurídica y administrativa que cultural? No se debe a esa desintegración cultural algunas de las deformaciones propias del pachuquismo, gracias al cual “las subculturas marginales nacientes actúan en forma cada vez más insistente y penetrante en el cuerpo y el espíritu de la cultura dominante" (G.I., p.9), no con sus factores más positivos, sino con sus frustraciones y resentimientos acumulados? Esta problemática al interior de nuestra propia patria se asemeja a los conflictos familiares donde los más poderosos, sean los progenitores o los hermanos mayores, imponen sus reglas sin respetar adecuadamente la independencia y originalidad de los menores.
En otro sentido, vale la pena plantear la necesidad de pensar en una patria centroamericana. De las ideas de Luis Barahona se puede deducir que en su corazón está hasta la posibilidad de una gran patria latinoamericana como una especie de congregación de hermanos. Así señala que “el sentimiento de hispanoamericanidad, vivo y actuante en las esferas elevadas donde madura lo mejor de nuestras inquietudes, tan sólo necesita un pequeño impulso para despertarse en todos los países, porque responde al llamado de la sangre y del espíritu. No es un mito, sino una fuerza latente que está llamada a remover el mundo el día que logre reunir en un solo haz todo ese cúmulo de aspiraciones dispersas que se conjugan en un único modo de ser y de sentir" (S.H., p.93). Sin embargo, pensar una especie de sentimiento patriótico a nivel latinoamericano es algo que sobrepasa nuestras actuales condiciones, mientras que esta realidad si podría tener un profundo sentido en lo centroamericano.
Por eso, agregamos con Luis Barahona que “Centroamérica sufre hoy el pecado de haberse olvidado de sí misma. Hoy no tenemos una auténtica vida centroamericana porque hace mucho, quizá un siglo, que abandonamos nuestro ser para vivir de prestado... Ante tales desengaños sólo cabe un retorno a la sinceridad, un despojarnos de lo verdaderamente caduco y vano para renacer, para redescubrir, desde la atalaya vigilante de nuestras naos neocolombinas, la tierra firme de la fe en los destinos de Centroamérica, que es destino de unidad, de fraternidad y trascendencia. Esta unidad y fraternidad trascendentes deben ser para nosotros algo más que la ilusión acariciada por aquellos que la propugnan desde planos meramente temporales o políticos" (I.E.P., p.43). Sobre estas bases, se podría pensar que la unión centroamericana no es un asunto societario de resoluciones estatales, sino un asunto comunitario de creación de la gran patria, donde todos debemos poner nuestro grano de arena, con el respeto a la autenticidad y originalidad de cada patria específica. Sin embargo, para eso, debemos también empezar por consolidar la autenticidad de nuestra propia patria.
Al concluir este trabajo sobre el sentido patriótico, es conveniente recordar la tesis sustentada en el diálogo efectuado con Luis Barahona. Aparentemente, por la cuantía de las citas, la exposición realizada parece ser un simple recuento de las ideas del pensador cartaginés. Sin embargo, el lector inteligente podrá darse cuenta de que, con el debido respeto al interlocutor, la exposición se ha efectuado desde una perspectiva propia, en la que con el pensamiento del autor se entremezclan reflexiones, a veces, quizás un poco discordantes.
En este escrito se ha insistido en que el problema actual de nuestro patriotismo es un asunto relativo a deformaciones en nuestro talante, que se derivan de un cambio sociológico de la época del concho a la del pachuco, aunque subsiste un trasfondo similar en el carácter o idiosincrasia nacional, que ofrece las bases para una renovación del sentido de nuestra patria. Esta tesis lleva a darle primacía a la interpretación de lo patriótico como un fenómeno cultural que debe ser analizado a partir de la ética social.
Hasta donde lo expuesto más allá de las citas es fiel al pensamiento de Luis Barahona o, por el contrario, refleja las posiciones personales del autor, no es un asunto que se pretenda aclarar acá. Por el contrario, ésa es tarea del lector, quien espero sustente la lectura de esta obra con cuidadosas consultas a los libros de Luis Barahona y a los míos propios, para dilucidar esta incógnita. Sin embargo, las dudas subsisten de que tal cosa suceda ya que, desgraciadamente, la mayoría de los costarricenses debería escuchar atentamente lo que me dijo una vez Constantino Láscaris: “Los ticos cometen el error de no leer a sus compañeros. Por eso, te recomiendo, ya que has estado tanto tiempo fuera del país, que empecés por leer El Ser Hispanoamericano de Luis Barahona.”
Las razones de esta falta de apertura al diálogo nacional que tanto requiere una renovación patriótica, quizás se reflejen en la siguiente observación de Luis Barahona con la que deseo cerrar este escrito como un reconocimiento a sus aportes:
"Es fuerza reconocer que otros pueblos son más indulgentes y generosos, por lo que no tienen inconveniente en exaltar y premiar a los que de alguna manera contribuyen al bien común. Entre nosotros, en cambio, la ingratitud y la envidia han hecho sus grandes víctimas precisamente entre aquellos a quienes más respeto y admiración debíamos"
LUIS BARAHONA JIMÉNEZ,
El Ser Hispanoamericano, p.83.
A.P. Anatomía Patriótica, Publicaciones de la U.C.R., Ciudad Universitaria Rodrigo Facio, 1970.
G.I. El Gran Incógnito, Editorial Costa Rica, San José, 1975.
G.I./3.N. Tres Notas sobre el Carácter Costarricense, aparecido en El Gran Incógnito (ver G.I.).
G.Q. Glosas del Quijote, Imprenta Tormo, San José, 1953.
I.E.P. Ideas, Ensayos y Paisajes, Ed. Costa Rica, San José, 1972.
I.P.C.R. Las Ideas Políticas en Costa Rica, Ministerio de Educación Pública, San José, 1977.
J.P. Juventud y Política, Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, San José, 1972.
P.E. La Patria Esencial, Imprenta Lil, San José, 1980.
P.P.C.R. El Pensamiento Político en Costa Rica, Ed. Fernández‑Arce, San José, s.f.
S.H. El Ser Hispanoamericano, segunda edición corr. Y aum. E.U.E.D., San José, 1985.
U.C.R. La Universidad de Costa Rica (1940‑ 1973), E.U.C.R., San José,, 1976.
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