Este diario fue escrito en Bélgica mientras todavía estaba en el seminario. Refleja así el debate intelectual entre una situación que rechazaba afectivamente y una aspiraciones que buscaban su camino. Lo publico porque recuerdo algo que aprendí de mi profesor Henri van Riet cuando decía que las ideas centrales de un autor están en sus primeros escritos. Estas notas no reflejan mi pensamiento, sino mi alma.
27 de noviembre de 1958
Acabo de ordenar un poco mis cosas. ¡Por Dios, que no sabe uno qué hacer! ¿Qué merece ser guardado, qué botado? Siempre son las cosas suplementarias las que nos estorban porque nunca sabemos si el día de mañana tendremos necesidad de ellas. ¡Dichosos los que saben contentarse con lo mínimo y dejar a la Providencia el cuidado de esas cosillas que tanto nos preocupan!
28 de noviembre de 1958
Me siento terriblemente cansado. Anoche dormí mal (pésimo funcionamiento de la digestión). Tengo un catarro agotador; me duele un ojo. Todo esto despierta en el cuerpo un sensación de cansancio, una repulsión a todo esfuerzo.
1 de diciembre de 1958
Recuerdo mi viaje en auto-stop de Lille a París. El conductor ignoraba que fuese seminarista. Hablamos de religión. Él se expresaba con toda sinceridad. Era un cristiano que quería razones de su fe (la prueba filosófica de la existencia de Dios, de la autenticidad de una iglesia determinada, etc.). Yo seguía sus argumentos y comprendía que era una conciencia atormentada por la duda (duda en que influía como elemento positivo su fe religiosa aún existente, como elemento negativo el materialismo craso de su hijo filósofo). Era un hombre inteligente que quería resolver sus dudas filosóficamente, pensando a fondo los argumentos en pro y en contra.
6 de diciembre de 1958
Abriendo la libreta me encuentro el tema del primero mal desarrollado. Volvamos pues a nuestro francés. Al ver que no podíamos agotar el tema, llegamos a una conclusión: yo tenía el mismo interés que él en llegar a una solución de este problema fundamental de la religión. Yo no era como él un “cristiano en duda” (según su propia denominación), sino un cristiano que como él quiere saber la razón de su fe y darla a conocer a los otros. Sí, lo comprendía y lo comprendo. Su dificultad es la dificultad de la mayoría de la gente cultivada. Llegan a la iglesia y no entienden el significado de las ceremonias; esperan al menos encontrar algo en la predicación y se hallan con una homilía piadosa que presupone una fe ciega, incondicionada. Acostumbrados a razonarlo todo, piden una explicación racional de la fe. La mayoría no es capaz de buscar una solución con base en esfuerzos personales. Buscan apoyo en los otros y la mayor parte de las veces quedan desilusionados: se les da una contestación insuficiente, mal adaptada a sus capacidades intelectuales. Son personas inteligentes, de escasa formación religiosa, que ven precipitarse sobre ellos como una avalancha todo el enigmático problema de la existencia. Piden una filosofía de la vida y se les exige fe. Piden razón de la fe y raramente encuentran quien se las dé.
La viejecita sencilla que reza su rosario en el rincón de una capilla aprende a amar a Dios amando. El intelectual, si no es por una gracia especial, aprende a amar razonando. La viejecita acepta la fe diría a ciegas; el intelectual debe comprender el porqué de la creencia.
La fe es una locura si Dios no existe. Un primer punto a esclarecer es pues la noción de Dios (palabra de un significado al mismo tiempo preciso y ambiguo). Un segundo punto sería la relación entre este Dios y mi persona (aquí entraría el problema de la religión). Una vez puesto el hombre en su justa posición de ser dependiente, dotado de conciencia, podríamos afrontar el problema de la fe como superación del intelecto.
Hemos sido bautizados siendo niños. Pertenecemos a una Iglesia que nos exige profesar una doctrina, vivir una fe... Pero somos hombres y como tales libres y dotados de inteligencia. Tenemos pues la libertad de aceptar o de rechazar la fe que se nos pide profesar. Aceptarla o rechazarla a priori, por un simple capricho de la voluntad, es una estupidez, o por lo menos un acto de simpleza, de falta de madurez espiritual. Es pues nuestro deber exigir una justificación racional de la fe, pedir pruebas de la autenticidad de la religión que profesamos. (No es necesario obtener la demostración de todas sus aserciones, pero sí de los rasgos fundamentales que dan una base suficiente a todo un conjunto de afirmaciones indemostrables).
22 de diciembre de 1958
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Bajo este aspecto el Señor puede ser muy bien el modelo de mi vida, el ideal culminante.
“Yo soy el Camino”. El camino por definición pide caminantes, un término, un fin. Un fin al que conduce certeramente, con una especie de facilidad innata. Un fin que le da su razón de ser y con el cual, casi dijera, se confunde (no se hace el término por el camino, sino el camino por el fin). El camino no es más que un guía, algo social que no se pertenece. Sin embargo la vía no es un objeto indeterminado al uso de los otros; ella tiene su fin y su finalidad es llevar a este término. Su acción social se determina en razón de su finalidad: si ésta falta, aquélla no tiene razón de ser.
Estas consideraciones me recuerdan mi vocación de educador. El ideal de todo educador nos lo dan las otras dos palabras: la verdad y la vida. Yo no podré decir como Cristo “yo soy”, sino “quiero ser”, pretendo asemejarme al ideal. Ideal inaccesible. Sin embargo, no es una tontería pretender alcanzarlo, pues el valor del hombre está en el esfuerzo por superarse, en el progreso. La perfección propia del hombre es la superación.
La verdad y la vida son al mismo tiempo fines y caminos.
El hombre es vida y la vida es actividad. Opuesta radicalmente al quietismo, toda actividad es una fuerza con una cantidad de movimiento, positiva o negativa; que es nula únicamente cuando se conjugan dos fuerzas iguales y opuestas. El quietismo en la vida no existe. Hay a veces estancamiento producido por un equilibrio de fuerzas; estancamiento que no es quietismo pues entraña actividad.
¡La vida! Palabra mágica que suele tomar acepciones múltiples y confusas... Y, sin embargo, la vida es algo tan sencillo. Vivir para el hombre es ser hombre; para el cristiano, ser cristiano. Vivir es realizar su perfección, desplegar sus facultades: pensar y querer. Pero un simple pensador es un mal viviente (la vida no es puro pensamiento). La vida espiritual del hombre es el resultado de la coordinación harmoniosa de todas sus facultades. Vive mejor el que sin perder este equilibrio fundamental da más rendimiento.
Se insiste tanto en la verdad, se habla tanto de ella, que es inútil mencionarla. Sin embargo, existe el peligro de desfigurarla, por irreflexión o por prejuicios. El más grave de los prejuicios es pensar que se la posee, creerse infalible. Otro prejuicio es buscar la verdad pretendiendo de antemano encontrarla en una dirección determinada. Pero es tontería discutir el sentido de la verdad: démosla como un hecho...
Mucho se podría decir sobre este tema. Careciendo de tiempo sólo quisiera insistir en que no corresponde al pedagogo enseñar a prepararse a la vida, sino hacer vivir a sus discípulos. Una verdadera educación debe basarse en una filosofía de la existencia. La educación es la enseñanza integral; la pura instrucción provoca el desequilibrio de nuestros tiempos, las falsas personalidades.
31 de enero de 1959
El 29 tuvimos una “soirée” latinoamericana. Un verdadero fracaso. Pretendiendo hacer algo sensacional, hicieron el ridículo. Las causas agravantes fueron el haber hecho la fiesta en la sala magna (donde sólo tienen lugar los actos más solemnes), con la presencia de miembros del cuerpo diplomático latinoamericano y de personalidades belgas. La asamblea se terminó por una revista musical, pretendidamente folklórica, a cargo de una orquesta de un cabaret de Amberes (si eso fuera el folklore de América Latina, no valemos mucho).
Esto me ha dejado una profunda impresión. Hay que saber con quién se cuenta y calcular más objetivamente las cosas. Ya había aprendido mucho en Nochebuena con la fiestecita que tomé tan a pecho. Yo había pretendido hacer algo mejor, pero las circunstancias y sobre todo el elemento humano me traicionaron. Fue quizás culpa mía pues quise dirigir todo solo (aunque si yo no lo hacía así, los otros no hubieran hecho nada).
Es muy bueno ser idealista si se sabe comprender el fracaso. Subjetivamente el idealista es siempre un fracasado. El realista es un hombre que no hará nunca nada que saque a la sociedad de sus costumbres fijas. Sin idealistas no hay cambio; sin idealismo la vida es un tormento.
9 de febrero de 1959
He llevado una vida demasiado idiota en la que no se refleja ninguna personalidad. Necesito cambiar, llegar a ser una personalidad integral.
Es difícil saber lo que queremos. A veces evitamos saberlo por cobardía. Dejar que la vida siga su curso brutal es más fácil, más cómodo. Imponerle un ritmo a la existencia es nuestra valentía. No hay personalidad sin ideales, sin dinamismo, sin dominio inteligente de nuestras actividades. Ni realización de ideales sin personalidades.
Debemos ser idealistas. Llamo idealismo a la planificación de nuestra existencia futura, al esbozo de un ideal, de la tendencia íntima del alma. Nuestro idealismo debe ser realista, sin ser apegado a la realidad: debe fundarse en la realidad, la realidad de lo que somos. Toda extravagancia es un idealismo mal comprendido, mal encaminado, en una palabra, irreal. La primera y principal virtud del hombre es el equilibrio, la justa distribución.
Una personalidad es un conjunto de dos factores: energía y equilibrio. Un ser desequilibrado es un monstruo de la naturaleza. Un hombre sin energía es una simple fuerza de inercia sin valor. La persona vale lo que valga su dinamismo, si el equilibrio no es roto.
La naturaleza humana es una fuente de energía única: nunca da lo mismo. Da más, cuando se le pide más, y casi nada, cuando se le pide poco.
11 de febrero de 1959
Es escandaloso lo que gasto sobre todo en libros. Esta manía de comprar libros revela una vez más mi temperamento idealista. Los compro porque me interesan y no me tomo el tiempo para leerlos. Tres esta semana, dos la otra, y con costo leo cuatro páginas por mes.
En Costa Rica mis compañeros de curso decían que era como el viento que cambia frecuentemente de rumbo (que me intereso por todo y cada día por una cosa diferente). Creo que me juzgan mal. Según las apariencias externas cambio todo el tiempo, pero en lo más profundo de mi ser soy más constante de lo que parece. El cambio súbito en mí es la manifestación externa (contradictoria al parecer) de un solo y mismo ideal. Quizás los otros no se formulen ideales tan amplios y así no puedan comprender semejante actitud... Soy muy idealista y me propongo un ideal demasiado extenso. Quiero ser un hombre completo y no especializarme sino en la medida en que la vida me lo exija (dado el estado actual del mundo, el hombre que no se especializa no llega a nada).
No puedo negar que haya en mí un cambio lento de ideales, de concepciones: esto es algo normal, propio a todo hombre.
2 de marzo de 1959 (día que cumpli 21 años)
Mi diario quiero que sea el más claro reflejo de mi persona.
Dios mío, tú que me conoces,
tú que conoces mi porvenir,
¡ayúdame!
La vida se me presenta con toda su magnificencia.
La muerte me acecha astuta a cada esquina.
Mi vida pasará como el viento.
Pero yo no quiero ser viento, sino huracán.
Quiero dejar doquiera que paso
un pincelazo lleno de vida y de color
de una genuina personalidad.
Los deseos, las aspiraciones de una vida nueva se han quedado frustrados el día de hoy. Hice algunos esfuerzos, pero me quedó mucho por hacer que no hice y mucho que no debía hacer que hice. Después de todo, la formación de una personalidad no es el fruto de una decisión tomada en un instante, sino la consecuencia de un trabajo continuo.
Me preocupa no tener ideas claras sobre mi destino. Mis ideales son confusos. Mi concepción de la vida todavía un tanto infantil. La primera tarea que se me impone es pues un trabajo de reflexión, de honda meditación sobre la vida y sus valores para poder formarme una idea clara de las posibilidades que se me presentan, encontrar el lema de mi vida y trazar el programa a realizar.
Cuando me pongo a pensar lo que pensarán los otros de mí me doy cuenta de que lo único que pueden pensar es que soy un excéntrico, aunque nunca me lo hayan dicho. Se suele tildar de excéntrico a todo aquel que no se comprende, que no es como quisiéramos que fuera.
Pero ¿eso que se nota en mí diferente de los otros es algo que debe conservarse o algo que debe destruirse? En otros términos ¿soy un verdadero excéntrico, en el sentido peyorativo de la palabra, o un incomprendido? Mi orgullo me impulsa a declararme incomprendido, pero la realidad es quizá muy otra. Un incomprendido es alguien que encierra en sí grandes cualidades que los otros interpretan mal, alguien de valor que el mundo no valoriza en su justa medida.
¿Quién tiene razón? ¿Ellos (los otros) que juzgan imparcialmente? ¿Yo que me juzgo bajo la influencia de la vanidad? Siempre he creído en mi capacidad intelectual; quizá por la culpa de los otros que me han considerado como un muchacho inteligente (por la simple razón de que mis calificaciones en el colegio sobrepasaban el término medio). Yo era vanidoso: me creía un superhombre. Actualmente comienzo a tomar conciencia de mis debilidades. En el fondo no he sobrepasado mi vanidad, sino que la he cambiado por otra. Ya no pienso en mis cualidades, ahora pienso en la superación de mis defectos. Sin embargo, entre mi antigua vanidad y mi orgullo actual hay un abismo. En mi vanidad no veía mis defectos, en mi orgullo los veo.
4 de marzo de 1959
No quiero ser un sabio, sino un hombre. Puede ser que llegue a ser un hombre sabio, pero lo que me interesa es ser hombre. Nuestra erudición nos molesta, nos ahorca. El mundo tiene necesidad de ser humanizado. Pese a que algunos creen que nací para los libros, para seguir el triste destino de esos sabios ignorantes del mundo en que viven, yo no quiero ser sabio. Quiero ser hombre y no inteligencia pura. Mucho se fija el mundo en la inteligencia y poco en la voluntad. Para mí la voluntad está sobre la inteligencia. El hombre no nació para aprender, sino para amar. Si aprende es para amar.
5 de marzo de 1959
Sueño con llegar a algo y no hago nada por adquirirlo. Tengo ideales muy vagos: no sé exactamente lo que quiero. Sin embargo, quiera lo que quiera, necesito superarme, dominarme. Si anhelo ser un verdadero hombre, he de cambiar, ser dueño de mis actos.
No soy un hombre sino una caricatura. Y no lo soy porque no sé servirme de mi voluntad. En el fondo de mi alma se encierran sentimientos nobles; en lo profundo de mi ser está también la ponzoña de la pasión, de la pasión bestial. Esta dualidad propia de todo ser humano difiere del uno al otro; en unos, ciertos elementos son predominantes, en otros los elementos contrarios tienen preponderancia. En mí no sabría decir qué sentimientos buenos se esconden, ni hasta dónde llega la bestialidad de mis pasiones. Mi mundo psicológico es más volcánico que el de la mayoría de los hombres. Soy profundamente sentimental, o lo que es lo mismo, en cierto punto de vista, terriblemente egocentrista. Sin embargo una reducción de mi carácter al egocentrismo es una solución demasiado simplista que se aparta de la realidad.
En mí se esconde una potencia tácita, oculta, que podría desarrollarse: una capacidad de convertir este egocentrismo en algo distinto, en un sentimiento humanista (tomo el término ‘humanista’ no en su acepción corriente, sino en un sentido especial que no logro definir, pero que el porvenir se encargará de precisar).
Necesito dominar mis sentimientos, educar mi corazón, formar mi personalidad integral. ¡Adelante, buen ánimo!
7 de marzo de 1959
Cuando era niño pensé ser ingeniero. Luego entré en el Seminario Menor. Ahí comencé a interesarme por las ciencias físicas y las matemáticas. Más tarde me interesó la filosofía.
En Lovaina, teniendo más experiencia de la vida, me he dado cuenta que las matemáticas, aunque me encantan, no podrían darme un ideal de vida. Si llegara a especializarme en matemáticas podría ser un buen profesor, pero no una persona con trascendencia en la vida del país. Estoy en una situación privilegiada; sería una lástima dedicar mi vida a una actividad tan restrictiva como sería un simple profesorado. Mi actividad debe abarcar todo el país. Quiero ser educador, no profesor. Tengo miedo de formar mentes sin formar hombres capaces de aprovechar las riquezas que posee el intelecto.
Actualmente comienzo a orientarme por las ciencias sociales, por las ciencias que yo llamaría humanas. Esto podría considerarse como un cambio en mi personalidad. Yo no lo denominaría cambio, sino evolución. Me han criticado querer hacer todo: me gusta todo. Pero no es cierto. Solamente quisiera formarme en el campo intelectual de una manera exhaustiva.
Mi ideal comporta tres partes: una ciento por ciento intelectual, otra práctica y una tercera cultural y artística. En el plano intelectual soy de los que aman las cosas abstractas. Quiero conocer a fondo las matemáticas y la filosofía. Tampoco quisiera dejar de lado la física. Esto constituye mi ideal puramente racionalista. En el campo práctico, es decir en las lenguas, soy pretencioso: quiero hablar corrientemente el francés, el inglés y el italiano; poder leer el alemán, el ruso, el portugués y el holandés (como quien dice nada). No puedo descontar el latín y el griego. En el campo cultural y artístico están mis aficiones: la literatura, la pintura, la música y el cine. Quiero ser un buen escritor. Necesito llegar a conocer las grandes obras tanto en música como en pintura. Quisiera además estar capacitado para juzgar en su justa medida las creaciones cinematográficas. Y como si no tuviera un programa por realizar me propongo ahora un nuevo campo en mi ideal, campo que yo llamaría de acción; es decir, la psicología y la sociología.
Si tuviera que mostrar estos apuntes a los otros me moriría de vergüenza pues con razón me tratarían de iluso. Tendrían razón: semejante programa no se puede realizar en una vida. Sin embargo, en mi diario me propongo ser sincero conmigo mismo y el mejor medio de serlo es enfrentarme con mis propias ideas. La única manera de saber lo que pensaba cuando tenía 21 años es leer mi diario. Leerlo y releerlo ... y reírme de mi mismo.
Sin embargo, mi ideal es mi ideal y trataré de alcanzarlo. “Querer es poder” decía el lema que pendía sobre la puerta de mi clase en la escuela.
10 de marzo de 1959
Hoy pasó algo desagradable en el Instituto. El profesor Dopp daba un curso ininteligible. Los alumnos estaban disgustados. Decidieron hacerle ver que el curso no era de su gusto. Pusieron en el pupitre una candela encendida y en el pizarrón “fiat lux”. Hasta aquí muy bien. Luego comenzaron a hacer ruido, sonar cornetas, imitar el sonido del motor de un automóvil, etc. Dopp dijo simplemente: “Si no tienen interés en la materia no venga a clases”. Como siguieron jugando, añadió : “Así no se puede dar un curso. En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.” Los alumnos del León Trece quedaron muy contentos de la chiquillada. ¡Qué poco valientes! ¿Por qué no exponer las quejar al profesor cara a cara? Solamente si él no acepta las condiciones propuestas por los estudiantes, estos pueden tomar otras medidas: ir al rector o hacer un bloqueo más elegante (por ejemplo, la no asistencia a clases). Lo importante es hacer ver al profesor que lo que se trae entre manos no un juego de niños, sino una cuestión seria: el deseo de un grupo de estudiantes que reclama una mejor adaptación a sus capacidades para poder aprovechar mejor las clases.
Pedro Molina hizo una monada que nos dio tema de discusión. Tomó la cuchara y la partió en dos. Extrañados le hicimos varias preguntas:
-¿Por qué la has roto?
-Teniendo radios y cuanto aparato raro existe, tenemos que comer con esta mugredad de cucharas. Cuanta cuchara, cuanto tenedor, cuanto cubierto encuentro poco digno lo rompo.
-Está bien que reclames cosas más dignas, más limpias en el comedor –le replicamos- pero no tienes derecho de romper lo que no te pertenece.
-Esto no es de nadie porque no vale nada, respondió él con una frase típicamente española.
-Puede ser que para tí no valga nada –intervine yo- pero para los otros puede tener valor. Reclama al responsable que te ponga cubiertos más finos. Pero eso que tú desprecias porque es de mal metal puede tener su valor para un pobre... Entonces ¿por qué romperlo?
-Eso no tiene valor para un pobre. En mi casa somos muy pobres y no tenemos cosas tan puercas. Yo prefiero no dar nada que dar una cosa que no quisiera que me dieran.
-Tú juzgas a los otros en tu propia piel. Métete en su pellejo y verás quizás las cosas de otra manera. Anda y da una vuelta por los tugurios. Luego me dirás si no sirven de nada esas cucharas de aluminio que tú rompes. Lo que no vale para tí puede valer para otro. Cuando pienses dar una cosa no pienses en ti mismo, sino en el otro. Pregúntate su opinión al respecto.
-Después de todo a mí que me importan los otros. Lo que me interesa es que aquí en el Colegio no tenemos buenos cubiertos. No pido cosas lujosas, pero creo que estos cubiertos están en contra de la dignidad humana.
-Con tales expresiones manifiestas una falta de espíritu de caridad y de mutua colaboración entre los hombres en la realización de un mundo mejor. Si fuera verdad que tales cubiertos son inferiores a lo que exige la concepción de la dignidad humana, también es cierto que una parte de la humanidad se encuentra en una situación mucho inferior en el plano material al mínimo requerido para llevar una vida normal de hombre. No hacemos pues mal si damos a estas gentes algo que no está quizás de acuerdo con una concepción teórica del ideal humano, pero que en la realidad es superior a lo que poseen.
14 de marzo de 1959
Hoy traduje al español un artículo sobre los laicos que van a trabajar a América Latina. Se dividen en cuatro grupos: miembros de un instituto secular, laicos decididos a entregarse al apostolado para siempre, laicos que trabajan únicamente unos años en el apostolado, laicos casados (o que piensan casarse).
Esto me interesa mucho. Necesito ponerme en contacto con esta gente. Quiero conocer estos movimientos. Además eso podría serme muy útil cuando salga del seminario, para ponerme en contacto con jóvenes de valor auténticamente cristianos. (¿Quién puede negarme que es un hermoso ambiente donde quizás podría encontrar mi futura esposa?)
17 de marzo de 1959
¡Por Dios, qué redacción! Me he puesto a releer lo escrito y encuentro cada barrabasada. ¡Cuantas veces he soñado con ser un buen escritor! Si mis libros han de ser tan incorrectos literariamente como este diario, más me valiera que me pasaran por la prensa y me lo imprimieran encima.
19 de marzo de 1959
El padre Hayen estuvo en mi cuarto. Es un hombre delgado, de rostro enjuto (irregular como un país montañoso). Su edad es difícilmente reconocible. En su rostro se encuentra la expresión de una juventud no muy lejana, unida a la auténtica fisiognomía de un asceta. Su cara expresa el agotamiento propio a las personas viejas y a los que trabajan mucho.
Hablamos una media hora. Estoy contento con él porque es un hombre muy comprensivo. Ha sabido enfocar claramente mi problema como el encuentro de Dios con un alma débil. Tiene el tacto suficiente para exigir lo necesario y perdonar el resto con una sana comprensión. Para por ser un santo y un excelente director de almas.
1 de mayo de 1959
Me siento triste, fracasado. Copiaré un pequeño apunte escrito en Lyon hace casi un año:
VIDA VIVIDA
“Es necesario empezar, cambiar. Comenzar cambiando, cambiar empezando... Tu vida ha seguido senderos miserables que no pueden ser un ideal, que no pueden llevarte a nada bueno. Si amas el bien, si todavía lo amas, tienes que cambiar. Has de comenzar este mismo instante; mañana sería demasiado tarde. Cada hora que pasa es una hora perdida, peor que nada pues con la nada, nada se pierde, nada se gana.
“Es menester idealizar, concretizar planes de una manera inteligente: sin ideales todo vendrá por tierra. Has de formarte un ideal digno, irrefutable; un ideal capaz de afrontar los enigmas del porvenir, de triunfar de todas la vicisitudes de la vida: un ideal que no pueda ser desmentido a la hora de la muerte. Formarte una escala de valores que no pueda ser contradecida por la experiencia, desaprobada por la conciencia.
“ Es menester también y sobre todo tener constancia. La mejor manera de formar la voluntad es no fallar en lo propuesto: comenzar por lo poco para alcanzar lo mucho.
“La vida es idealizar y vivir lo idealizado. Su no idealizas no vivirás una vida de valor. Pero si no cumples lo idealizado es lo mismo que si no idealizaras.”
Me hace sufrir terriblemente mi vida pasada. Las imágenes más bochornosas se me presentan para acusarme. No sé qué podrá ser el día de la muerte. Lo que sí sé es que la mala conciencia atormenta horriblemente. No tengo miedo de afrontar mi culpa. Lo que me molesta es la ideal de que el mundo no me juzga a mí, sino a los ‘curas’ en mí. Me siento sin fuerzas para recomenzar como seminarista. Le tengo miedo al sacerdocio.
3 de mayo de 1959
Hoy tuvimos la fiesta de los padres de los sacerdotes egresados del Colegio. Una pérdida de tiempo, una majadería. Meterlo a uno en un salón con las ventanas cerradas, la atmósfera cargada de humo, todo el mundo hablando a gritos para poder entenderse: y además la música de fondo.
No soy una persona que pueda vivir sola, pero tampoco soy un hombre que ame el bullicio, el gentío. Me gusta la intimidad, la discreción. Me desagrada toda manifestación que no pueda abarcar.
ALGO NUEVO
En el 2011 pensé en la posibilidad de reinicar mi diario, ya no cono joven, sino como viejo. No obstante, lo dejé abadonado por dedicarme a hacer lo posible por ordenar y publicar muchos escritos que tengo a medio camino.
31 DE MARZO DEL 2011
Hace más de cincuenta años (alrededor de 1959), escribí un pequeño diario personal. Desde cierto tiempo para acá he pensado en resucitar la idea. Para muchos esto es una idea absurda: ¿qué sentido tiene escribir un diario personal para un escritor? Se supone que este escribe para un público ajeno y un diario habla de cosas íntimas. Sin embargo, cuando uno trata de ser un humanista en el mejor sentido de la palabra, las vivencias íntimas son un desafío que expresa algunos aspectos central de toda vida humana. Hablar de lo propio puede ser una autocomplacencia estúpida. No obstante, puede significar también un esfuerzo por encontrar el sentido de lo humano desde una realidad concreta.
De hecho, lo más profundo de la vida humana no son las cosas que se hacen, sino el sentido que expresa cada acción. Pero este no es algo neutro y anodino. Tiene siempre sus raíces en una existencia concreta que busca su propia verdad. Sin embargo, como lo he dicho muchas veces, la verdad no es una cosa que se tiene o que se encuentra. Es algo que se va haciendo continuamente. No es fruto de la vida; es la vida misma.
Es así una creación a la vez histórica y personal. De hecho, una historia sin dimensiones personales no es realmente historia. Es una sucesión inocua de hechos carentes de significado profundo. Por su parte, una vida personal sin enlaces históricos es una fantasía: un cuento de hadas con gestos y palabras sin un contenido real.
La vida es tiempo. Pero el tiempo no es una sucesión mecánica de sucesos. El reloj es una de las grandes mentiras humanas: se limita a medir los hechos desde su enlace con algunas expresiones espaciales. Por el contrario, cada acontecimiento realmente humano tiene su propia historia: su propio tiempo. Pero muchas de las acciones humanas son expresiones rituales de un asumir o reiterar lo mismo sin aceptar el reto de lo desconocido, de lo innovador: de lo único. Es decir, son acciones con muy poco contenido vital. Por el contrario, hay acontecimientos que nos aparecen cargados de contenido existencial. Por eso, son únicos, inolvidables, irremplazables.
Este intento de volver a mi diario se basa en uno de esos hechos excepcionales cuya singularidad es siempre personal. En efecto, vistos fríamente, los acontecimientos extraordinarios se reiteran muchas veces en otras situaciones. En términos objetivos, solo son raros si son poco frecuentes como los grandes terremotos o las catástrofes nucleares. Por el contrario,
1 DE NOVIEMBRE DEL 2011
Una breve reflexión. La academia es un cónclave muchas veces absurdo del conocimiento, pero solo en ocasiones se ocupa de la inteligencia. El conocimiento es recoger información sobre la realidad. Los que lo trasmiten son simples profesores. La inteligencia, por el contrario, es la capacidad del manejar el conocimiento en la realidad. Pero en esto no interviene solo las informaciones, las teorías o los conceptos. Su mundo depende de la imaginación creadora y esta se alimenta de la intuición y de la fantasía. Por eso, su desafío no es la certeza, sino el reto y la osadía. Por tal motivo, el problema de los que tratamos de superar el encierro de las aulas es actuar como maestros. Es decir, de ser verdaderos filósofos que tratan de entender la realidad, no unos simples textos. En esto, la filosofía se acerca más al arte que a la ciencia. Yo siempre he dicho que la ciencia es lo más cercano al conocimiento animal: un entendimiento del simple estar.
Pero manejar la inteligencia es complicado, pues esta es compleja. Tiene diversas dimensiones. Hace unos treinta años se puso de moda hablar de la inteligencia emocional y de las inteligencias múltiples. Pero los filósofos profesionales nos complacemos en pensar solo con conceptos estereotipados por su abstracción formal. Es decir, usamos la razón, no el pensamiento. De hecho, este es multifacético: pasa del concepto al símbolo, de contenido a las imágenes, de la razón al corazón, de los hechos a los ideales, etc.
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