Vida y Obra.
Jaime González Dobles
Un Seminario sobre Ética, Universidad y Sociedad del Futuro debe llevar el nombre de una persona cuya trayectoria y aporte al quehacer académico, expresa y proyecta el espíritu de las aspiraciones más nobles que sustentan la misión y vocación de la universidad, para contribuir al desarrollo-integral, material y espiritual, de nuestra sociedad. Jaime González Dobles, filósofo y académico, es uno de los pensadores y maestros más destacados de nuestro país.
Por su dedicación de toda una vida al cultivo de la academia y su contribución al desarrollo de un pensamiento propio, desde una visión humanista y crítica de los problemas de la vida social, el nombre de Jaime González Dobles, dignifica y honra este espacio de reflexión de alto nivel académico y trascendencia nacional.
Con una especial vocación por el quehacer filosófico, su labor profesional le define con un perfil de docente universitario, dispuesto siempre a enfrentar con rigor analítico, imaginación creadora y gran mística pedagógica los desafíos propios de la actividad académica. Sus escritos, nos ofrecen un análisis e interpretación consistente y actualizada de una diversidad de problemas filosóficos y sociales y son hoy lectura obligatoria del estudiante universitario y el profesional en general.
En la docencia, la investigación para la producción didáctica y la administración académica (en donde Jaime nos ha legado lo mejor de sus cualidades humanas y profesionales), los problemas relativos a la ética de la ciencia, la técnica, la cultura y la sociedad han ocupado un lugar preferencia]. Sus planteamientos en este campo y otros afines adquieren singular relevancia para enfrentar el reto de crear sociedades humanamente mejor desarrolladas.
Su Vida: Pensador y Maestro Humanista
Como intelectual y maestro, Jaime González Dobles, pertenece a una generación de profesionales costarricenses que, nutridos del pensamiento de los clásicos contemporáneos de la filosofía y las ciencias sociales (Kant, Weber, Marx, Mounier, Freud, entre otros) en universidades allende nuestras fronteras, se han destacado por su capacidad para crear un lenguaje y pensamiento propios: expresión de una tenaz búsqueda por la autenticidad y la asimilación crítica de los hechos de la vida social y los enfoques que sobre ella se hacen, sin endosamientos complacientes al status quo.
Cabe señalar, sin embargo, que las experiencias más significativas que han marcado su derrotero intelectual, como suele suceder, corresponden más propiamente al ámbito local. El Seminario Menor, donde realizó sus estudios secundarios, forjó su incipiente cultura intelectual; su paso por esta institución, a la postre, dejaría marcas imperecederas, como signos vivientes, en su personalidad y el carácter propio que asumiría su desarrollo intelectual posterior.
Rememorando sus tiempos de estudio en el seminario, Jaime nos relata el impacto que tuvo en sus particulares formas expresivas, el entorno geográfico y ecológico de aquel lugar: «El exuberante ambiente físico de aquel San Cristóbal me desarrolló el gusto por la frescura y el verdor de la naturaleza, lo que marcó mi pensamiento de un sabor más pictórico que literario y que se refleja con frecuencia en mi actitud por buscar más las imágenes insinuantes que encerrarme en rígidas precisiones conceptuales». (González, Jaime. La Filosofia como Arquitectura Intelectual. Inédito. Departamento de Filosofía. Universidad Nacional. 1992, p. 8.). Posiblemente, de ahí deriva ese particular estilo, que podemos apreciar en su discurso oral o escrito, donde recurre a la anécdota, a la sabiduría popular y, algunas veces, a las figuras metafóricas e hiperbólicas; recursos de lenguaje que otorgan fuerza didáctica y colorido a su pensamiento. Por ello, el diálogo con Jaime, personal o a través de sus obras, es siempre fluido, ameno y, por lo provocativo, desata en su interlocutor un sinfín de preguntas e inquietudes «reprimidas». Como en todo buen maestro, su pedagogía es liberadora. Asimismo en sus libros, pensados en función del lector, sin caer en el simplismo, no se deja atrapar por el abigarrado conceptualismo metateórico; provocan el diálogo, la conversación, el encuentro...
Estas entre otras cualidades, forjadas en su contacto con la naturaleza, nos ofrecen la semblanza de un pensador y maestro «interdisciplinario con sabor a criollo», como ha sido calificado por el presentador de una de sus obras más recientes.
El Seminario, en tanto comunidad académica, contribuyó especialmente a desarrollar hábitos y habilidades propias del trabajo intelectual: la disciplina de estudio y el rigor conceptual y analítico. Particular reconocimiento hace Jaime al presbítero Carlos Joaquín Alfaro por sus clases de latín y griego, con las que según él comenzó a comprender que «la lengua tiene una lógica interna a través de la cual se expresa el pensamiento, con una flexibilidad donde se enfrentan, debaten y combinan la rigidez de la precisión conceptual, la valentía de la imaginación creadora y la fluidez del pensamiento humano». (Ibid., p. 9).
En la Universidad de Lovaina (Bélgica), obtuvo su título de licenciado en filosofía y realizó estudios de posgrado en sociología y educación. A su vez, recibió la influencia del existencialismo humanista y del personalismo: corrientes de pensamiento que campeaban el ambiente intelectual europeo desde la posguerra. Nuevos enfoques sobre el quehacer filosófico, más ligados al análisis de los fenómenos histórico-sociales y en general a los aportes de las ciencias, incidieron en su dedicación e interés por la interdisciplinariedad, como acercamiento metodológico de trabajo intelectual. Por otra parte, cabe destacar su dinámica participación en la Asociación de Estudiantes Latinoamericanos en Lovaina, de la cual fue presidente en dos oportunidades; experiencia que, como él mismo lo reconoce, le sirvió de estímulo para ampliar sus estudios al área de las ciencias sociales.
En Europa también asimiló el debate alrededor de la Doctrina Social de la Iglesia, así como los aportes del diálogo entre marxistas y cristianos. Su opción cristiana y la influencia de corrientes de pensamiento político inspirados en la fe cristiana, le condujeron a buscar principios para fundamentar su práctica político-partidista, evitando reducir la fe cristiana a una ideología política y manipularla en términos políticos. (González, Jaime, Democracia Cristiana y Lucha de Clases. San José, Editorial Porvenir, 1981, pp. 145-147).
La preocupación por el quehacer político representa una faceta importante de su vida. Aún y cuando desempeñó puestos de alto rango, tales como Secretario General del Partido Demócrata Cristiano y fue candidato a diputado por dicho partido, Jaime, fiel a su vocación pedagógica prefirió constituirse en educador político. «El papel de político -nos comenta- me conduciría inevitablemente al confrontamiento y al juego de intereses, lo que me impedía formar al personal del movimiento, y por eso decidí dedicarme a la formación política». [2] En este campo fungió como director del Instituto de Formación Política del Partido Demócrata Cristiano y del Instituto de Estudios Políticos. Ha contribuido además con una amplia y significativa producción de materiales de estudio y como conferencista y conductor de experiencias formativas a nivel nacional e internacional.
El convulsionado contexto de los años 60 definió también la agenda de sus preocupaciones filosóficas, políticas y sociales. Jaime recoge y proyecta así críticamente algunos de los mejores aportes derivados de los procesos de afirmación sociocultural y política de los pueblos latinoamericanos en este período; especialmente de las teorías de la dependencia, el desarrollo y el cambio social y revolucionario, así como los correspondientes análisis ideológico-políticos del fenómeno de la dominación social.
Es importante poner de relieve que Jaime González es sobre todo un pensador en el que se destacan cualidades poco comunes en el mundo académico. No es el intelectual frío que transforma su biblioteca en «claustro monacal» y cuyos «contactos» humanos no pasan de ser epidérmicos. Todo lo contrario, Jaime es caluroso, acogedor e intenso en sus relaciones, lo que no va en desmedro del rigor y la disciplina académica que le han convertido en un escritor prolífico y en un maestro del diálogo que, aunque polémico las más de las veces, destaca por su proyección creadora, apertura crítica y actitud antidogmática. Sin duda, es su concepción humanista, que asume como actitud de vida, lo que le ha convertido en un pensador crítico de profunda sensibilidad social.
Como docente Jaime ha hecho una contribución sustantiva a la academia, especialmente por su concepción integral del quehacer universitario y por cimentar su práctica educativa en el diálogo como instrumento pedagógico fundamental para desarrollar el pensamiento propio.
Se resiste a pensar la universidad como espacio atomizado y disperso de instancias académicas. «Hacer universidad -nos dice- no es hacer una Escuela»; asimismo señala que «el quehacer universitario anda cojo porque necesita integrar coherentemente cuatro áreas académicas básicas: docencia, investigación, extensión y producción». Especial interés le presta al área de producción, concebida como una forma mejor planificada para responder a objetivos específicos y ámbitos más amplios de la sociedad. Atendiendo a las demandas de eficiencia universitaria, considera que «hay mucha investigación que, por su ritualismo, termina en niveles de muy baja productividad».
Esta concepción orgánica e integral del quehacer universitario representa, a su vez, una crítica a la tendencia que acentúa la especialización, creando fronteras innecesarias al interior de las ciencias particulares y entre éstas (v.g. ciencias naturales vs. ciencias sociales), con sus nefastas consecuencias para el desarrollo pleno de las condiciones materiales y espirituales del ser humano y su hábitat.
Esta manera de percibir y proyectar el quehacer universitario se alimentó esencialmente de una práctica docente que le llevó a dictar cursos en casi todas las facultades de la Universidad de Costa Rica y posteriormente, como consecuencia de su desempeño docente, llegó a ocupar diversos puestos de administración académica. Fue Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales, Subdirector de la Escuela de Filosofía y Director de la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva en la Universidad de Costa Rica. En la Universidad Nacional ha sido Director del Ciclo Básico de Filosofía y Letras, del Departamento de Filosofía y Decano del Centro de Investigación, Docencia y Extensión Artística (CIDEA).
En su labor docente Jaime no se ha distinguido por ser un profesor «estrella», a la manera tradicional; fue más bien el maestro de la pregunta capciosa y de la anécdota provocativa; por eso nos dirá que él cree que «se enseña más con el ejemplo que con el concepto; el concepto está en el libro, el ejemplo lo utiliza el maestro para que se entienda el libro». Nos cuenta que cuando los alumnos le reclamaban que él no les evaluaba lo que sabían, sino sólo su capacidad de pensamiento, entonces les contestaba relatándoles lo que un profesor de secundaria les decía: «...los datos son como el abrigo, lo que interesa es saber en qué clavo está». Para desarrollar la capacidad de pensamiento, considera el diálogo como un eficaz recurso pedagógico: «Sin diálogo no hay enriquecimiento. El ambiente de diálogo favorece la corrección de los defectos y la captación de las virtudes».
Como forjador de pensamiento y de pensadores ha procurado siempre no sólo señalar caminos sino contribuir a abrir espacios de realización profesional y académica.
Quienes fueron asistentes de sus cursos terminaron por ser profesores. El mismo nos dice que no quiso tener asistentes para que calificaran exámenes, sino para formarles para la docencia. Sin embargo, nunca pretendió contar con un séquito de discípulos incondicionales, todo lo contrario, tal actitud la califica como una «visión aristocrática» falseada del maestro, que lo concibe como aquel a quien se sigue. «Mi actitud como maestro -nos dice- no era contar con acólitos que me admiraran, sino desarrollar cualidades; por eso quise enseñarles filosofía a los que no eran filósofos, eso constituía para mí un desafío académico».
Asimismo, parte de una concepción no instrumentalista y antimercantil del papel del docente. Siguiendo a Erick Fromm, señala que el maestro moderno (profesor estrella») está dominado por el tipo de carácter improductivo, mercantil, en donde yo no soy yo, sino lo que valgo en el mercado y, por lo tanto, se deja de ser auténtico. Mientras que el carácter productivo se distingue por ser coherente con sus potencialidades y no se las supedita a las leyes del mercado. Lo importante es ser y no aparecer; esforzarse por ser uno mismo, auténtico. Esta búsqueda de autenticidad constituye una tarea fundamental especialmente en una época signada por un mimetismo cultural que empobrece y denigra el espíritu creador.
En su vida convergen así las cualidades del pensador agudo e incisivo, del maestro apasionado para comunicar su verdad sin dogmatismos ni prepotencias y del ser humano siempre abierto al otro para potencializar sus mejores virtudes. Asimismo, su entrega pasional a la academia, sólo interrumpida en algunos momentos por razones de salud, han modelado la personalidad de un intelectual y un maestro con una vocación especial por el cultivo del saber auténtico, el único que libera y dignifica al ser humano.
Su Obra: Contribución al Pensamiento Crítico y Humanista
La obra de Jaime González es vasta y de gran diversidad temática. Ha incursionado en los campos de la filosofía política, la ética, la comunicación social y la metodología de la investigación científica, entre otros. Sus escritos fueron concebidos no sólo en función de sus intereses particulares como autor, sino también como respuesta a las demandas académicas de ofrecer material didáctico actualizado a los estudiantes de sus cursos y contribuir al análisis y el debate sobre temas de relevancia filosófica y social en el país. En este sentido nos dice Jaime que sus obras no constituyen investigaciones meticulosas, en sentido estricto; más bien representan «esfuerzos de síntesis y de simplificación en ámbitos interdisciplinarios». De esta manera, procura poner la investigación al servicio de la producción, lo que hace que sus aportes respondan a objetivos específicos en el orden académico. Así por ejemplo, su libro El Proceso Investigativo lo concibió para llenar un vacío de textos con un enfoque global sobre la investigación científica, ya que prevalecía en la mayoría de los libros disponibles un énfasis en las técnicas de investigación. A partir de su interés de responder a demandas concretas es que deben ser valorados muchos de sus aportes, no sólo editados en libros, sino también en múltiples folletos, cuadernos de estudio y artículos periodísticos.
Entre sus principales obras se destacan cinco libros que abordan problemas fundamentales en los campos ya mencionados. Ellos son Persona y Sociedad, Democracia Cristiana y Lucha de Clases, Reflexiones Éticas,Comunicación Social y Dominación Ideológica, y El Proceso Investigativo. En toda su obra se puede apreciar un rigor analítico en el tratamiento de los problemas y un estilo diáfano y sugerente que, como hemos indicado, hacen que su producción sea una estimulante invitación al diálogo y a la reflexión creativa. Al mismo tiempo, su obra se distingue por un rasgo fundamental: su contribución al desarrollo del pensamiento crítico y humanista.
La concepción humanista constituye el cimiento y la columna vertebral de su producción intelectual. Desde sus primeros escritos podemos apreciar que el enfoque humanista es una cuestión de principio en la obra de Jaime González. En su artículo «El hombre y la técnica», escrito siendo aún estudiante en la Universidad de Lovaina, afirma la primacía y trascendencia del ser humano sobre las condiciones técnicas del trabajo. Esboza críticamente cómo la técnica, contraviniendo este principio, de hecho se convierte en factor de alienación del ser humano como sujeto del trabajo. De esta manera, se consigna el trabajo como derecho humano fundamental y a la técnica como instrumento objetivo destinado a garantizar ese derecho. Con este planteamiento anticipa una crítica a las sociedades modernas y a los tecnócratas y sus ideólogos, quienes hoy se atreven a postular el fin de las ideologías y de la «historia», obnubilados por los «avances» del desarrollo tecnológico.
Más recientemente Jaime vuelve a reivindicar lo humano en un atrevido y acertado cuestionamiento de la visión tecnocrática de las ciencias:
«De hecho, las limitaciones de las ciencias aparecen con mayor claridad en las profundas dificultades de abordar adecuadamente los aspectos más íntimos del ser humano (.. ) al acercarse al hombre el problema requiere cada vez más una interpretación integral, donde la ciencia tiene necesariamente que darse la mano con la filosofía, el arte y aún la religión. Pero con frecuencia en la vivencia tecnocrática del mundo intelectual moderno, los planteamientos filosóficos correlacionados son como sollozos de unos delfines de la existencia del espíritu que tratarán de decirles a los peces de las aguas profundas de lo concreto que el aire existe más allá de las pequeñas burbujas que ellos comprueban». (González, J. La Filosofía como Arquitectura..., op. cit., p. 24. Énfasis nuestro).
Sin duda la búsqueda de nuevas síntesis entre ciencia, arte, cultura y religión, teniendo como eje integrador al ser humano, constituye una de las demandas más sentidas para quienes perciben con gran visión crítica y prospectiva, como lo hace Jaime González, que las sociedades del futuro sólo tendrán asidero real en la medida en que se conviertan en verdaderos espacios de realización humana en plenitud. Desde esta posición humanista, para la construcción de nuevas síntesis, nos plantea que en «un mundo que ha tendido a fraccionarse, tecnificarse y a circunscribirse en ámbitos cada vez más restringidos, ha procurado presentar una visión más integral: de la teoría a la práctica, de lo conceptual a lo estético, de lo intelectual a lo afectivo…»
La concepción del ser humano, su vocación y responsabilidad existencial y social, son objeto de sus reflexiones ético-filosóficas a lo largo de toda su obra. En su libro «Reflexiones Éticas,> formula como principio que «toda ética supone la concepción del hombre como libertad autocreadora». (González, Jaime. Reflexiones Éticas. Heredia, Editorial Universidad Nacional. 1986, p. 76). Y señala, por lo tanto, que el problema de la ética tradicional radica en su conservadurismo, que obedece precisamente a esa falta de credibilidad y confianza en la potencialidad creadora del ser humano libre.
Refiriéndose de manera particular a la ética profesional, destaca el sentido humano profundo que debe animar el ejercicio responsable de la profesión:
«La responsabilidad del profesional es enorme... La profesión es un intercambio humano. Requiere una actitud de acogida para el otro y no sólo por razones de eficiencia. De esta abertura hacia el otro surgen el diálogo y el sentido humano de la profesión (...). La profesión no debe ser simplemente una producción de bienes materiales; debe ser creadora de humanidad en toda la plenitud de la palabra». (Ibid., p. 90. Énfasis nuestro).
Esta valoración del quehacer profesional asume particular importancia y actualidad, en un contexto en donde la «eficiencia», que se «computariza» y traduce a «valor económico», se ha constituido en e! criterio de más alto rango que rige el paradigma de la racionalidad moderna. La profesión como forjadora de humanidad, se nos plantea como un desafío ético, para trascender los reduccionismos economicistas y utilitaristas, en aras de proyectar sociedades humanistas, innovadoras y pluralistas.
Para no excedernos en referencias sobre este tema, aunque éstas son abundantes en su obra, mencionaremos una más que corresponde a su libro «Democracia Cristiana y Lucha de Clases». En esta obra polémica, el autor desde una opción social-cristiana progresista, critica a los partidos demócratas cristianos por carecer de un análisis de la realidad social desde una sociología del conflicto. Sin depender del marxismo, tiene la perspicacia crítica de recuperar sus aportes para el análisis del conflicto y la dominación social. Asimismo, inspirado en los principios cristianos de la dignidad del ser humano, la búsqueda de la equidad y la comunitariedad, afirma una vez más su concepción humanista, como fundamento para concretar el ideal de una sociedad pluralista y comunitaria. De ahí, su cuestionamiento al poder que margina: «Nosotros hemos partido de una opción valorativa previa: el reconocimiento de la suprema dignidad de todos los hombres. El análisis de la sociedad actual nos permitirá percibir una marginación alienante e injusta de gran parte de los hombres por culpa de la manera como se utiliza el poder social». (González, J.Democracia Cristiana y Lucha de Clases, op. cit., p. 93).
Con base en esta concepción humanista postula la necesidad de una ética social que, en el plano político, deberá garantizar el derecho real de participación y dignificación de los sectores sociales históricamente postergados y víctimas de sistemas de dominación, estructurados para legitimar la injusta distribución de los bienes materiales y espirituales.
Como podemos apreciar su pensamiento humanista es una invitación al reconocimiento de lo humano como sustrato de todo quehacer científico-tecnológico, como posibilidad creadora, cuando el ejercicio libre de sus potencialidades encuentra un espacio social y natural propicio, para proyectarse en esa dialéctica ineludible marcada por los jalones de la historia y de la utopía: la búsqueda de nuevos horizontes.
El enfoque crítico, rasgo distintivo de su obra, es un aspecto consustancial a su personalidad intelectual. Apacible y mesurado para exteriorizar sus juicios y opiniones, se convierte en un vehemente y apasionado crítico cuando se trata de confrontar el pensamiento dogmático de cualquier signo ideológico, filosófico o religioso. Con cierta ironía Jaime utiliza con frecuencia los calificativos de «ritual», «catecismo», «recetario», entre otros, para referirse a este tipo de pensamiento, así como a los convencionalismos que pretenden encasillar al ser humano, negándole el derecho a realizarse como sujeto libre.
Concibe el quehacer filosófico, ético y científico como esencialmente crítico y, por ello, como garantía para acceder a formas auténticas de conocimiento, es decir, de aquel que busca construir la verdad. Tal tarea implica el desarrollo del pensamiento propio, fruto del ejercicio permanente de la imaginación creadora. Es esta la aspiración más sublime para el intelectual que sabe que no es en la reproducción de conocimientos, sino en su producción, donde se puede encontrar no sólo el bienestar integral de los pueblos, sino la realización y dignificación más plena del ser humano: su libertad. De ahí que se haya interesado en la crítica a los procesos pedagógicos tradicionales, verticalistas y librescos, así como a las formas de pensamiento filosófico que no trascienden a la paráfrasis del discurso de los clásicos.
En su obra «El Proceso Investigativo» concibe el quehacer filosófico como esencialmente crítico e integrador:
«La filosofía ha sido un proceso teórico de cuestionamiento y problematización del conocimiento humano. Más que engendrar soluciones, la filosofía sopesa las respuestas enunciadas, las pretendidas evidencias o demostraciones, enjuicia la calidad o veracidad del conocimiento y de los procesos investigativos. Por su carácter de radicalidad, esta tarea epistemológica trata de llevar el cuestionamiento hasta sus últimas consecuencias teóricas». (González, Jaime.El Proceso Investigativo. San José, Editorial Alma Mater. 1986, p. 22).
En otro de sus escritos nos dirá que «cada cuestión filosófica es más un acto y una puerta abierta al dinamismo del espíritu, que una respuesta precisa y tranquila, sin misterios ni problemas, que se pudiera contemplar desde el cómodo y absurdo sillón de los que quieren encontrar la solución al desafío humano como pequeños artículos de venta en el supermercado». (González, J. La Filosofía como Arquitectura..., op. cit., p. 23).
Saludable ejercicio del pensador acucioso quien, a la manera de Sócrates, sabe que para encontrar la verdad hay que penetrar en los recónditos misterios de la vida, con la pregunta como único bisturí del conocimiento. Se trata, en todo caso, de un difícil ejercicio: crear nuevas preguntas para situaciones nuevas y cambiantes.
Al enfocar el marxismo lo hace desde esta misma perspectiva crítica; objeta su versión ortodoxa y dogmática y recupera lo que considera sus mejores aciertos teóricos y metodológicos. Así, por ejemplo, en su obra, «Democracia Cristiana y Lucha de Clases», reconoce la contribución del marxismo en la formulación de una sociología del conflicto. Y en su libro «Comunicación Social y Dominación Ideológica» asume explícitamente algunos supuestos fundamentales del marxismo en sus análisis de la dimensión ideológica de la dominación social. A su vez, cuestiona al máximo cuando se convierte en «ortodoxia religiosa». Veamos una opinión que expresa este acento críticoconstructivo:
«La visión del conflicto social que nos da el marxismo es esencial para entender los problemas actuales, independientemente de que aceptemos o no sus tesis políticas... Creo que al evaluar sus posibilidades científicas se cometen frecuentes tergiversaciones. Algunos toman a Carlos Marx como el punto de referencia forzoso, absoluto e indiscutible de la investigación científica... Se cita a El Capital como los sacerdotes citan la Biblia, casi de rodillas. Otros, por el contrario rechazan toda afirmación marxista pretendiendo que son tergiversaciones políticas o ignorando la grandeza científica de muchos de los análisis marxistas. Yo creo que la verdad está en el medio... Marx como todo científico es un punto de partida y no un punto de llegada». (González J. Democracia Cristiana y Lucha de Clases, op. cit., p. 64).
Con este juicio crítico, en otro de sus libros, utiliza el concepto marxista de ideología como inversión de la realidad social, advirtiendo que no se trata de «un dogma a aceptar» sino de una insinuación muy esclarecedora que debe ser demostrada». (González, Jaime. Comunicación Social y Dominación Ideológica. Heredia, Editorial Universidad Nacional. 1981, p. 4).
Podemos constatar así que Jaime no es el intelectual dogmático, aferrado a sus concepciones y posiciones filosófico-políticas, fundadas en los aportes de los autores más conspicuos de una determinada corriente de pensamiento con exclusión de otros. Su acercamiento crítico se traduce en un realismo social, como criterio para enjuiciar el alcance heurístico de determinadas corrientes de pensamiento y en un pragmatismo metodológico, en la recuperación de los mejores aportes que puedan ofrecer para el conocimiento científico de la realidad humana. Esta apertura crítica le creó problemas al interior de su propio partido: «Mi interés -nos dice- no era la búsqueda de soluciones inmediatistas, sino hacer que la gente pensara a largo plazo y más sólidamente. Esto me llevó, a que muchos me hayan criticado por mi apertura y diálogo con gente de las más diversas tendencias; pero por eso mismo he sido también una persona que ha facilitado el trabajo en épocas de conflicto entre grupos contrapuestos».
Una valoración y discernimiento crítico similar al que hace del marxismo es el que realiza respecto del cristianismo:
«Es evidente que los grupos cristianos han tenido frecuentemente horror a afrontar el desafío de entender los problemas estructurales que determinan los problemas actuales y que han recurrido a soluciones inmediatistas, solucionando con 'muy buen corazón' los efectos más detestables del sistema. Siempre el cristianismo ha tomado esa actitud de una caridad socorrista. Y la democracia cristiana no ha escapado a ello. Pero esta es una interpretación del cristianismo, no es el cristianismo mismo, cuyo mensaje humanista es más rico frecuentemente de lo que el clero mismo nos dice». (González, J. Democracia Cristiana y Lucha de Clases, op. cit., p. 63).
En un artículo publicado por el periódico Universidad en 1972, cuestiona al marxismo dogmático por su reduccionismo economicista; también lo hace de la versión reformista del cristianismo enarbolada por algunos pensadores socialcristianos:
«Reconozco que entre los pensadores que se llaman social-cristianos no todos defienden un socialismo de inspiración cristiana. Algunos se quedan en un reformismo que no afecta al sistema capitalista de producción sino en su superficie. Su error no puede ser echado a la inspiración cristiana, sino a la debilidad de su juicio histórico o a la falta de profundización o de fidelidad a las exigencias del cristianismo». (Ibid., p. 150).
Jaime reconoce así que hay una vertiente del cristianismo más prometedora en lo político y desde el punto de vista ético y social más eficaz. Sin referirse en forma explícita al aporte de las nuevas hermenéuticas histórico-críticas de las teologías de la liberación en América Latina, en su apreciación del cristianismo, aflora una concepción bastante afín con dichas teologías.
Su obra nos interpela de manera especial hoy, cuando las manifestaciones del pensamiento crítico y humanista han cedido espacio a los análisis cada vez más mediatizados por el cálculo económico desencarnado y por un comportamiento político, que sacraliza el consenso alrededor de la racionalidad tecnológica y del mercado: instrumentos «incuestionables» de reproducción de la vida de los mejor dotados, los que por «herencia» o «eficiencia» están predestinados, según el ideario neoliberal, a ser los garantes del desarrollo y, como tales, los únicos con derecho de ser los privilegiados de la historia.
Pensar críticamente -que es otra forma de decir creativamente- para enfrentar esta lógica «selectiva», y «excluyente» -que tiende a refinarse cada vez más- y para emprender, a la vez, la ingente tarea de hacer converger los intereses del desarrollo humano con los de la ciencia, la tecnología y la cultura en armónicas y constructivas relaciones con la naturaleza, constituye uno de los desafíos éticos fundamentales de nuestro tiempo. En este aspecto la obra de Jaime González es más que provocativa; es el testimonio del itinerario ininterrumpido de un pensador que sin dejarse atrapar por las modas intelectuales -como él mismo las califica- sabe sintonizar con su tiempo y utilizar sin dogmatismos los instrumentos que ofrece el desarrollo de las ciencias, la filosofía, el arte, la literatura, etc., para asumir con criterio propio el análisis e interpretación de la realidad, con sentido humano, visión crítica y prospectiva.
Para concluir este breve y limitado recorrido por la vida y obra de nuestro pensador y maestro no podemos dejar de señalar lo que ya hemos sugerido, pero que debemos hacerlo explícito: Jaime González por su calidad humana, su entrega a la academia, su fidelidad y consecuencia con sus principios y su humildad, que nunca está revestida de falsa modestia, es un intelectual y maestro ejemplar. Estas cualidades le han hecho merecedor del respeto, la admiración y la amistad de muchos. Y siendo que la humildad en Jaime es más fácilmente perceptible en sus gestos, ante la dificultad de traducirlos, quedémonos con sus palabras:
«Ahora cuando los años ya me pesan, yo no sé si soy un diletante; o si en mis venas corre algo de sangre de filósofo, artista o científico; o simplemente soy un ser humano en busca de sí mismo. Lo único que sé es que trato de ser auténticamente yo mismo, tal vez en algún momento llegue a ser filósofo». (González, J. La Filosofía como Arquitectura..., op. cit., p. 6).
ÁLVARO VEGA SÁNCHEZ
ÁLVARO VEGA SÁNCHEZ
«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»«»
PRESENTACIÓN [3]
Con el propósito de contribuir a la reflexión académica sobre el quehacer universitario en las actuales circunstancias sociales, la Comisión de Carrera Académica de la Universidad nacional y el Programa de Revitalización del Pensamiento Universitario, convocan a la realización del Seminario Ética, Universidad y Sociedad del Futuro. Su cometido será analizar los fundamentos éticos de la práctica universitaria en relación con las distintas dimensiones de la vida social contemporánea, con el fin de visualizar y evaluar posibilidades de acción inmediata y de derroteros futuros.
La Comisión considera una necesidad esencial la presencia permanente de un pensamiento serio y responsable, comprometido con el presente y futuro de la sociedad costarricense, latinoamericana y mundial. Este evento además de ser una necesidad en la renovación y consolidación del pensamiento universitario, permitiría contar con el aporte de distinguidos académicos y académicas del país y el extranjero; los cuales expondrán sus puntos de vista sobre la problemática planteada, poniendo de relieve la dimensión humana solidaria que debe sustentar tanto el quehacer académico y científico-tecnológico, como la gestación y la práctica económico-sociales.
Al reflexionar sobre las características del Seminario, se consideró oportuno que fuese dedicado al Lic. Jaime González Dobles como un reconocimiento a sus valiosos aportes en el campo de la ética, de la filosofía y la administración universitarias, entre otros, y a su ejemplar desempeño como catedrático universitario, promoviendo e inspirando nuevas iniciativas.
En algunos de sus escritos, tales como Prolegómenos para una Ética profesional y Reflexiones Éticas, puntualiza que la ética profesional debe comprender tanto la conducta del profesional como la misión social de las profesiones; y por consiguiente, la finalidad moral de cualquier actividad profesional y académica, es buscar el desarrollo integral de lo humano en la convivencia y producción sociales.
Es un homenaje a un académico que ha contribuido, de manera decidida, a cultivar la dimensión humanista del trabajo académico y profesional.
En este Seminario la Comisión espera la contribución de todos los académicos y académicas y de los profesionales del sector público y privado preocupados e interesados en el debate por la revitalización del pensamiento universitario, por el establecimiento de sólidos fundamentos éticos para la actividad científica y para los modelos y estrategias de conducción económico-social, y los invita a participar escribiendo sus ponencias.
Los objetivos del Seminario son los siguientes:
1- Precisar los desafíos morales que presenta la sociedad actual, principalmente la latinoamericana y costarricense.
2- Discernir la problemática moral que plantea el quehacer universitario privado y estatal.
3- Reflexionar sobre la responsabilidad moral de la práctica científica.
4- Evaluar el compromiso de la universidad con las tareas nacionales de mejoramiento humano y ambiental.
5- Plantear nuevas alternativas para promover y fortalecer el compromiso moral de los universitarios con la sociedad.
6- Contribuir a la visualización de un futuro deseable para la humanidad.
Los principales ejes temáticos que se desarrollarán, son:
1- Compromiso ético universitario (en todos los ámbitos y sectores).
2- Ética y práctica científica y tecnológica.
3- Ética y estrategias de conducción económico-social.
4- Ética y desenvolvimiento cultural.
5- Ética y derechos humanos.
6- Ética y convivencia política.
Por razones operativas, las ponencias no deben superar las 20 páginas a doble espacio, y se entregarán en las oficinas de la Comisión de Carrera Académica antes del 15 de marzo de 1994; con preferencia, se agradece que los documentos sean acompañados de un disquete donde se señale el nombre del archivo y el programa utilizado.
La Comisión se propone editar un libro con las mejores exposiciones seleccionadas por un tribunal competente.
El Seminario se celebrará, entre el 20 y 25 de junio de 1994, en las instalaciones de la Biblioteca Central «Joaquín García Monge» de la Universidad Nacional.DR. ADOLFO RUIZ C.
No hay comentarios:
Publicar un comentario